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La horrible duda

~~¿Es solo Mariluz?.
 Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente,
 sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio
 me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo
 a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y
 si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo
 actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún
 consejo?. Lo agradeceré en el alma.
 (Este relato es el sexto de 11. El primero fue publicado en estas páginas
 el 10 07 2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego
 continúen con este). Llegamos a dos postes colocados a ambos
 lados del camino. Uno de ellos soportaba un cartel, a partir
 de este punto, no se permite el uso de ninguna prenda de vestir .
 Creo que los tres nos alegramos de nuestra previsión, porque
 desnudarnos fue cuestión de segundos. Sólo Carla miraba
 a un lado y otro mientras lo hacía. Luego continuamos el camino.
 En un momento determinado, llegamos a una pequeña elevación,
 desde la que descendían una especie de terrazas naturales de
 arena, que llegaban casi hasta el mismo borde del mar. Tal y como yo
 había anticipado, había muchos matorrales de esos que
 crecen cerca de las playas, de una altura considerable. Aquí
 y allá, se vislumbraban más que veían cuerpos desnudos
 tendidos al amparo de alguno de aquellos arbustos.
 No nos cruzamos más que con dos mujeres, que llevaban algunas
 prendas de vestir en la mano. Una de ellas, ya mayor, ligeramente entradita
 en carnes, con unos grandes pechos que, a pesar de su tamaño,
 no estaban del todo caídos. La otra probablemente su hija una
 muchacha de no más de dieciséis años, calculé,
 con un precioso cuerpo adolescente, y unas tetitas apenas protuberantes,
 pero muy bien formadas. Nos saludaron con amabilidad, y devolvimos el
 saludo. No fue nada diferente a como habría sido de estar todos
 vestidos. Creo que eso acabó de tranquilizar a Carla, que dejó
 de mirar aprensivamente a su alrededor.
 Encontramos rápidamente un lugar resguardado entre dos de aquellas
 matas, que crecían próximas. Evidentemente, cualquiera
 que se acercara podría vernos, pero estábamos ocultos
 a las miradas rijosas de los posibles voyeurs que espiaran
 desde lo alto de la pendiente.
 Mientras yo tendía las toallas, y montaba la sombrilla, Mariluz
 ya se había apropiado del tarro de protector solar. Cuando terminé,
 se acercó a mí con la clara intención de extendérmelo.
 Si me ayudas a embadurnar a tu hermano, acabaremos antes.
 Carla se situó a mi espalda, con el tarro en la mano, mientras
 Mariluz empezaba a extender la crema por mi pecho. Yo tomé una
 porción, y la imité absolutamente. Y cuando digo absolutamente,
 es porque me recreé en masajear sus pechos sin ningún
 disimulo ni inhibición.
 Mariluz me hizo un gesto admonitorio con el dedo, desmentido por su
 sonrisa. Es para que no te los quemes bromeé yo . Entonces,
 espera, que hay una parte que no debes dejar sin protección respondió
 ella.
 Tomó entonces una buena porción de crema, dejando el tarro
 en el suelo, y se dedicó a embadurnarme el pene, mientras me
 miraba desafiante. Yo le respondí tomando otra porción,
 que extendí por la cara interna de sus muslos, sin olvidarme
 de pasar varias veces mi mano por su sexo. Nos echamos a reír,
 y continuamos con otras partes menos íntimas.
 A mi espalda, Carla había cubierto ya toda mi espalda y, tras
 una vacilación, estaba pasando ambas manos por mis nalgas. Noté
 como se detuvo un momento, pero luego pareció decidirse, e introdujo
 las manos por la abertura entre ellas, llegando a rozarme ano y testículos,
 lo que le hizo apartar las manos rápidamente.
 Mariluz se volvió de espaldas, para permitir que le extendiera
 la crema, y yo no perdí ocasión de masajear sus caderas,
 sus nalgas e, imitando a mi hermana, separé las dos semiesferas,
 y me detuve con un dedo sobre su ano. Ella dio un pequeño respingo,
 pero no protestó.
 Sólo quedaba Carla. Mariluz se dedicó a su parte trasera,
 mientras yo repetía la misma acción que con Mariluz, pero
 absteniéndome de poner mi mano en su entrepierna. Pero sí
 masajeé los pechos de mi hermana, que solo me miró a los
 ojos cuando terminé la operación. No vi en ellos enfado,
 ni vergüenza, lo que parecía querer decir que había
 aceptado con naturalidad la situación.
 Las dos chicas se tendieron sobre las toallas, y para mi decepción,
 mantuvieron ambas los muslos juntos, lo que solo me permitía
 ver sus dos triángulos de vello púbico. Hay algo injusto
 dije yo . ¿Qué es injusto? preguntó Mariluz .
