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Conocí a Carmen cuando yo tenía 17 años en una fiesta de instituto. Era una chica del primer curso, con 14 años, morena, bajita todavía y con unos meloncitos bastante desarrollados para su edad. Iba con unas chicas a las que yo conocía y no me fue difícil acercarme a ella y bailar con ella. Entre los dos surgió rápidamente el amor como un flechazo. Bailamos y la acompañé hasta su casa. No me costó darle la mano y despedirme de ella con un beso.
Me obsesioné por ella. Mis amigos no tardaron en notar que estaba enamorado y se metían conmigo, pero a mí no me importaba, así que me hice el encontradizo un día y fuimos juntos al instituto. Le pedí salir el sábado...Y ella ¡Aceptó!¡Qué maravilla! Todo fue sobre ruedas el sábado. En el cine nos dimos el primer beso en la boca. No tardamos en darnos el segundo y el tercero.
Tal vez influído por mis amigos, desee unos días después darme con ella un buen lote, para lo cuál elegí otra fiesta de instituto que celebraba otra clase. Nos sentamos los dos en esa zona oscura donde se sientan todas las parejas. No tardamos en emocionarnos. Ella se dejaba coger el culo, incluso por debajo de la falda y los senos. Todo iba sobre la seda. Pero cuando le fui a meter mano entre las piernas, Carmen se negó en rotundo. Me mosqueé, porque me dejó a dos velas.
Lo intenté muchas veces pero ella era muy reacia. La única solución que veía era llegar a casa y masturbarme. Y así lo hacía.
Un día me invitó a merendar a su casa antes de salir. Allí conocí a su madre, y ¡vaya madre!. Toda la sensualidad que le faltaba a carmen la tenía Dª Carmen, a la que llamaré Mamen, como ella quería que le llamara. Mamen tenía 32 años, era castaña, con el pelo rizado y largo. Un tipazo fenomenal, de cintura estrecha y culo ancho y bien formado. Sus tetas eran de un tamaño que comparándolos con los de su hija eran descomunales, pero muy bien puestos, porque ella era muy deportista, como pude comprobar al recibirnos en un maillot negro de hacer aeróbic que dejaba ver su espléndido cuerpo
No me sorprendió que no hubiera un hombre en la casa, ya que Carmen me había dicho que su madre era madre soltera. Era muy simpática y encantadora, y me sonreía pícaramente. Se abalanzó un poco sobre mí para servirme un café y pude ver su escote infinito.
Quizás por eso, cuando pillé a la hija a solas, me empeñé más que nunca en terminar de cogerle el chocho de una vez y le pedí que ella me cogiera la minga a mí. Se negaba. Al final accedió a cogerme la minga, pero yo no le podía tocar el conejo. Su madre se lo había dicho desde siempre, seguramente debido a su propia experiencia. Al final accedió a masturbarme, para lo que elegimos un callejón que conocía. Como era invierno, me taparía con el abrigo por si las moscas.
Carmen estaba inquieta y debido a su poca experiencia me daba con tal fuerza que era imposible no sentir dolor, así que le pedí que lo dejáramos. Ella se enfadó. Yo también. La acompañé a su casa sin decir una palabra y nos despedimos fríamente.
No pasó nada. Pasé la noche sin dormir, y ella la debió pasar llorando. Por otra parte, me masturbé para quitarme la calentura, pero no pude dejar de pensar en Mamen, la madre, a la hora de hacerlo. Me llamó a primera hora de la mañana, sin duda influida por su madre. Me invitó a que la recogiera por la tarde, y yo accedí por que estaba muy enamorado de ella. Al llegar la tarde, me encontré que Carmen no se había arreglado todavía pues su madre ocupaba el baño. Su madre salió a recibirme con una toalla liada, lo que aprovechó Carmen para ducharse y vestirse.
Mamen empezó a decirme que Carmen le había contado todo. No me lo reprochaba, pero me pedía paciencia. Me advirtió que si yo dejaba embarazada a su hija, me cortaría los huevos. Su hija era aún muy joven, me decía. Yo lo estaba pasando fatal, pero luego me hizo un ofrecimiento que me dejó de piedra... Si quería sexo, podía tenerla a ella, a condición de dejar tranquila a la hija. En esto que terminó de salir la hija del baño y Mamen me dijo en voz baja que me llamaría.
