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Categoría: Maduras

La madrastra (3)

Hoy es noche de sábado.  Día de salir a cenar y a ver algún espectáculo,  de tantos que ofrece la noche de Madrid.



El matrimonio se prepara.   Él ha terminado ya de vestirse de forma adecuada, sobrio, con su traje oscuro.   Ella continúa arreglándose en su cuarto de baño, más lenta, cosa habitual como mujer.



El marido golpea la puerta del baño.



-          Carla…  Te falta mucho?



-          Un rato, querido…  Oye… Mientras acabo por qué no bajas a casa de Manuel,  lo visitas que hace tiempo que no le ves y luego paso a buscarte y ya me despido de la niña.



-          De acuerdo… Te espero allí.



Manuel es un vecino y tienen una buena relación ambos matrimonios.  Está convaleciente de una reciente operación y pasan de vez en cuando a verle. Hoy,   la niña, que es íntima amiga de la hija de  ese matrimonio, pasa allí la tarde con ella  y posiblemente incluso se quede a dormir, aprovechando que sus padres vendrán tarde.



El marido se despide también del hijo, que está como casi siempre en su habitación.



-          Hasta luego, hijo.. Ya sabes que vendremos algo tarde.  Procura cenar pronto.



-          No te preocupes, papá…



Sale el padre, cerrando la puerta.  La madura está terminando su aseo. Se ha duchado ya a media tarde, pero le apetece ponerse más fresquita aún.  Así que llena con agua templada el bidé,  echa el gel íntimo que tanto le gusta, y se sienta a remojarse el “chichi”.   El contacto del agua tibia lo agradece y parece que despierta. Ella para sí misma se dirige a su sexo, como si pudiera entenderla.



-          Qué es lo que te pasa últimamente?.  Estás todo el día rebelde… Pareces el coño de una quinceña salida…



Y es cierto, ella nunca lo hubiera adivinado hace años.  Siempre pensó que su vida íntima era satisfactoria y sobre todo cuando la comparaba con alguna de sus amigas casadas, que se quejaban de la ausencia de relaciones o incluso que eran frígidas. Ella al menos sentía el orgasmo con su marido.  Pero ahora, comparando la nueva situación,  se da cuenta de la diferencia. La tremenda diferencia con esas relaciones, rutinarias, propias de fin de semana. Acostarse desnuda, si el marido hacía alguna petición, abrirse mecánicamente, la penetración algo desagradable al principio, dada la ausencia de lubricación.  El mete y saca sin otra variación y el orgasmo, tras concentrarse un poco. Luego la corrida del marido (al menos era galante y esperaba siempre que ella lo sintiera).



Pero que diferencia en las relaciones con el hijo adoptivo…¡.   Ella educada en valores conservadores, nunca se había insinuado. Ahora lo hace descaradamente, desea el sexo casi continuamente, como si quisiera apurar lo que queda de su juventud.  Los orgasmos múltiples, fuertes, extenuantes.   El mojarse tan fácilmente, el sentirse tremendamente abierta, la penetración inmediata y gratificante. Hacer el amor en el salón, en el pasillo, en el coche, es un mundo fantástico. Se siente orgullosa, le gustaría incluso proclamarlo entre las amigas.



Ahora se seca cuidadosamente el sexo.   Acaba de maquillarse y solo cubierta con la bata de baño, acude a su dormitorio a vestirse.  El sexo sigue húmedo, y ella no entiende bien por qué. Pero se deja llevar por esa dulce sensación.  Es como un presentimiento, de que puede ocurrir algo.



Deja abierta la puerta de la habitación, de par en par.  De la mesilla de noche va sacando las prendas íntimas, las mejores, las adecuadas para una noche de fiesta.  Las medias negras de blonda, que tanto encienden a su niño. La braguita negra, de encaje, alta, estrecha, que deja libre sus caderas de hembra madura. El sujetador, de media copa, que realza su pecho, y permite el escote de su traje.



