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La historia de la puta Rackel

~~Hola, me llamo Raquel y necesito contaros mi historia, cómo me encontré metida en una relación que no controlaba en absoluto y su final.
 Tengo 58 años y vivo en España en una ciudad de provincias de la zona norte. Ahora estoy divorciada pero estuve casada con mi marido durante quince años. Se llama Daniel. Al principio todo fue bien. Tuvimos dos hijos, Aurora y Luis, y vivíamos bastante bien porque la familia de mi ex marido tiene mucho dinero. Con el paso del tiempo la relación entre nosotros se fue enfriando, comenzaron las discusiones poco a poco hasta que se hicieron habituales. Pronto la vida se hizo insostenible y decidimos divorciarnos. Creo que fue lo mejor porque el ejemplo que estábamos dando a nuestros hijos era lamentable aunque ya fueran grandes. El período de separación fue duro, pero lo peor fue el divorcio. Como he comentado, la familia de mi ex marido tiene dinero y contrataron a uno de los mejores abogados. Consiguió que la pensión que mensualmente me tenía que pagar fuera realmente pequeña. Tenía apenas para alimentar a mis hijos pero de ninguna manera podía mantener el nivel de vida de antes.
 Era muy duro para ellos. Tenía que ponerme a trabajar para ganar un poco más de dinero. En mi ciudad era imposible porque es una ciudad pequeña, la familia de mi ex es muy influyente y nadie se atrevía a enemistarse con ellos dándome un empleo. Decidí trasladarme con mis hijos a la capital para sustraerme a su influencia.
 Las cosas mejoraron pero no demasiado: a mis hijos les costaba mucho adaptarse al nuevo ambiente y a buscar nuevos amigos, la vida era muy cara y los trabajos que me ofrecían no eran muy buenos. No había cursado estudios superiores y tan solo podía optar a trabajar como secretaria o televendedora. Como televendedora no duré ni un mes pues es muy difícil convencer por teléfono a alguien de que compre algo que en realidad no necesita y me despidieron.
 Tuve algo más de suerte como secretaria. Ya en la entrevista de selección me di cuenta de que tenía que competir con chicas mucho más jóvenes que yo, muy guapas y bien preparadas. Creo que conseguí el puesto porque hablo dos idiomas y porque me desabroché dos botones de la blusa. La empresa era muy pequeña y en la oficina tan solo estábamos el jefe, dos vendedores (que solo estaban a primera hora de la mañana), un administrativo y yo. Mi jefe no hacía más que mirar mis pechos y piernas. Reconozco que procuro cuidarme y tengo una bonita figura, pero a nadie le gusta que te miren de esa manera todo el tiempo.
 La situación no era agradable pero no pasaba de ahí, miradas, roces y poco más. Cuando casi llevaba dos meses en la empresa mi jefe me invitó a comer con la excusa de conocer mi opinión. Fuimos a un buen restaurante y estuvimos conversando sobre las perspectivas de futuro de la empresa y sus planes de expansión. Cuando llegamos a los postres me dijo que estaba muy contento con mi trabajo y que pensaba aumentarme el escaso sueldo que recibía a condición de que quería que fuéramos amantes. Yo me quedé muda. El tipo me daba asco con su tripa enorme, su calva y su permanente mirada desnudadora. Sabía que si aceptaba me convertía en su puta y además en puta barata porque tampoco era mucho el dinero. Le tiré el café a la cara y me marché.
 Tuve varias entrevistas de trabajo sin ningún resultado. Probé a trabajar de camarera en una cafetería pero el trabajo era durísimo y la paga pequeña. Necesitaba un trabajo desesperadamente. Miraba y miraba las ofertas de trabajo en los periódicos pero no había nada como lo que buscaba. La situación se hacía insostenible. Pensé en aceptar la asquerosa propuesta que me hizo en el restaurante, pero pensé que si decidía ser puta debía de serlo ganando mucho dinero.
 Llamé a varios anuncios en los que pedían señoritas y fui a verlos. Me decidí por el que me pareció más discreto y mejor. Se trataba de un piso en una céntrica calle en el que había 5 mujeres para atender a los clientes que llegaban. El sitio era muy limpio, bastante elegante y el trato con la señora de la casa y con las compañeras parecía bueno. María era la señora y quien me entrevistó. Me explicó que las normas eran muy sencillas: había que presentarse una por una ante cada cliente que llegara para que pudiera elegir. Si el cliente te elegía no se le podía rechazar. Había que cambiar las sábanas delante del cliente (la limpieza era muy importante) y ser muy amable y simpática con él. Siempre se usaba preservativo. Podía estar vestida o en ropa interior a mi elección. Había una tarifa de precios para cada servicio y la casa se quedaba una parte del dinero. Yo le dije que no tenía experiencia en ese trabajo, que había cosas que no había hecho nunca como la penetración anal y que pondría todo mi esfuerzo en hacerlo lo mejor posible. Me indicó que, si al final me admitía, tendría que hacer todos los servicios que el cliente pudiera pedir aunque no inmediatamente. Por último me dijo que tenía que pasar un examen con un cliente de confianza antes de aceptarme y si yo estaba de acuerdo con las normas.
