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La mujer del balcón.

Hacía un calor de infierno, me di una ducha fría, y cuando iba a coger el libro de Química vi de pronto una novela que había comprado con Sharon en una librería de Sanjenjo.

El autor, José María Álvarez, no me dijo nada, el título: “La Esclava instruida”, tampoco. Para empezar, el argumento comenzaba en la página quince (no me gustan los prólogos), y diez páginas después, tenía una erección hasta el ombligo. ¡Joder! Vaya cachondeo de libro. El protagonista se lo pasaba pipa con la niña adolescente.

Unas cuantas páginas más tarde, me estaba acariciando la erección sin darme cuenta. Por si no tuviera bastante calor con el libro el sol me daba de lleno en todo el paquete. Ese sol de septiembre que, cuando quiere pegar fuerte, te levanta ampollas en la piel.

Estaba a punto de levantarme cuando, al mirar hacia la ventana abierta, vi en el balcón de la casa de enfrente a una tía sentada cosiendo.

De cuando en cuando, levantaba la mirada de la costura para fijarla en mis manejos. El balcón daba a un amplio patio de luces y la distancia no sería mayor de seis o siete metros desde donde ella estaba cosiendo hasta donde yo estaba leyendo. Decidí no levantarme y ver sus reacciones.

De nuevo comencé a acariciarme la erección que ya me llegaba el ombligo. Dejé de disimular que leía. Cada vez estaba más interesada en lo que estaba haciendo con mi erección. Situada un piso más arriba del mío pude comprobar que era de medina edad, calculé que debía de tener poco menos de cuarenta años y, la mujer, sin ser una belleza tenía una cara atractiva y unos muslos magníficos. Pude observar que cada vez prestaba menos atención a su costura mirando más a mi verga, erecta como un poste de teléfonos.

Volví a acariciármela, dejó de coser esperando sin pestañear que surgiera el chorro que imaginaba saldría disparado. Seguí acariciándome suavemente con los dedos, pasando y repasando la gruesa y larga erección de arriba abajo. Y así estuvimos por lo menos diez minutos, ella mirando fijamente mis manejos, y yo brindándoselos sin montera y, de pronto, el chasco me lo lleve yo porque metió una mano por la cintura de la falda y separó los muslos dejándome ver todos los rizos de su negro sexo.

No llevaba bragas. Sus dedos se hundieron en la vulva, separando los gruesos labios para masajearse de arriba abajo con una cadencia que aumentaba por segundos. La vi morderse los labios, relamiéndose, volver a mordérselos, recostarse en el respaldo de la pequeña silla de madera y adelantar las caderas enseñándome una vulva tremendamente brillante.

El dedo medio frotaba el clítoris sin parar y miraba mi verga sin un solo parpadeo. Finalmente la vi abrir la boca y morderse los labios una y otra vez. Vi como temblaban sus muslos mientras la mano seguía cada vez más rápida el frotamiento y, al final, tembló toda ella, echó la cabeza hacia atrás y se detuvo.

Estaba gozando de su solitario orgasmo y volvió a mirarme y en eso momento la miré directamente a los ojos mientras me corría una y otra vez dejando que la leche saltara violenta sobre mi pecho.

Ella no perdió detalle y siguió estremeciéndose de placer mirando como los borbotones saltaban una y otra vez, blancos, abundantes y espesos.

Veía sus grandes tetas subir y bajar con la agitada respiración mordiéndose suavemente el labio inferior. Me levanté, y mi verga la saludó con dos sacudidas fenomenales batiendo contra mi vientre con los regueros de semen bajando lentamente hacia mi estómago.

Le hice señas de volver a repetirlo y sonrió encogiéndose de hombros, pasándose suavemente los dedos por la vulva abierta y húmeda. Volví a la cama y seguimos mirándonos. Dejé el libro y también ella dejó de coser, dedicándonos a mirarnos mientras nos masturbábamos. Su sexo estaba cada vez más brillante y húmedo con los paulatinos masajes sobre el clítoris.

Nos mordíamos los labios en la distancia y así continuamos hasta que nos corrimos juntos de nuevo. Después desapareció dentro de la vivienda y nunca más volví verla.

No logré averiguar quien era, pese a que, con una u otra disculpa, llamé en todas las viviendas del edificio durante un par de semanas.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16116
  • Fecha: 05-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.83
  • Votos: 63
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1952
  • Valoración:
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