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Cuando yo tenia 13 años, mis únicos intereses eran, mis muñecas, la música y el baile. Y mi mayor preocupación era obtener buenas notas en el colegio, a fin de que nadie en mi familia se metiera conmigo o con mis actividades.
En ese tiempo mis únicos conocimientos respecto al sexo, solo se limitaban a lo que Silvia mi hermana mayor, conversaba respecto a los chicos y a sus pololeos con sus amigas. Si bien es cierto que en algunas ocasiones realizaba algunas tocaciones a mi cuerpo, estas eran más bien con afán de curiosidad, que con el objetivo de conseguir placer sexual. Aunque sin duda el tocar y manosear mi vagina y mis pechos me proporcionaba un especial y embrujador deleite, por lo que gradualmente fui entusiasmándome cada vez más con estas manipulaciones. Pero a pesar de que sentía mucho gustito cuando intruseaba mi vagina, realmente nunca llegue más allá.
Mi primera masturbación propiamente tal fue totalmente casual. Sucedió una tarde en que estaba en la ducha y comencé inocentemente a juguetear con mi vulva, haciendo que el agua caliente se deslizara por entre mis labios vaginales. Poco a poco fui sintiendo unas incontenibles ganas de frotarme mi vagina, hasta que llegue a descubrir que era el clítoris el punto más sensible.
Al refregármelo logre un placer hasta entonces desconocido para mí, estuve largo rato entretenida en estos devaneos y la verdad es que lo disfrute muchisimo. Estos juegos se fueron haciendo cada vez más reiterados, pero no pasaban de hacerme sentir un gustito especial, muy agradable, pero nada que se pudiera considerar un placer arrebatador.
Sin embargo todo cambio, en una oportunidad en que se celebró el cumpleaños de mi hermana, con una fiesta en mi casa. Ella y dos amigas estuvieron preparándose toda la tarde para la ocasión, me llamo poderosamente la atención el interés que ellas ponían a sus ropas interiores, así como también acerca del tamaño, dureza y firmeza de sus pechos, muslos y nalgas. Durante todo el tiempo que estuvieron en estos preparativos, ellas no dejaron de hablar sobre los muchachos que asistirían.
La fiesta comenzó tan normal como cualquier otra, bailes, algo de comida, algunos tragos y bebidas. Pero para mí fue la primera fiesta en que pude quedarme hasta tarde y debido a este privilegio, tuve la oportunidad de observar algunas situaciones que me sorprendieron mucho.
Estuve mirando atentamente durante toda la fiesta como las chicas y chicos de entre los 17 y 20 años, se besaban y se acariciaban atrevidamente, en presencia de los demás como si no les importase que los observasen. Quedaron en mi mente muchas imágenes sensuales, que daban vuelta en mi cabeza. Recordaba especialmente a una morena muy sensual, que durante toda la fiesta se dedico a coquetear con cuanto muchacho había bailado con ella. Cada vez que bailaba con algún chico, ella se contorneaba casi como las bailarinas de cabaret, era obvio que sabia perfectamente como calentar a la audiencia masculina, abrazaba a los chicos y movía cadenciosamente sus caderas mientras los rozaba con su cuerpo incitantemente.
Cada vez que algún lolo terminaba de bailar con ella, yo podía apreciar nítidamente unos manifiestos abultamientos, que sobresalían notoriamente de sus entrepiernas. Me llamo tanto la atención estas prominencias, que me dedique durante largo rato a observar como ella los excitaba bailando. Además era obvio que ellos no podían evitar mirarla, mientras caminaba o danzaba, moviendo sensualmente su empinado trasero, esa chica se daba perfecta cuenta como las miradas de todos ellos se concentraban en sus bien formadas montañas traseras, que hacían resaltar nítidamente sus pequeños cuadros, que se dibujaban con toda claridad a través de la delgada tela de su ajustada minifalda.
No podía evitar la curiosidad que me provocaban esas escenas, las ganas de sentirme seductora y poder atraer la atención de tantos muchachos apuestos y varoniles, me hizo imaginar por largos momentos, que era yo la protagonista principal de aquel baile. Pero la triste realidad es que yo aún era tan chica, que ninguno de los chicos, ni siquiera me invito a bailar.
Cuando me fui a acostar, mi cuerpo estaba como alterado y sentía una extraña secreción y una sensación de hormigueo en mis partes intimas. Me acosté y comencé a tocarme como siempre muy suavemente, pero en esta ocasión en vez de inventar fantasías infantiles como lo hacia siempre, comencé a imaginar que yo era cada una de las niñas a las que había visto besarse y dejarse tocar por sus parejas.
