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Categoría: Gays

La gota que derramó la copa

A sus escasos 19 años, Andrés ya ocupaba un puesto de trabajo al que muchos aspiraban de por vida y a base de gran esfuerzo: gerente de división. En cambio, el chico, titulado y con maestría en curso, disfrutaba de una posición envidiable y privilegiada sin que hubiera requerido un gran empeño y mucho menos largos años para conseguirla. Su dedicación y más que nada su extraordinaria capacidad fue reconocida y admirada en poco tiempo.

De estatura regular (1.65 m), delgado (55 kg.), Andrés no era un adonis, pero sí un chico promedio en lo que respecta a físico. Poseía un lunar en la mejilla izquierda y cuando sonreía (pocas veces) se le formaban hoyuelos. Pero lo más llamativo era un par de glúteos prominentes que lo convertían en el blanco de la envidia de sus compañeras y quién sabe de cuántos otros más que no aceptaban anhelarlos. Pero por más que deseara ocultar su forma, ni el pantalón más holgado permitiría Andrés disimular ese encanto que lo distinguía entre los demás.

Sus modales eran sobrios y su carácter, serio. Conseguía imponerse y hacerse respetar sin dificultad ante más de 25 personas a su cargo, aunque siempre con recelo por parte de aquellos mayores que él. Las opiniones de los subordinados coincidían en señalar que Andrés era arrogante, soberbio y en ocasiones déspota y muy exigente. Algunos se atrevían incluso a cuestionar su estilo de vida porque Andrés se cuidaba mucho de no exhibir esa parte de su vida íntima y que a muchos parecía interesar sin derecho.

Entre los empleados a su cargo estaba Jonathan, negro corpulento (1.85 m) y fisiculturista (110 kg.) de 28 años y de extraordinaria belleza física en conjunto. El levantamiento de pesas le había redituado músculos poderosos y de acero. Pero Jonathan no alardeaba de su escultural y varonil contorno ante nadie, por más que pasara inadvertido. Sabía manejar la situación porque poseía el don de la sencillez, su mayor atractivo, afirmaban otros. En cuanto a su desempeño en el trabajo, Jonathan era cumplido y aunque no le interesaba destacar entre los demás, profesaba total incondicionalidad ante Andrés. Pero aunque este joven arrogante parecía ignorarla, el chico de piel oscura mantenía su compromiso de lealtad. Los compañeros, por su parte, no perdían la oportunidad para jugarle bromas al respecto, como queriendo decir que su interés en servir ocultaba otro, muy diferente. Jonathan, por su parte, contestaba alzando los puños en señal de amenaza, aunque sólo era un gesto inofensivo ya que el chico era noble y mantenía una relación amistosa con todos.

Andrés era poco afecto a las reuniones fuera de trabajo, pero sabía que si quería granjearse si no la amistad, pero sí el respeto de sus empleados, tendría que variar su actitud y no rechazar tan a menudo ni tan tajantemente las invitaciones, en particular dada la proximidad del fin de año, cuando sobrevenían una tras otra. La única excusa interpuesta, por demás débil, era que sin auto (por su fobia a manejar) le resultaba oneroso volver a su casa porque era quien vivía más alejado de la población donde todos residían. Sin embargo, resultaba una exageración para justificar su evidente desinterés.

Por otra parte, Andrés era abstemio, poco sociable, se alimentaba ordenadamente y sabía bien que en tales fiestas se sentiría abrumado por la insistencia de que bebiera y tomara como sus compañeros. Además, las chicas insistirían en querer bailar con él y por no saber hacerlo, no lo consentiría. En conjunto, su negativa lo colocaría en una posición todavía más desventajosa.

Pero aquellos en su misma posición le habían recomendado una y otra vez que no faltara para la reunión de fin de año, una convivencia escrupulosamente programada y a la que asistiría una mayoría. Tendría que hacerlo por el bien de la empresa y la permanencia en el puesto. Aunque le costara, debería mostrarse condescendiente y asistir. Se le prometió, en cambio, transporte hasta las puertas de su casa y sin costo al concluir la reunión.

Andrés sabía que al término de la actividad sería el soso y aburrido Jonathan quien lo llevaría a casa, como había ocurrido en dos o tres ocasiones durante las reuniones más recientes a las que había asistido casualmente y bajo presión de compañeros durante los últimos años.

Se llegó el día de la celebración y se lo vio apartado de los demás durante el mayor tiempo, consultando el reloj a cada momento. Andrés no bebió y sólo comió un pequeño plato para no desairar a quien se lo había ofrecido con atención y cortesía. Había que mantener el puesto, pensó.

La fiesta fue celebrada como se había planeado y efectivamente, fue Jonathan quien pese a la indiferencia de Andrés, ofreció llevarlo en el momento que así lo quisiera puesto que si bien continuaría la celebración –a partir de ese momento a costa de los empleados—dedujo que Andrés estaba descontento, indispuesto a permanecer ahí, y todavía más si tenía que pagar.

