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La iniciación de la novata

Estaba en el gimnasio, practicando ese ejercicio que nunca le salía bien y del que iban a examinarla dentro de pocos días.



Las otras dos chicas entraron y se sonrieron maliciosamente la una a la otra en cuanto vieron que María, la nueva, se encontraba sola.



María era ya mayor de edad, como las sucias compañeras que se le acercaban por detrás, pero su aspecto era el de una chiquilla, y era lo que a las conocidas lesbianas del Centro de Estudios más les gustaba: una novata a la que iniciar.



Habían cerrado por dentro la puerta del gimnasio y se le acercaban por la espalda. Cuando llegaron a su altura una de ellas le gritó para que saltara como lo hizo.



Pese al sobresalto, María se mantuvo tranquila Qué susto me habéis dado, ¿venís a practicar? Sí, exacto, ¿cómo lo has adivinado?, venimos a practicar contigo Vale, me llamo María y soy nueva. ¿Cómo os llamáis Pero ellas no querían presentaciones de ese tipo, tenían su propia tarjeta de visita.



Tienes unas zapatillas de deporte muy chulas. ¿Qué número calzas? Un 37, respondió sin sospechar nada extraño ni siquiera en la insistencia con que las dos chicas le miraban el calzado.



Yo calzo el mismo número, ¿por qué no te las quitas y me dejas que me las pruebe? La otra sonrió, y repitió: Eso, que las pruebe, buena frase, yo también quiero probar Pero María seguía sin ver lo que estaba pasando: Ahora tengo que practicar la voltereta lateral, luego...



Luego no, ahora, quiero que te descalces ahora mismo. ¿De qué color llevas los calcetines Advirtió la amenaza que había en la voz de la que hablaba y en los ojos que la recorrían ya sin disimulo, de abajo arriba. Aún así contestó: No recuerdo, creo que me he puesto unos con dibujos También quiero ver esos dibujos. ¿Y tú, Marta, quieres ver esos dibujitos? Sí, Sonia, estoy deseando ver esos calcetines, y lo que hay debajo de los calcetines Mirar, no sé qué queréis, pero tengo que practicar, os pido que me dejéis en paz, no quiero problemas con nadie, soy nueva, no sé de qué vais Esta chica además de nueva es sorda. Se lo voy a decir más despacio a ver si lo capta- dijo- y después, silabeando lentamente repitió: Queremos que te descalces, queremos que te quedes desnuda de tobillos para abajo Y acabó en una fenomenal risotada.



Estáis locas, y sois unas gilipollas, no me asustáis, pero me marcho Marta, que no se vaya muy lejos Y al instante Marta había saltado sobre María y la había sujetado del cuello.



Trataba de zafarse del violento abrazo y se retorcía inútilmente.: Suéltame, tortillera, paso de tías Pero nosotras no, suéltala Nada más verse libre de aquellos brazos trató de correr en dirección a la puerta, pero las otras estaban esperándolo y se le colocaban siempre delante mientras no paraban de repetirle: descálzate, enséñanos esos piececitos del 37, no nos obligues a hacerte daño, descálzate, tontita, y cosas semejantes.



María corrió hasta las duchas, allí no había dónde escapar más.



Sonia tomó de nuevo la palabra: Mira, no queremos dañarte, sólo queremos jugar un poco con tus pies. Nos gustan los pies de nuestras compañeras, conocemos el olor y el sabor de todas las que nos han interesado, su tamaño, su forma, su suavidad, mmm, me estoy excitando. ¿Lo entiendes? Tú sólo siéntate en el suelo y quítate las zapatillas y luego los calcetines, muy despacio mientras nosotras nos vamos preparando. Y a una señal, ambas comenzaron a desnudarse de cintura para abajo. Sin embargo no se descalzaron, y la explicación llegó enseguida.



El plan es el siguiente: tú nos das tus pies desnudos y nosotras nos masturbamos con ellos mientras nos quitas zapatos y calcetines y nos chupas los deditos. Así nos gusta hacerlo. Y venga, que queda poco para la clase y no queremos que nos jodas el chollo con tus remilgos. Descálzate de una vez María vio que era absurdo resistirse, delante de ella las dos chicas habían empezado a acariciarse los muslos una a la otra y a juguetear con sus lenguas mientras no le quitaban la vista de encima. Así que se sentó en un banco y cruzó las piernas para hacer lo que le pedían.



Así, como una niña buena, despacito, que nos gusta el suspense Se reían y le clavaban ansiosas las miradas.



María comenzó a desanudarse los cordones, primero de una zapatilla, luego de la otra, y después se las quitó tan despacio como le habían exigido.



Mira, Sonia, qué calcetincitos más graciosos, sólo le llegan por el tobillo. Levanta esta pierna, quiero olerlos La muchacha obedeció y Marta se llevó uno de sus pies a la cara. Aspiró profundamente sobre el calcetín mientras metía uno de sus dedos por debajo de la prenda. María, al sentir el contacto en su carne, hizo un gesto de rechazo y recogió la pierna. Pero el efecto no fue el que hubiera deseado, pues Marta tenía el dedo que había introducido formando gancho, y al retirar la pierna, el calcetín quedó sujeto a su mano, y el blanquísimo pie de María quedó al aire..



