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Jorge notaba que Julia quería hacerle un montón de preguntas. Pero no la dejó.
–Confía en mí –repitió, volcando un pequeño reloj de arena sobre el suelo, justo a su lado, mientras Julia obedecía poniéndose en cuclillas
Se dio la vuelta, sin mirarla, y cerró la puerta.
Por la cabeza de Julia pasaron miles de pensamientos, posibles guiones de lo que iba a suceder a partir de ahora. Pero ese “confía en mí” resonaba inevitablemente en su cabeza, como una campana que llama al orden y desorganiza los sentimientos de Julia.
Unos gemidos fuera del baño llamaron poderosamente su atención.
Apenas han caído unos granos de arena, y las piernas empiezan a entumecerse…
¿Cuánto tiempo llevaba en cuclillas? ¿Qué estaba pasando allí fuera? Agudizó un poco más el oído… Sí, eran gemidos de placer. Sin lugar a dudas. Así que era eso, Jorge la había encerrado en el baño para luego montarse una bacanal en toda regla, con esos desconocidos del local. Y con David de cómplice… Pero Julia seguía en cuclillas, intentando concentrarse en el reloj de arena…
Un tercio de los granos han pasado a ocupar la base del reloj…
La puerta del baño se abrió de repente, cogiendo desprevenida a Julia, que se quedó petrificada. Era David. Una pequeña corriente llena de humo de cigarros entró en el baño enderezándole aún más los pezones. David parecía otro. Tenía una ceja levantada y la cara desencajada, ¿de placer? Clavó los ojos en el pecho de Julia. Luego, sin mover la cabeza, bajó la mirada hacia su vulva, totalmente indefensa.
–¿Te has tocado? –le preguntó David.
Julia no se lo podía creer. Claro que se quería tocar, pero…
–Con la que tenemos armada fuera desde luego tienes mucho autocontrol –prosiguió con insolencia.
Julia notaba su coño caliente, pero lo único que podía hacer era fijar su mirada sobre el pequeño reloj de arena, que corría inexorablemente. David se dio la vuelta y empezó a orinar. Cuando acabó, se subió la bragueta, se giró nuevamente hacia Julia y le dijo:
–Es una pena desperdiciar estos momentos… ¡Piénsalo!
Sonrió y regresó a la orgía, cerrando la puerta tras de sí.
Julia intenta contar los granos de arena, y calcula con dificultad que apenas han caído la mitad de ellos…
Los gemidos que Julia podía escuchar eran esencialmente femeninos. ¡¿Cómo se había atrevido Jorge a dejarla tirada, precisamente esta noche?! Un escalofrío recorrió su bajo vientre, pero se dio cuenta de que era una sensación de excitación, más que de disgusto. Agachó la cabeza y pudo entrever su sexo reflejado en las baldosas del baño. Empezó a contraer la vagina, le dolía el cuerpo entero, las piernas sobre todo, pero aquellas contracciones le permitían abstraerse del dolor… Y, sobre todo, se estaba excitando cada vez más. La visión de sus labios, los gemidos orgásmicos en el local, los ruidos de algunos muebles que alguien hacía chirriar contra el suelo… Su imaginación era un torbellino de secuencias que no podía parar. Decidió acercar sus dedos al coño. Estaba empapada. Todo su cuerpo parecía llorar deseo. Con dos dedos, atrapó su clítoris y empezó a acariciarse. De vez en cuando, se llevaba la mano a la boca para lubricarse aún más… Era un acto reflejo. No lo necesitaba.