Andrés agradeció fríamente la atención y entró al cómodo y flamante auto de reciente modelo. El negro preguntó a Andrés si tendría inconveniente en parar un momento en su casa (quedaba de camino) pues le urgía tomar algunas precauciones en casa necesarias para su tranquilidad. Quiso agregar algo más, pero Andrés lo interrumpió secamente levantando los hombros a manera de molesta indignación y pidió que no demorara más que lo necesario.

Jonathan sonrió nervioso y aseguró que lo tomaría muy en cuenta para no contrariarlo. Además, había bailado toda la noche y lucía sudoroso. Andrés pudo captar, no sin mostrar cierta incomodidad y muecas que no pasaron inadvertidas para Jonathan, un olor acre penetrante en combinación con una loción fina que no acertaba a adivinar. Jonathan se disculpó torpemente al decir que aprovecharía estar en casa para mudarse, declaración que Andrés ignoró despectivamente, mascullando algo ininteligible como “¡borracho!”

Minutos después de veloz recorrido, estaban al frente de un portón eléctrico que cedió para darles paso y luego bajar para sumirlos en la oscuridad total.

Andrés exigió nuevamente a Jonathan apurarse y tras abrirse la portezuela e iluminar el interior del auto, Andrés quedó estupefacto al descubrir que Jonathan se había despojado de una camisa completamente empapada de sudor. Quedaba al descubierto la desnudez de la cintura para arriba de un torso marcado, lampiño, con pectorales poderosos y protuberantes así como brazos fuertes y bíceps abultados que sí causaron impacto en un joven de apariencia frágil. En cambio, para Jonathan había sido un acto mecánico, sin la menor traza de haberle concedido importancia.

Aunque la espera fue breve, Andrés reclamó a Jonathan a su regreso. Deberían estar ya en camino a su casa. Jonathan sonrió conciliadoramente y ofreció un caramelo al chico en señal de disculpa. Pero el rechazo de la cortesía produjo malestar en Jonathan y desde ese momento sólo deseó ponerse en camino y llevar a quien comenzaba a irritarlo. Pero para pesar de ambos, la marcha del auto no respondió. No podía explicarse como un modelo nuevo podía fallar y acusó de ingenuo y tonto a Jonathan por dejarse engañar comprando un auto con problemas. Tras varios intentos infructuosos supieron que el auto no arrancaría...

Jonathan ofreció a Andrés pasar a su casa. Llamarían un taxi o intentaría reparar el auto pues sabía de mecánica. Andrés exigió que llamara a un auto pues ya debería estar en su casa pero que gracias a la torpeza de Jonathan, todo se había complicado, y más para él. (Si Jonathan hubiese tenido la piel clara, Andrés habría advertido como el color le había subido al rostro del negro después de ser insultado sin razón).

A regañadientes, Andrés avanzó al interior de la casa y observó que Jonathan tenía buen gusto por la sobria decoración y elegante mobiliario de la casa. Advirtió que el chico disfrutaba de la comodidad y el lujo.

En esta ocasión, con sutil tacto para evitar mayores sorpresas desagradables en las respuestas del involuntario invitado, Jonathan pidió a Andrés que se acomodara y se sintiera como si estuviera en su propia casa mientras llamaba en busca de taxi.

A la distancia, Andrés alcanzó a escuchar que por la fecha, no habría disponibilidad de autos. Se levantó malhumorado y exigió a Jonathan que le prestara el teléfono porque él lo intentaría con más suerte. Pero su sorpresa fue mayor al comprobar que Jonathan no había mentido y comprendió con rabia contenida que no le quedaría otro remedio que salir a buscar un auto a la calle o quedarse a pernoctar en esa casa. Faltaban tres largas horas para el amanecer y además, estaban cansados.

Jonathan recomendó que lo mejor sería no exponerse saliendo a tales horas a la calle y que en cambio, ofrecía a Andrés su propia recámara después de cambiar sábanas --que no olieran a él, dijo a manera de broma que ni siquiera tomó en cuenta su interlocutor. De cualquier manera, el atento mulato advirtió que si necesitaba algo sólo necesitaría llamarlo.

Andrés cerró la puerta y se desvistió. Quedó en una tanga minúscula que acentuó todavía más la protuberancia de sus globos. Se observó al espejo, bostezó profundamente y se metió a la cama. No habían transcurrido más que algunos minutos y no quiso que el sueño lo venciera con los labios y boca resecos, por lo que pidió a gritos que le trajeran un vaso con agua.

Jonathan entró a la habitación con el agua, prendió la luz y Andrés se reincorporó en la cama para beber. Pudo observar que Jonathan sólo vestía calzoncillos. Era un mancebo hermoso con músculos marcados, trabajados en el gimnasio a lo largo de años y se sintió cohibido brevemente frente a semejante monumento de hombre. Pero a pesar de sentir su insignificancia, poco tardó en recuperar el aplomo y recibió el vaso.