Va colocando las prendas sobre la cama.  Ahora se quita la bata, quedando en absoluta desnudez.   La madura es inteligente, sabe bien que su chico aprovechará este momento, en que su padre y su hermana están ausentes.  No todos los días hay oportunidad y los 18 años del joven arden tanto como los 47de la madre adoptiva.



Su sentido no falla. Está colocada de espaldas a la puerta, frente a la cama.  El dormitorio tiene amplios espejos y enseguida capta por uno de ellos la silueta del joven, de pie, apoyado en el marco de la puerta. No ha dicho nada, solo observa.



Ella vuelve un poco la cabeza, con naturalidad, con media sonrisa, con cariño inmenso.



-          Hola, cielo..



-          Hola, mamá...



-          Vas a salir también, cariño?



-          No, me quedaré aquí esta noche.  Estoy a gusto. 



La madre adoptiva se sienta ahora, para irse poniendo las prendas. Con una palmadita sobre la cama, invita al chico a acercarse.



-          Ven, mi amor, siéntate a mi lado, mientras me visto.



El obedece.  Lleva ya puesto el pijama y se sienta a su lado, observándola, recorriendo su cuerpo con la mirada, siempre extasiado.  La piel de la madura está tersa, bien cuidada,  los muslos brillantes por una buena crema hidratante.  Es bella, ella lo sabe, y él la disfruta mirando.



Lentamente comienza a vestirse, primero las medias.  Despacio las va subiendo muslo arriba, estirándolas con las manos sobre la piel, acomodándolas bien.  Luego estira las piernas, las sube, se las mira, para comprobar que están bien puestas.



-          Como me encuentras, mi vida?



-          Preciosa, como siempre, mamá…Bueno, hoy mejor que otros días.



En estas situaciones tan delicadamente íntimas,  se establece entre ellos una conexión especial, sumamente dulce.  Ella mira de reojo el pantalón del pijama.  Le gusta mucho  ver el efecto que su sensualidad causa en el hijo, le maravilla ver como crece el bulto de su miembro y el hecho de saber que es en honor suyo, la enternece totalmente.



-          Dime, hijo, le has dicho a alguien lo nuestro?.



-          No, mamá, por favor, como quieres que hiciese eso?



-          Bueno,  a todos los hombres les gusta presumir de sus conquistas.  Ni siquiera a Hugo?



Hugo es el gran amigo de la infancia de su hijo, desde muy niños. Estudian juntos, salen juntos, más que hermanos. Hugo es también tímido como su hijo, por eso se complementan bien.



-          Tampoco a Hugo, mamá.



-          Pero te gustaría decírselo?



-          Creo que sí, me gustaría.



-          Bueno,  es normal.  De momento no digas nada a nadie. Más adelante yo te diré si es aconsejable que lo sepa tu amigo.  ¿Te gusta como me quedan las medias?.



Sin esperar respuesta ella se pone los zapatos de alto tacón.  Y se pasea por la habitación delante del hijo, las manos en las caderas, presumiendo.  Desnudísima,  solo enfundada en sus medias de blonda.  Exquisita.  La mejor actriz no lo haría mejor.  El tacón alto resalta los muslos y los glúteos, aún bien firmes.  Los pechos grandes, algo caídos por su peso, de aureolas enormes. El pubis es delicioso, carnoso, bien depilado, abultadito.  Ella se da la vuelta, se exhibe, por delante, por detrás.  Sonrisa de mujer fatal. Y la erección del joven ha alcanzado su punto máximo, y es visible como el poste de una tienda bajo la lona.



El se incorpora un poco y agarra a la madre por una mano, obligándola a sentarse en el borde de la cama. Luego la empuja despacio hacia atrás para que quede echada, los pies siguen en el suelo.  Se acurruca junto a ella, y acaricia sus senos, los ojos encendidos ya de deseo.



-          ¿Quieres hacérmelo, hijo?.



