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La Locutora.

La puerta se abrió de repente y Purita, la chacha de la pensión, se quedó inmóvil en el umbral mirándome de arriba abajo. Me quedé tan sorprendido como si hubiera entrado un extraterrestre.

-- Ay, perdone, señorito, no sabía que estaba desnudo - exclamó mirando mi congestión. El cabo exclamó -- ¡Jesús que cosa más grande!

Y seguía tan fresca, mirándome la erección, mirándome a mí, sin moverse, con una mano en el picaporte y una pierna delante de la otra.

-- Bueno, acabo de llegar y como no encontré a nadie en casa... – contesté, pero sin decirle que una compañera de Facultad me había puesto en aquel estado.

-- Claro, no lo esperábamos hasta después del quince ¿no sabe?

Como yo no me movía ni ella parecía encontrarse incómoda, se me ocurrió decirle:

-- Si quieres pasar... - invité, pensando, si pasas ya sabes para qué.
-- Pero ¿y si se entera la señora?
-- Yo no se lo voy a decir ¿y tú?
-- Yo menos, ya puede tenerlo por seguro.
-- Pues pasa mujer, y desnúdate, hace mucho calor.

Cerró la puerta, y antes de darme cuenta estaba delante de mí en pelota picada, mirándome a la cara, mirando la erección, volviendo a mirarme. Seguro que piensa - me dije regocijado - que va a tirarse a Tom Berenger.

Tenía unas tetas en forma de pera, puntiagudas, derechas y firmes como correspondían a su edad. Las caderas ampulosas bien marcadas, el pubis negro y abundantemente rizado, abultado y cachondo, las nalgas prominentes y macizas y la cintura ancha, de campesina pero, en conjunto tenía un cuerpo apetitoso.

Alargué la mano y me la cogió enseguida esperando que yo tomara de una vez la iniciativa.

-- Vamos a echar un polvito ¿sí, guapa?
-- Si, pero tenga cuidado, no me deje embarazada.
-- No te preocupes, nena, me pondré un condón. Además, puedes echarle la culpa a tu novio.
-- Si, es verdad, pero mejor el condón ¿no sabe?¬

Esta chica - pensé divertido - le gusta follar más que comer con los dedos y no tiene el menor reparo en demostrarlo. Así debe ser, sin complejos.

Se dejó tumbar en la cama, acomodándose ella misma con los muslos bien separados. Me encajé en ellos, le abrí los abultados labios de la vulva y presioné la verga a la entrada de su vagina enterrando, no sin dificultad, la congestionada cabeza.

--¿Y luego, no se pone el condón, señorito? - preguntó agarrándome por las caderas.
-- Al final, guapita - respondí, aplastándole las tetas de cabra con el pecho.
-- Usted también es muy guapito, pero no se descuide - comentó con su gracioso acento gallego - caray que grande es... uf.. y que gordo... caramba...

Y era cierto que me costaba trabajo penetrarla, seguramente está demasiado seca - pensé ¬deteniéndome.

--¿Te hago daño? -le pregunté lamiendo una de sus puntiagudos pezones.
-- ¡Qué va! Ni gota.
-- Esta no es la primera vez ¿verdad?
--¡Claro que no! Pero una tan grande no me la habían metido nunca. Uf…mi madre...
que grande es... señorito no se olvide de ponerse el condón... yo me corro muy pronto... Uy, Ay, que gusto... póngase el condón señorito... uy... uuuy... uuuuy... aaaay... uuuuy

Estuve por decirle, no grites tanto, coño, te van a oír en la Catedral.

Cuando acabé de penetrarla ya se había corrido por lo menos tres veces. ¡Joder! , pensé, esto es una locomotora. ¡Joder, Joder, Joder! Al empezar a bombearla, en pocos segundos comenzaron de nuevo los uys y los ays en un crescendo que me obligó a taparle la boca con la mano.

Sentía sobre la verga la lluvia de sus emisiones y tuve que retirarme deprisa o la inundo sin remedio.

