Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Maduras

La encontré en el supermercado

La encontré en el supermercado



 



Tras un primer encuentro inesperado, vuelven a encontrarse llevándoles la pasión a conocerse de un modo mucho más intenso y completo…



Fue algo rápido e imprevisto, algo fugaz y en un visto y no visto. Normalmente las cosas no buscadas son las que ofrecen un mejor resultado. Así sucedió aquella tarde y sin previo aviso en la cola del supermercado.



Aquella tarde entré con mi mujer a por unas cosas que necesitábamos. Pocas a decir verdad pero, de vuelta a casa, y de camino como íbamos pues aprovechamos. Era casi la hora de cenar y mirando los productos congelados vimos las pizzas que aquella semana estaban de oferta. Tomamos dos de diferente gusto y seguimos con la compra. No recuerdo qué más compramos pero fueron pocas cosas pues cuando vamos a hacer la compra siempre llevamos la lista con lo que necesitamos. Después de curiosear por el resto del supermercado como a Carmen tanto le gusta, nos encaminamos finalmente a la caja pues prácticamente era la hora del cierre.



Solo había una caja abierta así que, hablando de cosas sin importancia, nos colocamos esperando nuestro turno. Delante una pareja con un carro medio lleno empezaron a colocar las cosas en la cinta para el posterior cobro. Carmen iba hablando como digo de cosas sin importancia a lo que le respondía siguiendo la conversación. En un momento y sin poner mucho interés, me fijé sin embargo que la mujer de la pareja de delante me lanzaba una mirada con cierta atención mientras su pareja, que imaginé el marido, metía las cosas en las bolsas. Carmen seguía hablando y no se dio cuenta de nada. Como digo, en un principio no puse mucho interés imaginando aquella una simple mirada.



Pero en corto espacio, el que daba para recoger y hacer el pago, las miradas se repitieron con evidente interés en ella. Tanto miraba que me fijé en ella como es debido. Era una mujer madura, cincuenta y tantos sin duda, su pareja de edad parecida o incluso algo mayor, gafas, calvo y de pelo canoso mientras la mujer poseía una figura más que respetable para su edad. Estatura media, larga melena rubia de bote y encrespada, el cuerpo como digo resultaba de lo más interesante y tentador con aquellas piernas al aire gracias a las medias transparentes que llevaba y que mostraban un par de muslos aún bien cuidados. Conjunto todo en negro de blusa negra con transparencias, falda y unos botines planos de estilo masculino con los que acabó de captar mi total curiosidad. Curiosidad no exenta de disimulo pues a mi lado se encontraba Carmen sin dejar un segundo de hablar. Al levantar los ojos me encontré nuevamente la mirada de la mujer al otro lado de la caja mientras el hombre acababa de recoger las últimas cosas ayudado por ella. Rostro arrugado y gastado por la edad, con grandes ojos claros de los que no pude distinguir el color desde la distancia que nos separaba. En su juventud debió haber sido sin duda bella, bellísima. Facciones cuidadas gracias al discreto maquillaje que le cubría pómulos y ojos. Acabaron de recoger las últimas cosas y aún me lanzó una postrera mirada sonriente al pagar él a la joven cajera, mirada sonriente a la que respondí ahora con desvergüenza y a lo que Carmen pareció no dar importancia. Al parecer no se había percatado de nada pues seguía a lo suyo respondiéndole yo de tanto en tanto. Una vez pagó él, recogieron las cosas acabando de ese modo el fugaz flirteo.



O al menos eso creía pues al tocarnos el turno y empezar a meter en las bolsas las pocas cosas que habíamos cogido, encontré un pequeño paquete de queso fresco que sin duda había olvidado la anterior pareja. Mirando atrás vi que ya habían salido así que avisé a la muchacha del olvido, contestando ella con cierta sorpresa. Sin esperar a más salí tras ellos buscándolos para hacerles entrega del paquete. Les divisé aún en la acera, junto al coche en cuyo maletero empezaban a meter las cosas. Dos gritos di sin conseguir llamar su atención para finalmente al tercero volverse ella. Con la misma sonrisa de momentos antes, recogió el paquete de entre mis dedos al darme las gracias con voz suave y acariciadora. Solo fueron unos segundos pero lo suficiente para notar la mirada clavada en la mía mientras los dedos se mezclaban unos con otros.



Volví al supermercado sin más, donde pagamos saliendo a la calle camino de casa. Echando un último vistazo pude verles marchar calle adelante, doblando el coche en la primera esquina. Todo el resto del tiempo no pude quitarme a aquella mujer de la cabeza, cosa de la que se aprovechó Carmen con evidente placer luego en la cama. Follaba con ella e imaginaba que era la madura con quien estaba. Le comí las tetas y luego el coño y el culo que mostraba en pompa y en su total belleza. Contra la pared, le follé primero el coño para cambiar después al culo que sodomicé con fuertes golpes que la hicieron gritar y gemir de puro goce. Dos veces me corrí y ella no sé cuántas aunque seguro que fueron muchas, acabando cansada y derrengada bajo mi peso. Todo el polvo había sido bajo el recuerdo de aquella madura de miradas directas e indiscretas.



