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La historia de cómo una mujer tuvo que prostituirse para poder sobrevi

La historia de cómo una mujer tuvo que prostituirse para poder sobrevivir y ahora es una figura política muy importante

 

Capítulo 33

Repuesta del terrible sofoco pasado por culpa de esas dos flatulencias, Sergio que no cesaba de jugar con mis pezones, se dispuso a contarme el futuro que nos esperaba juntos.

—Verás cariño: como te he comentado, la Dispensa Papal tardará un año en llegar; los trámites son lentos, porque entre muchos papeleos, han de estar seguros de que mi decisión de abandonar el sacerdocio ha de ser irrevocable; y el tiempo es el que al final tiene la última palabra.

—O sea, Le corté, ¿qué te puedes volver atrás en tu decisión?

—Teóricamente es así; pero cariño, no temas, mi decisión es, y será irrevocable en tanto en cuanto tú, me aceptes como esposo.

—Es lo que más deseo en este mundo. Después de llevar una vida disoluta, lo que más me emociona es poder ser una esposa enamorada y entregada a su marido… Pero…

—Pero ¿qué?

—Temo que no estés tan seguro de tu decisión; que mi vida pasada te haga cambiar de opinión.

—Manolita. Me dijo muy serio. Sé de tu vida pasada tanto o más que tú; no te preocupe eso; es tu pasado, y en el pasado se quedará, y para nada a nuestro futuro afectará.

—Y sobre la fundación que lleva mi nombre. ¿Qué va a pasar?

—La Fundación doña Manolita, seguirá vigente y potenciada por la Iglesia con el patrimonio que le vas a donar. Y hasta es muy posible que te hagan beata, y para la posteridad pase a llamarse: Fundación de la Beata Manolita. ¿Qué te parece?

Callé, pero pensé que era el acto más hipócrita que había visto en mi vida. Pero le dije.

—Mira cariño, después de muerta, que lo llamen como quieran; lo que me queda de vida lo quiero pasar a tu lado. Necesito amar y ser amada, lo necesito igual que el respirar.

—Pobrecita mía. Me dijo mirándome a los ojos con dulzura. Eres como esa oveja descarriada que se le perdió al pastor, y anduvo perdida por el monte. Pero otro pastor la ha encontrado, y la conducirá al rebaño de las almas nobles.

—Lo que me preocupa mucho, es ese año de espera para que a ti te den…

—¿La Dispensa?

—Eso… ¿Cómo vamos a vernos? Porque yo quiero dormir contigo todos los días.

—Todo está previsto mi amor. Puesto que en el pueblo no podrá ser por razones obvias ¡Qué pensarán los vecinos viendo entrar a su párroco todas las noches en casa de Manolita! vamos a hacer lo siguiente: seré destinado a otra parroquia lejos de aquí, donde nadie me conozca. Pero…

—Me asustas con tus peros, Sergio.

—Lo que tienes que hacer es comprar o alquilar un piso en Madrid; en el que viviremos los dos durante ese año. Y una vez con la Dispensa concedida, nos casamos como Dios manda donde quieras, y a vivir felices el resto de nuestros días.

—¿Y el Obispo… sabe este plan?

—¡Pues claro qué lo sabe! Si ha sido precisamente él, el que lo ha diseñado para nuestra felicidad.

No estaba segura de que todo eso fuera cierto, pero al tomarme mi mano y llevármela a su pene, se me desvanecieron todas las dudas. El muy artero, que bien sabe que me derrito por sus huesos.

—Y ahora cariño, ponte igual antes, a cuatro patitas, que vamos a recuperar lo que “el viento se llevó”.

Quería sorber de su hermosa virilidad, llenar mi boca el suculento manjar que tanto me seducía, que hacer un fellatio, es el prolegómeno imprescindible al amor.

Me atragantaba; mi boca no podía engullirla entera, ¡imposible! ya el glande de por si me llenaba tanto las fauces, que no me dejaba respirar.

