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La Jaula

1

La habitación se ahogaba en el silencio cuando Cleopatra caminó sobre las sábanas con su usual arrogancia. Bajó de la cama de un pequeño salto y se acurrucó ronroneando junto a una mano que le acarició el lomo.

La mujer encendió un cigarrillo al sentir alejarse al animal. Sentada en un sillón, con la luna iluminando su cuerpo desnudo, no podía apartar la mirada de su última pintura. Un blanco y suave cuello era siempre el prólogo y el epílogo de sus desvelos. Su motivo inasible.

Todo había ocurrido seis meses atrás. Dijo llamarse Sarah y no tenía familia ni un hogar para quedarse. Fue la tercera en responder al aviso esa fría mañana de Noviembre. Jessica estuvo en desacuerdo con el salario mientras que la segunda, cuyo nombre no recordaba, simplemente no cubría con los requisitos que deseaba.

Ser demasiado específica hubiera resultado probablemente en una solicitud sin respuesta. Tal vez risible para algunos. Ser escueta era una posición igualmente inútil. Necesitaba de las palabras adecuadas. Una vez halladas, sólo le restaba esperar. No contaba con los recursos necesarios para contratar a una modelo profesional y, además, necesitaba de algo fresco, natural. Necesitaba… Ese era su impulso: el deseo, el ansia de poseer.

Sarah era su descubrimiento y pronto se vio ella envuelta por lo fársico, lo raro, lo estruendoso, lo improvisado y por cuanto adjetivo que describiese la vida de su benefactora. Michelle, por su parte, era una pintora de mediano talento que junto a un pequeño grupo de amigos fundó La Jaula, un círculo de creadores tachados de mediocres por los críticos y artistas reconocidos de la ciudad. En cuanto al significado del nombre, era algo que continuamente despertaba la curiosidad en la joven y las carcajadas en los integrantes de la ecléctica agrupación. Sarah sabía por las pobres explicaciones de algunos de los miembros, que dicho título provenía de de una cómica y escatológica aventura entre José Ángel y Jean Luc acaecida durante un invierno que estos pasaron juntos en Canadá. El resto eran simples suposiciones.

Fundada por Jean Luc, José Ángel y Michelle cuando estos se conocieron en un exposición pictórica colectiva, a La Jaula se unen posteriormente Iván, abogado convertido en fotógrafo de temas eróticos; Gabriel, joven poeta con un par de libros publicados; Yuriko, extraña mujer de origen japonés y amante del escritor y, finalmente, Javier González, propietario del café-galería “El Sótano”, santuario de jóvenes talentos ansiosos de una oportunidad.

Sarah, de diecisiete años, lejos de casa, amante de los gatos y con la adolescente idea de ser una famosa cantante, encajaba a la perfección.

2

Los días siguientes a ese primer encuentro durante esa fría mañana fueron de relativa tranquilidad. Gabriel encendiendo un cigarrillo, Jean Luc llenando de vino los labios de José Ángel o Michelle enfadándose y abandonando las reuniones eran escenas comunes para la joven. Adormilada sobre el hombro de su benefactora, poco le importaban las discusiones que ésta sostenía con Jean Luc, los tediosos diálogos de González con su copa de vino o las manos que se deslizaban entre los pliegues de su vestido.

Se habituó al alcohol, a las noches interminables y al jazz, no así al olor a tabaco. Michelle solía fumar con mayor frecuencia al sentarse ante un lienzo vacío, rodeada de sus aburridos pinceles. En una ocasión, cuando Sarah se atrevió a entrar en su taller para sorprenderla con un postre que ella misma había preparado, aquel reinante aroma la transportó a aquella tarde cuando a sus trece años robó la cajetilla de cigarros que su tío guardaba en uno de sus cajones. Corrió en dirección al jardín a refugiarse bajo un árbol seguida por su prima. Corrió hasta perder el aliento y se dejó caer en la fresca sombra que la esperaba impaciente. Las dos niñas rieron al verse a salvo, lejos de la aprehensiva tía Margarita y el colérico tío Carlos. Después de aquel exitoso robo, sería la primera y última vez que Sarah se llevaría a la boca un cigarrillo.

Esa noche de viernes, como cada viernes desde hacía seis años, los miembros de La Jaula discutían sobre arte, política, moral, entre otras frivolidades, acompañados de una tenue luz, cerveza, guitarras y ese aroma que provocaba en Sarah una apremiante y jocosa necesidad de aire puro. Creyó estar segura en el baño pero aquella línea de sangre que escurría de los labios de Gabriel y que Yuriko deseaba vehemente la hizo dudar de si realmente aquella insistente esencia era tan desagradable.

Iván la detuvo en su huída y la convenció de usar el otro sanitario. Entraron juntos. Él esperó frente al espejo. Se lavó la cara, se arreglo el traje y se revisó la dentadura. Ella permaneció alejada. Nunca había estado en un baño de hombres. No le pareció nada extraordinario. Para relajarla, le preguntó si alguna vez había visto sus fotografías. Michelle poseía trabajos de viejas exposiciones y propuestas del resto de los integrantes de La Jaula por toda la casa. Sarah negó con la cabeza. Pequeñas esculturas, dibujos, pinturas y litografías que para la joven no eran más que manchas, frases indescifrables y hierros retorcidos. Iván, aún frente al espejo, se encogió de hombros y murmuró algo en francés. Sin embargo, algo que no dejaba de asombrarla, eran unas cuantas fotografías en blanco y negro de prostitutas —según decía Michelle— y adolescentes, casi niñas, que la pintora tenía en su área de trabajo. Luego de eso, la miró a los ojos, le dijo que tenía un buen cuerpo y que podría ser modelo para su siguiente proyecto. Ella asintió con la cabeza.

3

Michelle gritó y le ordenó que no se le acercara. Sarah se le atribuyó a su carácter posesivo y al alcohol. Además, Iván no deseaba hacer más fotografías, su interés estaba ahora enfocado en la pintura. Esto enfureció aún más a la experimentada artista. A la joven no le importó, estaba muy emocionada por ésta oportunidad. El posar para el abogado convertido en fotógrafo ahora convertido en pintor representaba una emancipación de Michelle, una oportunidad para envolverse en la capa de la fama, y, además, para una gran amante de los gatos como lo era ella, representaba igualmente el conocer a Cleopatra, la mascota de su nuevo descubridor.

Sarah se despidió de Michelle con un rechazado beso. No la volvería a ver sino hasta varias horas más tarde cuando su última prenda tocara el suelo y el principiante pintor tomara sus ansiosos pinceles.

F I N
Datos del Relato
  • Autor: Liam
  • Código: 10475
  • Fecha: 16-08-2004
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.59
  • Votos: 41
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1955
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Humberto
invitado-Humberto 16-08-2004 00:00:00

Erótico, no pornográfico. Me gustó tu forma de narrar. Es aceptable. Elegante hasta cierto punto. Buena historia.

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