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Este relato es completamente verídico. Yo, como autor, me he limitado a narrar los hechos que me relato la protagonista del mismo dándoles forma de relato erótico, según su expreso deseo.
Capítulo 1:
Me llamo Soraya, y para llegar a donde quiero he de remontarme hasta hace tres años en el pasado... a cuando era una mujer totalmente distinta a como soy ahora. En esa época era una joven de 25 años, felizmente casada con un esposo maravilloso un año mayor que yo desde hacía un par de ellos, que ya llevaba trabajando tres años para una familia como chica doméstica. Por aquel entonces la familia la componían los padres, una niña de 11 años y un crío de solo un añito. Ellos tenían treinta y pocos y él trabaja como ejecutivo en una gran compañía.
La vida nos sonreía y yo era muy feliz en aquel trabajo... la madre no era muy exigente y el padre era muy cortes conmigo. Le había visto mirarme a veces con cierto interés, sí, pero es algo que ya tengo muy asumido... pues, sin ser lo que se dice una belleza, soy de esas chicas que hacen que los hombres vuelvan la cabeza al andar. No lo digo por decir, ni por presumir, pero mido 1´70 y mi peso es de 60 kilos... soy muy morena, tanto de piel como de pelo, con unos grandes y expresivos ojos marrones. Mi figura de ánfora atrae los ojos de los chicos como imanes, pues mi generoso trasero respingón y mi vientre plano realzan (quizás demasiado) mis abultados senos (talla 95), pues al estar tan firmes sobresalen demasiado en un marco tan estrecho.
Pero esa vida tan idílica se empezó a hacer pedazos cuando despidieron a mi marido de su empresa por un reajuste de plantilla. Los días se hicieron semanas, y las semanas se volvieron meses y el pobre seguía sin encontrar trabajo por mucho que lo intentaba a diario. La economía familiar estaba destrozada y nuestras deudas empezaban a ser preocupantes.
Entonces fue cuando una mañana, mientras limpiaba uno de los muebles del comedor, descubrí una vasija donde el señor guardaba cierta cantidad de dinero en metálico... y no supe resistir la tentación. Sé que estuvo muy mal lo que hice, lo sé, y lo sabía también en aquel entonces... pero estaba pasando por un momento de desesperación que me hizo obrar así. No espero que me comprendan, ni que me perdonen... solo que sepan lo que inicio todo lo demás. Pues al ver lo fácil que era volví a reincidir varias veces... visitando aquella vasija cada vez que las deudas se volvían insoportables... hasta que el señor me mandó llamar.
No fue muy elocuente, ni le hizo falta, se limitó a despedirme y echarme de su casa. Me dijo muchas más cosas, claro, pero la que me helo hasta el tuétano fue cuando me aviso de que me denunciaría a la policía por lo que había hecho. Me fui de la casa llorando, incapaz de reaccionar y de afrontar la situación. Tanto es así que ni siquiera se lo conté a mi marido... me limite a decirle que el despido había sido porque los señores habían encontrado a otra chica más barata para ocupar mi puesto.
Los siguientes cuatro días los pase encerrada en casa, esperando que sonara la puerta en cualquier momento y viniera la policía a llevarme presa. Al cuarto día mi antiguo patrón me llamo y me cito en su oficina para el jueves (jamás olvidare ese fatídico día). Y yo, por supuesto, me desplace para ir a verle al centro de la ciudad.
En cuanto nos quedamos a solas en su gran despacho me sentó en una de las sillas y se acomodó en su enorme butaca. Me miró fijamente a los ojos y me dijo que no me había denunciado a la policía... ni tan siquiera le había dicho a su esposa lo sucedido. A ella le había contado que yo me había ido por propia voluntad buscando un empleo mejor.
Acto seguido, y sin que aun hubiera asumido la grata noticia, me dijo que necesitaba una secretaria... y que había pensado en mí para desempeñar el cargo. Como comprenderán me quede de una pieza al oírlo. No atinaba a reaccionar, y solo supe preguntarle que porque. Él, como siempre, fue directo al grano. Me dijo que no solo estaba dispuesto a olvidar lo sucedido, sino a proporcionarme un empleo con un mejor horario y muchísimo mejor remunerado si aceptaba el puesto... y algunas normas “extras” aparte.