 Hice mis cálculos con respecto a los clientes diarios que atendería y a lo que ganaría con ello y la cifra era impresionante para lo que había estado ganando. Acepté. Hizo una llamada y al poco rato llegó un hombre. Era su marido y mi examinador. María me dijo que debía tratarle como si fuera un cliente y que no cobraría por este trabajo. Le acompañé a una habitación y cerramos la puerta. Le di un beso en los labios y me puse a colocar las sábanas en la cama. Le ayudé a desnudarse y le acompañé al cuarto de baño para lavarle sus genitales. Era la primera vez que estaba con un hombre que no era mi exmarido y estaba muy nerviosa aunque me esforzaba en disimularlo. Le lavé su pene y alrededores con agua caliente, jabón líquido y caricias. Le sequé suavemente y le pedí que me esperara en la cama mientras me lavaba yo. Al volver estaba de pie junto a la cama, me acerqué y me abrazó. Empezó a besarme en el cuello y a acariciarme sobre la ropa. De momento no era desagradable. Metió su mano bajo la falda y empezó a acariciar mi sexo ya que me había quitado las bragas al lavarme. Al menos se había lavado las manos. Le dije al oído que se tumbara en la cama. Comencé a quitarme la ropa mientras hacía un pequeño baile delante de él. Pudo ver en sus ojos que le gustaba mi cuerpo. Me acerqué a él y empecé a chupar su pene. Apenas se lo había hecho a mi marido pero María me había dicho que era algo poco menos que obligatorio con cada cliente. Me metí la punta en la boca y empecé a pasar la lengua por la punta. Era bastante grande y me costaba. Pronto empecé a notar un hilillo como de saliva que salía. Decidí ponerle el preservativo antes de seguir. El sabor del lubricante que tenía el condón no era desagradable. Volví a lamer el pene y me dijo que bajara más, que me la tragara toda. Lo intenté pero no pude pues me daban arcadas. Me dijo que tendríamos que practicar para mejorar esa parte. Me pidió que empezáramos a follar y que me pusiera encima suyo. Lo hice. Me puse a horcajadas sobre él y me metí su pene. Me molestó un poco pues hacía mucho que no estaba con un hombre. Tenía un buen aparato mi examinador. Comencé a moverme metiendo y sacando casi del todo su pene de mi vagina. Intentaba imaginarme que lo estaba haciendo con mi actor favorito y así olvidarme de que me estaba protituyendo. Seguimos un rato y luego me dijo que me levantara. Nos pusimos de pie sobre la alfombra y me dijo que levantara una pierna todo lo que pudiera. Lo hice y me penetró en esa postura. Nunca la había probado. Luego me dijo que me agarrara a su cuello y que levantara ambas piernas. Puso sus manos en mi culo y me mantenía en el aire mientras me subía y bajaba sobre su poya. Él era muy fuerte y yo estaba muy delgada, pero la postura era cansada.
 Subimos de nuevo a la cama y me puso a cuatro patas. Acarició mi vagina dilatada por las penetraciones. También jugó con mi ano aunque le dije que por favor lo dejara. Me penetró brutalmente y me dijo que me agarrara las rodillas. Quedé con la cara en la almohada mientras me embestía con fuerza. En pocos minutos se corrió abundantemente. Nos tumbamos unos minutos y me dijo que había pasado la prueba y que podía comenzar a trabajar ese mismo día si quería. Se lo agradecí pero le dije que comenzaría al día siguiente. Tras volverle a lavar con mimo se vistió. En ese momento yo estaba agachada recogiendo las sábanas sucias, él introdujo primero un dedo y luego varios billetes en mi vagina diciéndome que llevara a mis hijos a cenar a un buen restaurante a su salud y se marchó. Me quedé avergonzada de lo que acababa de hacer con ese hombre pero me animé pensando en que lo hacía por mis hijos.
 No les llevé a ningún restaurante pero sí que hice una compra especial para la ocasión.
 Me sentía sucia y me daba miedo el pensar que tendría que meterme en una habitación con un hombre, hacer lo que él quisiera y además con una sonrisa. Eso una y otra vez y con todos los que lo quisieran hacer conmigo. Me dije que tenía que olvidarme de todos esos pensamientos, que así no conseguiría atraer a ningún hombre y que no podía fracasar también en este trabajo . Debía conseguir dinero para mantener a mis hijos lo mejor que pudiera.
 Esa noche tomé una pastilla para dormir pues estaba muy nerviosa con lo que me esperaba al día siguiente.
 Había acordado con María que trabajaría desde las 2 hasta las 9 de la tarde. Así también dispondría de tiempo para ocuparme de mi casa. A las dos menos cuarto llegué. María se alegró de verme pues no estaba segura de que viniera. Tenía varias chicas trabajando pero necesitaba señoras con clase como yo. Me preguntó la edad y dijo que no aparentaba los 38 que declaraba. Estuvimos hablando de cómo fue el examen. Me presentó a mis compañeras. Había cuatro chicas, todas más jóvenes que yo. Una era francesa, otra marroquí y dos españolas como yo. Nos saludamos brevemente. Afirmó que no debía haber peleas entre nosotras y que si teníamos algo que discutir ella haría de árbitro en la disputa. Me indicó dónde estaban los preservativos, toallas y sábanas y poco más. Los clientes no tardarían en venir aunque a partir de las cuatro era cuando se animaba.