-          Claro que sí, mamá…



-          Está bien,  tenemos un ratito hasta que baje a buscar a tu padre.  Pero tienes que prometerme que no lo sentirás dentro, estoy ya lavada, no quiero ir con la braguita manchada de tu semen, me siento incómoda.  Podrás hacerlo?.



-          Sí, sí,  me aguantaré bien, mamá, no te preocupes.



El se incorpora y se coloca de pie, entre los muslos de ella, que no ha variado en su posición.  Agarra las piernas de la madura y las sube totalmente, haciéndoselas doblar al máximo.  El chico se apoya con sus brazos estirados en la cama,  pero abrazando con ellos las piernas de ella por debajo sus rodillas.  Queda la hembra indefensa para la posesión, tremendamente abierta y expuesta.  El trasero y el sexo en el mismo borde de la cama.   Él se ha bajado antes el pantalón del pijama, no hace falta desnudarse más, hay que andar con algo de prisa.



En esa postura,  la penetra de un golpe, sin problemas.  Hasta el fondo. La vulva de la madre es un charco,  donde se pierde deliciosamente el miembro enorme.   Nada más meterla, ella gime, un poco de dolor..



-          Ayyyy, oohhhhh, no, no, tanto no, toda no… Algún día me la vas a sacar por la boca. Déjame sacar las piernas, espera, me golpeas en el útero y me molesta.



El chico libera las piernas de la madurita que tenía aprisionadas con sus brazos. Ahora ella puede bajarlas un poco, para evitar esa penetración tan profunda. Lo que hace es rodear con ellas la cintura del hijo.



        -  Ahora mejor, mejor.. Síiiiiii, que delicia, cariño mío.  Nunca lo habíamos hecho de esta forma, me encanta. Sigue, aprieta sin miedo,  mamá te recibe bien.  Es toda tuya. Aprieta, más, más…



El tiempo es escaso y ella quiero sentirlo. No puede arriesgarse demasiado. El marido está en la vivienda de los amigos, en el mismo edificio.



-          Que goce, mi niño…Un poquito más…  Te estás aguantando, puedes aguantar?



-          Sí, mamá, tranquila.



-          Luego te lo hago con la mano, para que te quedes a gusto.  Siento que no me lo puedas echar ahora dentro.



Es el gesto, es la conversación, es la postura, es todo… Pero han pasado solo unos cinco o seis minutos y la madre explota en uno de sus terribles orgasmos.  Se tapa la mano con la boca, para evitar que se oigan sus alaridos de putona, que podrían ser oídos en las viviendas contiguas.  Con la boca incluso tapada, el gemido ronco, ahogado,  es largo, prolongado, el orgasmo parece que no termina. En todo ese rato, su amante se la tiene profundamente metida y se apoya con los pies en el suelo, sin moverse, apretando fuertemente,  comprimiendo con su pubis los carnosos labios íntimos de la madre.



-          Ooohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, oohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…..



Va dejando resbalar lentamente las piernas, desde la cintura del joven, hasta apoyar los pies otra vez en el suelo. Los brazos estirados en cruz, sobre la cama, la boca abierta, el pecho sube y baja rápido con la respiración agitada. Los ojos entornados, vuelven poco a poco en sí.



El chico se retira del cuerpo de la madre, con el miembro enhiesto, como lanza al ataque.  Ella se incorpora un poco,  y se lo agarra con cariño.



-          Has aguantado, eh.. gracias, mi cielo.  Ahora te toca a ti.



Ella se levanta y le hace sentarse a él en el borde de la cama y luego recostarse, tal como estaba ella.  Se pone de rodillas en el suelo, delante de su niño.



-          Ahora mamá, te va a aliviar esta tensión muscular.  Algún día te revienta una vena, hijo, es tremendo, parece cemento este pollón tuyo.



De rodillas frente a él, va masajeando despacito el miembro.  Agarra con una mano los testículos, los amasa despacito. La otra mano resbala sobre el tronco duro.  Pero hoy es algo diferente la postura, esta con su cara muy cerca de la entrepierna del joven.