Pasaron los días y poco a poco aquella imagen fue abandonando a duras penas mi cabeza. Pese a todo, aún hice el amor a Carmen dos o tres veces imaginando que era a aquella cincuentona a la que me tiraba. Mi mujer quedaba de lo más satisfecha, dormida y con una sonrisa de oreja a oreja. Por la mañana de vuelta a la marcha, quedando los dos derrotados y dormidos hasta mediodía.



Unos días más tarde y ya olvidado de ella, la encontré sola en el supermercado. De espaldas a mí,  la rubia de bote se encontraba en la sección de lácteos. Tras observarla a prudente distancia dibujando en la cabeza su silueta, echada hacia delante como estaba no pude evitar devorar el culo redondito que la falda marcaba. Se me hizo la boca agua al verla con aquel conjunto de blusa rosa palo sin mangas, una falda blanca de tubo plena de erotismo y zapatos grises de alto tacón. Con un pinchazo conocido entre las piernas y sin esperar a más, me acerqué a ella hablándole directamente y con el mayor descaro.



-          Hola, ¿haciendo la compra?



Se volvió deprisa con algo de susto aunque estoy seguro que pronto me reconoció pues enseguida el rostro pasó de la sorpresa a una sonrisa franca y abierta.



-          Sí, sí… estoy mirando unas cosas que necesito.



-          ¿Vienes sola? –continué con el mismo descaro, perfecto conocedor de las miradas que me había echado unos días antes.



-          Oh sí, mi marido está fuera unos días y necesitaba unas cosas pues tengo la nevera casi vacía.



Echando el paquete de yogurts en el carro continuamos con la compra entre los diferentes pasillos. Congelados, bebidas y conservas que necesitaba y luego pasamos a la sección de droguería donde amablemente le ayudé a cargar el detergente y suavizante. Con una sonrisa de oreja a oreja me lo agradeció infinito antes de ir en busca de dentífrico y un bote de desodorante por último. Esta vez sí pude reconocer el profundo tono verdoso de aquellos grandes ojos que el primer día no pude apreciar en su justa medida. Fuimos a la caja a pagar. Aquel día no necesitó mirar al cliente de atrás pues le tenía al lado tratando de iniciar una nueva amistad. Ya en la calle y con las bolsas en la mano, la acompañé al coche que tenía aparcado junto a la puerta del supermercado.



-          ¿Vives cerca? –me preguntó con voz susurrante.



-          Cerca sí, a unos cinco minutos andando.



-          Nunca te había visto hasta el otro día… ¿por cierto, cómo te llamas?



-          Oh sí, qué tonto. Aún no nos hemos presentado. Me llamo Carlos, encantado –reímos los dos por el olvido.



-          Yo me llamo Elena… Carlos, me gusta… -exclamó tras los preceptivos besos en las mejillas.



Allí quedamos junto al coche, con las manos entrelazadas de un modo mucho más duradero que en el primer encuentro como si ninguno de los dos quisiera separarlas. Había química entre ambos, era claro.



-          ¿Vas a casa? –preguntó ella finalmente con un gesto de contrariedad que no supo disimular.



-          Sí, estoy solo esta tarde y me tocó hacer la compra.



-          Eso está bien –dijo como pensando en otra cosa.



-          Carlos, ¿qué te parece si me acompañas a casa a llevar esto? Pesa mucho para mí… si no te importa me harías un favor…



La cabeza me dio vueltas al escuchar sus palabras. ¿Me estaba invitando a ir a su casa? ¿Así tan directamente y casi sin conocernos? Estaba claro que quería algo más, no podía creer en mi suerte de modo que no tardé mucho en responder afirmativamente al ofrecimiento. Tras cargar las bolsas en el maletero subimos al coche, pisando Elena el acelerador del pequeño utilitario. Hablando y hablando, de vez en cuando echaba furtivas miradas a las espectaculares piernas de aquella cincuentona. Allí a mi lado y tan a la vista, suponían una tentación para mis ojos golosos. Tanto me fijaba en ellas que me acabó pillando.



-          ¿Te gustan? –preguntó con la sonrisa que ya le conocía.



-          Son hermosas sí –respondí sin cortarme un pelo.



-          Tú también eres hermoso –conseguí escuchar su voz apenas perceptible.



Parados en el semáforo, bajé la mano haciéndola gemir al posarla en la rodilla que mostraba. Avancé metiendo la mano bajo la prenda. Noté la piel suave y firme erizarse entre mis dedos. Volvió a gemir al sentir mi mano apretarle el muslo con decisión.



-          Oh cariño, para o no llegaremos a casa –pidió temblando toda ella.



Lo hice, no sin dejar por ello de posar la mano en aquel muslo que tanto me encandilaba. Me notaba nervioso bajo el tejano, la atracción era clara entre ambos y había que aprovecharlo. La suerte vino en mi ayuda al tener que parar nuevamente al alcanzar el siguiente cruce de calles. Fui yo quien finalmente tomó la iniciativa lanzándome sobre ella, aunque no tengo duda que la mujer se moría por lo mismo hace tiempo. No pudimos más y nos besamos por primera vez con un simple pero largo piquillo. Los labios temblorosos de la mujer pedían mucho más. Con la mano posada en su rostro, Elena respondió agarrada a mi brazo con desesperación. Un nuevo gemido escapó de sus labios, prueba palpable de lo excitada que se encontraba. Mezclamos las lenguas al sacarla ella de la prisión que eran sus labios, abiertos ahora al enredarse en un juego de lo más perverso y apasionado. Elena era una mujer ardiente e impetuosa no había duda de ello.



