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Un lejano reloj desgranó indolente nueve campanadas que tuvieron su eco en las campanas de una espadaña que hicieron despertar sensaciones de recuerdos en una tarde que moría sin indulgencia.
El estado de excitación alcanzaba niveles casi insospechados. Sonó el teléfono como estaba previsto, a la hora acordada. Las voces de dos hombres se confundieron cerrando aquel trato, Todo estaba pactado y de un momento a otro se levantaría el gran telón de aquella nueva sesión de fantasía sin límites.
El hombre que la acompañaba la mando desnudarse. Ella lo hizo sin rechistar, despacio, como queriendo ralentizar el momento. Los zapatos, la blusa, la falda, el sujetador, la tanga. En momentos su cuerpo, desnudo, libre de ataduras, quedó dispuesto para ser usado, para ser puesto a merced de quien quisiese utilizarlo como fuente inagotable de placer.
El hombre miró el reloj, tan solo faltaban cinco minutos para la hora convenida. La mujer terminó de acicalarse perfumando su cuerpo y especialmente su sexo con aquella fragancia evocadora de viejos veranos que están para volver. Ya estaba dispuesta.
Con un gesto la mujer se giró y él comenzó a asirle sus manos por atrás, Ya estaba a merced de quien pudiese surgir de entre las sombras. Volvió a mirar el reloj, era estricto en la puntualidad, tan solo faltaban dos minutos.
Le ordenó que se arrodillase y que adoptase un gesto de absoluta sumisión. Ella bajó la cabeza dejando que su cabello quedase colgado, suspendido, como aquella fantasía de bondage de la que tanto habían hablado.
A la hora prevista sonó un leve golpe en la puerta de la habitación. El abrió y saludó al invitado cruzándose las manos como si fuesen amigos de siempre. Luego, tras un breve comentario sin importancia, los dos accedieron a la habitación.
Una suave y evocadora penumbra ponía una nota especial de sensualidad al ambiente. En uno de los rincones más alejados del cuarto, ella, de rodillas, desnuda, atada de manos, aguardaba con sumisión el instante mágico de ser utilizada como mejor quisiera cualquiera de aquellos dos hombres.
Ellos comentaron algo en baja voz. Después, su amo, hizo la cesión con muy pocas palabras, tan solo las justas para saber el otro que ya estaba en posesión de tan preciado botín. Lentamente se acercó para reconocer lo que ya era suyo, su propiedad. La miró girando a su alrededor y comenzó a tocarla, a reconocerla palpando las partes de su cuerpo que estaban al alcance de sus manos. Después, del interior de aquel maletín cargado de instrumentos de placer y sumisión, extrajo un collar que colocó en el cuello de la mujer al que sujeto una cadena. La posesión se había completado, la mujer era ya de aquel hombre que la dominaba.
Hubo silencio durante unos segundos, el amo se sentó en un sofá para ser testigo de aquella sesión de magia sin límites conocidos. Entre tanto, el otro hombre comenzó con su trabajo. Con una capucha negra de cuero cubrió el rostro de la mujer y tirando de la cadena la arrastro por la habitación hasta los pies de la cama. Una vez allí la aupó y poniéndola boca abajo sobre el lecho comenzó a azotarla en sus nalgas para que ella reconociese a su nuevo amo. Comenzó a gemir de placer.
Tras aquel castigo y sin dejar de humillarla verbalmente, el hombre inicio la colocación casi sistemática de aquella serie de pinzas que oprimieron sus pezones y su vagina. La puso en pie para mostrarla como su nuevo trofeo de caza. Atada, con su cuerpo lleno de pinzas y con su rostro cubierto por la capucha se antojaba como alguien que pronto sería poseído, usado como elemento de placer.
Tirando de la cadena la hizo arrodillarse ante él. Gritó un insulto demostrando que aquella era su posesión y luego, con un rápido movimiento de mano, extrajo su enorme polla del interior de su pantalón e hizo que la esclava, su sumisa, se la tragara de una sola vez. Tiró de su pelo indicándole que era hora de empezar a mamar aquel falo. Ella obedeció sumisa dejando escapar un leve jadeo de interior de su alma.
Cuando ya el hombre estuvo harto de aquella felación entregada, sacó la polla de la boca de la boca de la mujer y empujándola con fuerza sobre la cama la poseyó sin contemplaciones, sin miramientos, clavando su pene dentro de la vagina. Ella gimió, gritó de placer al sentirse poseída. El comenzó a cabalgarla con furia. A cada golpe seco la esclava respondía con un gemido de placer. El primer orgasmo estaba próximo.
La folló durante un largo tiempo no permitiéndole correrse, deteniéndose intencionadamente y sacando la polla del coño empapado de aquella mujer para una vez calmada, iniciar de nuevo el proceso y así una y otra vez hasta que por fin, la esclava, profirió un tremendo alarido de placer en el justo instante en que le sobrevino su primer orgasmo. El hombre por su parte comenzó a jadear y con un rápido movimiento se colocó sobre el rostro de la mujer dejando que una enorme cantidad de leche empapase todo su rostro, deslizándose por su nariz, la comisura de su boca y sus pómulos.
El tipo no quiso darle tregua y así aquella sesión continuó por espacio de varias horas. Una y otra vez le sobrevinieron brutales orgasmos a la mujer, mientras era penetrada con distintos instrumentos y sometida a toda clase de prácticas de humillación y sumisión. Al final, cuando ya ella jadeaba desecha, rota, destrozada sobre la cama, el hombre aquel la cogió por la correa y la arrastró, sin protestas, hasta el cuarto de baño introduciéndola en la bañera. Él se subió sobre el borde y desde allí comenzó a orinar sobre el cuerpo, la cara y la cabeza de la esclava a las que le sobrevino un postrer orgasmo producido por sus propios dedos al pajearse de forma compulsiva.
Allí la dejo, mojada de orines, sobre aquella bañera.
El hombre se vistió y se despidió del amo quien le agradeció sus valiosos servicios. Un apretón de manos puso fin a la sesión. Al final, el amo, regresó al cuarto de baño y tras ducharse con ella, tuvieron su particular noche de amor sorprendiéndoles el sol colándose por las rendijas de la ventana del hotel en un nuevo día que para ellos se antojaba ya distinto y lleno de morbosas expectativas.
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