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Categoría: Maduras

La Mari

Estaba en aquella oscura cafetería y no tenía muy claro como había llegado hasta allí.



Me sentía un intruso, no me acababan de dejar sentirme a gusto ni aquel sintético y dulzón olor a ambientador que intentaba disimular lo poco ventilado del local, ni las “falsas” risas de las mujeres, ni los golpes que no paraban de darme  en la espalda y en el pecho los que ese día me llamaban compadre, ni los alardes que hacían de mi persona…



Hombres burdos, más maleantes que currantes y estos por quién iban acompañados y el local donde estábamos poco de fiar también. Y las chicas aparte de algún bonito físico poco que resaltar.



Estaba como en una nube, como si me hubiera fumado unos cuantos porros de buena grifa y no tuviera muy claro hasta donde llegaba la realidad y hasta donde mi imaginación se encargaba del resto.



No había sido mi mejor día aunque mis acompañantes se empeñaran en querer demostrar lo contrario.



Me sentía además un poco mareado y hasta con ganas de vomitar. Debía estar pálido, me imaginaba… Empezaba a sentirme agobiado, muy agobiado. Empezaba a necesitar marcharme de allí.



−¡Holaaa! −La Mari que tendría que haberse acercado a clientes con el doble de nuestra edad me saludaba con franqueza entre sus largas pestañas sin esa sonrisa que te pedía primero una copa si querías tener derecho a su compañía.



La miré sin saber muy bien que hacía esa mujer en aquella escena, parecía querer colarse en una foto a la que no estaba invitada.



Lolo la empujó fuera de nuestro “círculo”, yo sin abrir la boca y mirándole fijamente, intente pedirle respeto, y ella con un gesto afirmativo de mi cabeza le permití quedarse con nosotros.



Un coro de risas me hizo enfurecer y fijar la mirada otra vez en todos ellos, uno a uno



Lolo, el Puas, la Trini, Picho, Cocó, Montse…



Lolo, despreocupado como siempre y riéndose… −¡Joder Chavi! −Jajaja y mirando a los demás−. ¡Han debido ser sus tetas!  Jajaja



Todos reían… Pero tal y como los volvía a mirar callaban. Lolo fue el último pero erre que erre siguió con sus gracias como si no se enterarse de nada.



−¡Joder con la Mari! ¡Me desvirgó a mi, hace…!  −Añadió esta vez cogiendo su barbilla, me pareció con ternura.



Una nueva mirada mía hizo que dejara la frase sin terminar.



Los chavales la miraban con cariño escondido en su mirada, pero ante los demás como si de una pieza de fruta blandengue se tratara, con ganas de hincarle el diente pero dejándola a un lado por otra con mejor cara. De igual manera parecían querer olvidar y cogían con fuerza los culos de las que tenían copas a nuestra cuenta.



El Púas pareció desentenderse y con presteza y habilidad desarmó a la Trini y en un visto y no visto tenía el pezón de esta entre sus dientes, mientras ella reía escandalosamente aunque sus ojos maldijeran la acción.



Escena tras escena tras escena sobrepasaban ya mi resistencia, un frío sudor parecía correrme por la espalda, una rabia contenida parecía necesitar estallar en cualquier momento. Necesitaba salir de allí, respirar aire fresco, correr, golpear…



−¡Ven conmigo cariño! – Dijo la Mari con firmeza controlada asiéndome con fuerza del codo y enfrentando una vez más su rostro sereno al mío−. ¡Tranquilo, acompáñame!



No sé bien si quise complacerla o únicamente escapar de allí. Pero me dejé conducir fuera del local mientras escuchaba risas que sabía eran dirigidas a mi persona, risas que en cualquier otro momento hubiera interpretado como una agresión y hubieran traído repercusiones. Pero ahora estaba perdido, agobiado, sintiéndome fatal, en ese momento solo las oía como algo muy lejano que aunque supiera que iban dirigidas a mí, o a la Mari mi acompañante necesitaba dejarlas pasar, dejarlas de lado.



La mujer que me conducía pareció intuirlo, y con voz muy suave me convino a dejarles estar.



−¡Ven cariño, no hagas caso, no piensan, no nos hacen daño! ¡Tú no eres como ellos!