Tuvimos que separarnos al escuchar el claxon del coche de atrás reclamando seguir la marcha. Llegamos pronto a su casa, entrando en el parking lateral junto al edificio. Tras un largo beso todavía en el interior del vehículo, sacamos las cosas del maletero haciéndome acompañarla a través de la estrecha escalera que acababa en la planta baja. Perfecta imagen la que me dio de sus piernas subiendo un peldaño tras otro y con mi mirada clavada en ellas y buscando descubrir algo más. La casa era de estilo antiguo y tradicional, no exenta de elementos actuales que le daban un aspecto de frescura y modernidad. Pasamos a la cocina donde dejé las bolsas sobre la mesa que quedaba junto al amplio ventanal que daba a la calle. Apoyada en la encimera, a Elena se la veía impaciente y alterada. No hacía falta que dijera nada así que me acerqué a ella.



Empezó a gemir nada más unir las bocas, las manos suavemente apoyadas en mi pecho mientras las mías caían en sus caderas. Nos morreamos apasionadamente, comiéndonos las bocas al abrazarnos ahora con fuerza, empinándose ella sobre los pies para ofrecerme sus labios carnosos y jugosos. Labios rosados y llenos de humedad del mucho deseo que la consumía. Jugamos con las lenguas en una batalla encarnizada, uniéndolas en el interior de su boca y pudiendo así sentir el calor de la saliva. Besaba con fruición, abriendo la boca y sacando la lengua para que la tomara con la mía. Vibraba toda ella, mostrando la inquietud que la dominaba al jadear de forma alterada. Con prisas me ayudó a quitar el fino jersey, dejándolo caer abandonado en el suelo. Bajando por el velludo torso, comenzó a lamerlo pasando la lengua por todo él hasta tomar especial interés en el rosado pezón que agarró entre los dedos hasta retorcerlo un poco. Gemí como un bellaco al disfrutar la caricia. Elena pasó la mano por encima del pecho.



-          ¡Está duro, míralo. Ummmmmmm, eres hermoso cariño! – exclamó amasando el otro pecho al volver a empinarse buscando mi boca con desvergüenza.



Besaba bien y excitado como yo también lo estaba, le tomé el rostro entre las manos deleitándome con aquellos labios jugosos, la sabrosa boca y su lengua juguetona que no paraba de provocarme de manera procaz.



-          Oh sí, cuánto deseaba esto. Después de verte estuve dos días masturbándome como una loca –confesó con voz entrecortada y llena de deseo.



-          ¿De verdad cariño?



-          Pues claro, no creerás que te miento. Nunca miento con esas cosas –respondió sonriendo con lascivia al humedecerse los labios.



-          Bésame Carlos, necesito que lo hagas –la hice callar agarrándola del cabello para atraerla hacia mí.



De forma lenta bajó y pasando la lengua por la barriga, llenó los músculos de tenues besitos con los que hacerme vibrar.



-          Ummmm, esto también está duro.



-          Culpa tuya querida…



La mano por encima de mi entrepierna, apretó con ganas notándome ya medio excitado. La hermosa mujer tocó el bulto, apretándolo y sobándolo con un gruñido de vicio. Entre los dedos, se recreó llevando la lengua por encima del volumen creciente para luego resbalar la mano por el muslo, subiéndola a la cintura a continuación. Agachándome sobre ella, la besé lamiéndole el cuello y la oreja con lo que la hice retorcer de pasión.



-          Ohhhhhhhhhhhh sí, me encanta eso… vamos continúa… -reclamó que siguiera con mis caricias en tan delicada zona.



Se los chupé y lamí sintiéndola enloquecer cada vez que mi lengua corría por su cuello o subía a la oreja llenándola de babas. Elena gimoteaba agitada, las manos en mis piernas y dejando que el martirio se alargara de modo indecible.



-          ¡Sigue mi amor, sigue… qué cachonda me estás poniendo, sííííííííííííííííííííííííí!



Haciéndola subir volvimos a abrazarnos, iluminando la luz de la ventana la imagen de enamorados que formábamos. Nos dejamos llevar, escuchándonos jadear junto al oído, los cuerpos calientes y fundidos el uno al otro con el deseo corriéndonos por dentro. Las manos de Elena subiendo y bajando por la espalda, apretándome con desesperación mientras las mías quedaban en el redondo culillo, cubierto aún por la falda. Haciendo más osado mi ataque, bajé las manos a la parte trasera de sus muslos que acaricié sintiendo una vez más la piel erizarse bajo mis dedos. La mujer se encaramó vivaracha, doblando la pierna atrás al sentir mis manos maltratando su elevado y encantador trasero. Las bocas se rozaban, corriendo por la comisura del labio sin encontrarse.



-          Te deseo Carlos… te de… seo mi amor –aseguró besándome al atrapar mi cabeza entre sus manos.



