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Categoría: Varios

La juez y el delincuente.

Pasan ya dieciséis años, del día que tuve mi primer problema con la justicia. Realmente no soy un delincuente común, soy un delincuente del amor, y lo explico: Tampoco me dedico a ir por ahí robando corazones o vendiendo pasiones, por no decir polvos o todo lo que ello conlleva. Pero en el fondo me gusta esa expresión, tengo que reconocerlo hoy desde mi posición, genera algo de morbo.
La historia es sencilla y le habrá ocurrido a más gente, no lo dudo, pero a mi me cambió la vida.
Tuve mi primer problema cuando estuve envuelto en el robo de un coche. Un par de colegas robaron el coche, me dijeron que era prestado, y nos fuimos de juerga a otra ciudad, donde no éramos famosillos, que sin dudas allí lo fuimos, y por culpa de la fatalidad nos vimos involucrados en un pequeño accidente, no hubo daños personales, tan solo de los coches, y claro fuimos arrestados inmediatamente. Hubo juicio, tuvimos la atenuante de no ser culpables de provocar el incidente, solo debimos pagar por el robo del automóvil, por cierto un escarabajo.
Mas tarde supe que es normal presentar por requerimiento judicial un informe de conducta de los delincuente, o presuntos. Bueno aquello pudo quedar como una anécdota más en la vida de cualquier joven gamberro, pero el destino es incomprensible e igualmente una caja de sorpresas, ¡ que os voy a decir que no sepáis! A los pocos días recibo una nueva citación. Lo consulté con mis colegas y ellos no estaban citados. Antes de comunicárselo a mis padres me acerqué al juzgado a preguntar el motivo y uno de los secretarios me invitó a esperar. Al cabo de media hora me acompañó a una sala, era la oficina privada de la juez que llevo el caso.
Me dijo que no me preocupara, que lo del coche había concluido, que solo me citaba para hablar de mí, que había leído mi informe y entendía que todavía estaba a tiempo de encauzar mi vida y que ella me podía ayudar, si yo estaba realmente dispuesto. Le dije que si, y le pregunté que qué iba a querer a cambio. Se quedó sorprendida con la “directa”, por que realmente era su segunda intención. Me dijo que le podría ayudar a ponerse apunto y recuperar el tiempo perdido en esto del amor. Me dijo que su instinto le decía que yo era un catedrático y ella una analfabeta. Le dije que de acuerdo. Me dio un papel con una dirección y hora, que fuera bien vestido. Durante la conversación notó como mi miembro viril aumentaba tremendamente, y se percató de cómo me vi obligado a colocarme la verga, pues con los vaqueros ajustados me molestaba en la posición que decidió crecer. Yo me ruboricé y ella también, así como la boca se le hacía aguas, entonces insistió en que no faltara.
Por supuesto no falté y tampoco falto ahora cada vez que me llama. Gracias a ella estudié y soy lo que soy ahora. Ella aprendió las artes de amar y ¡de qué manera!
Aquel primer encuentro fue fabuloso, una tía buena, casi virgen, en el mejor momento de su vida, treinta y cinco primaveras, bien cultivadas. Hubo pocos preámbulos, realmente pocos. Hasta el momento yo solo había tenido relaciones con mujeres expertas, ahora era yo el maestro. Me dijo que le fascinaba mi perilla, que estaba bien crecida, oscura y fuerte. Lo primero que hizo fue clavar las unas en ella y arañarme, en ese momento tuve que desabrocharme el pantalón, por que la polla no cabía. Comenzó a morderme la perilla y me quito la camisa, le sorprendió el vello duro del pecho y sobretodo la carrera que formaba hacía el ombligo, para continuar con le otro de más abajo. Le quité suavemente la bata y aparecieron sus buenos melones, terminados en esos pezones oscuros, que miraban al cielo. En ese momento se apretaron y endurecieron, no pude resistir comerlos, realmente deliciosos; por su parte ella seguía arañando el vello del vientre y tímidamente avanzaba más abajo. Le invité a bajarme el pantalón y apenas se atrevía a mirar, jamás había visto una verga tan de cerca y con esa fuerza, las venas reventaban. Puse suavemente una mano en la vagina, aun con las bragas puestas, y se estremeció como una perra caliente. Me dijo que hiciera lo que quisiera... le llevé sus manos a la verga y la acariciaba como algo divino, sentía el olor característico y se doblaba de gusto. Me preguntó que como se chupaba, le dije que se dejara guiar por el instinto. Tengo que reconocer que como aquella mamada, dudo que alguien vuelva a hacerme sentir algo igual. No consentí eyacular en su baca, lo hice en sus pechos. Dijo que esos golpes o impactos le quemaban... luego continuó arañándome el vello de todo el cuerpo y yo me estremecía de gusto. Estuvo acariciándome durante dos horas. No llegué a penetrarla aquella vez, pues no teníamos condones.
Me convenció para que me matriculase en derecho, lo hice y muy bien.
Otro día os contaré resumidamente como se desarrollan nuestras vidas.
Datos del Relato
  • Autor: Cañete
  • Código: 7937
  • Fecha: 24-03-2004
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.31
  • Votos: 26
  • Envios: 5
  • Lecturas: 4083
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