Empieza a meditarlo.  Esa hembra, de buena familia, con esa educación a la antigua, jamás le hizo el sexo oral al marido, ni tampoco él se lo pidió.  



-          Y si me atreviera?..-dice para sí misma- . Alguna vez tendrá que ser… Mi niño se lo merece todo.



Arrima ahora la boca.  Está dudosa, son esos tabús tan difíciles de superar.  Al fin se anima.  Saca la lengua tímidamente,  solo un poco,  temerosa también de no hacerlo bien.  Recorre el miembro desde su base hasta arriba, lamiendo con la punta, levemente.  El hijo nota que algo distinto sucede.  Se incorpora un poco.



-          Mamá… que haces?



Ella le pone la mano en el pecho y le hace echarse nuevo.



-          Déjate hacer, cariño. No digas, nada, nada… Me lo pondrías peor. Déjame sola, a mi aire.



Sube y baja la lengua, ahora ya casi entera fuera.  La mano, en los testículos hinchados.  La otra mano sujeta el pollón solo con dos dedos por la base, quedando todo el fuste libre, para su boca. Sigue lamiendo.  Ahora es el hijo el que gime. Ahora vuelve a hablarse ella para sí misma:



-          Vamos, Carla,  ahora es momento..



Abre la boca y entra la cabeza entera.  No se mueve en unos segundos,  como expectante, como sorprendida de si misma.  Está tomando contacto íntimo con el sabor, el de su hijo, y el de su propio coño, que ha empapado todo el falo. Toma contacto con la suavidad de la piel del glande.



Pasado el primer apuro,  sigue metiéndose más. Hasta la mitad, no le cabe más.  Ahora la lengua juega con la carne durísima.  Succiona.  Los gemidos del joven aumentan,  todo terminará pronto.



Chupa algo más.  Le gusta.  No siente aversión alguna, sino un profundo amor.   El sexo completo por fin, que en el fondo siempre había deseado.



El chico de forma instintiva  levanta el pubis,  para clavarla más en su boca.  Pero no cabe mucho más, aunque la madre hace todo lo que puede y aguanta medio ahogada.



      -  Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa……………………….Mamáaaaaaaaaaaaaaa…



El gemido de la eyaculación.  La madrastra lo conoce muy bien.  Y no se equivoca nunca. Ahora siente el chorro que otras veces ha visto volar por el aire, pero esta vez en el fondo de su garganta.  No siente asco y sabe que su niño siempre suelta dos o tres sacudidas, antes de terminar. Aunque no ha practicado nunca el sexo oral, sabe bien que ahora no debe apartarse, quedaría al chico a medias. Así que con todo el esperma en el fondo de su garganta, sigue chupando.   El gemido de su niño cesa, ha terminado y se relaja.



      - Y ahora, que hago?   - vuelve a decirse para si misma, la madura-.



Tiene la boca llena. Pero no ha sentido repugnancia alguna. Por tanto,  sin pensarlo una vez más, de un solo golpe, traga todo.



-          Ufffffffffffffffff, cielo mío, que rico..¡¡



El chico sigue tumbado, como si se hubiera desmayado.



Ella ahora retira la boca y aprieta el miembro desde la base hasta la punta, para vaciar bien el conducto. Quedaba dentro una buena cantidad, que la madre lame y traga de nuevo,  quedando la dura estaca limpísima.



      -  Qué te ha parecido, hijo… Era mi primera vez, quizás he estado un poco torpe…



Lo dice con cierta sorna, pues la verdad es que está satisfecha y sabe que le ha salido todo muy bien.



El niño apenas puede hablar.  Sonríe con ternura a la madre, llevando sus manos a las mejillas de ella.  Deposita un tierno beso en su boca.



-          Que feliz me haces, madre.  Anda,  vístete,  que mi padre te está esperando…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 5
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