La que parecía llevar el mando, abrió desmesuradamente los ojos.



Vaya, qué quesito más fresco y más blanquito tienes. No me quedo con las ganas de liberar también al otro, y te lo voy a quitar con los dientes La chica se arrodillaba para coger en su boca el otro calcetín, y María aprovechó el momento para empujarla y salir corriendo buscando la salida.



Pero una vez más fue un intento fallido. Marta era muy veloz, y mucho más alta que ella y en dos zancadas la tenía de nuevo atenazada por el cuello.



Dejadme, por favor, no me gusta esto, dejadme y no se lo diré a nadie, de verdad Pero Sonia estaba enfurecida por el empujón recibido, y no escuchaba sus ruegos.



Túmbala en la colchoneta Y la chica calló al suelo pataleando y en un instante se encontró aprisionada bajo el cuerpo de Marta que le apretaba los brazos con sus rodillas.



Cambio de planes,- amenazó la otra mientras le atenazaba con fiereza el pie aún cubierto. Se lo introdujo en la boca, lo mordió con furia y le arrancó el calcetín.



La chica gritó de dolor y de vergüenza, porque Sonia primero había vuelto a morder, esta vez ambos pies desnudos, y ahora le estaba arrancando la parte inferior del chándal.



Vas a notar mis dedos en tu coñito, y te va a gustar. No te retuerzas, que me excitas más.



De un solo tirón le quitó los pantalones y las braguitas. Después se descalzó con velocidad y ya le estaba restregando las plantas de sus pies por su abierta rajita.



María gritó todo lo que pudo, pero de pronto notó que algo tapaba su boca.



Era uno de los pies de Marta, que se había descalzado a su vez con mucha dificultad por la postura que seguía teniendo sobre los doloridos brazos de la muchacha.



Chúpamelos, chupa mis dedos y deja de chillar, pequeña novata Los pies de Marta olían mal y eso le produjo un gesto de repugnancia.



¿No te gustan mis deditos, niña escrupulosa? Ya veo, los tuyos en cambio huelen muy bien, eres una chica muy limpia, eso me gusta , lamía y mordisqueaba como una hambrienta los pequeños dedos de la pobre muchacha aterrada, que pedía entre sollozos que la soltaran.



La escena sin embargo aún fue larga. Ambas amigas se turnaban los pies de María para introducírselos con frenéticas sacudidas en sus coños, y luego les pasaban la lengua por las plantas, le mordían los tobillos, el empeine, le acariciaban y retorcían los dedos. Otras veces eran ellas las que metían sus pies desnudos en el chochito de María y se los pasaban por la boca gritando que chupara.



Pero María se negaba a separar los labios. Y Sonia le gritó aún más fuerte: Te has portado mal, muy mal. Pero voy a concederte tus deseos. No te gustan las tías, ¿verdad?, pues tengo algo que sí va a encantarte. Manuel, ya puedes salir.



Y ante el espanto de la pobre prisionera, surgió del fondo del gimnasio un hombretón altísimo desnudo ya y con un enorme miembro en brutal erección.



Ya era hora, me la he machacado ya tres veces viendo vuestro espectáculo. Abridla de piernas bien abierta, que me temo que ésta es todavía virgen.



María se sacudía con todas sus fuerzas, gritaba que sí, que era virgen y que no quería dejar de serlo de esa manera, prometía que lo olvidaría todo.



No, mi niña, esto te prometo que no lo vas a olvidar en tu puta vida dijo el gigante y la sujetó de los muslos para separárselos aún más pese a que ya las chicas la tenían sujeta de los pies, apoyada sobre el cuello, de forma que María sintió que iban a partirla en dos.



El hombre metió profundamente dos dedos en su coño, los restregó un rato en su interior, luego los sacó, se lo chupó y dijo: Rica, rica, es el mejor bocado que me habéis traído, gracias, mis lesbianitas.



Inmediatamente apuntó su verga dura, nervuda, rocosa y de un golpe brutal la introdujo hasta el fondo en el cuerpo de María, que sólo pudo lanzar un lastimoso quejido al sentirse empalada.



Las chicas siguieron en su tarea implacable de pasar sus lenguas por los pies de su víctima, mientras el salvaje bombeaba su polla con fuerza descomunal dentro y fuera de aquel lacerado coñito.



Cuando despertó, se encontró tumbada sobre una colchoneta en el gimnasio.



Estaba vestida, calzada, sin dolor alguno. Una voz tranquilizadora le decía: María, ¿estás bien?, te han encontrado desmayada aquí, tal vez una mala caída mientras practicabas, no hemos querido moverte hasta que venga un médico.



Estoy bien, estoy muy bien contestó María sonriendo mientras no advertía la entrada de dos compañeras que se habían prestado rápidamente a ayudar a la nueva.


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