Carmen tenía un horario que la obligaba a quedarse en la clase una hora más que yo algunas días. Mamen me llamó en este horario y me recordó lo "pactado". No tuve más remedio que ir, por que era una ofensa a mi hombría no ir y porque no dejaba de pensar en aquella mujer de 32 años.
Me recibió en una bata. Me pidió que pasara y me sirvió un refresco de cola, con un poco de ron. Se sentó a mi lado y se puso a hablarme. Yo estaba tan tenso que le respondí tartamudeando. Así sentada me enseñaba un muslo exquisito, y le veía hasta el ombligo. De repente, me abrió la bragueta y me desabrochó el cinturón, y me sacó la verga. No tardé en masturbarme escuchando una voz que me arrullaba y unas manos hábiles que me ordeñaban. No me manché la ropa porque tuvo la precaución de protegerla con una servilleta.
Respeté desde ese día a mi novia, tal y como me pedía su madre. Apreciaba en ella a la joven mujer idealista, todo lo contrario de lo que me llevó a ver a su madre a los pocos días. Mamen me recibió con un camisón. Volvió a repetir la operación de la tarde anterior, pero yo estaba más decidido, así que comencé a besarla en la boca mientras ella me sacaba la verga. Su boca era más carnosa que la de su hija, pero su lengua era más experta. me la metió entre mis labios y buscó mi propia lengua.
Le desabroché los botones del camisón y tome sus senos calientes y enormes, y comencé a juguetear con sus pezones, que estaban duros. Me corrí sin quererlo, manchando esta vez la camisa y los pantalones. Me limpió como pudo las manchas, con agua. Fue una situación comprometida, pues Carmen estaba al llegar, pero afortunadamente, el abrigo lo disimulaba todo.
Cuando fui a ver a la madre de Carmen por tercera vez, me aseguró que no volvería a pasar lo del día anterior, y así fue. Volvió a repetir la operación del día anterior, con el mismo camisón. Me empezaba a sentir muy excitado, cuando de repente, baja la cabeza hacia mi ingle y ¡Zas!¡Se la metió en la boca!. Nunca había sentido tanto placer. No pude tocarle las tetas con tanto gusto, pero mis manos empujaban su cabeza de arriba a abajo. Se lo comió todo. La vi incorporarse rápido e ir al baño, seguramente para escupirlo. La seguí y pude ver que no llevaba bragas debajo del camisón. Había una mancha de humedad que me hizo pensar que mi suegra era menos dura de lo que parecía.
Me estuve comiendo el coco toda la semana. Era muy egoísta. Debía darle a ella algún tipo de satisfacción. Por eso, cuando volví a verla a la semana siguiente, me recibió en bata. Yo no me senté en el sofá, sino que me acerqué a ella y comencé a besuquearla, arrancándole la bata de un tirón. Allí estaba ella, desnuda. Con unos pezones de color chocolate del tamaño de un caramelo. Esta vez, llevaba bragas. Me puse a comerle los pezones y planté mi mano entre sus piernas. Tras ceder ella brevemente, tuvimos una lucha por ver quién llevaba la iniciativa. Acabamos sentados yo en el sofá y ella, de rodillas, sobre mí, comiéndome la polla. La estiraba del pelo, como queriendo creer que era yo el que llevaba la iniciativa. No dejaba de frotar mi pierna contra su toto. Me corrí en su boca, y ella se lo tragó todo de nuevo. Se abrazó contra mi cuerpo, y me repetía que era muy malo.
Le impedí que se vistiera y estuve observándola largo tiempo, observando sus senos, sus caderas, sus muslos, sus nalgas que asomaban en sus bragas escotadas. Se acercó a mí, cuando se lo pedí y hundí mi cara entre sus muslos, y pude oler el perfume de su sexo que se mezclaba con el de su ropa.