Nos besamos largo rato, en el silencio total de la casa roto solo por los continuos gemidos y jadeos que ambos exhalábamos. Elena era una mujer sensible, a la que había que tratar con cariño y consideración. El beso se hizo profundo, creciendo aún más el deseo en cada uno de nosotros. La humedad de las lenguas luchando hasta conseguir metérsela en la boca, a lo que respondió la mujer con un lamento que me puso los pelos de punta. Apoyada en la encimera y sin posibilidad de escapar, se frotaba contra mí acariciando con los dedos el pecho velludo al tiempo que con la otra mano clavaba los dedos en mi culo. Yo también se las clavé, intentando meter las manos bajo la falda al escucharla ronronear como una gatita.



-          Dámela cariño, dámela – rugió entre dientes al separarse de mi lado, el fulgor desbocado por la emoción en sus entrecerrados ojos.



A mis pies, me desabrochó el cinto para hacer luego lo mismo con la cremallera que bajó con un rápido movimiento de dedos. Sus frases eran tan vacilantes como las mías, y el tono de su voz descubría lo que tanto deseaba. Cerrando los ojos la dejé hacer en su labor. Tirando del pantalón y del calzoncillo con fuerza, me sentí desnudo ante ella. Me mordí los labios imaginando lo que aquella mujer me haría.



Tomando el pene entre los dedos, pasó la lengua brevemente provocando con ello un gemido alterado en mí. Pero todavía parecía querer hacerme sufrir un poco más. Sin dejar de masturbarme con los dedos, se puso en pie lamiendo nuevamente mi pecho con lentos movimientos de lengua. Nos besamos juntando los labios, envolviéndolos con los míos para enseguida apoderarme de su cuello haciéndola echar la cabeza atrás. La excité pasándole la lengua arriba y abajo, chupándoselo para volver a subir, besándole también el mentón. La despojé de la blusa encontrándome con uno de los pechos que chupé y lamí, succionando hasta notar el pezón duro como una piedra. De un pecho pasé al otro, cambiando de uno a otro para llenarlos de besos y caricias que la hacían sollozar de emoción. Los pezones como digo se pusieron duros con facilidad, erguidos como dos pitones frente a mis labios que continuaron lamiéndolos y haciéndolos vibrar con cada nueva caricia. Elena se cogía a mi cabeza, los ojos cerrados y llenando la cocina con el ruido de sus tímidos grititos. Llevé la mano a la nalga, metiéndola bajo la falda para hundir los dedos en sus carnes prietas y firmes.



-          Ohhhhhhh, sigue mi amor sigue…



Quedando entre sus piernas se las hice abrir, deslizando el tanga piernas abajo y ayudando la madura a que desapareciera con un leve movimiento del pie. Un coñito rosado y peludo me dio la bienvenida.



-          ¿Te gusta cariño?



-          Claro que sí. Me gustan peludos y hambrientos –respondí pasándome la lengua por los labios.



-          Ummmmmmmmmmmmmmmmmm.



Cogida de las caderas la senté en la encimera, abriéndole de nuevo las piernas. Quedé frente a su rosada flor que se veía húmeda de jugos y con la rajilla ligeramente entreabierta. Era claro que estaba caliente y más que lo iba a estar, seguro. Suspiró fuertemente al sentir mis labios corriéndole el muslo sin buscar aún la vulva. Yo también quería hacerla rabiar y que lo deseara a muerte. Le besé el muslo subiendo y bajando por el mismo, la piel erizándose con el roce de mis labios llegándole a la rodilla para subir nuevamente de forma lenta, muy lenta. Elena aguantaba el suplicio, sollozando tenuemente, tirando las piernas hacia arriba para mostrarse más. Caí sobre la rajilla empezando a lamer y eso la hizo cerrar los ojos complacida. Continué lamiendo y chupando los abultados labios, buscando abrirlos para poder así meter la lengua entre las paredes de la vagina. Saboreé los jugos muy abundantes que la mujer expelía, jugos sabrosos y algo amargos que me supieron a gloria. Me dediqué a ella lengüeteando una y otra vez por encima de su humedad. Envolviéndola con los labios para apretar con ellos hasta arrancarle un suspiro de satisfacción. Así lo hice con la hinchazón de sus labios, raspando con la lengua de manera perversa. Clavé los ojos en su rostro lleno de placer, de ojos cerrados y labios temblorosos.



-          ¡Házmelo sin prisas, chúpalo Carlos!



Estuve chupándoselo unos dos minutos, pasando la lengua arriba y abajo sin descanso animado por los grititos descontrolados que producía. Golpeándola hasta conseguir ahora sí introducir levemente la lengua en su hendidura, la herida se abría recibiendo mis ataques con una humedad cada vez más abundante. Me volvía loco saborear los efluvios de la desamparada y sometida madura. Aumenté la velocidad de mi lengua al mismo ritmo que lo hacían los gemidos y lamentos de la mujer que no paraba de retorcerse excitada. Froté con rabia la lengua, acariciando el botoncillo hecho ya dureza granítica bajo el roce que mis labios producían sobre el mismo. Arranqué a la mujer largos lamentos de placer, sollozando y jadeando recogida en sí misma, doblando las piernas en figura casi gimnástica.