Miré hacia atrás y sacudí suavemente mi cabeza negando, sin saber quién tenía razón, yo me estaba escapando de la mano de una mujer, que ahora que la miraba de arriba abajo, no tenía muchas razones para abandonar otras de las mercancías que se me habían ofrecido.



Mari no solo tenía unos cuantos años más que las que se quedaban allí, también les ganaba en kilos…



−¡Vennn! Su voz en aquellos momentos, creí, me tenía hipnotizado. Dulce, suave, comprensiva… Me recordó a mi madre o eso me pareció, una matrona.



Pelo negro, teñido. Mayor e incapaz en esos momentos, tampoco ahora, de indicar una edad más o menos exacta, exuberante… alta, pechugona, macizorra…  su cara, bonita, seguro que a mi edad debió ser preciosa, y unos ojos oscuros, oscuros y brillantes como para perderse en ellos, de mirada serena, triste… pero una tristeza que me apuntaba a mí, una tristeza que me hacía ser el protagonista de su pena, tal vez dos penas que se enfrentaban.



Nada más salir me condujo a la derecha, yo sabía que no hacía falta salir al exterior para acceder a los cuartuchos y eso me había dejado conducir por ella, pasamos junto y por delante de los coches aparcados.



Seguía como en trance, pero en pocos instantes el aire fresco parecía querer reconducir mis emociones y la claridad parecía envolverme, mis pensamientos parecían fluir otra vez como debían haber sido hasta entonces, aunque seguía confuso y agobiado.



Paré y con ello sentí el tirón que mi acción provocó en la mujer que me arrastraba.



Se giró, me miró con tremenda dulzura y sin decir una sola palabra estiró de mí.



Sin pensar me deje llevar una vez más, pero a pocos pasos, justo al llegar junto a las escaleras me volví a detener.



El aire fresco me serenaba por momentos y al parecer con rapidez. - “¿Qué coño hacía yo allí con la tal Mari?



−¡Ven…! Te estabas agobiando. Ven y descansa.



La mire y sus profundos ojos negros, que parecían sonreírme a pesar de la seriedad que su rostro mostraba, acabaron de convencerme. Total… al final nadie diría nada, como mucho podrían decirme que escogí a la más vieja y reír un rato, tampoco estaba como para follar en esos momentos, qué más daba entonces.



Seguía confuso, aunque menos que minutos atrás, la mantuve firme ante el primer escalón, más para hacerme sentir que para imponerme.



−¡Por favor! ¡Vamos a mi habitación, allí habremos desaparecido! Nadie te buscara allí.



Me solté de su mano con algo de brusquedad.



Ella solo levantó sus manos unos centímetros como pidiendo tranquilidad.



Y de nuevo clavó en mí esa mirada que volvía a desarmarme, esa mirada desinteresada e incluso cordial.



Sin decir nada, solo esa mirada y ahora el balancearse de sus caderas peldaño tras peldaño me invitaban a seguirla.



Por unas décimas de segundo, solo unas décimas, esas caderas me recordaron a Sofía Loren, pero solo eso un fragmento minúsculo de segundo, y de nuevo volví a sentir nauseas y de nuevo sentí como mi estomago insinuaba que ya no podía más que estaba a punto de vaciarse.



Ella pendiente de mi retrocedió, bajó un escalón y recuperando esta vez mi antebrazo me agarró con firmeza y sin decir una sola palabra me ayudó  a llegar hasta la segunda planta.



Me dejó apoyarme en el umbral mientras sacaba la llave y abría, volvió a ofrecerse como apoyo y entramos en la sala.



En la semioscuridad me sentó en un sofá, se apartó de mi y enseguida la tenue luz de una lejana lámpara iluminó un poquito la estancia, abrió lo que me pareció una ventana más grade de lo normal que quedaba a mi espalda y volvió junto a mí.



Se sentó a mis pies, sobre la gruesa alfombra y apoyada en la mesita.



Se abrazó a mis piernas y apoyó su cabeza en ellas.



El aire circulaba, me acariciaba y aunque no dije nada empezó a parecerme suficiente.



Minutos después empecé a reaccionar, el frescor que entraba en la amplia estancia, el silencio, el sentirme acompañado, su calor en mis piernas…



Empecé a acariciar sus cabellos, me sorprendió su suavidad, pronto pensé en el tinte que supuse por su edad debía ser más áspero, más…, no importaba.



