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La infidelidad de Mónica

El invierno había sido muy duro para Mónica. Había pasado una grave enfermedad y luego una honda depresión. Hacia primavera ya se encontraba mucho mejor y decidí que en verano nos merecíamos un buen homenaje y tiré la casa por la ventana para llevarla a un hotel de máximo lujo en la costa. Paisajes de ensueño, playa particular, piscina, campos de golf, de tenis, sauna, un comedor impresionante, habitaciones con todas las comodidades posibles... Una gozada. Los tres primeros días fueron inolvidables. Hicimos el amor cuantas veces podíamos y eran muchas, teníamos hambre atrasada.



El cuarto día, no sabía por qué, no pudimos tener sexo. Me encontraba muy débil y sólo la visión de mi esposa duchándose en la ducha de la playa consiguió que me empalmara. Ella, muy recatada, quizá demasiado, aunque vestía un bañador blanco y no era demasiado sugerente, mientras se duchaba mirando a un grupo de jóvenes que jugaban al voleibol, empezó a frotarse el cuerpo de una manera... Para los chicos no pasó desapercibido. Mi mujer es una hermosa hembra: morena, ahora bastante bronceada, unas tetas firmes y de tamaño envidiable, unas bonitas piernas y un hermoso trasero. Yo creo que a ella le gustó sentirse observada y deseada de nuevo. Cuando ella volvió a mi lado (he de decir que prefiero ducharme en la sauna, que es adonde vamos a mediodía, aprovechando que está vacía y para terminar de sudar antes de ducharnos y comer), vi que su traje de baño transparentaba. Mis miradas hicieron que ella se mirara y se tapó con la toalla roja como un tomate.



Al día siguiente comprendí por qué ayer había estado así. Tenía una infección estomacal y no pude acompañarla a la playa. Me quedé en la terraza con los prismáticos observando el panorama. Esa playa parecía estar destinada sólo a cuerpos perfectos y había mucho donde elegir. Mi esposa se había colocado donde siempre, aunque esta vez por fin se había decidido a probarse un hermoso bikini de tiras finas. Cuando se bañó los jóvenes del voleibol se acercaron a ella. No sabía qué decían, pero ella reía mucho. Se fue a la ducha y los chicos disfrutaron del espectáculo. Ella se volvió y entonces decidí ir a la sauna a sorprenderla. Me había excitado ver cómo unos chiquillos la cortejaban y la admiraban.



Llegué a los vestuarios y me desvestí. Me puse la toalla y oí voces. Me asomé en un cuartito y vi que ya estaba sentada con su toalla y estaba rodeada por los seis chicos de la playa. Estaban conversando animadamente. Me jodió bastante, pues tenía pensado una sesión de sexo salvaje y atrevido, ahora que había recuperado el ánimo. Ella estaba sentada en un banco. A su lado habían dos chicos y delante de ella, sentados en el suelo, otros cuatro. Todos con sus cuerpos atléticos y su juventud y su frescura, rodeando a mi esposa y hablando de diversas cosas. Mónica les preguntó su edad. El mayor tenía 19 y el pequeño 17. Poco a poco iban soltándose y sincerándose.



- Yo si fuera tu marido no dejaría que fueras sola a la playa.



- ¿No? ¿Y eso por qué, se puede saber?



- Porque estás demasiado buena.



- Muchas gracias por el cumplido, pero sé defenderme yo solita.



- Todos estamos de acuerdo. Lo que más sentimos de irnos mañana es que no vamos a poderte ver cuando te duchas.



Mi esposa estaba encantada. Hacía como que no se enteraba, pero estoy seguro de que estaba muy complacida de ser la causante de las seis erecciones de esos chicos. Era normal que lo estuvieran, sus hombros desnudos y sus piernas volvían loco a cualquiera. No sé si lo hizo aposta o no, pero en un momento descruzó sus piernas y los cuatro de abajo se quedaron boquiabiertos. Antes, el de su izquierda, el que parecía más lanzado, estaba acariciándole el pelo con la excusa de que tenía un pelo precioso. Cuando le besó el cuello, le echó la bronca. Le dijo que estaba casada y que no le había gustado nada. El chico se disculpó y puso cara de tristeza. Mi esposa se calmó y se disculpó con el chico, que dijo que no había podido resistirse, que no había visto nunca una mujer tan hermosa y excitante.