-          Está sabroso.



-          ¿Sí?



Cesé en mis caricias, haciendo uso de los dedos que hundí suavemente entre sus labios para después darle a probar el aroma de su sexo. Hice lo mismo una segunda vez, abriendo Elena la boca con evidente placer.



-          Mastúrbate nena –exclamé palmoteándole la nalga con delicadeza.



Abriéndose el coño, introdujo un dedo en la hendidura rosada que se entreabría bajo el roce lento pero constante. Disfruté viéndola gozar, masturbándose lentamente ella misma con gesto placentero. Los ojos fuertemente cerrados y los labios apretados para soportar las miles de sensaciones que debían llenarle la cabeza. Empezó a gemir dándose placer mientras la acompañaba con fuertes manotazos en su redondo trasero que la hacían gritar débilmente. Sonreía y se quejaba con cada nuevo golpe, moviendo ahora dos dedos de forma mucho más intensa.



-          Vamos nena, mastúrbate hasta que te corras.



-          ¿Sí, eso quieres?



Gimoteó con mayor fuerza sin parar de meter y sacar los dedos en busca del orgasmo. Un orgasmo que no tardó en llegarle gracias a la mucha experiencia que mostraba en tales lides. El rostro congestionado y sudado, el cabello alborotado, me gustó descubrirla derrotada por el orgasmo, el primero de los suyos y que sin duda no sería el último. Apretaba los ojos, fruncía el ceño lamiéndose los labios, humedeciéndolos para no gritar. Un orgasmo largo e intenso que la hizo caer hacia atrás con la cabeza apoyada en el armario de arriba.



-          Ufff, qué rico mi amor… me siento cansada pero con ganas de más – confesó abriendo los ojos con dificultad mientras se relamía con sonrisa beatífica.



Haciéndome seguirla desnudos como íbamos, subimos al primer piso y tras cruzar un largo pasillo acabamos en el dormitorio de casada de la mujer. Elena quedó junto a la ventana y yo frente a ella sin decir palabra. Alargando la mano, atrapó mi pene masturbándolo muy lentamente entre los dedos. Mientras, nos mirábamos a los ojos con gestos de deseo, besándonos de forma rápida de vez en cuando para después hacerme con el cuello que noté terso y suave bajo mis labios. Se lo comí oyéndola gemir, temblando entera al sentir mis labios excitándola al besarla con ternura. La hice volver y echando el cabello a un lado, le lamí la nuca, el cuello y las orejas que cubrí de besos y húmedos lametones. Me apreté contra ella haciéndole notar la rigidez de mi sexo, pegado a la redondez de su culo elevado y dispuesto.



-          ¡Qué duro estás cariño! ¿Todo eso por mi culpa? –preguntó removiendo el culillo con descaro.



-          Mira como me tienes guarrilla –le dije respondiendo al movimiento circular que tanto me provocaba.



-          Uffff, me tienes loca mi amor. Dámela por favor, deja que la pruebe vamos…



Acuclillada, se apoderó de mi sexo empezando a lamerlo y chuparlo, la lengua corriendo por encima del glande cabeceante y peligrosamente apuntando hacia arriba. Cerré los ojos dejándome llevar por la experiencia de la madurez. Emitiendo tímidos sonidos guturales, lo metía en la boca para enseguida sacarlo, lamiéndolo y chupándolo con suaves golpes de la lengua. La lengua moviéndose abajo y arriba, una y dos veces, jugando con el tronco escandalosamente grueso y erguido en el que las venas se marcaban en todo su esplendor. Levantó la mirada sin dejar de excitarme con sus tenues caricias, reconociendo cada centímetro de mi sexo que se veía arrogante y firme.



-          Me encanta cariño, me encanta… ummmmmmmmmmmm –aseguró antes de meterse en la boca más de la mitad del rabo herido.



-          Oh sí, cométela… cométela toda nena…



Lo hizo empezando a comérsela con ganas, metiéndosela de forma decidida para luego jugar con los labios que cubrían buena parte del tallo brillante de sus babas. La lengua pasaba y repasaba por encima del grueso champiñón, excitando la totalidad del miembro con acariciadores roces que me hacían ver las estrellas. Suspiré disfrutando el trabajo que la mujer me daba, ¡una buena mamada sí señor! Con la mano me masturbaba al tiempo que continuaba chupando y chupando el pene hecho figura curva. Apuntando hacia arriba, cabeceaba provocando la caricia femenina. Elena sonreía mostrando la blancura de los dientes, rozando y mordisqueando la ternura de la piel del tallo. Me encantaban aquellos gestos tan llenos de vicio, nunca Carmen me había hecho algo así. Como tampoco había escupido nunca sobre mi pene, esparciendo a continuación las babas a lo largo del grueso músculo moviendo los dedos de manera vertiginosa y enloquecida.



-          Ummmmm, me encanta tu polla Carlos, me encantaaaaa… buen rabo gastas maldito.



La cara de mamona de la mujer me tenía en la gloria, el rostro congestionado cada vez que se metía el glande en la boca chupándolo sin descanso. Con la otra mano palpaba los huevos cargados, llevándola luego a mi culo que acarició resbalando los dedos por encima de la estrechez de mi ano. Quedé quieto gruñendo mi entusiasmo. Sin pedir permiso introdujo brevemente el dedo, empujando con audacia al escuchar mi nuevo gruñido.