No hacía falta ser adivino para saber a qué se refería, pero no pude evitar el preguntarle sobre esas normas “extras”... y él, sonriendo cínicamente, me lo dijo bien claro... SEXO. Me dio hasta el lunes para meditar su propuesta y me fui de allí con la cara roja como un tomate... y la cabeza dándome vueltas. Esos días apenas comí ni dormí... pero al final acepte su propuesta mintiendo a mi marido... y metiéndome de lleno en una nueva vida.
Capítulo 2:
Mi jefe, al que llamaremos Don Luis, es un empresario que viaja mucho por España, es moreno, fuerte, alto (mide 1´85) y tiene buena presencia. Eso, unido a su bella esposa y a sus hijos hacia que me planteara una y otra vez el porqué... ¿por qué a mi?
Los primeros días se limitaba a mirarme, enseñándome mi nuevo oficio (el cual aprendí con mucha más facilidad de lo que ambos habíamos supuesto) y portándose de un modo tan cordial y ameno que a menudo olvidaba que mi contrato tenía cláusulas no escritas. Pero ya se encargó Don Luis de recordármelas en cuanto me amolde a la oficina.
Las primeras veces fueron solo palmaditas en las nalgas y roces bastante evidentes, de esos que supongo que la mayoría de las empleadas ha recibido alguna que otra vez, pero cuando se dio cuenta de que yo aceptaba sumisa mi papel la cosa fue subiendo a más. Empezó por decirme que mi vestuario no era el más apropiado para la labor que debía realizar, y yo, abochornada, pues sabía que no podía permitirme un vestuario mejor, no supe que decirle... menos aun cuando a renglón seguido saco del armario unas cajas con una camisa de seda y una falda nuevas. Era ropa de boutique, cara y selecta, de esa que veía llevar a otras chicas empleadas de la oficina y suspiraba por poderme comprar.
Antes de que pudiera agradecerle a Don Luis el inesperado detalle me dijo cuál era el precio a pagar por su generosidad... quería que me lo probara allí mismo, delante de él. No se conformó con verme en ropa interior, me obligo a desnudarme por completo y a ponerme luego la ropa nueva sin nada debajo... diciendo que así quedaba muchísimo mejor, y que ya se encargaría más adelante de proporcionarme la lencería a juego. Con el tiempo he sabido que esa es una de sus aficiones, pues hasta el día de hoy aun me sigue comprando alguna que otra prenda, tanto de ropa como intima.
El día siguiente mi jefe inicio realmente nuestra relación “profesional”, desnudándome de nuevo en cuanto entre en su oficina y acariciándome por todas partes durante toda la mañana. Una de las cosas que más le encantaba redactarme notas mientras metía sus grandes manos por debajo de mi sujetador, amasándome los pechos como si fueran meros juguetes y retorciendo mis sensibles pezones entre sus gruesos dedazos hasta ponerlos duros como piedras.
También disfrutaba dictándome cartas y apuntes mientras metía esos mismos dedazos en mi conejito. Me daba una vergüenza horrible ver como sonreía cuando descubría que sus reiterados toqueteos me habían excitado (sin yo quererlo ni desearlo) lo bastante como para humedecerme, introduciendo entonces uno o dos dedos bien hasta el fondo, y dejándolos allí mientras corregía mis anotaciones con toda la parsimonia del mundo.
Para cuando quise darme cuenta lo tenía sentado en la esquina de la mesa, frente a mí, con los pantalones desabrochados y “eso” rígido y bien tieso apuntando a mi cara. No es algo que me haga mucha gracia, pero lo sé hacer, así que antes de que mi conciencia se revelara agache mi cabeza y empecé a mamársela. Use una de mis manos para acariciar su grueso mástil mientras la otra sujetaba sus gordos testículos y mi boca subía y bajaba frenéticamente... ansiando acabar con aquella terrible humillación cuanto antes. Nunca había tragado semen y esa primera vez conseguí que eyaculara sobre la alfombra aunque luego me toco recogerlo todo a mí... no tuve tanta suerte todas las demás. Pues Don Luis me sujeto férreamente la cabeza sobre su regazo cada vez que eyaculo en mi boca los próximos días, hasta que conseguí vencer el asco inicial que me daba y acostumbrarme al amargo sabor del semen. El cual, desde entonces, siempre he tragado.