Yo le contaba a mis amigos lo que pasaba con Mamen como si sucediera con su hija, mi novia. Un chico me enseñó una revista en la que un hombre, antes de meterle la verga le comía el chocho a una mujer, así como Mamen. Mi obsesión fue el comerle el chocho a Mamen, aunque pensaba que al final me daría asco. Cuando le llamé por teléfono en la víspera de nuestra cita no me anduve por contemplaciones y le dije directamente que quería comerle el coño. Me pidió entonces que me afeitara. Piénsese que con mis diecisiete años, más que bigote tenía pelusa.
Cuando llegué, Mamen estaba haciendo deporte. Estaba un poco sudada. Tenía un pantaloncito que dejaba asomar sus muslos y una camiseta muy ceñida. Me besó en la boca, como había empezado a hacer cuando iba allí y no estaba su hija. Sin muchos miramientos me dijo que me quitara los pantalones y la ropa. Me quedé en calzoncillos, camiseta y calcetines. Me miró de reojo, y con cierto sarcasmo, y comenzó a desnudarse. Se quitó la camiseta y quedaron al descubierto sus melones sudorosos. Luego se bajó los pantalones y las bragas. Tenía una mata enorme de pelo. Vino al salón y se sentó en el sofá. Me acerqué a ella y me puse de rodillas, a comerle las tetas. Su cuerpo estaba pringoso y olía un poco a sudor. No me importaba. tenía ganas de esa mujer.
No sabía cómo comerle el toto a Mamen, pero ella, intuyéndolo se abrió de piernas. colocando sus pies sobre mis hombros. Ante mí se abría todo el sexo, cubierto de bosque, y en medio, una raya despejada como una pista de aterrizaje en plena selva. Lamí aquella grieta a la par que saboreaba su olor perfumado. Mamen me enseñó dónde tenía que chupetear para conseguir que su sexo se humedeciera, pues contenía su clítoris entre sus dedos mientras me empujaba suavemente la cabeza contra él.
Por primera vez vi a Mamen excitarse y perder el control, y sobre todo, al comprobar en mi expresión contrariada que me había corrido. Mamen comenzó a moverse rítmicamente mientras me cautivaba la cabeza que restregaba contra su grieta mientras me repetía" amor, amor, amor".
Por vez primera oí canturrear a la madre de mi novia, mientras se componía y me intentaba lavar los calzoncillos. Me acerqué a Mamen, que estaba con sólo las bragas puestas. Yo me había empalmado con sólo verla y le exigí, más que pedirle, que me la comiera otra vez. Me tumbé en el suelo y esperaba que ella se echara sobre mí, empezando por los pies, pero me equivoqué. Venía a gatas desde mi cabeza. Pasó su cara, luego sus tetas melonudas y por último plantó su vientre delante mía. Luego se agachó contra mí y comencé a sentir cómo me trasteaba la picha, mientras comencé a percibir de nuevo el perfumado olor de su sexo. Esta vez se tragó el poco semen con que pude recompensarle.
Nos descuidamos un poco y llegó Carmen mientras nos vestíamos. Yo me vestí rápidamente en el lavabo, mientras su madre se componía rápidamente con una bata. Carmen no sospechó nada. Su madre le hizo creer que me había invitado a comer ese día, porque sí.
Pero ese día fue especial porque descubrí el orgasmo femenino. Descubrí que podía conseguir que una mujer de 32 años como Mamen se convulsionara de placer. Desde ese día ya no fue nada igual.
Llegaba y me sentaba en el sillón, mientras Mamen venía de rodillas a comerme la verga. Yo entonces le agarraba los melones, y le acariciaba con fuerza, y le pellizcaba tiernamente los pezones. Luego ella se tumbaba, y yo le comía el chocho, pero no tardé en penetrarla con los dedos. Entonces ya estaba tan excitado que volvía a correrme. La alfombra se llenó pronto de manchas más bien sospechosas.
Les conté todo esto a mis amigos, haciéndoles creer que era Carmen la que se corría, y mis amigos me tachaban de poco hombre, porque decían que lo que tenía que hacer era cogerla de una vez,"A ver si te la follas de una vez" no paraban de repetirme. Yo les decía que no lo haría hasta que ella no cumpliera la mayoría de edad. Cesaron en sus burlas, pero bien sabía yo que esa excusa de la mayoría de edad no me servía para la madre.
