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Categoría: Dominación

La fantasía de Cuco

Cuco era un apasionado del cine de acción donde las mujeres madrean a montones de hombres. Nada lo excitaba tanto como ver películas donde una vil tipa, de cuerpo atlético y evidente flexibilidad, se encargaba de hordas de malhechores, a quienes pateaba ya en los huevos, ya en la cara, ya en el estómago, para terminar, comúnmente, rompiéndoles el cuello con clase.
Cuco siempre fantaseaba con ser madreado por una fémina. Entendía que las cosas que veía eran actuadas, simples coreografías donde tanto las tipas como los tipos eran profesionales preparados, además de grandes acróbatas; también sabía que el ángulo con que se filmaban las putizas permitía ocultar que, en realidad, nadie recibía un solo golpe. Sin embargo, en su mente se imaginaba madreado como resultado de una fantasía preparada de antemano, o sea, tras haber comentado con una dominatriz los pormenores de una suerte de pelea algo ficticia, que sin duda ganaría ella tras haber impactado algunos golpes en su antagonista, sin que ello entrañara dejarlo inconsciente o lisiado.
Tras haberse masturbado miles de veces soñando con amazonas que, preferiblemente descalzas, lo hacían ver su suerte a punta de trancazos, Cuco decidió poner manos a la obra. Venció al temor y se puso a investigar dónde hallar a una fulana con conocimientos de artes marciales que, además, estuviera dispuesta a partirle la madre. Llamó al fin a una agencia de putas presuntamente conocedoras del arte de la dominación y, con voz apagada por los nervios, preguntó si había alguna chica capaz de golpearlo. Le dijeron que Cindy era cinta negra en karate do y no vacilaba en madrear bien y bonito a sus clientes. Cuco tragó saliva, tembló de emoción y rogó que le enviaran a la recomendada.
Tuvo que instalarse en una villa para recibir a la tipeja. Esperó que el gasto valiera la pena, sobre todo porque su economía no estaba para andar pagando habitaciones; además, se comprometió a desembolsar dos mil pesos a cambio de ser madreado.
Había en el baño batas de toalla. Cuco había sudado tanto que, mientras esperaba el arribo de Cindy, se dio un baño y terminó justo cuando tocaron a la puerta. El infeliz, con la verga un tanto parada de emoción (aunque los nervios apenas le permitieran moverse), se puso la bata y fue a abrir.
Cindy era una chica de 1.75, cuerpo atlético, senos prominentes, cintura estrecha, piernas torneadas y, al parecer, pies hermosos (eran visibles a través de las sandalias que calzaba). Cuco tragó saliva, sobre todo al ver la forma dominante en que Cindy lo contempló. No tuvo tiempo de hacerse a un lado porque un empeine se impactó contra su entrepierna; se encogió, con las rodillas juntas y las manos unidas sobre la región dañada; su rostro adquirió una expresión patética. Pudo retroceder tres pasos, que Cindy aprovechó para cerrar la puerta, descalzarse y recetar un puntapié en la cara del cliente, quien ahora sí cayó de espaldas y quedó algo contorsionado, con ambas manos en la nariz.
Cindy lo levantó por las solapas con toda facilidad y le ordenó el pago por el servicio. Como Cuco tardara en responder, Cindy lo aferró por los huevos y reiteró su demanda. Cuco, enrojecido de dolor, señaló hacia una silla donde se amontonaba su ropa; quizá daba a entender que los billetes estaban en el pantalón. Cindy le dio un tirón en los huevos, acto seguido le propinó un golpe con la palma de la mano en la cara, más tarde un rodillazo en las costillas y, para terminar, lo tomó por un brazo para hacerlo girar en el aire y caer de espaldas.
Mientras Cuco sentía cómo se le paraba la verga por completo y cuán difícil le resultaba mantenerse consciente, Cindy revisó la ropa del madreado y halló el dinero. Giró sobre los talones, guardó su recompensa y se desnudó por completo. Vio la verga parada de Cuco y, tras ponerle un pie (delicioso pie desnudo) en el cuello, lo previno que si se venía lo castigaría inimaginablemente. Cuco asintió entre carraspeos.
Cindy volvió a levantarlo como si fuera una pluma, le quitó la bata de dos manotazos y lo retó a pelear contra ella, picándole la cresta mediante insultos y comentarios que ponían en duda la masculinidad del infeliz. Éste, en realidad, no se ofendió, pues sabía que era una mierda, pero entendió que la fantasía exigía seguirle la corriente a la fulana. Así que fingió sentirse ofendido y comenzó a lanzar puñetazos que, ciertamente, pretendían noquear a la amazona; pero ésta era una auténtica experta en su especialidad, y lo probó. Defendió su cinta negra mediante movimientos maestros, evadiendo los golpes del contrincante y retribuyéndolos con deliciosas patadas y puñetazos, así como llaves que inmovilizaban grotescamente al oponente y lo hacían gemir. Cuco no se cansaba de sentir, sobre todo, las excelsas plantas de su dominadora impactándose contra su cara; ebrio de goce, se tambaleó de acá para allá durante unos veinte minutos, llevado por los trancazos que sabiamente le recetaban; cayó sobre la cama, un par de sillones e incluso el jacuzzi, donde Cindy lo surtió de trompadas mientras lo tenía con la cabeza bajo el agua.
Llegó el momento inevitable en que Cuco ya no se levantó. Había perdido y eso era lo que más lo excitaba. Vio con los ojos entornados cómo su dominadora se plantaba junto a él y lo contemplaba con desprecio. Los pies de ella estaban muy cerca de su cara; se atrevió a besarlos, lo que quizá no le gustó a Cindy, quien lo tomó por los pelos para ponerlo de rodillas, acto continuo le aferró las manos tras la cabeza y, para terminar, la emprendió a palmadas fortísimas contra el pene erecto del que partía líquido preseminal. Los lastimosos gritos de Cuco fueron sofocados con un golpe dado en su garganta; sintió que se atragantaba con su propia saliva.
Cindy lo tumbó de espaldas, se colocó un arnés que exhibía un dildo fenomenal y, tras poner sobre sus hombros las piernas del miserable (al que dobló de modo que las rodillas le quedaron a la altura de la cara), lo enculó con fuerza, arrancándole un gemido feminoide. Cindy le ordenó que la mirara a los ojos mientras lo embestía, orden que el sumiso cumplió sin rechistar, adorando la supremacía que evidenciaba la vista de aquella amazona. Al fin, la verga del dominado dejó escapar chorros de semen que, para desgracia de Cuco, salpicaron a su dominadora, quien sacó el dildo el culo del infeliz y en su lugar embarró el semen derramado.
Cuco acabó bocabajo, atado en hogtie (manos a la espalda y muñecas unidas a los tobillos, también atados) y amordazado con cinta de embalar. Cindy siempre llevaba cuerdas y mordazas en su bolso. Ebrio de satisfacción, Cuco vio a Cindy vestirse; antes de marcharse le dijo que le había encantado madrearlo y cogérselo, y que más le valía que pronto volviera a llamarla. Se fue.
Cuco tardó tres horas en soltarse, en cuyo transcurso orinó y, por culpa de la cogida, cagó. El cuarto acabó hecho una porquería, así que Cuco se escabulló antes de que le reclamaran.
Hoy ve a Cindy cada vez que le es posible, es decir, cuando las secuelas de la madriza anterior han desaparecido y cuando tiene unos pesos para gastar en que una vieja le ponga en la madre.
Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
  • Media: 4.27
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