A esas alturas llevaba ya las prendas holgadas o medio desabrochadas cada vez que entraba en su despacho, para evitar que me las deformara o rompiera, y me separaba de piernas cada vez que su áspera mano ascendía por mis piernas con una facilidad que me avergonzaba profundamente... pues, a mi pesar, me estaba habituando con demasiada facilidad a seguirle la corriente en todos sus deseos y caprichos. Llegando al extremo de tener más miedo de que algún otro empleado o jefe entrara en la oficina y me sorprendiera desnuda o mamándosela que al hecho de hacerlo en sí.
Por eso, cuando aquella tarde me tumbo desnuda sobre la mesa de su oficina y empezó a lamer mis pechos como tantas otras veces, me limite a cerrar los ojos y a rogar porque acabara pronto, no fuera a entrar alguien y nos sorprendiera en esa posición. Pero no fui tan afortunada, y cuando oí caer sus pantalones al suelo tuve que morderme los labios para no gritar, pues sabía lo que iba a hacerme... y lo permití.
A pesar de la humedad que habían provocado los rudos manoseos en mis pechos y en mi conejito no estaba lo bastante lubricada como para aceptar aquella verga sin contraer el rostro de dolor, aferrándome a los bordes de la mesa para mitigar todo el sufrimiento que aquel chisme me estaba produciendo al entrar de un modo tan violento. Don Luis, ajeno a mi situación (o quizás excitado por ella) no dejo de meterla y sacarla hasta que sus testículos empezaron a golpear mi trasero.
Luego sus manos dejaron de torturar (por fin) mis pobres pechos, cuyos pezones estaban ya súper doloridos de tantos pellizcos, y me sujeto con fuerza por los hombros... cabalgándome sin piedad, como si le fuera la vida en ello. Sus rudos empujones me obligaron a tener que enlazar mis pies en su cintura para evitar que me tirara de la mesa, mientras su boca lamía mi rostro o se adueñaba de mis carnosos labios para devorarlos con tanto frenesí como me poseía. De esa primera vez no recuerdo nada de placer... solo alivio cuando por fin acabo.
Capítulo 3:
Acabo su orgasmo, sí, pero empezó mi pesadilla particular... pues raro era el día que no me poseía una o dos veces en cualquier sitio de la oficina... y en cualquier posición. He de ser sincera en todo y, para mi vergüenza, he de reconocer que no siempre fue tan rudo como esa primera vez... ni yo tan insensible. Pues en muchas más ocasiones de las que quiero recordar mi jefe ha logrado que yo también disfrute, e incluso participe, en sus reiterados y depravados actos.
Digo esto último no solo por lo depravado que puede llegar a ser el hacerlo en según qué posturas o circunstancias (como, por ejemplo, el estar hablando uno de los dos por teléfono), sino por su afición a la sodomía. Esa era una virginidad que ni siquiera le había concedido a mi esposo, a pesar de que en alguna ocasión me la había pedido... y que nunca pensé perder.
Hasta que aquella mañana me di cuenta de que Don Luis se estaba confundiendo de orificio y, por mucho que lo intente, rechazo mis suplicas de que lo hiciera por donde siempre. No me quedo más remedio que, arrodillada como estaba sobre la alfombra, morder uno de los pequeños cojines del sofá en el que me apoyaba y rogar para que mis amortiguados gemidos de dolor no se oyeran desde la oficina continua. Les aseguro que hubo momentos en los que pensé que lo que me había metido por el trasero era una barra de plomo fundido y no una verga... sentí tal alivio cuando por fin eyaculo en mi interior que hasta las piernas se me quedaron flojas.