--¿Qué pasa, señorito? - preguntó abriendo los ojos.
-- Tengo que ponerme el condón, Purita.
-- Ah, bueno - y se quedó mirando curiosa como lo sacaba de la mesilla, rompía el estuche y comenzaba a ponérmelo

- Se va a romper - comentó de nuevo - mejor póngase dos por si acaso.
-- Quizá tengas razón - respondí, pensando, vete a saber con quien ha follado esta.

De nuevo se lo metí hasta la cepa y de nuevo se corrió antes de que comenzara a bombearla. Los uuys y los ays, se sucedían a cada embestida y hasta con dos condones notaba como sus jugos golpeaban como una fuente intermitente.

Acostumbrado a follar sin parapetos, teniendo dos y una tía que no paraba de hablar ni un segundo, tenía la impresión de que dentro de dos meses aún estaría intentando eyacular.

Cerca de una hora me costó el orgasmo, más que nada porque Purita charlaba por los codos y sólo detenía su charla para lanzar uys y ays a destajo. Calculé que habría disfrutado unas quince veces mientras yo sólo una.

Hubiera podido parar su charla besándola, pero o se acababa de tomar una perola de sopa de ajo o se había comido los ajos crudos, por eso preferí hundir la cara en su hombro, agarrarla por las duras y potentes nalgas con las dos manos y lamerle de cuando en cuando una de sus caprinas y firmes tetas.

Durante aquellos cuarenta o cincuenta minutos de cotorreo ininterrumpido me enteré de que tenía los mismitos años que el señorito (uuy... aayy) que su novio no la tenía tan grande como la del señorito ( uuuy...aaay), que va, ni la mitad, (uuuy... aaay) y que por eso el señorito la hacia correrse tantas veces seguidas (uuuy... aaaay), que el señorito le gustaba más que el actor de cine Ton Berenguer (uuuuy... aaaay), que había visto pasar al señorito con el coche cerca de su casa (uuuy... aaay), que se acercó a ver si el señorito necesitaba algo (uuuy... aaay), que no sabía nada del accidente del señorito Enrique (uuuy... aaaay), que cuando el señorito acabara de correrse (uyyyy, ayyyy), ella iría al Hospital Universitario a visitarlo (uuuy... aaaay… aaaay).

Una letanía inacabable de señoriítos, uys y ays que me volvían loco, me hacían reír y me impedían concentrarme en lo que estaba haciendo. Cuando acabé y me levanté, la colcha parecía haber salido del fondo del mar, sólo faltaba escurrida.

Joder con la Purita ¬pensé - menudo caño tiene en el coño.

Vi que retiraba la colcha, informándome de que tenía que cambiarla y me fui a la ducha. A los cinco minutos entró en el baño mientras me duchaba:

--¿Qué pasa, Purita? - pregunté sin dejar de enjabonarme.
--¿Quiere algo más, el señorito? - respondió, utilizando la típica costumbre gallega de responder con una pregunta a otra pregunta.
-- No, Purita, no necesito nada más, gracias.
--¿Por la tarde tampoco? - volvió a preguntar, con mirada insinuante sobre mi verga.
-- Tampoco, gracias, Purita.
-- Bueno, pues entonces me voy, antes de que venga la señora.
-- Si, será lo mejor, adiós.
-- Hasta mañana, señorito - respondió sin moverse - ¿A qué hora quiere que venga mañana? - volvió a preguntar.
-- Mañana no estaré, Purita, me voy de viaje - respondí, esperando que comprendiera de una vez.
-- Bueno, pues hasta luego, señorito.
-- Adiós, Purita.

Cuando se fue me dije que, la próxima vez, me la follaría sin condón. No estaba dispuesto a hacer una hora de flexiones. Ni siquiera los marines USA hacen tantas.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16117
  • Fecha: 05-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.11
  • Votos: 74
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2252
  • Valoración:
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