-          ¿Te gusta cariño? –preguntó sin dejar de follarme muy lentamente el agujero anal.



-          Me gusta sí –no pude menos que decir notando el dedo deslizarse dentro y fuera.



-          A mi marido le encanta… ¿no serás tú también un pervertido de esos? –inquirió antes de volver a tragarse el miembro.



Poco a poco lo fue tragando hasta conseguir metérselo por entero. Vibré entero ante la imagen de la madura metiéndose el pene por completo hasta golpearle los huevos la boca. Luego fue el turno para los huevos que lamió una y otra vez, comiéndoselos al momento al cubrirlos con los labios. Yo la animaba a seguir con los débiles gemidos que mi boca producía. Se la veía loca, masturbándose por abajo mientras comía y comía polla sin darse un momento de respiro. Noté la leche corriéndome el pene, a punto de explotar gracias a la fantástica felatio que la rubia me regalaba. Entre dientes avisé de mi pronta corrida.



-          ¡Me viene Elena, me viene…!



-          ¿Te corres cariño, te corres? –gritó dejando que fuera yo quien me masturbara frente a su boca abierta y con la lengua fuera.



-          Me corro, me corro sííííííííííííííííí –murmuré en un hilillo de voz notando las fuerzas abandonarme sin remedio.



La leche le fue a la boca, cayéndole sobre la lengua hasta llenarla de líquido blanquecino. Parte escapó por la barbilla y la comisura de los labios, tan abundante lechada le entregué. Elena sonreía gozosa, con aquella cara de vicio que tanto me ponía. Mientras tanto, la leche le caía por la barbilla, resbalando hacia los pechos y el suelo. Pero, en su encantadora perversión, la experta hembra me tenía reservada aún una nueva sorpresa. Con la lengua fuera y cubierta de espeso semen, los ojos clavados en los míos, la vi cerrar la boca y al momento ejercer un movimiento inequívoco de garganta. Elena abrió la boca mostrándola limpia de restos de mi corrida.



-          ¿Te lo has tragado? –pregunté con una mueca de asombro.



-          Me encanta… -respondió pasándose la lengua por los labios al sonreírme con mirada aviesa.



-          ¡Qué caña! –exclamé lanzando un silbido de admiración.



-          Me encanta la leche… me encanta el sabor amargo que tiene –volvió a decir mientras con las manos esparcía el semen caído sobre los pechos.



Media hora más tarde y gracias a las caricias que nos prodigábamos, ambos estuvimos dispuestos a continuar con tan agradable disputa. La besé en los labios, en el cuello, en los hombros al oler la fragancia que su cuerpo sudoroso por el cansancio expelía. Resoplando y sofocados la acaricié envolviéndola con mi cuerpo, los dos jadeantes por el deseo que nos embargaba. Las manos masajeándole las piernas, subiendo y bajando por los muslos para tomar camino hacia los pechos que apreté entre mis dedos. Elena se quejaba reclamando más, agitándose entre mis manos en busca de nuevas caricias. Se las di cayendo sobre las nalgas que noté duras y espléndidas entre mis dedos, aquellas nalgas en las que mi mirada se había clavado en el supermercado. Había tanto que acariciar que mis manos no daban abasto, corriéndole por sus bellas formas, los brazos, la cintura y las caderas, los muslos poderosos y firmes que me hacían perder el sentido…



-          Ámame cariño, ámame… te deseo, te deseo amor…



Los dos de pie, la penetré contra la ventana arrancándole un grito que a duras penas pude ahogar con mis besos. Cara a cara y con la pierna levantada, se la metí de un solo golpe ayudado por el manantial de jugos que era su sexo. Con facilidad nos acoplamos el uno al otro, iniciando los lentos movimientos de la copula que pronto fueron ganando en agilidad y energía. La pierna en mi hombro, me hundía hasta lo más profundo para salir y volver a entrar con una nueva muestra de poderío. La mujer gemía, se retorcía bajo mi empuje, bramaba con cada nuevo golpe. Me volvía loco verla así, mitad con gesto de dolor mitad con gesto de puro vicio y querer mucho más. Cogida de las nalgas le daba con todas mis fuerzas, clavándola sin compasión contra la ventana que servía de tope a mis bruscos movimientos. Elena recibía mi ataque con los ojos cerrados y la boca abierta en busca del aire que le faltaba. De forma sorprendente, las fuerzas parecían no abandonarme aprovechándolo para satisfacer al máximo tan bella figura. Entrando y saliendo, una y otra vez, de puntillas para quedar ambos a la altura. Los gemidos y sollozos femeninos rebotaban contra mi oído, los dos pegados y sin darnos respiro. Un polvo de lo más agradable y lleno de entrega. Paré unos segundos pero enseguida volvimos al duro combate, los huevos hundiéndose en ella mientras sus manos me agarraban la espalda con angustia infinita.



-          ¡Qué salvaje mi amor… dame duro, dame duro!