A medida que lo sostenía para llevarlo a sus delgados labios, advirtió una mancha en el mismo y en actitud de repulsa, lo lanzó al suelo derramando el líquido sobre la alfombra, salvándolo así de romperse en pedazos, pero no de la ira de Jonathan. Reclamó con descaro cómo se había atrevido a servirle agua en un vaso sin lavar.

Jonathan, en cambio, hervía en su interior y a duras penas se contuvo. Pero Andrés continuó insultándolo, por lo que de un solo y firme tirón Jonathan sujetó a Andrés por el brazo poniéndolo frente a él. El pobre chico fue víctima de temblorina generalizada de pies a cabeza tras haber quedado a milímetros de distancia del corpulento y alterado negro, quien exigió inmediatamente una disculpa. Sin responder y después de recuperar la arrogancia por enésima vez, Andrés sólo acertó a quedarse callado haciendo muecas horribles mientras Jonathan exigía una disculpa que nunca llegó. Jalonó al chico por segunda vez obligando a que los cuerpos se tocaran involuntariamente y al sentirse entre sí, Jonathan experimentó una firme erección que Andrés sintió como una descarga recorriendo su cuerpo. Además, la minúscula tanga no pasó inadvertida para Jonathan, porque más bien reafirmó la dureza de su poderoso falo.

La excitación iba en aumento. Jonathan lanzó a Andrés de vuelta a la cama y ahí le arrancó la minúscula prenda que llevó a las narices para aspirar con deleite y luego lanzarla con fuerza y sin dirección expresa. Se quitó sus propios calzoncillos y tan pronto sus desnudos cuerpos entraron en contacto sin ningún obstáculo de por medio, Andrés sollozó con más fuerza, o fingió hacerlo. Las advertencias de Andrés en palabras entrecortadas y lloriqueos en el sentido de que era menor de edad, que lo despediría y que también era virgen, no conmovieron al negro sino todo lo contrario. Andrés había quedado boca arriba y creyó que si permanecía en esa posición estaría a salvo. Jonathan no sería capaz de violarlo, creyó...

Por un momento Andrés desapareció de la vista bajo el descomunal cuerpo que lo cubrió por completo. Andrés se debatía bajo una mole cuyos labios carnosos y húmedos lo besaban y chupaban sin misericordia. Primero en el cuello, luego en los pectorales y finalmente succionando las tetillas. Llegó también a las axilas del joven, que repletas de vello, quedaron limpias de todo vestigio de olores o sudores gracias a la labiosa actividad del negro. Andrés sufrió una erección dolorosa por la presión ejercida, pero esa fue la luz verde que llevó al impetuoso negro a lubricar con su propia saliva un ano estrecho y renuente en apariencia.

Pero la penetración parecía imposible aún cuando Jonathan había recurrido a una sustancia oleosa al alcance de la mano y también porque Andrés se revolcaba como una presa que resistía como si fuera víctima de un depredador mortal a punto de clavarle los colmillos y algo más. Su estrechez había expulsado el glande en más de una ocasión y Jonathan no quería terminar todo sin conseguir que Andrés le perteneciera y pudiese descargar todo en su interior.

Animado como por una revelación, Jonathan acomodó al chico de tal manera que facilitara la inserción. Con fuerza sujetó a Andrés e inmediatamente después lo sometió deliberadamente a un cosquilleo tras descubrir que el muchacho era vulnerable alrededor de la zona inguinal. Gracias al descontrol y durante el breve momento de relajamiento, la estrategia le permitió hundir el largo y grueso mazo hasta alcanzar casi el tope. Mientras tanto, Andrés gemía, gritaba y luchaba desesperadamente, pero mientras más se movía más ensartado quedaba, a merced de quien se sentía su amo dentro de su palpitante cavidad sujetando las maltrechas nalgas con dos manazas en posición inflexible.

Jonathan enloqueció sin dejar de murmurar en el oído de su presa: “¡gózala amor, gózala!”... Andrés se contagió y correspondió por primera vez con besos y caricias delirantes a quien tanto había humillado. Su arrogancia se había transformado en súbita y lujuriosa subordinación. Entrelazados, escupieron frenéticamente.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 14617
  • Fecha: 17-05-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.96
  • Votos: 94
  • Envios: 3
  • Lecturas: 2372
  • Valoración:
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Edgardo
invitado-Edgardo 25-07-2005 00:00:00

Osea hasta el último párrafo vamos bien...pero da para seguir con mucho más...en semejante situacion tan bien lograda...onda la imaginación queda trunca...

jussep marcial
invitado-jussep marcial 26-05-2005 00:00:00

oye hacen mucha falta tus relatos me encanta leer tus relatos. bye cuidate.

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