Seguí acariciando y ya mis yemas e incluso mis cortas uñas empezaron a jugar con la piel que los sustentaba.



Empecé a sentirme más… no sé qué coño más me sentía, pero la escena vivida unas horas antes volvió a mostrarse de nuevo ante mí y me estremecí… me sentí mal, muy mal, fatal…



Noté como ella apretaba mi mano, como empezaba a besarla, algo húmedo en ella… y supe que lloraba, hasta perdí unos minutos pensando en si sería por mí o por recuerdos a que la situación la transportaba.



No sé si lo hice o tan solo lo imaginé, pero me pareció rugir como un animal, no me sentí un león, no me sentí un tigre, pensé… me creía un gato acorralado, atrapado… Esta vez me había metido en un buen lío y no veía salida alguna.



Sus manos apretaron la mía con más fuerza, un beso cálido y dulce la acarició y una nueva lágrima cayó y se deslizó por ella.



Un flash me atizó como un latigazo.  “−La Mari sabe lo que he hecho.”



La Mari y mil de alrededor con esos bocazas.



−“¡Claro por eso tanto…. Lo han piado nada más entrar, soy un idiota. Por eso hoy todos pasaban a saludarme a golpearme la espalda, por eso hoy no me veían como un gallo en corral ajeno.



Eso ya acabó con todas mis defensas, encima todos conocían los hechos, ahora sí que estaba listo. Ya solo era cuestión de horas. Una terrible arcada me hizo convulsionar…



La Mari me cogió con fuerza al levantarme y con rapidez me condujo al lavabo, con la luz encendida y viendo el inodoro me abalancé sobre él, levanté la tapa y vacié mis intestinos sin pudor.



La Mari no paró ni un momento de acariciarme, de consolarme con sus caricias.



Tras unos creo minutos, y sin ya nada en mi interior me incorporé, busqué el lavamanos y entonces me di cuenta de las dimensiones del lugar, enorme.



Junto a mí una ducha grande sin mamparas y con suelo de pequeñas celosías negras, un bidet a la derecha, una gran bañera casi redonda en la que cabrían muy cómodas dos personas, y a mi espalda, mi necesidad más urgente una pica, ésta de dos senos y con un gran mármol negro que las hacía una pieza única junto con la moderna grifería.



Hacia ella me dirigí, abrí la llave, la modifiqué buscando el agua fría e intente enjuagar mi boca.



Mari habiéndome olvidado de ella me acercaba un cepillito de dientes de esos esterilizados de hotel, con su pequeño tubito de crema.



Le pagué con una sonrisa culpable y utilice los enseres para intentar sacar del interior de mi boca aquel amargo y asqueroso sabor que me recordaba los amargos y asquerosos sucesos que tan solo hacía unas horas había protagonizado.



Tras aclararme la boca me miré en el espejo, moví mi quijada y el sabor y el olor me pareció que seguían allí.



La miré a través del espejo y tras intentar sonreírle desenrosque de nuevo el tapón, puse crema y me volví a lavar los dientes y toda la boca con furia, cuando terminé ella me ofreció un bote más grande rojizo.



−¿Creo que lo necesitaras?



Use el colutorio en gran cantidad y haciendo gárgaras sin pudor, intentando borrar cualquier rastro del insoportable hedor, aún sabiendo que eso solo lo camuflaría unos cuantos minutos.



Tras vaciar mi boca, quedé solo ante el gran espejo, enfrentado a él, a mi imagen y esta vez al contrario que siempre, ésta me dio escalofríos, no podía aunque así me viera ser el mismo que ayer.



Una lágrima esta vez de rabia se desprendió para rodar por mi mejilla.



Mari, de la que ni me acordaba empezó a desabotonarme la camisa.



Cogí sus manos intentando detenerla.



Me miró a través del espejo y comprendí que en esos momentos quizás fuera mejor dejarme llevar, leí en sus ojos que no era ganarse las perras lo que buscaba.



Intentó sacar mis botas camperas y estas se negaban a salir, sin pensarlo pasó una de sus piernas por encima y quedando a caballo y de espaldas a mí empezó a estirar. Una sonrisa cruzó mis ojos y me vi ante la escena de una  película de vaqueros en que éste tras tener a la chica como yo  a Mari, apoyaba el otro pié en su trasero y del un empellón avanzaban muchacha y bota, saliendo por fin.



