La Mar cumplió… Te trajo
Era ya muy tarde. Es sol roncaba en su cuna, mucho antes de que la luna ascendiera desde la mar a ocupar su lugar.
La tristeza me embargaba, paseando por la playa.
Me senté a la orilla… los pies acariciados por suaves olas… mis ojos admirando esa maravilla, la luna llena, tan bella con su mar.
Vi una luz como flotando en el agua a lo lejos brillar. Se acercaba poco a poco, fundiéndose, sin turbar, esa armonía de esta luna y su mar.
Cual un blanco fantasma, se fue dibujando el barco, deslizándose suavemente. A la proa una bella mujer. Ondeaba su pelo largo hasta la cintura y un espectacular brillo me cegó, un arco iris que acariciaba una inmensa cola, de sirena de mar.
El barco detuvo su camino y un hombre rubio saltó al agua sin más, llegándole a la altura de los muslos primero, sumergiéndose entero, después.
Venía en línea recta nadando como un pez, miles de gotas salpicadas a su alrededor, brillaban bajo la luz divina de esa gran luna, siempre testigo de lo sobrenatural.
La elegancia de sus movimientos me hechizó, la perfecta unión con la mar. Se aproximaba lentamente formando círculos en el agua que se agrandaban al alejarse de él.
Llegando a la orilla, sus ojos estaban en los míos, duró un momento que pareció una eternidad.
Miré su cuerpo saliendo ya del agua, y como desde su rubio pelo se deslizaba suavemente la mar, una sonrisa dibujada en su boca… otra en la mía. Atraídas las dos.
Se acercó a mí y se sentó a mi lado al tiempo que me decía
“Preciosa noche, ¿verdad?”
“Preciosa noche”, contesté – después de saborear el tono de su voz., que sorprendida, reconocí.
Los dos nos quedamos mirando como del barco, ya solo se veía la luz que iba desapareciendo al encuentro de aquella línea tan oscura… un horizonte sin fin.
“¿De donde vienes?”, le pregunté, sabiendo ya la respuesta y no pudiéndola creer.
“Crucé el océano para estar junto a ti”, me contestó, adentrándose en mí, nuevamente esa divina voz, junto con su mirada de tono celeste que ya formaba parte de mí.
“Te esperaba”, no sé porqué contesté
Sorprendida mi mente de la respuesta… mi corazón no.
Volvió a dibujarse en sus labios, su bonita sonrisa y mirándome, con una mano apartó ese mechón de pelo rebelde que siempre se niega a dejar mi frente en paz.
Recorrió con un dedo mi sien, luego mi mejilla para rozar mi boca que temblaba de emoción.
Hice el mismo recorrido con mis manos en su cara llena de sal. Para que ese gesto me aseguraba que él era realidad.
Me acerqué suavemente, mis ojos en los suyos, dejándolos charlar. Decirse todo aquello que hace tiempo deseaban decirse.
Y nuestros labios se juntaron, nuestras lenguas se unieron, y sintiendo nuestros cuerpos abrazados, se encendieron nuestros sexos, fundiéndose en esa unión tantas veces soñada a través de cartas que cruzaban desde hace tiempo, el océano que él acababa de cruzar.
Me fue echando sobre la arena que nos recibió con su tacto suave y con mucha calidez. Sus gestos eran lentos y suaves, sus caricias me erizaron el vello de todo mi cuerpo, lleno de amor.
Él me miraba admirado, yo también absorta por ese halo de la luna que le envolvía sobre mí.
Se acercó y a mi oído me contó, me susurró tantas cosas que por pudor mi corazón secuestró de mis manos por lo que no las puedo aquí contar.
Yo le contestaba hechizada, reventando de ilusión, acariciando ese pelo rubio que brillaba bajo la luna, y esa espalda ancha que tanto deseé sentir bajo mis manos alguna vez.
Me hizo el amor, le hice el amor… hicimos el amor, uniéndose nuestros gozos que se derramaban en la arena, nunca satisfecha pidiendo más.
Recorrí todo su cuerpo con el mío, con la mirada, con mi boca, con mi lengua, con miles de caricias, sintiendo siempre la premura urgente de su sexo por encontrarse con el mío y no cesar.
Horas que fueron mágicas, horas que parecieron otra eternidad. No hubo respiro para los dos.
El sol se fue haciendo camino, peleándose con la luna, para ocupar de nuevo su lugar. Lo hacía tímidamente pero afianzándose cada vez más con un color rojo que inundaba el cielo y la mar. Celoso de no haber sentido lo que esta noche, mi luna sintió., de no haber sido testigo de tanto amor.
Admiramos esos dos astros que siempre se unían, se atraían, como él y yo. Y a lo lejos identifiqué, esa luz que de nuevo flotaba sobre la mar.
Acercándose poco a poco para llevarse a mi amante de nuevo, cruzando el océano de nuevo para devolverlo a su país.
Nos embriagaba tanto bienestar, que no sufrimos por ver esa luz llegar.
Se fue dibujando más clara, la silueta de la dama, brillando su cabellera cobriza, acentuada por el rojo sol. Pero su cola seguía siendo del tono de su luna…plateada y. ella de los dos astros totalmente abandonados ante esa Diosa de la mar.
Él me abrazó nuevamente, besándome con pasión y diciéndome al oído
“Siempre te dije… ese día llegará”
Lágrimas cayeron de nuestras mejillas
Lágrimas de agradecimiento por ser verdad
Los astros acongojados, seguían con la bella sirena, sin mirarnos más.
Él se fue como vino, nadando como un pez. Rodeado de círculos y gotas brillantes de mi mar. Mi mar mediterráneo que le devolvería a su océano… siempre bravo, como el me narró.
Subió al barco. Deslizándose de nuevo lentamente por su cuerpo … la mar.
La bella sirena, con una bonita sonrisa dibujada en sus labios me miró, y con una mano me saludó largamente y antes de virar, una luz lanzando destellos, me cegó.
Algo brillante colgaba del pecho de esta Diosa… un colgante cuyas formas no pude ver.
Yo sentada de nuevo en la orilla, mis pies acariciados por el agua, estaba hechizada de nuevo viendo esa luz que se alejaba poco a poco de mí, hacia ese horizonte tan lejano donde el océano le esperaba para devolverlo a su lugar.
Sentí el sol quemar mi cuerpo y voces a mi alrededor. Desperté en plena playa llena de gente saboreando el verano, un día más.
No me podía mover. Ya no estaba la luna, ni el cielo teñido de color rojo, pintado por el sol… muchos barcos ondeaban mi mar.
Ya era entrada la mañana y no sabía que hacer… solo podía pensar...
“Fue un sueño, un impresionante sueño”
Pero oí esa divina voz que me decía
“Tú sabes que no lo fue”
Un brillo en la arena, último testigo de nuestro amor. Llamó mi atención.
A mi lado había un colgante sencillo de cuero, y en su centro una escama de plata, una diminuta araña en la punta, hecha de algas de mar.
Recordé a la bella sirena que trajo a mi amante cruzando el océano, para estar junto a mí, y ese último destello que me cegó.
Me fui paseando, brillando en mi cuello esa prueba que afirmaba …
Que noche no soñé
ARACNE 5 de diciembre del 2003