 El hecho de que un varón desnudo muestra por fuerza sus órganos
 sexuales, mientras que las mujeres podéis ocultarlos casi completamente.
 Me tendí en la toalla entre ellas, mientras Mariluz sonreía
 socarronamente. No, no, no. No creas que voy a enseñártelo,
 ni lo sueñes.
 Pero a lo largo de la mañana, hubo muchas ocasiones de que, por
 fin, pudiera contemplar las partes íntimas de las dos chicas.
 Primero fue Mariluz, que se inclinó arrodillada para tomar una
 botella de agua de una de las bolsas. Seguro que lo hizo descuidadamente,
 pero me obsequió una espléndida visión de su sexo
 visto desde atrás, con sus pliegues internos sobresaliendo, tal
 y como anticipé la primera vez que la vi semidesnuda. Después
 de beber un trago, debió darse cuenta de que estaba expuesta
 a mis miradas, y se volvió sonriente. ¿Qué?. ¿Te
 gusta lo que ves?. Pues lo verás, pero no lo tocarás.
 Miré a Carla. Estaba con los ojos cerrados y no pareció
 darse cuenta de la escena, o al menos lo disimuló.
 Un tiempo después, fue mi hermana la que se puso en pie para
 mirar a la playa, sin advertir que desde abajo era posible contemplar
 perfectamente su sexo entre las piernas entreabiertas, visión
 que disfruté sin ningún complejo. Cuando se volvió,
 se dio cuenta de la dirección de mi mirada, y se sentó
 rápidamente, turbada. Pero fue peor, porque lo hizo con las piernas
 entreabiertas, lo que me permitió una nueva perspectiva de su
 abertura apenas entreabierta, con un ligero vello en los labios mayores,
 que terminaba en las ingles rasuradas. Duró apenas unos segundos,
 porque se puso aún más encarnada, y estiró las
 piernas con los muslos apretados.
 Para salvar la situación, les propuse ir al agua. Ahora teníamos
 que atravesar todo el ancho de la playa, cosa que a Carla parecía
 no hacerle demasiada gracia. Sólo se tranquilizó cuando
 pudo advertir que ninguna de las personas que había cerca de
 nuestro camino reparaba para nada en nosotros, ni nos dirigía
 una mirada. (Mejor, porque yo mantenía una semierección
 que parecía ya casi mi estado normal en aquellos días).
 Una vez en el agua, lejos de las miradas de todo el mundo, cesaron todas
 las inhibiciones. Jugamos como criaturas, abrazándonos, empujándonos,
 y cayendo revueltos al agua. Ninguna de las chicas se cuidaba ya a estas
 alturas de ocultar nada, y pude ver en varias ocasiones las vulvas de
 ambas, aunque siempre fugazmente.
 En un momento de descanso, en el que los tres estábamos parados
 con el agua por encima de la cintura, se me ocurrió algo. Casi
 era más excitante ayer, el quitaros las bragas en el agua. Así
 casi no tiene gracia
 Quieres algo más excitante? preguntó Mariluz . Os voy
 a proponer un juego Consistía en pasar buceando entre
 las piernas de los demás, separadas como formando un puente.
 Dos se ponían en fila, y el tercero pasaba entre ambos. El primero
 ahora pasaba entre las piernas de los otros dos, y se colocaba al final,
 y así. Pero hay una condición continuó Mariluz .
 El que salga a respirar sin pasar entre los otros dos, recibe un castigo.
 ¿Qué castigo? preguntó Carla . Ya se nos ocurrirá
 fue la respuesta de su amiga .
 Nos colocamos Carla y yo, y Mariluz pasó sin dificultad entre
 ambos. Luego me sumergí, y pasé entre las piernas de mi
 hermana, con los ojos bien abiertos para no perderme detalle, y luego
 buceé bajo Mariluz, rozándole intencionadamente la vulva
 como por descuido. Me coloqué tras ella, y ahora fue Carla la
 que se sumergió, pasando sin dificultad primero por debajo de
 Mariluz, y luego entre mis piernas. Cuando le tocó el turno a
 Mariluz, pude ver su gesto de picardía antes de que su cabeza
 desapareciera bajo el agua. Y, tal y como me esperaba, lo hizo boca
 arriba, deslizando su cara entre mis piernas.
 Volví a pasar entre ambas, atreviéndome ahora a acariciar
 apenas el sexo de mi hermana, y decididamente deslicé un dedo
 en la abertura de Mariluz, que me obsequió con un pescozón
 cuando emergía.
 Lo estábamos haciendo demasiado rápido, y Carla se quedó
 sin aliento, debiendo sacar la cara a la superficie entre Mariluz y
 yo. Se quedó jadeante pero sonriendo, esperando su castigo.
 ¿Qué te parece que se merece? pregunté yo .
