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La grúa que levantaba pasiones II - El excursionista vicioso

Una tarde de otoño estando de vacaciones, decidí que lo mejor que podía hacer, era aprovechar el buen tiempo y salir un rato a la playa a tomar los posibles últimos rayos de sol de la temporada.

Metí en una bolsa la toalla, y cuatro cosas más que pensé me harían falta.

Me subí al coche, pisé el acelerador y puse rumbo a la playa más cercana.

Por el camino, iba tarareando las canciones que me ofrecía el dial de la radio. Una de los 80, otra de los 90, así sucesivamente, hasta que una mancha en el horizonte me trastocó por completo.

Primero, fue un punto, y a medida que me acercaba, la cosa se iba transformando.

Cargaba una enorme mochila a sus espaldas. Cuando le tuve a unos metros, el punto se convirtió en Tortuga Ninja o galápago.

Al ver que cargaba tanto peso a sus espaldas y de la forma más natural pensé: Si carga ese mochilón como si nada, ya imagino que peso debe cargar en sus bajos.

Como siempre, comenzaron a crecer mis pajas mentales y demás fantasías.

Ni corta, ni perezosa, frené en seco. Las ruedas chirriaron, causando una nube polvorienta a mi alrededor.

Cuando la nube se hubo dispersado, la Tortuga Ninja se había convertido en araña. Entre las dos piernas, los brazos, el falo y los mangos de las sartenes que asomaban en la parte de arriba de la mochila, me encontré ante una enorme tarántula.

Ya me emocioné pensando en el aguijón venenoso con el cual podía picarme.

Abrí la ventanilla y muy amablemente le invité a entrar.

-¿Vas muy lejos?

-Voy donde el camino me lleve

-Pues mira por donde, hoy estas de suerte. Voy a la playa a darme un baño. Este calor, provoca en mi cuerpo unos sofocos muy, muy malos.

-¡Vaya! Lo siento. No sé si yo te los voy a poder calmar.

Yo le sonreía mientras mis adentros exclamaban

-Tú vas a poder con mis sofocos y con mucho, mucho más.

Metió la enorme mochila en la parte trasera y subió a mi lado.

Su mirada penetrante, andaba algo escondida tras unas gafas un poco antiguas.

A pesar del calor húmedo que se respiraba, su vestimenta consistía en, un traje color gris, por lo menos tres tallas más grandes, americana incluida.

Pero no tenía pinta de ejecutivo. Más bien parecía pertenecer a alguna orden religiosa.

Después de recorrer varios kilómetros con la boquita cerrada sin decir ni mu, me decidí a comenzar una conversación.

-Y.… ¿Qué te trae por aquí?

-He venido a inspeccionar unos terrenos familiares que he heredado, y he decidido construir un hotel rural en dicha zona.

-¡Vaya! Pues para andar con la casa a cuestas como un caracol, tienes muy buenos propósitos de futuro.

¡Uh...m! ¡Me gusta! ¡Me gusta!

A medida que tomaba confianza, le iba poniendo de vez en cuando la mano en la pierna para darle toquecitos y de paso subirla lentamente. Cuando ya no pude más, la planté de lleno en su paquete, pero lo noté un poco blando.

Mi subconsciente volvió a hablar

-Menuda mala suerte!

Ya van dos veces que me sucede lo mismo.

-¿Decías algo?

Preguntó preocupado mientras yo, me daba cuenta de que mi pensamiento había dado señales de vida por la boca.

-¿Tienes hambre?

Contesté con otra pregunta para evadir el tema.

-No mucha. Sólo un poquito.

-Y ¿Sólo llevas sartenes en la mochila? ¿Nada de comida?

-Bueno... yo.

-Pues tengo una idea! Ya que estamos los dos hambrientos, pero no llevamos comida ¿Por qué no nos comemos el uno al otro?

-Así, ¿en crudo?

Contestó muy sorprendido a mi pregunta.

-¡Pues claro!¿No has comido nunca sushi? Pescado crudo, ¡vaya!

Como vi que mis expectativas eran inútiles, y ya no tenía nada que hacer, decidí relajarme y meterme el dedo.

Media hora más tarde, llegamos a la playa.

Coloqué todos mis bártulos en orden. La toalla bien extendida, la sombrilla clavada, pero sin abrir y la crema. Le hago una señal para que se coloque a mi lado, pues permanece de pie, con la enorme mochila a sus espaldas y una carpeta azul bajo el brazo.

-¿Qué llevas en esa carpeta?

-Los planos del futuro hotel.

Deja todos sus trastos a mi lado, da media vuelta y se dirige hacia los arbustos.

-¡Oye! ¿No te bañas?

-¡No...o! Yo soy más de mirar, y me interesa la flora y fauna del lugar.

Pronuncia sonriente, mientras yo, estoy a punto de desclavar la sombrilla y darme un homenaje con el palo.

De repente, miro a mi izquierda y contemplo un negrazo tumbado al sol sobre una enorme toalla.

Todo en él es enorme. Sus manos, pies y una enorme columna griega sale de entre sus piernas.

-Ya me estoy derritiendo.

Todo son sofocos y alteraciones en mí.

Se me ha vuelto a despertar el apetito.

Miro hacia los arbustos que tengo detrás, y veo que agachado entre los brezos se haya el excursionista que he traído hasta aquí.

El tío se la está cascando y... ¡Oh no!

Se está pegando el homenaje observando a fondo a mi negrazo.

No puede ser. Yo le vi primero.

Salgo corriendo y sin más preámbulos, me lanzo directa al falo del negrazo, y me empalo a él como una bandera.

Tres segundos después, noto un peso sobre mi espalda y noto como una enorme espada de acero toledano se envaina en mi trasero.

-¡Joder!

Yo que había perdido toda esperanza de comerme un rosco, y al final, han sido dos y de golpe.

Cuando acaba la faena, me levanto como puedo dando tumbos hasta la toalla. Me echo agotada y observo.

Al final, se están comiendo el uno al otro y la que sobraba era yo.

Una vez más, me quedo a dos velas, pero con la esperanza, de que el negrazo ha destrozado las posaderas del excursionista de tal forma que, ha de venir a recogerlo la ambulancia, con la casualidad que, el conductor es el mismo que me auxilió hace poco con: La Grúa que levantó mis pasiones.

Recojo mis bártulos con una rapidez absoluta y salgo a su encuentro.

Yo no me vuelvo a casa sin comer.

-¡Esperaaaa...!

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