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Parte III
Cuando Agustín la vio aparecer de nuevo por la mañana temprano, su esposa iba ataviada bastante decente, aunque de forma muy elegante. Llevaba un traje negro compuesto por una americana con cuello solapa, una blusa blanca y un pantalón largo muy suelto, con tacones y perfectamente maquillada. Se puso a rebuscar en unos cajones. Él se incorporó y se sentó en el borde de la cama.
Perdóname, Rebeca, es que estoy desesperado.
Ya te he dicho que ese no es mi problema – le soltó sin ni siquiera mirarle.
No tengo derecho a decirte esas cosas, bastante haces por mí. Lo que pasa es que te quiero, tú sabes que sigo enamorado de…
En ese momento, a las nueve en punto, sonó el timbre y Rebeca salió disparada dejándole con la palabra en la boca. Seguro que era su amante. Para ella, él ya era una persona invisible. Había dejado de quererle después de tantos años de felicidad. Ya no podía ser más desgraciado.
Rebeca abrió la puerta y apareció Samuel, ataviado con sus típicos tejanos y su camiseta blanca ajustada que definían sus pectorales. En cuanto pasó le acarició la cara y la besó con sensualidad.
Buenos días, preciosa -. Volvieron a morrearse, esta vez abrazados y toqueteándose -. Estás muy guapa… -. Se puso a besuquearla por el cuello y sus manos bajaron al culo, sobándolo por encima del pantalón -. Me pones a cien con sólo verte…
Cuidado, Agustín está despierto, y tengo pacientes en quince minu…
Bruscamente, Samuel la giró sujetándola por los hombros y la puso contra la pared. Se pegó a ella, Rebeca pudo sentir el bulto de sus genitales aplastado contra su culo. Le metió las manos bajo la blusa, abordando sus tetas para exprimirlas rabiosamente. Con la mejilla pegada en la pared, notó que le levantaba el cabello y sentía sus labios en la nuca.
Quiero estar todo el día follándote, zorra…
Samuel, ahora es…
Le dio un violento tirón al pantalón bajándoselo de golpe hasta las rodillas. Unos botones saltaron por los aires. Agarró con fuerza unas bragas negras que llevaba y se las bajó con la misma rudeza, dejando expuesto su culito grande y blandito. Samuel se bajó a toda prisa el tejano y el slip y flexionó un poco las rodillas para dirigir la polla a los bajos del culo. Le punzó el chocho severamente, penetrándola entera, pegando la pelvis y aplastando las nalgas del culo. Gimió como una perra ante el manjar sexual. Notó de nuevo las manos en sus tetas y comenzó a follarla con ligereza pegándole severas embestidas en las nalgas. Agustín oyó desde su dormitorio el gustoso chillo de su mujer. Se levantó temeroso y abrió la puerta con sigilo para asomarse. Les vio al fondo del pasillo, junto a la puerta principal, de perfil. Su mujer de cara a la pared, con los pantalones y las bragas bajadas hasta las rodillas y tras ella Samuel follándola con dureza, asestándole fuertemente con la pelvis en el culo. Pudo ver las manos del chico bajo la blusa acariciándole los pechos mientras se la metía. Pudo distinguir las aceleradas clavadas, cómo la enorme verga se introducía con agilidad bajo el culo, perforando con rabia el chocho de su esposa. Sólo ella gemía, con los ojos vueltos y la boca muy abierta, Samuel se dedicaba a olisquearle el cabello y babosearla por el cuello.
Samuel le estaba dando bien fuerte.
Voy a correrme, quiero que te bebas mi leche… - le oyó decir.
Se separó de ella, con la porra empinada, librándola de más punzadas. Rebeca se giró hacia él y se acuclilló como una sumisa ante él, con el culo al aire, como si estuviera meando en el suelo. Sujetó la polla por la base y se puso a sacudírsela en la lengua. Ahora era el chico el que gemía azogado. Agustín fue testigo de cómo vertía un grueso chorro de leche dentro de la boca de su mujer y de cómo algunas salpicaduras se repartían por todo su rostro. Algunos hilos blanquinosos discurrieron por la comisura de los labios goteando sobre la blusa. Rebeca se la tragó toda y relamió el glande para limpiárselo. Luego se levantó y se abrazaron, ambos manoseándose los culos.