Así lo hice, puse tras afianzarme en el mármol el pie libre en sus nalgas, ella se giró mirándome seria en un principio y sonriendo al ver que yo no la empujaba.



No pude evitar soltar una de mis secas carcajadas apartándola y agachándome ser yo mismo él que más con maña que fuerza me las quitara en pocos segundos.



Quedándome al instante sin saber cómo continuar.



La Mari en silencio me condujo hasta la espaciosa ducha donde terminó de desnudarme, accionó el agua y tras comprobar su temperatura permitió que cayera sobre mí a través de la también grande alcachofa.



Creo que yo solo movía mi cabeza como intentando reajustar mis cervicales, no sé cuánto tiempo estuve así, sintiendo el agua caliente caer sobre mi y sabiendo que en tales circunstancias nadie podría ver las terribles lágrimas que de mi interior se escapaban.



Solo cuando sentí detenerse el agua, cuando noté como la toalla acariciaba mi espalda, solo entonces fui consciente que ella me había frotado por entero arrancando mi suciedad, y acariciado con sus manos para eliminar, junto a la templada agua que no había dejado de caer, el gel que había utilizado en mi limpieza. Aspiré hondo y me sentí el príncipe de mi casa al reconocer la fragancia a Magno, el mismo que usaba yo y que en su sencillez me hacía sentir único.



No me apetecía abrir los ojos y volver a la realidad. Ella pareció entenderlo, me condujo hacia sí y sobre la alfombra terminó de secarme.



Me abracé a ella y sentí sobre mi piel su vestido mojado.



Pobrecilla pensé, y sentí en mi interior, que era verdad, que no era por la tarifa, esa mujer sabía por lo que estaba pasando y quería sobre todo ayudarme, darme calor.



Abrí mis ojos y mire los suyos, como los esperaba, muy oscuros, pero brillantes llenos de vida, y a la vez serios muy serios, pero tiernos...



La abrace, apoyé mi cabeza en la suya y pensé en mi madre, “−Joder cuando se entere… Esta vez le da algo.”



El aroma de su pelo no era el mismo, imposible, pero tampoco me resultó desagradable, muy al contrario, lo aspiré una vez más, profundo para conducirlo a mi interior, un par de veces más y ya me sentí lleno de él, me sentí protegido, me sentí en paz.



Estaba de nuevo en el sofá y tampoco sabía cómo había llegado hasta él. Su mano me ofrecía una bebida y no sé porque estaba seguro que era mi bourbon con cola.



−No tenemos Jim Beam y yo aquí arriba tampoco, te he puesto Four Roses.



Tampoco esta vez abrí los ojos, no sé deciros porqué, creo que pereza “no, no os engañaré miedo un miedo terrible al futuro que me esperaba” solo lo llevé a mis labios y los refresqué.



Tampoco me imaginaba estar en casa, ni en otro lugar. No me importaba, solo quería olvidar, no entendía como en mi cabeza solo escuchaba con claridad el phlap, no la detonación, solo el momento en que el proyectil entraba en el cuerpo del policía.



Sabía que el matar a un policía me sentenciaba, pero eso ni me importaba, hasta me sentía sucio por pensar en ello, me daría lo mismo estar sentenciado si pudiera borrar esa escena de mi vida, si el hombre pudiera volver a su casa otra vez.



“¡Dios.! Y por una valentonada, por una mierda de atraco, por poco más de un millón de pesetas. Por querer vivir una aventura que no me pertenecía. Por querer estar con unos que jamás podrían ser los míos.”



“¡Que mierdas hacía allí en una cafetería de carretera.” “Tirado, solo, perdido…” “Buscado.”!



-¡Dios!



-¡Tranquilo! Tranquilo mi niño. Quédate aquí, no tienes de momento a donde ir. Descansa.



Ya estaba en su cama y de nuevo ese vacío que te mantiene perdido. Ella estaba a mi lado y sin parar de acariciar mi cabello. Yo desnudo y a pesar de negarme a abrir los ojos, ella se había cambiado, debía llevar un negligé, algo vaporoso y casi seguro seda por la suavidad que sentía en mi brazo.