Los aromas que destilan el cuerpo “de mi hombre”, son tan genuinos que me alimentan tanto como sus besos y sus caricias.

Dicen que el olor de la hembra es más erótico que el olor del macho, no lo sé. Sólo puedo decir, que las emanaciones procedentes de la bragueta de Sergio me excitan la libido sobremanera, y me entran unas ganas de follar irreprimibles.

—Cariño. ¡Uffff! “la chupas como los ángeles”.

—¡Claro! le dije con sorna. Los curas sólo debéis hacer el amor con los ángeles. Y los obispos con las vírgenes, ¿verdad?

En que mala hora se me ocurrió hacer tal comentario; se le transformó la cara, y el gesto que puso fue de terror. Fue sólo un segundo, pero me dio miedo.

Se percató de mi temor, y acto seguido volvió a poner esa carita que me vuelve loca. Me dijo.

—Disculpa Manolita si has visto en mí un gesto improcedente, no ha sido por tu comentario; ha sido porque al mentar las vírgenes, todavía no he consultado mi decisión con la de mi devoción: la Virgencita del Rebollar.

—¿Qué tiene que ver ella? A ver si ahora va a resultar que la vas a querer más que a mí.

—No Manolita, son amores disímiles. Pero me da mucha pena que mi Virgencitase apene porque cuelgo los hábitos.

—Bueno, bueno, deja a tu virgencita ahora, porque me figuro que no querrás hacer un trío. ¿Verdad?

Quería comprobar hasta qué punto era cierta su decisión de abandonar el compromiso con la Iglesia para casarse conmigo. ¿O no sería una añagaza para conseguir mis millones?

¡Por mi mente pasaron tantos fracasos…! Pues a pesar de toda mi fortuna, que se calculaba en más de mil millones de pesetas, no me aparecía ningún triunfo.

Toda ella fue productos de mis desventuras: la casa de citas de doña Patrocinio donde empecé a labrarla. Raúl, Héctor, Adela y su cambio de sexo al convertirse en Darío.

¡Y mi Margarita! ¡Mi adorada Margarita! ¡Cuánto le echaba de menos…!

Me sacó Sergio de mi ensimismamiento.

—¿Qué piensas Manolita? Te veo como si de repente hubieras entrado en un estado catatónico.

—Sergio.

—Dime, cariño.

—¿Tienes todavía la potestad de la confesión?

—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque quiero confesión.

—¡Aquí en la cama…! ¡Imposible!

—Mañana por la mañana, sobre las once, iré a confesar. Y ahora vistámonos antes que regrese la chica.

Capítulo 34

Quería saber las verdaderas intenciones de Sergio. ¿Proyectaba de verdad dejar a sus cuarenta y tantos años el sacerdocio por mí?

No me lo acababa de creer: por lo que urdí una trama un tanto perversa: confesarme ante el sacerdote; pero para obligarle en el acto de la revelación, fuera el hombre quien se confesara, ya que las preguntas que le tenía preparadas le pondrían entre la espada y la pared. Le obligaría en el recinto sagrado del confesionario, me jurara ante Dios sus verdaderos propósitos

Pero cual sería mi sorpresa, que la Iglesia había cambiado de párroco. Eso me dijo el cura cuando fue a confesar, creyendo que era él.

—Sí, hija. El Padre Sergio ha salido esta misma madrugada para su nuevo destino.

—¿Sabe dónde le han mandado?

—Sé que le han destinado a la Diócesis de Cataluña, pero no sé a que Parroquia.

—Gracias Padre.

—Pero hija ¿No venías a confesar?

—No Padre, en otro momento.

Parecía que sí, que las cosas se estaban desarrollando como me dijo ayer en la siesta, por lo tanto, esperé que de un momento a otro me llamara para clarificarme la situación.

Y así fue, ya que este mismo día recibía una llamada telefónica suya.

—Sí, dígame.

—Manolita, soy Sergio.

—Hola cariño, ¿qué te pasa en la voz?

—Que he pillado un catarro de aúpa.

—¿Dónde estás?

—En Madrid.