Levantándola en brazos y teniéndola bien cogida de las caderas, entré centímetro a centímetro hasta quedar parado en ella. Elena respondió cruzando los brazos tras mi cuello al tiempo que hacía lo propio con las piernas detrás de las nalgas para sentirme más adentro. Una mueca de placer se apoderó de ella y no pudo hacer más que echar la cabeza atrás notándose elevada por los aires.



-          Oh sí, fóllame… fóllame cariño sííííííííííí.



Empezamos a movernos con rapidez, enloquecidos por completo, follando como si no hubiera un mañana. Me sentía poderoso y salvaje en compañía de tan hermosa hembra, hembra a la que satisfacer o morir en el intento. Cogida de mi cuello se dejaba llevar, moviéndose arriba y abajo, protestando amargamente cada vez que el eje ardiente se clavaba hasta lo más hondo de su ser. El cabello meciéndose con el lento balanceo con el que gozar más tan grato encuentro. Las manos por mi pecho para subirlas nuevamente al cuello y de allí al brazo. Los golpes se escuchaban cada vez que mi sexo se hundía en la vulva humedecida. Nos removíamos tan pronto rápido como de forma mucho más lenta y sosegada, desplazándonos al mismo ritmo, adelante y atrás, gimiendo y soportando así el intenso momento. Agarrada fuertemente de las nalgas, volví a follarla con bruscos golpes de riñones, incrustándola contra el cristal de la ventana, haciéndola gritar dolorida y satisfecha.



-          Carlos sí, qué salvaje y rudo… pero me gusta sí, continúa… continúa así.



Estuve así aguantando su peso y penetrándola un rato más hasta que al fin la escuché alcanzar un nuevo orgasmo con el que caer abrazada a mí. Tímidos sollozos y la cabeza reposando en mi hombro, la mujer respiraba de forma entrecortada para luego llenar mi piel de tiernos besos con los que apaciguar su placer. Finalmente descabalgó, sintiéndose libre del miembro arrogante y altivo y que aún pedía mucho más.



-          Uffffff, qué animal… qué polvo más rico cabrón.



-          ¿Quieres más? –pregunté con la sonrisa en los labios.



-          ¿Más? –respondió suspirando y con gesto depravado.



-          Ya veo… veo que necesitas aún más –exclamó acariciando con los dedos mi pene inflamado que se mostraba elevado y curvado.



-          Ven aquí muñeca –dije volviéndola de espaldas a mí.



De ese modo, bien abierta de piernas y el culo echado atrás la follé observando las gentes y los coches correr por las calles. Me daba morbo poder ser vistos por alguien y ello me llevaba a darle con mayor vehemencia, entrando y saliendo nuevamente con la buena cadencia que su coño me permitía. Elena, con las manos en la ventana y el culo en pompa, se dejaba follar con gran placer para ambos. Con la mano cogiéndose el pecho, la follaba con golpes secos resonando cada vez que los cuerpos se unían en uno solo. Enganchándola del cabello y lanzándole el cálido aliento a la oreja mientras la llenaba de sucias palabras que la hacían vibrar como una flor mecida por el viento.



-          Toma puta, tómala toda… me vuelve loco el coñito tragón que tienes.



-          Oh sí sí… sigue, si… gue así mi amor…



Saliendo de ella una perversa idea inundó mi cabeza. Con la polla en la mano, la pasé por la entrada de su vulva y también por el agujero estrecho del ano viendo que no se quejaba por ello. Todo lo contrario, removía el culo como si me animara a seguir. Así lo hice, entrándole la cabeza entre los labios para retirarla al instante provocándole un lamento de disgusto. Fue ella misma la que situó el glande junto a la entrada del oscuro canal, apretando yo mínimamente pero sin presionar del todo. La experta mujer gimió arrebatada por el deseo, era evidente que aquello le gustaba.



-          ¿Te gusta? –le pregunté directamente sin apartar el miembro de donde estaba.



-          Ummmmmm, me gusta sí. Pero ve con cuidado que hace tiempo que no me lo hacen.



-          Tranquila cariño… seré sumamente cuidadoso.



-          Bien, probemos pues –aceptó tirando el culo en busca del contacto.



Buscando el delicado agujero, froté la punta contra el mismo tratando de presionar para que se fuera abriendo. Ella se retorcía gimiendo. Costó y me ayudé de dos de mis dedos humedecidos para ir abriendo el esfínter entre los gimoteos que la mujer producía. La penetré con un dedo y luego con el otro después de escupir y esparcirle las babas por encima.



-          ¿Te gusta nena?



-          Me gusta sí… aprieta vamos, aprieta con cuidado.



Su rostro no engañaba, una prueba más de lo que aquello le gustaba. Volví a meter el segundo dedo, haciendo pequeños circulillos en el interior del canal.



-          Sigue cariño, sigue… fóllame, fóllame el culito me encantaaaaaa –exclamó soportando ya todo.



