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Un día 15 de septiembre, día de la independencia mexicana, me di la oportunidad de asistir al evento de celebración. El ambiente era acogedor y las multitudes de gente parloteaban sin cesar en la plaza principal de Matamoros, Estado de Tamaulipas, México. Vendedores ambulantes con sus diferentes mercancías hacían sus ventas. La gente en esta noche tan cálida esperaba con júbilo la formalidad del evento.
La solemnidad de ese evento tan importante y el culto ceremonial se desarrollaba tan prescritamente que los expectantes permanecían atentos a las palabras de los ejecutivos.
Esa noche durante el evento atendí a un pensamiento. Quise tomar las cosas a su tiempo y confirmé. Daría una visita nuevamente a aquel club nocturno para caballeros llamado El Circo Night Club.
Al entrar, fui recibido por un cortés guardia y tras haber sido expuesto al procedimiento de revisión, fui dirigido hacia un mueble por una mesera de aspecto seductora, pero un poco más humilde que las tipas en las diversas plataformas alrededor del complejo, que, aunque oscurezco, en las mesas las mujeres bailantes, lucían tan iluminadas por un buen sistema de reflectores.
Al momento se acercó una chavala de alrededor de veintiún años, de tez morena, con aspecto fuereño, como si originara del sudeste del país. La chica mostraba su imponente cuerpo y su formidable mirada me atacó desde el momento que la intercambiamos. Ella se sentó en mis piernas y al hablarme aprecié su tan dulce aliento de chicle chantarse en mis hoyos nasales.
—¿Te diviertes? —preguntó con sonrisa astuta.
—¡Por supuesto que sí! ¿Qué te hace pensar que no?
—Te noto cara como de que no te gusto yo, o algo así.
Me quedé extrañado. Sentí como si mis expresiones faciales estuvieran incomodándola y sonreí. Ahora estaba con mi mirada incrusta en las pupilas de sus ojos que al parecer de contacto en azul daba una mística señal acerca de su personalidad.
—No mi amor, lo que pasa es que ando un poquillo nervioso. Tu sabes, con tanta belleza ustedes.
—¡huy huy! Ahora sí, andas muy romántico. ¿Por qué no invitas una copa cariño?
—¡mesero! A ver tráigame dos Martini aquí a la Dama y a mí.
El mesero regresó muy rápido con el par de bebidas y las colocó a cada quien. En corto ella tomó la aceituna y la puso en su boca; tan táctil que sus labios se humedecían y reflejaba con destellos la luz de los reflectores ocasionando un efecto fantástico en su boca.
Conversábamos pausadamente y nuestras miradas chocaban con deleite, cuando escuché al portavoz llamar a la pista de baile a Britney. Mi acompañante pegó un brinco, pero sin soltar la copa y se la llevó al escenario y la puso en el piso, cerca de donde empezaba a mover el cuerpo al sonido pop de la canción de Belanova ‘Solo para mí’.
Su silueta relumbraba el espacio, en donde sus curvas engalanaban el ambiente. Los hombres contemplando la amazona mostraban su total complacencia; y pasaban a dejar billetes entre los tirantes de la tanga o a arrojarlos al piso donde eran pisoteados por ella, mientras seguía con sus candentes movimientos. Cuando terminó la canción recogió los billetes, con una sincera sonrisa en el rostro y al ponerse de pie se dirigió al lugar donde su copa de Martini yacía a la mitad en el suelo.
Ahora se sentó en la silla, no en mis piernas. Me le quedé viendo y le dije:
—Eres muy buena bailando.
—Gracias, pero ¿Por qué no fuiste a darme un billete o algo? Me decepcionas.
—Esta noche tengo para ti más que un simple billete. Quiero pasármela bien contigo, si es posible a solas, que nadie nos interrumpa. ¿Cómo ves?
En su mirada noté una luz de agrado y no dudé en hacerle una segunda pregunta.
—¿Cómo nos podemos arreglar?
—Mira, siendo tú, que eres apuesto, ésta es tu noche de suerte. Pasa por mí a la una y media, a esa hora ya habré terminado, solo falta una hora y media y la verdad no te quiero cobrar tanto. Ahorita mismo hay algunos clientes por atender y pienso desclavarles unos buenos pesos a ellos. ¿Eres casado?
—No —respondí brevemente y miré como su fijeza visual en mí pesaba.
—De maravilla. No me gustan los que están casados.
—Mira ternura, entonces así lo haré, y te dejo, sé que vas a estar ocupada, pero quiero que estés solo para mí cuando regrese.
—Así lo haré, te lo prometo baby.
—Ahorita regreso por ti Britney.
Salí del lugar sin poner mucha atención a los payasos y galas que decoraban el lugar. Al abrir la puerta de mi Chrysler 300, miré hacia el cobertizo hecho como si fuera una carpa de circo. El lugar era una verdadera atracción y para mí lo más encantador estaba aún por acontecer. Así que me dirigí a una tienda de conveniencia Oxxo, y busqué un rato entre diferentes tipos de chucherías, también tuve una charla con el intendente. Tome unas papas fritas, un hot dog y un refresco de lata. Me senté en una de las mesas y sin abrir o tocar lo que acababa de comprar, saqué mi teléfono celular y entré, accedí a mi cuenta de Facebook; tenía un mensaje sin leer, lo abrí y, era un mensaje de mi amiga Teresa. Decía que le gustaría verme en algún momento próximo.
A esa amiga no la había contactado desde hacía ya unos seis meses, desde que anduvo por acá en Matamoros unos días; tuvimos buen sexo aquella vez; pero a los dos días regresó a Monterrey y hasta la fecha no había recibido ni mandado ningún mensaje a su teléfono. Miré que ya era la una de la mañana, pedí una bolsa para echar mis compras, las eché y salí de la tienda. Entré a mi auto y estuve sentado y con el motor apagado hasta que se llegó la hora.
Regresé al Circo Night Club a esa hora, pero sin necesidad de bajar del vehículo de pronto vi a Britney que venía, pero ahora vestida con ropa más casual. Traía puestos unos pantalones negros y una blusa roja, y yo al ver que se llegaba al carro, presioné el botón (quitar tranca) y ella entró al vehículo.
Estar con ella adentro era un verdadero placer. Su fragancia era tan amena que hacia mi respirar una acción tan plácida, que estar con ella definitivamente fue una gran idea.
—¿Así que ya estabas lista? —comenté con admiración.
—No me dijiste tu nombre.
—Me llamo Amigo.
—No, en serio.
—Carlos es mi nombre —le dije mintiéndole.
—Qué bonito nombre tienes. ¿A dónde me llevas?
En eso, el semáforo se puso en verde y le di. Miraba las luces neón y diversos anuncios buscando por el hotel Paraíso, que en anteriores ocasiones había sido cómplice de mis negocios pasionales. Di la vuelta para acceder a la entrada del hotel y al llegar enfrente de la recepción paré el carro, pero sin apagarlo y bajé del auto para dirigirme a la recepción, donde fui atendido por una muchacha joven con cabello en tinte rojizo. Pagué el cuarto, me apresuré a conseguir la llave y a salir de ahí.
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