 Mariluz se detuvo a pensarlo unos instantes. Pues se me ocurren varias
 cosas, aunque tú eres el único varón, pero eres
 su hermano, así que no sé De repente se le iluminó
 la cara. ¿O quizá os lleváis tan, tan bien (ya
 me entendéis) que no tenéis inconveniente en nada que
 yo proponga?. Porque ayer continuó como pensativa la escenita
 en el baño de los dos hermanitos enjabonándose, era sólo
 un par de grados por debajo del sexo Carla protestó indignada.
 No es lo que te crees, mi hermano y yo nunca Volvió a
 asaltarme la duda de la mañana. ¿Seguro de que Carla y
 yo no?. Decidí que era mejor dejarlo así, y les
 propuse volver a nuestras toallas.
 En la media hora larga que estuvimos, se notó otro claro cambio
 de actitud. Ahora, ninguna de las dos chicas se cuidaba lo más
 mínimo, e incluso Mariluz estuvo tendida unos minutos boca arriba
 con las piernas entreabiertas, enseñando todo lo que la Naturaleza
 le había dado, que era mucho y muy bonito, por cierto.
 Carla tampoco se recataba ya de ponerse en pie sobre mí, o en
 cuclillas con las rodillas juntas, pero dejando ver la fina línea
 de su abertura entre ellas.
 Cuando dieron las 14:00, casi lamenté tener que decirles que
 debíamos marcharnos si queríamos comer, porque no habíamos
 llevado nada. Nos levantamos renuentemente, y recogimos todo. Empezamos
 a desandar el camino hacia la gente vestida. Teníais razón
 dijo Carla ha sido muy agradable tomar el sol desnuda. Me ha encantado
 la sensación del aire sobre TODA mi piel, y nadar sin el estorbo
 y la opresión del bañador. Tenemos que repetirlo

 Por mi de acuerdo terció Mariluz . Lo que pasa es que a partir
 de ahora, me parece que voy a usar muy poca ropa cuando estemos solos.
 Será como estar en la playa nudista, pero en la intimidad.
 (¡Cómo si no llevara ya un día entero en pelotas!
 pensé yo). Y a ti, ¿qué te ha parecido? me preguntó
 mi hermana . Genial respondí . Y mucho mejor porque estaba
 en compañía de dos preciosas chicas.
 Las abracé a ambas por la cintura, y las besé alternativamente
 en la mejilla más cercana. Pero habíamos llegado al cartel
 de desde aquí, desnudos . No quedaba más
 remedio que vestirse. Lo hicimos casi con pena, después del maravilloso
 rato vivido.
 Fue Carla, ya en el auto, la primera que cayó en la cuenta de
 una cosa. ¿Os habéis dado cuenta de que vamos desnudas
 debajo del vestido?. Así no podemos ir a un restaurante
 Tenía razón. Una cosa era ir sentadas en el coche, donde
 nadie las veía, y otra muy diferente, un par de horas en un restaurante.
 Fue Mariluz la que dio con la solución:
 Hagamos una cosa. Tú, que estás mas presentable
 te encargas de comprar algo, por ejemplo unas pizzas, después
 de dejarnos a nosotras en casa. Y luego, hacemos una especie de picnic
 campestre en la terraza. Pero habrá que estar vestidos arguyó
 Carla . No boba, ya verás respondió Mariluz . La barandilla
 es alta, así que sujetamos unas toallas de baño con pinzas
 cubriéndola, y luego todo es cosa de no ponerse de pie, aunque
 no creo que nadie vaya a estar con unos prismáticos, esperando
 que aparezcamos desnudos.
 La imagen volvió a despertar mis instintos , que
 ante la vista del vello púbico de Carla a mi lado, no habían
 estado nunca realmente dormidos en todo el trayecto.
 Los veinte minutos que tardaron en preparar las pizzas, y meterlas en
 una bolsa, junto con un par de ensaladas, se me hicieron eternos. Ni
 cerré con llave las puertas del auto. Entré excitado,
 pensando en la lúbrica escena de las dos muchachas sentadas en
 la terraza, en sus pechos desnudos, en sus vulvas que ahora no me ocultaban.
 La presión de mi erección bajo el pantalón era
 casi dolorosa.
 Abrí rápidamente. Nada más traspasar la puerta,
 vi una cómica señal de obligatoriedad, en la que sobre
 el fondo azul pintado con rotulador, había una caricatura de
 pene con testículos y todo. Me desnudé rápidamente,
 y entré en la terraza agachado, admirando el trabajo que habían
 hecho las dos muchachas en mi ausencia Ya es bastante por ahora.
 Si no les importa, continuaré más adelante contándoles
 como fue el almuerzo nudista .

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
  • Media: 6
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1574
  • Valoración:
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