Un día fui a la casa y cuando comenzaba el ritual de la mamada, la cogí del cuello y la tiré con suavidad contra la alfombra. Entonces hice por ponerme encima de ella. Ella lo rehusó. Después de un leve forcejeo que no fue más allá, me achacó que sin preservativos, nada. Así que me tuve que conformar con la mamada. Pero para vengarse, al final de la mamada, me pegó un bocadito que yo pensaba que me había capado.
No tardé en ir a una farmacia a comprar los preservativos. Me puse de todos los colores ante aquella chica que despachaba, pero podía más el deseo de comportarme como un hombre que la vergüenza. Cuando los compré, me asaltó la idea de sorprender a Mamen, así que por primera vez en mi vida hice novillos, y me dirigí aquella mañana a la casa de mi novia, que estaría en el colegio. Llamé a la puerta dos veces y me recibió Mamen totalmente somnolienta. Se sorprendió de verme allí.
Confieso que por un momento me puse celoso con sólo pensar que la podía descubrir con algún hombre que hubiera conocido, lo cual como luego comprobé sobre la marcha era falso, pero a pesar de ello, fingí celos mientras ella me aseguraba que no se había acostado con ningún hombre en semanas. Llevaba puesto el camisón con el que tantas veces me había recibido, debajo del que había unas bragas sólamente. No sé que me pasó que me transformé.
La llamé puta, mientras de un tirón le desgarraba el camisón. Esta actitud mía le asustó al principio, pero entonces descubrí una sonrisa y una mirada entre perdida que sólo demostraba satisfacción. Le agarré de la cintura y la tomé contra mi boca. Ella oponía una tibia resistencia. Mis labios le mordieron el pezón con una falta de respeto que me sorprendía hasta mí. Ella me repetía "No, corazón, no, no...".
Su camisón desgarrado cayó por su propio peso, y le ordené "Quítate las bragas. zorra, Hoy vas a follar conmigo de una vez". Mamen se quitó las bragas. Entonces yo me quité la ropa mientras Mamen me miraba temerosa, y saqué la caja de preservativos, todavía con el papel del envoltorio de la farmacia. Mamen se rió. Yo me puse colorado, pero ella para no cortarme se calló rápidamente.
Me fui a colocar el preservativo, pero me lo iba a poner al revés. Mamen intervino para hacerme ver que me lo estaba poniendo mal. Se ofreció a ponérmelo ella misma. Con sólo el tacto de sus dedos delgados, y oler la proximidad de su cuerpo me corrí.
Me pesó como nunca mi eyaculación precoz. Mamen, siempre comprensiva, me calmó y me preparó un desayuno. Luego, ella se duchó, mientras yo reflexionaba sobre mi problema. De repente la oí cantar y sólo con imaginármela me empalmé. Me asomé al baño, y allí estaba bajo el chorro de la ducha. No dudé en esperar a que saliera y cuando salía con la toalla alrededor del cuerpo, volví a atacarle con la misma violencia que antes, pero sin gastar esfuerzos en palabras.
La desnudé al quitarle la toalla. La llevé a su dormitorio y la empujé contra la cama. Su pelo húmedo se extendía entre las sábanas. Su cuerpo rezumaba el olor del jabón recién frotado. Esta vez me puse yo mismo el preservativo. Me esperaba con las piernas abiertas. Mi pelvis empujó venciendo las sucesivas estrecheces. Como me había corrido antes, esta vez tuve que trabajar de lo lindo entre las piernas de la mujer para conseguir correrme, mientras ella, con sus piernas enlazadas detrás de mí, aguantaba las embestidas, y las recibía valientemente. Nos corrimos y quedamos así, el uno encima del otro.
Ese día, Mamen comenzó a tratarme como a un hijo, incapaz de negarme cualquier capricho. Yo por mi parte, respeté mi parte del pacto, respetando a Carmen hasta los dieciocho años. La verdad es que, entre la madre y la hija, me quedo con la madre.
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