Uno de los que estaban sentados se animó a decirle que si le parecería mal masturbarse delante de ella. Mi esposa no supo qué decirle, así que se metió la mano debajo de la toalla y ésta empezó a subir y bajar a un buen ritmo. Los otros tres del suelo hicieron lo mismo. Mi mujer estaba muy colorada y excitada. Los de su lado también se empezaron a pajear. El de su derecha, el atrevido de antes, se quitó su bata y dejó a la vista su erecto miembro, que estaba muy lubricado. Los otros hicieron lo mismo. Seis rabos estaban siendo pelados y todas las miradas se clavaban en mi esposa. Bueno, seis rabos no, siete, que yo estaba igual que ellos.



-¿Podrías enseñarnos algo?



Mi mujer se remangó la toalla y dejó a la vista más cacho de pierna. Los movimientos se redoblaron y a Mónica le gustó, por lo que bajó la parte de arriba un poco más, hasta dejar sus pechos debajo de la toalla. Pero sus manos los tapaban. Me estaba sorprendiendo el atrevimiento de mi esposa. El de siempre le quitó la toalla y se quedó totalmente desnuda. Mónica intentaba taparse, pero no podía. Los chicos estaban muy calientes y se dejaron de pajearse para tocarla como fuera. Mi esposa se intentó zafarse y les decía que se estuvieran quietos, pero no hacían sino reforzar sus libidinosas intenciones. Ya sus palabras educadas se habían transformado en palabras groseras e insultos: "Nos pones cachondos y ahora quieres que paremos? Si quieres marcha, vas a tenerla, puta".



La resistencia de mi esposa se frenó cuando uno de los del suelo le chupó su gruta. La hicieron agacharse y pusieron dos pollas en su boca. Ella se las metió adentro sin oponer demasiada resistencia. El de abajo seguía acomodado absorbiéndole los jugos de su vagina. Otro se puso detrás y se ocupó de chuparle el ojete. Los dos que quedaban estaban a los lados magreándole las tetas.



El de siempre cambió de posición y apartó al que estaba detrás.



-Ahora vas a tenerme dentro, puta.



Se la clavó por detrás de un golpe y la folló mientras le chupaba la espalda. No tardó en correrse, por lo que le relevó otro. Este tardó menos aún en chorrear su semen en el coño de mi esposa. Yo también me había corrido como un energúmeno. Vi que el tercero se sentaba mientras la cogía de la cintura. Ahora era ella la que tenía que moverse para disfrutar, y vaya si lo hizo. Los otros dos estaban delante de ella y sus pollas fueron enterrados por la boca de mi antes modosita esposa. Iba de una a otra como una desesperada. El que estaba sentado se corrió y mi mujer se levantó. El más fuerte de todos la empujó contra la pared y se la clavó de pie. Mi esposa se enroscó en su cuerpo y consiguió que el quinto chico acabara dentro de ella. Mónica ya había perdido la cuenta de sus orgasmos. El sexto la tumbó en el suelo y su postura fue más tradicional.



Los primeros ya tenían sus pollas al rojo vivo. Probaron mil posturas distintas. Las horas pasaban y allí seguían todos follando como al principio. El culo de mi esposa dejó de ser virgen esa tarde. Cada chaval había eyaculado al menos tres veces, por lo que 18 polvos había recibido mi mujer como mínimo. Yo a la tercera paja me subí.



Ya más calmado no sabía qué pensar. Cuando volvió mi mujer (bastante más tarde de lo que yo lo hice, no quiero ni pensar qué más hicieron. Ella volvió duchada y como si nada hubiera pasado. Le dije que quería acostarme con ella, pero ella decía que estaba muy cansada. No sabía si decirla lo que había visto. Le pregunté que si me quería y me dijo que por supuesto. Debía de tener una mirada preocupada, por lo que ella me dijo que había pasado algo... Le dije que lo sabía y que no me importaba. Al día siguiente sí que hicimos el amor. Medio en broma medio en serio le digo que lo del otro día había sido la guinda al pastel de aquellas vacaciones...


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  • Categoría: Infidelidad
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