El fotógrafo se llamaba Cucufate y estaba decido a ganar el primer premio de fotografía a nivel nacional.
Tenía una cámara fotográfica marca Nikon con teleobjetivo y gran angular, con tan perfectas lentes en los objetivos que incluso le permitían fotografiar en noches nubladas o de tormenta escandalosa con rayos y truenos sin necesidad de flash. Y si hablamos del gran angular entonces el campo que podía fotografiarse aumentaba cincuenta veces. En fin, una maravilla de máquina como correspondía a un fotógrafo tan afamado como Cucufate.
Es difícil, muy difícil ganar un premio, y mucho más a nivel nacional, no sólo en fotografía sino también en cualquier otra disciplina. Los dos últimos años, había fallado. El primer año quizá por culpa de la modelo porque, pese a que la fotografía del coño de la Bernarda era espléndida y casi podían vérselo los ovarios,no recibió ni un accésit. El segundo año tampoco recibió premio, porque la carabina de Ambrosio no era, precisamente, la mejor polla del país.
Pero, como suele decirse, no hay dos sin tres y éste año tenía una idea genial; una idea que sólo a él podía ocurrírsele: hacer una fotografía redonda. La fotografía de un aro, arillo o arete la hace cualquiera, pero hacer una fotografía de una plaza redonda sin subirse a un avión o a un helicóptero, si no desde el centro de la plaza ya era mucho más complicado.
Naturalmente, había escogido la más hermosa plaza de la ciudad, rodeada de arriates, plantas, fuentes con amorcillos, bancos de madera pintados de blanco, una balaustrada de columnas también blancas que la rodeaban por completo y, en el medio, la estatua ecuestre de un general cuyo caballo tenía unos cojones como melones piel de sapo, en fin… una preciosidad de plaza. Pero, precisamente por eso siempre estaba llena de gente hasta altas horas de la noche. Pero un día, harto ya de hacer guardia hasta las doce, se le ocurrió acostarse temprano para visitarla a las dos de la madrugada. Se levantó despacio para no despertar a Donatila, su mujer, y se encaminó hacia el bar de Oroncio que no cerraba en toda la noche.
Después de dos café, tres copas de coñac y una prolongada charla con Oroncio sobre un hecho trascendental del que venían discutiendo desde hacía más de un año sin ponerse de acuerdo, dio por terminada la discusión. Según Cucufate todas la mujeres menos Donatila, la suya, estaban cachondísimas, tanto como para follarlas día y noche. Por el contrario, Oroncio sostenía que Donatila tenía un polvo desmesurado, más que un polvo lo que Donatila tenía era una polvareda. Cucufate se marchó pasadas las tres y llegó a la plaza una hora más tarde porque ni autobuses ni tranvías funcionaban ya.
Fue un acierto. La plaza estaba vacía. Montó el trípode, preparó la cámara con el teleobjetivo de seiscientos aumentos, capaz de detallar la más pequeña colilla a cien metros de distancia. Apoyando el culo en el pedestal de la estatua ecuestre e inclinado sobre el visor, comenzó a disparar fotos calculando exactamente las distancias de una foto a otra para luego juntarlas todas y sacar la foto redonda.
Había fotografiado menos de un cuarto de plaza cuando, de pronto, delante de su teleobjetivo apareció una especie de salchichón grueso como un salami que entraba y salía de una boca con dos bigotes de pelo rizado, uno en cada labio.
-- ¡Qué raro! – se dijo extrañado – Juraría que la plaza estaba vacía y que esta estatua movible no estaba esta tarde cuando la visité por última vez. Esto es muy extraño, voy a poner el gran angular a ver si distingo el conjunto escultórico.
Y si que lo distinguió, ya lo creo, una pareja en pelota picada sobre el césped follando a todo meter. El salchichón salami era de un tamaño descomunal pero la tía se lo tragaba con toda naturalidad y aún más… elevaba las caderas en busca de una penetración más profunda. La escena era excitante, lujuriosa y lasciva en grado sumo. La tía estaba cojonuda, tenía un cuerpo de infarto y un coño magnífico. Aunque no podía verle la cara pues se la tapaba la cabeza del maromo que le estaba lamiendo el cuello y chupándole el lóbulo, se dijo que con aquel impresionante cuerpo tenía que ser una mujer muy guapa.
Cucufate, se bajó la cremallera del pantalón y sacó la ya tiesa verga para que le diera el aire de la madrugada. Escupió en las manos sin perder de vista a los jodedores y comenzó a meneársela a dos manos con paciencia, sin perderlos de vista a través de visor en espera de poder correrse cuando lo hicieran los folladores. Cuando el ritmo de la pareja se aceleró también él aceleró el suyo. De pronto el salami su hundió profundamente en la boca con dos bigotes y permaneció hundido durante un rato, la mujer cabeceaba de un lado a otro, signo inequívoco de que empezaba a correrse.
Pero entonces distinguió su cara y pese a que estaba a punto de correrse, se le aflojó la erección hasta el punto de que la verga quedó tan mustia como una flor cortada de un mes.
-- ¡A la mierda la foto – se dijo cabreado guardándose la marchita verga – Para fotografiar a Donatila puedo hacerlo en casa mucho más cómodo!
Y se fue a dormir.
Excelente cuento. ¡Felicitaciones!!!! Lo copié de nuevo ya que enviarlo no se puede, ni se puede seleccionar. Pero al tipiarlo lo pude terminar en algunos minutos.