Pero ese orificio, como todos los otros, pronto se tuvo que acostumbrar a ser utilizado cuando a Don Luis le venía en gana. Para mi sorpresa pronto me di cuenta de que me gustaba ser penetrada por ahí, dándole así una alegría a mí esposo... y a Don Luis, que lo utilizaba casi más que mi marido.
Con el paso de los meses empezó a llevarme cuando salía de viaje, pues le era muy útil como secretaria... y mucho más aun como amante. Creo innecesario decirles que salvo en muy contadas ocasiones si no era él quien venía a pasar la noche en mi habitación era yo la que debía desplazarme hasta la suya. Supongo que ya se hacen una idea de cuan largas y agotadoras podían ser esas noches, en las que las camas solían acabar tan desechas como yo... pero lo que no suponen es lo mucho que se divertía Don Luis conmigo durante el día.
Después de tanto tiempo he llegado a la conclusión que el elegirme a mí como amante y secretaria en lugar de a otra chica es por el poder que tenía, y tiene, sobre mí. Pues la mayoría de las chicas se negarían a seguirle la corriente cuando se dieran cuenta de lo mucho que le gusta a Don Luis exhibir a su acompañante.
No me refiero a que en esos viajes me obligue a llevar ropa más o menos provocativa, eso es bastante aceptable, me refiero a cuando decide ir un poco más allá. Cuando me obliga a prescindir de corsés o sujetadores, a pesar de que ambos sabemos que mis grandes senos se marcaran demasiado en la fina y ajustada tela de esos vestidos, haciendo que mis pezones se transparenten muchísimo más de lo que sería aceptable. O cuando me obliga a permanecer con las piernas separadas delante de sus clientes en las reuniones, mostrándoles con ello mis reducidos tanguitas... si es que tengo la suerte de poder llevarlos.
Pues eso depende casi siempre de si Don Luis me ha obligado a depilarme la almejita antes de salir de la ciudad o si ha preferido que mi espesa mata de vello permanezca como la enmarañada selva que suele ser. Cuando voy depilada me suele permitir usar tanguitas ajustados, pues le encanta ver como mis labios íntimos se marcan en el tejido, resaltando aún más por el contraste. Sin embargo, cuando llevo un tiempo sin que me permita recortar mi espesa mata de vello púbico es raro que me permita usar braguitas, pues le vuelve loco vislumbrar mi oscura selva cuando cruzo las piernas.
Aunque estoy convencida de que se excita muchísimo mas cuando sabe que alguien me puede ver... y si ese alguien es un cliente, o un conocido, miel sobre hojuelas. Siempre recordare aquella ocasión en la que, tras negarme en redondo a acompañarle a una playa nudista, Don Luis me “castigo” obligándome a hacer toples en una concurrida playa cercana. No solo por el interés que mis abultados senos blancos despertaban en la gente que nos rodeaban, sino porque el reducido tanguita que hube de ponerme a duras penas podía contener la pelambrera que amenazaba con desbordarse por todas partes. Les aseguro que para mí fue un suplicio salir del agua y comprobar que no tenía forma alguna de retener mis largos pelos mojados dentro de tan poca tela. Y, al ser tan negros, y la tela tan blanca, dudo que nadie alrededor dejara de percatarse de mi exhibición.
Capítulo 4:
Pero hasta la fecha mi mayor suplicio y humillación ha sido cuando Don Luis decidió que debía “recompensar” a uno de sus mejores clientes con un regalo muy “especial”. Si, como ya supondrán ese “regalo” fui yo. Después de haber soportado su mirada lujuriosa durante toda la velada se me quedo el corazón en un puño cuando Don Luis le invito a subir a su habitación para tomar la tan manida “última copa”... y me obligo a mí a subir con ellos.
Ya durante la cena sus ojos habían devorado centímetro a centímetro lo mucho que el generoso vestido me obligaba a lucir, y cuando me vi encerrada en el ascensor con aquel tipo algo gordito y cuarentón pensé que me iba a echar a llorar. Si me quedaba alguna esperanza acerca de mi inmediato porvenir Don Luis se encargó de disiparla cuando nada más entrar en su habitación puso un poco de música melódica en el equipo ambiental y me pidió que bailara con el mientras preparaba unas copas de la nevera que allí había.