Poco a poco Elena fue relajándose, gimiendo y contrayéndose de gusto como la viciosa que era. Estaba bien seguro que pronto sería mío y así fue. Quedándose quieta y mirando atrás, el glande amoratado empezó a abrirse paso entre las paredes que amablemente lo acogían. Gimió frunciendo el ceño, con semblante de dolor pero de necesidad al mismo tiempo. Eso me hizo apretar más, indagando lentamente al sentir el anillo abrirse permitiendo el paso al tronco inflamado y venoso. Al fin y agarrada de la cadera, di un último impulso quedando parado en el interior del estrecho agujero. La bella Elena lanzó un grito desgarrado, la cabeza echada atrás como pidiendo clemencia. Los ojos en blanco al sentirse llena, fue ella misma la que empezó a moverse como nueva prueba de su deseo por ser sodomizada. Respondí moviéndome a mi vez, me encantaba aquella hembra tan amable y complaciente. Resbalaba dentro de ella con un ritmo más que aceptable, las paredes se abrían bajo el empuje que le prodigaba. Un mete y saca que fue aumentando en velocidad, clavándosela cada vez con mayor complicidad por su parte. Desde atrás alargué las manos a sus pechos que masajeé, tomando luego los pezones para retorcerlos y provocar en ella un grito lastimero. Continué sodomizándola ahora ya con total comodidad y soltura, como si hubiera sodomizado aquel trasero toda la vida. Ella sollozaba apretando los labios, los ojos entreabiertos para abrirlos por completo al sentirme hundido.



-          ¡Tómala puta, tómala… ¿te gusta por ahí eh?!



-          ¡Síííííííííííí, me gusta sí… me gusta que me follen el culo… jódeme, jódeme cabrón!



Me sentía apretado dentro de ella. Pese a su experiencia, lo tenía estrecho y en ocasiones resultaba un duro combate deslizarse dentro y fuera. De nuevo el bullicio de las calles sirvió de acicate en mi ágil cabalgar. Sin saber muy bien porqué la imagen de las gentes me animaba a follarla con mayor ímpetu lo cual era agradecido por la mujer con mayores muestras de gratitud. Retorciéndose entre mis manos, se arqueaba echando la cabeza y los pechos adelante mientras levantaba el trasero en busca de mayores placeres. A través del reflejo del cristal pude ver su rostro descompuesto y desencajado por la pasión que la dominaba. Los ojos cerrados, el flequillo cubriéndole la frente, la boca abierta y los dientes blancos y bien cuidados. Era hermosa, realmente hermosa y era toda mía. Las acometidas eran fuertes, duras, precisas enterrándome en su interior hasta encontrar los más escondidos rincones. Haciendo el suplicio más grande, la masturbé por abajo tratando de acelerar su orgasmo. Empujé ahora lentamente, despacio, muy despacio mientras se quejaba y gemía al masturbarla, la lujuria instalada en ella. Se movía pidiéndome más y más, gritando descontrolada, gimiendo, jadeando, lamento tras lamento y cercana ya al éxtasis.



-          ¡Dame, dame… dame con fuerza, lléname lo deseo!



Me corrí en su interior, explotando para desembocar en un sensacional orgasmo con el que llenar las paredes de aquel culo rotundo y lozano, agarrado a sus carnes hasta clavar los dedos en ellas. Sin sacarla empujé dejando las últimas fuerzas en forma de dos, tres, cuatro latigazos con los que entregarle el calor recogido en mis entrañas. El miembro erecto escapó goteante. El placer nos había visitado casi al tiempo mezclándose sus efluvios en mis dedos con la leche en el interior de su culo.



Los dos agotados, exhaustos por tan tórrido polvo nos abrazamos yaciendo en el suelo sin dejar de mirarnos. Recuperando las fuerzas perdidas, todavía jadeando entrecortados, cálidas palabras con las que demostrarnos lo mucho que nos había gustado. Nos besamos uniendo las bocas, los labios resecos, sentía su cuerpo pegado al mío.



-          ¡Dios, qué poderoso y fogoso eres! –exclamó acariciándome el brazo con las uñas.



-          ¿Te gustó? –pregunté sabiendo bien su respuesta.



Le había hecho el culo con total entrega por su parte, un polvo tormentoso y salvaje el que los dos habíamos gozado. Para ser el primer encuentro no me podía quejar, la había hecho mía probando todos sus agujeros sin queja alguna por su parte. Elena era una madura complaciente tal como había podido comprobar.



-          ¿Era tu mujer?



-          ¿Carmen? Bueno en realidad no estamos casados, somos pareja hace cuatro años.



-          ¿Y qué tal con ella?



-          No va mal pero podría ir mejor. Nos queremos y follamos a menudo pero ya no hay la complicidad del principio.



-          Te entiendo, qué me vas a contar.



Nos besamos de nuevo quedando para una próxima vez. Me levanté dándole la espalda y Elena ronroneó tímidamente al verse sola en el suelo. Desde mi posición, admiré su bella y desnuda figura. Allí hecha un guiñapo, perdida la decencia de mujer casada. Me daba morbo verla, los cabellos revueltos, estirada en el suelo tocándose y provocándome con la mirada, abierta de piernas mostrándose con desvergüenza. Un último beso antes de recoger mis cosas, vistiéndome y escapando satisfecho y dichoso de aquella casa. Volvería, seguro que volvería.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2207
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.149.29.192

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.525
»Autores Activos: 2.283
»Total Comentarios: 11.907
»Total Votos: 512.106
»Total Envios 21.927
»Total Lecturas 106.079.833