Sentí de la misma manera su pecho apoyado en mí, me pareció generoso me moví y aprecié que ya no era tan firme como el de sus compañeras, me olvidé de él pero no del calor que me transmitía.



Calor y serenidad.



Los nervios y los sentimientos encontrados terminaron por vencerme.



Me desperté con las mismas sensaciones, acogido y esta vez acunado entre los brazos y los grandes senos de la Mari.



Seguía mesando mis cabellos. Y en cuanto empecé a pensar que mierdas hacía allí, con la misma rapidez entendí que no podría estar en mi situación en un lugar mejor.



La Madame era muy respetada en ese ambiente y casi una garantía mientras estuviera bajo su tutela.



−¡Holaaa! ¿Ya despertaste? Toma. Y me acercó el vaso.



Bebí un largo trago y se lo devolví.



−Mari, La he cagado bien.



−¡Ya!



−Esta vez a lo grande.



−Lo sé. Tranquilo, sussss tranquilo.



Le hice caso y callé. Seguía sintiendo sus senos en mi y sus caricias. Me sentía arropado, agradecido.



Al poco una duda empezó a anular los terribles sentimientos que me tenían atrapado. “¿Qué querrá ella?” Tenía que demostrarle que estaba agradecido, me había dicho que no había tarifa, creo que me veía un niño asustado, perdido y quería ayudarme.



Sus senos empezaban con el continuo contacto a levantar otros deseos, no era joven pero yo le estaba muy agradecido y me veía capaz de devolverle el favor. ¿Y si la defraudaba al buscar usarla?  Ella se había portado más como una madre. Estas mujeres son como el acero y tampoco un niñato como yo podría llamar su atención, tiene más tiros pegados que el rifle de Búffalo Bill.



“Valla mierda ahora sí que no sabía cómo actuar.”



Ella sin parar de acariciar mi pelo depositó un beso en él.



No me lo pensé dos veces, era mi oportunidad, me incorporé, me gire y empecé a besar sus mejillas como si de mi madre se tratara, la abracé y me mantuve fundido a ella como un bebe.



Separé mi rostro tras unos momentos y volví a besarle, esta vez sus ojos, sus pestañas, también su rostro.



Me apartó un poco de sí y me creí rechazado.



−Veo que ya estas mejor mi niño. −Cogió con descaro mi paquete–. Siii. Jajaja Bastante mejor. Te parece si llamo a la Trini. −Mi cara debió mostrar mi extrañeza y ella malinterpretó −¡Ya! Mejor la Montse la Trini es muy burra pa ti.



−¡Estoy contigo Mari!



Ella quedó sorprendida y con voz que me pareció lastimera me respondió.



–¡Yo ya soy mayor y ellas tienen las carnes más prietas!



No quise responderle, no aprecié en sus palabras rechazo hacia mí, más bien hacia sí misma y en esos momentos solo quería hacerla feliz, devolverle la paz que había sembrado en mi.



Forcé un poco más mi postura y deposité un beso en sus labios. Ya sabía que esas mujeres no gustan de besar en la boca, y menos en los años que sucedió esto, pero yo con ternura sin usar la lengua seguí con mis besos torturando sus comisuras, besaba una y otra vez el contorno, la Mari no tardó en reaccionar, acarició mi corta y no muy poblada barba, introdujo sus uñas en ella hasta llegar a mi piel y con la pasión de una jovencita abrió su boca y nos fundimos en un apasionado y prolongado beso.



Por un momento sentí una pasión que jamás soñaría en un ambiente como ese, pero pronto dejé de percibirla tan intensa, ella parecía haberse serenado enseguida, no tardamos en unir nuestros cuerpos y tampoco en terminar la faena.



Volvió a acercarme el cubata a los labios y yo lo tomé despreocupado y porqué no, un poco defraudado.



−Ya abres otra vez tus ojitos.



−¿Por? –Pregunté extrañado.



−Cariño no debes excusarte, has sido todo un caballero escogiéndome a mí. Beso mis labios y empezó a incorporarse a la vez que recogía la transparente prenda que como había imaginado cubría su cuerpo.



−¡No, no no! Te estás equivocando −Ahora entendía aquél bajón de pasión que en un principio nos había atrapado.