 Tras enseñarme todo el piso y las diferentes habitaciones que teníamos volvimos junto a las demás. Estuvimos charlando un rato y pronto llegó el primer cliente. El sonido del timbre me sobresaltó, estaba nerviosa. Era un cliente habitual que preguntó por Ana, una de las españolas. Natalie, la francesa, tomó mi mano entre las suyas para animarme. A ella le encantaba España y había estado casada con un español. Rompieron cuando su marido descubrió su relación con un vecino. Ella era profesional, le gustaba este trabajo aunque yo no comprendiera como eso era posible. Volvió a sonar el timbre. Otro cliente. María le hizo pasar a una habitación y nos dispusimos a presentarnos. Mientras esperaba mi turno trataba de serenarme. Era un hombre de unos 40 años, vestido con un traje muy elegante. Me miró detenidamente mientras me giraba delante suyo.
 María me informó que me había elegido. Todas me animaron. Acudí con la mejor sonrisa que pude aunque estaba aterrada. Tras hacer rápidamente la cama en su presencia empecé a desnudarle. Me dijo que no era necesario, me atrajo hacia él y me dio un beso con lengua. Metió sus manos bajo mi falda y me sobó sobre mis bragas. Me las quitó y siguió desnudándome. Entonces me hizo arrodillarme y chuparle el pene. Metió sus dedos entre mi pelo y comenzó a moverse metiendo cada vez más profundo su pene en mi boca. Me tenía agarrada fuerte. Yo no le chupaba su pene, era él quien me follaba la boca. Detrás de mí había un gran espejo y se recreaba en la visión de la escena que protagonizábamos. Su pene llegaba casi hasta mi garganta y apenas podía aguantar las arcadas que me producía. Fueron solo unos minutos pero se me hicieron eternos, de repente eyaculó en mi boca. Aflojó la presión de sus manos y pude retirarme hacia el cuarto de baño donde escupí y me enjuagué bien. Volví a su lado. Estaba tumbado sobre la cama y me puse a su lado. Le acaricié su cara y pelo sonriéndole como si me hubiera gustado. Me dijo que había sido fantástico y que nos veríamos más veces. Se subió la cremallera y se fue. Cuando volví con mis compañeras, María me comentó lo contento que el cliente había quedado con mi trabajo y me animó a seguir así.
 Fui a la pequeña cocina con Natalie a prepararnos un café. Me preguntó cómo había sido y se lo conté. Me informó que era un cliente que venía unas dos veces al mes y casi siempre se comportaba de la misma manera. Me dio algunos trucos como mirarle a los ojos mientras chupaba. Decía que eso les excitaba.
 Una media hora más tarde me volvió a elegir otro cliente. Era un hombre de más de cincuenta años, regordete y un poco calvo. Tras desnudarle y lavarle bien me desnudé aunque pidió que no me quitara la ropa interior. Le puse el preservativo y empecé a chuparle el pene. Me costó bastante hacer que se le pusiera dura. Cuando lo conseguí me puse encima suyo y comencé a moverme. Luego me tumbó boca arriba y me asfixiaba un poco con su peso. Pronto me dijo que me pusiera a cuatro patas. Me acariciaba los labios y también el ano. Le dije que por favor dejara eso y que no lo hacía por detrás que era virgen. Comentó que eso había que solucionarlo y me ofreció el doble del precio habitual. Le dije que no quería el dinero, que temía el dolor que pudiera sentir. Prometió ser muy suave y me ofreció el triple. La cantidad de dinero era grande y más pronto o más tarde tendría que hacerlo. Como dudaba me ofreció un poco más de dinero aún. Acepté.
 Cogió un poco de crema y metió su dedo en mi culo. Di un quejido y traté de relajarme. Luego metió dos dedos y poco a poco se fue relajando el esfínter. Puso un poco más de crema sobre el preservativo y empezó a meter su pene. El principio fue bien pero luego me dolía. Estuvo quieto unos momentos mientras mi ano se acostumbraba y siguió empujando. Al rato estuvo todo dentro. Aguantaba como podía el dolor. Parecía satisfecho de haberlo logrado. Empezó a follarme y cuando parecía que no podía aguantar más se corrió tumbándose sobre mi al terminar. Sacó su pene con cuidado de no perder el condón y me dijo que había merecido la pena y que nunca antes había desvirgado un culo. Me dio un beso de agradecimiento y se vistió.
 Yo fui al cuarto de baño para que el agua calmara el dolor y escozor que sentía. Fue una tarde de bastantes clientes. Cuando dieron las 9 estaba cansada y había perdido un poco la vergüenza además de haber ganado bastante dinero. Merecía la pena.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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