Especialmente tenia muy grabada en mi mente, a una pareja que había visto agarrando en el patio. Ella era una chica alta, pelirroja, parecía una estatua de sensualidad, el lolo que estaba con ella la contemplaba, la besaba y la acariciaba con una extraña mirada llena de lujuria Estaban abrazados muy apretados el uno al otro manoseándose, él con sus manos tocaba por encima del liviano vestido los enormes senos. Ella jadeaba y lo besaba al sentir el contacto caliente de sus manos, mientras lo dejaba hacer. En un instante, con la otra mano, él le acaricio las nalgas y la fue desplazando por sus caderas, hasta llegar a tocarle el prominente triángulo de su pelvis, palpando con sus dedos a través del vestido sus zonas más intimas.
Ella no rehuía el contacto, sabia como hacerse desear ya que por instantes juntaba las piernas fuertemente, dificultando los manoseos del chico, quien pese a las dificultades, en un momento por fin logro meter su mano por debajo del vestido, comenzando a acariciarla intensamente. Como un sátiro desatado abrazó fuertemente a la colorina, mientras su mano acariciaba con sus dedos su vientre y su sexo sin cesar.
Mientras recordaba esas imágenes, mis juegos eróticos se fueron convirtiendo en algo totalmente diferente a todas las oportunidades anteriores, en tanto me tocaba mi cuerpo sentía un extraño cosquilleo en mi abertura, como haciéndole un silencioso llamado a mis propios dedos. Apenas puse mi mano en mi vulva, sentí como una corriente que logro ponerme la piel de gallina, apenas incursione con mis dedos en mi ardiente gruta, note que mis dedos se iban mojaron por completo con mis suaves y calientes fluidos íntimos, mi clítoris estaba muy inflamado y cuando me lo toque me transmitió un placer tremendo que me consumió entera.
Por un momento me sorprendí de lo que me estaba sucediendo, pero era tan placentero palparme y acariciarme, que abandonándome por completo a mis sensaciones seguí con mis manoseos percibiendo intensamente con todos mis sentidos, el inmenso placer que me estaba provocando. Con una desconocida inteligencia, mi otra mano se acomodo sobre mis pechos, rozándolos, apretándolos y acariciando voluptuosamente mis pezones que se me endurecieron al instante poniéndose muy duros y empinados. Mi otra mano acariciaba incansable mi hinchada, jugosa y tierna conchita, sentía una extraña y excitante viscosidad muy novedosa para mí por lo abundante, lo que hacia que mis dedos se desplazaran con facilidad por entre mis íntimos pliegues. Poco a poco comencé a mover mis caderas de un lado a otro, y a introducirme suavemente los dedos, en ese instante estaba acostada debajo de las sabanas, así que decidí destaparme y abrí las piernas tanto como pude para poder mirarme.
Separe ansiosamente los carnosos labios de mi vagina con ambas manos y deje al descubierto mi rosado y erecto botoncito de placer. Empecé a masturbarme frotándomelo muy delicadamente. Como estaba ligeramente inclinada hacia adelante y con las rodillas un poco dobladas, podía observar claramente como mis dedos se desplazaban por encima de mi jugoso y excitado clítoris. Muy pronto aumente tanto la presión, como la velocidad del movimiento de mis dedos.
Mi respiración se agitaba y mi corazón latía con toda intensidad. De pronto sentí que necesitaba introducirme suavemente los dedos adentro de mi vagina. En ese momento, cerré los ojos, levante las rodillas y me frote aceleradamente, de una manera totalmente nueva y por supuesto muy distinta al manoseo de mis primeras experiencias onanistas.
En un instante mi excitación llego a tal punto, que mi respiración se acelero, y poco a poco todo se nubló, mi cuerpo se tenso y sentí un indescriptible placer, que comenzaba en mi vagina y que consumía por completo hasta el ultimo rincón de mi cuerpo, con un maravilloso y extraño delirio, me masturbe frenéticamente, hasta que en medio de un estremecimiento, grite de placer y caí sobre la cama agotada, dejando en mis dedos, las húmedas pruebas de mi primer y solitario autoplacer.
Había conseguido mi primer orgasmo y había sido maravilloso, extraordinario, incomparable. A partir de entonces recurrí constantemente y en innumerables ocasiones, a estos juegos en una desesperada búsqueda por darme cada vez más placer. Llegue a realizarlo tan seguido, que prontamente me convertí en una experta pajera, lograba con suma facilidad excitarme a fondo consiguiendo continuos, intensos y deliciosos orgasmos cada vez más placenteros.
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