Me levanté de la cama y busque un interruptor que nos diera más luz, cuando creí encontrarlo me dirigí hasta él y lo accioné. Anduve ligero hasta ella que ya se dirigía al baño.



−Mari. Por favor –La paré junto a mí, miré directo a sus ojos y sin apartar mi mirada le dije lo bonitos que los tenía, grandes, brillantes, llenos de fuerza, y era verdad.



Solté la fina cinta que mantenía casi cerrado el pequeño negligé, lo separé de sus hombros y lo tiré sobre un sillón cercano, la sujeté por los hombros la puse bien frente a mí y di un paso atrás liberándola, miré fijamente sus ojos aguantando su mirada y tras unos instantes me deleité con su desnudez, ciertamente no lo tenía como una jovencita, sus pechos generosos caían pero seguían siendo muchísimo más hermosos que la mayoría, algo de tripita también la había, caderas anchas y piernas fuertes y bien formadas con unas rodillas de las más bonitas que he visto jamás. Una mujer muy deseable todavía y seguro que vestida como una señorona algo digno de admirar. (Así la veía yo por lo menos en esos momentos.)



Cuando levanté la mirada algo hirvió dentro de mí, su mirada perdida en el suelo, sin querer alzarla, como avergonzada me hizo enfurecer.



Cogiéndola del brazo la llevé hasta el baño, sabía que había visto allí un espejo entero, no me preguntéis cuando pero lo había visto.



La conduje frente a él. −¿De qué te avergüenzas? Mírate. Estás preciosa. ¡Claro que no eres una jovencita, pero tienes un cuerpo muy hermoso! ¡Mírate por favor! –Creo que esa vez mi voz pareció suplicante.



 Acaricié su piel. –Es suave, − Cogí sus pechos con dulzura−. Los encuentro llenos, preciosos y seguro que si tú quieres agradecidos− Esta vez a sus glúteos agarrándolos con rudeza llenando mis manos. –Menudo culazo. −En cuclillas acaricié sus piernas y alabé su tersura y calidez. Había estrías pero tan blanca como estaba casi no se apreciaban, deposité mil besos en ellas.



De nuevo frente a ella cogí su cara, la levante, mire enfadado sus ojos y suspire. -¡Diosss. Eres preciosa, muy hermosa todavía!



Y empecé a besarla de nuevo lleno de frenesí, de pasión, de lujuria.



Ella parecía dudar, veía en su mirada la necesidad de creerme, pero sentía que pagaba sus cuidados.



La arrastré hacia su lecho, la tumbé en él. Empecé a besarla otra vez por todo, su carita, sus pechos, sus pezones que durante unos instantes respondieron poniéndose muy duros y arrugados, su barriguita, su ombligo, sus brazos y manos, sus piernas, sus pies enteros, le di la vuelta y lo mismo hice con su espalda, su trasero en el que me recree hasta hartarme y en el que también usé mis dientes con delicadeza, aunque deseara clavarlos y comérmelos de verdad, los muslos, las corvas en las que al sentir su contracción me entretuve hasta que creí suficiente, sus pantorrillas y las plantas de los pies hasta los cuidados deditos. Bese y bese hasta que no pude más, hasta que mi erección era ya insufrible.



Le pedí que se volviera, que me mirara, que me dijera si aquel pene estaba duro de agradecimiento o de deseo.



Una lágrima caía hacia su oído, la recogí con mis labios, tibia y salada y la deposité en los suyos, mi lengua intentó avanzar y esta vez la respuesta fue un revolcón que no podría describiros, pasión pasión y más pasión.



Acaricié sus pechos con desenfreno y pude disfrutar otra vez de aquellos arrugados y duros pezones que ahora ya no perdieron consistencia, su barriguita que tumbada parecía casi inexistente, sus caderas, lo que pude de su trasero pues cada vez que recurría a ellos Mari tenía que facilitarme el acceso, sus muslos y ya me atreví a acercarme a los alrededores de su pubis.



 Tenía miedo de llegar a él, tenía miedo de encontrarlo seco, podía ser por la edad pero también porque yo había fantaseado de nuevo y no podía pasar de ser un “cliente” más.



