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La habían atrapado por robar el día anterior y estaba ahora parada frente al tribunal en una infecta sala de altas mesas de negra caoba. Su vestido desgarrado mostraba sus senos jóvenes y turgentes. Podía sentir las miradas libidinosas recorriendo su cuerpo, relamiéndose, saboreando cada centímetro de su piel desnuda. Muchos soñarían con ella esa noche.
No hubo clemencia y marcaron a fuego su hombro izquierdo. El carcelero la condujo a la celda fría en lo profundo de la torre sin que viera las miradas que se entrecruzaron entre dos caballeros sentados en la oscuridad. Horas mas tarde, la sobresaltó con el sonido de la puerta herrumbrada al abrirse. Dos hombres enmascarados entraron en la habitación húmeda y el más alto se adelantó hacia ella. – Date vuelta- le dijo. Ella obedeció y él tomó entonces sus hombros y suavemente aplicó el bálsamo sobre la carne enrojecida.
Un tanto confundida sitió como él comenzaba a besar su cuello y lentamente su lengua tibia se deslizaba por su piel. La apretó contra si y apoyó su espalda contra su miembro erecto. Un suspiro entrecortado se escapó de sus labios entreabiertos y él puso sus dedos en ellos.
Ella lamía esos dedos que jugaban en su boca y se tocaba los senos tensos. Sintió pasos que se acercaban y entonces algo húmedo que subía por sus piernas abiertas. Abrió los ojos y a la luz de la antorcha pudo ver al otro enmascarado que, arrodillado ante ella, lamía sus muslos y la acariciaba con sus manos. Comenzó a gemir, su corazón latía fuerte y desbocado y el dolor agudo del deseo se apoderó de su vagina. Tomo con sus manos la cabeza del hombre arrodillado y lo atrajo hacia su sexo húmedo. Pero fue el otro quien quito la mano de su boca y mientras mordía su cuello introdujo un dedo no, tres, profundamente en ella.
El que estaba arrodillado se levantó y mordía ahora sus pezones y el dedo fue retirado y el primer enmascarado lo comenzó al lamer con fruición como si de una dulce fruta se tratara. La condujeron al sucio jergón y allí uno de ellos, ya no importaba cual, la penetró con fuerza. Podía sentir su pene caliente latir y entrar en ella alcanzando lo más hondo. Los gemidos hacían eco en las paredes de la celda y se multiplicaban de a miles. Estiró su mano y alcanzó al otro introduciendo su pene en su boca. Su lengua lo saboreaba, se alimentaba de él. Minutos después se levantaron y se colocó sobre uno de ellos, moviéndose sin poder detenerse.
El otro dejaba caer su saliva por su espalda, yendo hacia abajo y luego mientras el primero se detenía sólo un instante, la penetró él también. Podía sentirlos a ambos entrar juntos, duros en su vagina y el placer era infinito, parecía que su vagina no podría resistirlo, que no seria lo suficientemente elástica, sin embargo allí estaban los tres cuerpos sudorosos en su danza desenfrenada, salvaje, mientras ella ya no gemía sino que gritaba de placer. El de abajo se retiro y le ofreció su miembro erecto tocando sus labios y al poco pudo sentir como el semen cálido se derramaba y goteaba de su boca entreabierta.
Las convulsiones del clímax alcanzaron su cuerpo desnudo, caliente y el que aún la penetraba reanudo su galope con mas fuerza, apretando sus nalgas y llenándola con su miel tibia.
Mata Hari
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