—En que sitio.

—En el hotel Emperatriz. Aquí te espero.

—Ya me he enterado de tu marcha. ¿Por qué no me dijiste que iba a ser tan pronto?

—Para no preocuparte, cielo. El plan sigue tal como te comenté. Ven a Madrid, buscamos un nidito de amor, estamos juntos el tiempo que tardan en concederme la Dispensa, y luego a casarnos. ¿Qué te parece el plan?

Quedé pensativa. Mi propósito de sacarle la verdad y nada más que la verdad en el confesionario había fallado; por lo tanto, no me quedaba más remedio que seguirle o dejarle. Pero decidí seguir, ya que me tenía tan atrapada “en su bragueta”, que no podía vivir sin él. A mis 50 años, era mi última esperanza de encontrar ese sublime amor que no hallaba.

—Cariño, mañana mismo hago las maletas y me presento en Madrid.

—Te espero ansioso, mi vida.

—Hasta mañana amor. Y cuida ese catarro.

Una semana antes. Sergio y el obispo planeando los acontecimientos.

Obispo

—¿Ha puesto en antecedentes a su hermano gemelo?

Sergio

—Sí, eminencia, está al tanto de todo, pero ya sabe, hay que darle dos millones ahora para los gastos, y el resto al finalizar el plan.

Obispo

—No hay problema con el dinero. Pero… ¿Está seguro de que Manolita no se dará cuenta de nada?

Sergio

—Seguro, somos como dos gotas de agua.

Obispo

—Bien. Como hemos dispuesto, se va usted a Roma, y cuando Manolita haga la donación de su fortuna, su hermano desaparecerá; ya buscaremos la mejor excusa.

Sergio

—Espero que Su Eminencia cumpla con su promesa, creo que los mil millones de pesetas que va a donar Manolita gracias a mí, son merecedores de lo que pido.

Obispo

—Seguro Padre Sergio, usted será el próximo obispo que designe Su Santidad. Mañana mismo parte para El Vaticano, y queda a la espera de los acontecimientos; pero ya sabe, tiene que olvidarse para siempre de Manolita y de esta diócesis.

Sergio

—¡Claro Eminencia! Además, tendré la mía propia.

Obispo

—Que su hermano viaje ya para Madrid, ubíquele en un buen hotel, y a esperar.

Sergio

—Así se hará, Eminencia.

Obispo

—Me figuro que su hermano no tendrá problemas a la hora de identificarla en el primer encuentro.

Sergio

—En cuanto le vea, le reconocerá. Le he dado pelos y señales de su anatomía y formas, además de varias fotos.

Obispo

—Así lo espero Padre Sergio.

* * *

Preparé las maletas para reunirme con él en Madrid, estaba decidida a llegar hasta el final. Aunque una está casi de vuelta de todo, el deseo de finalizar mi vida a la vera de un hombre que fuera mi marido me agarraba desesperada a la figura de Sergio.

Le había comunicado mi llegada a la Estación de Chamartín a las 13:30 horas en el tren Talgo.

Allí estaba Sergio, mirando por las ventanillas de los vagones intentando localizarme.

—No busques más, aquí estoy. Le dije dándole un toque en su hombro izquierdo con mi mano derecha.

—¡Pero…! Si estás desconocida. Casi no te reconozco.

Efectivamente, me había vestido para la ocasión de una forma totalmente distinta de lo habitual en el pueblo; unido a las gafas de sol último modelo Jockey de Carrera, y una pamela de Vladimir Straticiuc, no es de extrañar que no reconociera con esta guisa, ni la pobrecita madre que le parió.

—La ocasión lo merece, Sergio. Hoy empieza para nosotros una nueva vida, por eso pretendo que veas en mí una mujer nueva. ¡Por cierto! también tienes un nuevo look, te veo distinto.

—Yo también me he vestido para la ocasión, cariño, el traje clerical le he mandado a hacer puñetas.

—Nos dimos el beso de rigor, y del bracete salimos de la estación rumbo al hotel.

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