Me decidí y lo primero retorné al beso, otro en que forcé que la pasión diera lugar a la ternura y entonces con dulces besos y mucho miedo acerqué mis dedos y resoplé.



-¡Diosss!− Mojado.



Mojados a tope mis dedos pasearon por sus labios, jugaron con ellos, entraron y salieron de ella a veces con ternura otras no tanto, buscaron la semilla y la trituraron.



Me pidió que la penetrara y no cedí seguí trabajando con mis manos, con dos de mis dedos dentro y el pulgar dedicado a la sensible pepita. Estuve un rato y por fin explotó en un orgasmo en que me pareció increíble. ¿Cómo pudo controlar los gritos? Por no haberlos más que guturales, con tantas contracciones y bandazos, mi mano perdía hasta el contacto y tenía que espabilarme para recobrarlo antes de que se rompiera el encanto, pero con lo mojada que estaba parecía que mis dedos encontraban el camino solos.



Termine con la mano completamente mojada, ella empapada entera, mi mano entraba bajo sus glúteos sin ninguna dificultad gracias a la humedad adquirida y por supuesto un buen cerco en la cama, un orgasmo que por desgracia, yo por lo menos, no puedo proporcionar cuando quiero.



Ella quedó rendida en el lecho y me sonreía mientras yo acariciaba su rostro y besaba sus ojos, sus mejillas, sus labios.



Pensé en su mojado sexo y bajé a probarlo, intentó detenerme poniendo su mano en mi frente pero la hice callar.



−¡Déjame descansar un poquito mi niño!



−¡Suuusss! Me encanta así de mojado y lo consigo tan pocas veces.



Retiró su mano y consintió.



“¡Madre mía! ¡Qué gustazo! Que mojado, que aroma.



Mis manos bajo su pandero las sentía muy mojadas, pero mi boca lamía y succionaba obsesionada, ¡Dios! Que burro me puse. Me sentía tan a gusto que durante un rato solo me preocupé por llenar mis sentidos.



Un poco más tarde empecé a buscar su placer, en sus verticales labios y su preciado botón, solo torturados hasta entonces por mi único deseo. La sentía estremecerse, gemir, suspirar.



Intentó de la misma manera que minutos antes frenar mis acciones, pero esta vez mi mano retiró la suya sin contemplaciones y otra vez volvió bajo sus nalgas y aferró la que había quedado libre impidiéndole escapar. Se contoneaba sin parar, repetía una vez y otra mi nombre, me bendecía para luego maldecirme.



Poco a poco bajaron sus repuestas y me convencí que era mejor dejarla recuperarse un ratito.



Me agradeció el gesto con una caricia en la mejilla al llegar junto a ella. Yo seguí acariciándola sin cerrar ya los ojos ni un momento, quería que ella me viera admirando su cuerpo, que se sintiera deseada y hermosa, tal y como yo la veía.



La luz que entraba ya empezaba a resultarme molesta y en cuanto se recuperó hizo conmigo perrerías hasta que quedé dormido por el agotamiento de un día tan movido.



                      --------------------



−¡Venga perezoso! Levanta mi niño.



Me incorporé y vi en la mesita una bandeja de cama esperándome con huevos fritos con tocino, lomo y chorizo.



−¡Joder! ¿Cómo demonios sabes lo que me gusta almorzar después de una buena fiesta?



−Porque te lo he preguntado, me has contestado y has seguido durmiendo.



Me puso dos grandes cojines en la espalda y cuando iba a dar cuenta del suculento plato me acercó el Periódico del día con una sonrisa.



Me señaló el segundo titular de la portada.



“EL POLICIA HERIDO EN EL ATRACO DE AYER EN BARCELONA FUERA DE PELIGRO.”



−¡Diosss! ¡No lo maté Mari, no lo maté.!



Le pedí que se acercara y le di un casto y sonoro beso en la frente.



−¡Hiiijo de puta! ¿En la frente?



−¡Bueno bueno! Si el almuerzo está como parece, y me cobijas un día más te dejaré entrar en tu cama.



−Jajaja –empezó a reír Mari.



Pero yo ya no pude más y rompí a llorar como un crío.



−¡Tranquilo mi niño, tranquilo! No lo mataste.



Cuando me serené, quise apartar la bandeja y abrazarla pero no me lo permitió hasta que terminé.


Datos del Relato
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