Reconozco que el tipo se comportó medianamente bien... hasta que Don Luis ocupo su lugar y poco menos que me desvistió mientras me besaba y metía mano por todos lados. La siguiente pieza que baile con el cliente no tuvo ya nada que ver con la primera. Sus manos estaban en todas partes menos en mi cintura y, cuando se convenció de que mi pasividad era completa, unió sus labios en el descubrimiento de mi cuerpo, besando todo aquello que no estaba manoseando.
Lo cierto es que a esas alturas el alcohol había hecho ya bastante efecto en mí. No tanto como para justificar mi entrega, pero si lo suficiente como para que me dejara desnudar y meterme en la cama sin saber cuál de los dos se había encargado de ello. Aunque lo cierto es que eso no tenía la menor importancia pues, por primera vez en mi vida, iba a participar en un trío. Por suerte las copas hicieron una maravillosa labor... la de convertir aquella pesadilla en un alocado sueño del que recuerdo solo algunas cosas, otras las adivino y el resto se mezclan con la realidad hasta no saber de cierto si sucedió o me lo imagine.
Recuerdo que ambos compartían mis pechos desnudos como buenos amigos, chupando, lamiendo y mordiendo según les apetecía, mientras uno de ellos apuñalaba mi intimidad con varios dedos (no sé cuántos). Cuando se cansaron de los aperitivos pasaron al plato fuerte. Don Luis se sentó a mi lado para que pudiera mamársela mientras su “invitado” subía encima de mi cuerpo, separando mis piernas al máximo para penetrarme a placer. Supongo que, como de costumbre, me tragaría todo lo que Don Luis me diera... pero no lo recuerdo... como tampoco recuerdo cuando acabo su amigo en mi interior.
Después tomamos varias copas mientras ellos se recuperaban a base de manosearme de un modo muy grosero... y el resto de la noche es para mí un cóctel de imágenes sueltas. Recuerdo haber chupado el miembro a ambos en varias ocasiones... que me sodomizaron los dos, metiéndome algo enorme y durísimo en el conejito una de las veces... que los dos lo hicieron a la vez conmigo, sentándome encima de Don Luis mientras su amigo me sodomizaba como un poseso... que le hicieron de todo a mis pobres pechos, tanto que se los tuve que ocultar a mi esposo durante varios días, hasta que se fueron los moratones.
Hay otras muchas imágenes en mi mente, pero son tan confusas y alocadas que prefiero no contárselas, pues no estoy realmente segura de si ocurrieron o no. Lo que sí ocurrió es que a la mañana siguiente, resacosa y demacrada, tuve que hacer un último sacrificio y lamérselas a los dos después de que ambos rubricaran el contrato. Arrodillada a sus pies, oyéndoles decir burradas y groserías, mientras me esforzaba al máximo para acabar con ese suplicio cuanto antes me sentí como una autentica zorra.
Esto último paso hace año y pico y, afortunadamente, no se ha vuelto a repetir... pero estos días me he sentido mucho peor que entonces... pues a pesar de estar en mi sexto mes de embarazo (de mi esposo, no piensen nada raro) Don Luis me sigue utilizando. Le encanta levantarme los vestidos premama, despojarme de las bragas y sodomizarme apoyada en su mesa, mientras el estruja mis ahora enormes pechos al mismo tiempo.
El oírle decir las ganas que tiene de saborear mi leche mientras me posee sobre la mesa ha hecho que recapitule sobre mi vida... y que decida contárselo a ustedes, aunque sea así, en forma de relato erótico... Pues además de contarlo y sacármelo de dentro por fin no quisiera que alguna otra chica estuviera a punto de cometer un error parecido al mío y cayera en las mismas redes que caí yo. Pues es mucho más el dolor y la sensación de suciedad que tengo encima cuando lo hago que el placer que me pueda proporcionar.
Gracias por escucharme y un beso a todos.
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