Sigue, interminable, el tiempo convertido en arena, y la arena convertida en un insoportable dolor de piernas…
En sus ensoñaciones, veía a Jorge acercarse a ella, hacer añicos el reloj de arena, tumbarla en el suelo con los brazos encima de la cabeza para que no pudiera hacer nada, y derramar sobre su clítoris la fina arena. La sensación era insoportablemente deliciosa. Mientras tanto, la orgía seguía fuera. Pero ella no formaba parte de aquella fiesta. Así que había decidido masturbarse y montar su propia película. Los granos de arena imaginarios le irritaban levemente los muslos internos. David se había puesto detrás de ella, le había agarrado los brazos con fuerza y le ofrecía su polla, que Julia, a duras penas, conseguía lamer. Tenía que echar el cuello hacia atrás, como una contorsionista, y abrir la boca al máximo para absorber con gula y jugar con la lengua todo lo que pudiera. Aunque eso ya no importaba porque apenas podía sentir su propio cuerpo. Solo quedaban los puntos de placer proyectando imágenes en su cabeza. David gemía y Jorge tenía la mirada de una bestia feroz, cabeceando con gesto de aprobación a cada lametazo que Julia regalaba a la polla de David.
–Confía en mí –se repetía para sí misma.
Cae el último grano de arena… Julia aún no lo sabía, pero habían transcurrido 45 minutos exactos.
El picaporte empezó a girar lentamente. Julia fijó su mirada en la puerta, mientras sacaba rápidamente el dedo que exploraba, sin pudor, su vagina. Miró el reloj de arena, que ya había terminado su descenso. La cadencia de su aliento estaba entrecortada y tenía la sensación de que el suelo se había inundado completamente por sus fluidos. La cabeza de Jorge apareció, sonriendo. Pero detrás, había alguien más…
–Veo que no has podido resistirte, cariño –le dijo Jorge con dulzura.
Julia hizo una ligera mueca, mezclando un “lo siento” y “por supuesto que no”. Jorge abrió la puerta de par en par mostrando a David, que sostenía un enorme pastel de chocolate con dos velas encendidas, que iluminaban un “45”.
–¡Feliz cumpleaños, Julia! –gritaron ambos al unísono.
Julia entreabrió la boca pero no pudo articular sonido alguno. Hizo el intento de levantarse, pero tampoco dio resultado. Su cuerpo llevaba cuarenta y cinco minutos en aquella terrible postura, que ella, por decisión propia, había aceptado adoptar. Jorge se acercó y la besó intensamente. Luego, la ayudó a levantarse, mientras David le ofrecía el pastel para que soplara las velas.
–Sopla antes de que se apaguen, Julia –le dijo David.
–No, tranquilo –Sonrió Julia–. Las velas se pueden apagar… Yo estoy más encendida que nunca…
–De eso se trataba… –añadió Jorge.
Julia llenó su boca de aire y sopló con fuerza. Jorge y David empezaron a gritar de alegría como dos niños. Salieron los tres del baño en dirección a la barra. La debilidad de las piernas de Julia hizo que tuviera que agarrarse a los fuertes brazos de Jorge, para dar los primeros pasos.
–¿Y los demás? –preguntó sorprendida–. ¿Dónde se han ido todos?
David y Jorge se miraron con complicidad.
–Llevamos cuarenta y cinco minutos los tres solos, Julia –le explicó Jorge–. Los ruidos que has oído eran sonido ambiente… Mejor dicho, una peli porno.
Julia se quedó sin aire. Ella se lo había creído absolutamente todo. No había dudado un solo instante que allí se estaba montando una orgía. Solo se había repetido la frase mágica “confía en mí”… Y había hecho bien.
–¿No querías un cumpleaños diferente? –preguntó Jorge.
–Por supuesto que sí –le respondió Julia, mientras se quitaba el abrigo del todo–. Es más, hasta he fantaseado con vosotros dos. Pensaba que estabais embistiendo a todas las hembras del local…
Jorge y David se miraron atónitos. Julia dejó escapar una leve risa malvada, se acercó lentamente a David, cogió sus manos, y le fue guiando por todos los rincones de su cuerpo, con total descaro.
–¿¡Qué estás haciendo, Julia!? –exclamó Jorge, con tono divertido, pero sin saber muy bien qué estaba sucediendo.
–¡Shhhh! Confía en mí.
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