¿Te ha gustado? – le preguntó ella, ya subiéndose los pantalones.
Me gusta que seas tan guarra.
¿Nos ponemos a trabajar?
No sé si podré resistirme.
Ella le besó y juntos se dirigieron hacia la cocina, agarrados de la mano, como dos enamorados. Agustín regresó a la cama, abatido por los celos y la soledad. Las imágenes de su esposa follando con otro hombre supondrían un tormento para los restos. Su vida carecía de sentido. Cogió un bote de pastillas, pero lo lanzó contra la pared. En el fondo era un jodido cobarde, un cornudo de mierda. Más tarde se presentó Samuel como si nada pasara entre aquellas paredes, para reanudar los ejercicios de rehabilitación, después de haber invadido el coño de su esposa. La envidia y los celos le acobardaban. Era joven, fuerte y guapo, y se la estaba cepillando en su propia casa, delante de sus narices, cuando se trataba del mejor amigo de su hijo. Al mediodía le llevaron a la cocina para que comiera con ellos. Qué bochorno, se sentía como un tiesto de mierda ante los amantes, ante su propia mujer. Se miraban con lujuria, bromeaban, sonreían, como si él no estuviera presente. Notó la impaciencia de ambos por volver a follar y se deshicieron de él cuando Samuel le acompañó de nuevo hasta el dormitorio. Un rato después les vio en la piscina divirtiéndose como si fueran novios, él con un slip blanco y ella con su pícaro bikini naranja. Tarde o temprano, Rebeca le pediría el divorcio, no aguantaría mucho a su lado. Estaba demasiado compenetrada con aquel chico, más joven y más guapo. Tomaron el sol durante un rato y luego les vio dirigirse hacia el salón, en plena siesta, cuando más calor hacía. Seguro que van a echar otro polvo, pensó desfallecido, corroído por la envidia.
En el salón Samuel se sentó en el sofá y conectó la televisión desde el mando a distancia. Rebeca, aún en bikini, se volvió hacia él, como a esperas de alguna sugerencia de su amante. Eran casi las seis de la tarde. Samuel se metió la mano dentro del slip para refregarse los genitales.
Quiero que te vistas de puta – le susurró.
¿Quieres que me disfrace? – le preguntó sonriendo -. ¿Y qué me pongo?
Quiero verte como una puta, venga…
Para acatar la orden de su joven amante, Rebeca regresó vestida como él deseaba, con un camisón rojo muy sexy que dejaba entrever sus encantos, anudado por una cinta de raso a la nuca, de encaje elástico semistransparente, adaptado a las formas de su cuerpo, excesivamente cortito. Samuel la admiró mientras se bajaba el slip para quedarse desnudo. Se adivinaba la forma gigantesca de sus pechos, apretujados contra la tela, y la sombra triangular del chocho. Había acertado, parecía una puta, su puta, la madre de su mejor amigo. Cambió de canal hasta que encontró uno porno donde se reproducía una película de imágenes lésbicas.
Hazme una paja…
Samuel se reclinó más en el sofá con la verga alzada. Rebeca se arrodilló entre sus piernas, la sujetó y comenzó a zarandearla con lentitud, con la mano derecha, utilizando la izquierda para sobarle los huevos y los muslos de las piernas. Samuel permanecía pendiente a la televisión y ni siquiera la miraba. Aquel joven le gustaba, aunque la trataba como a una puta barata.
- ¿Te gusta así? – le preguntó ella.
- Calla y no pares -. Le reprendió con los ojos fijos en la pantalla.
Rebeca volvió la cabeza hacia la televisión.
¿De qué va la peli? Son lesbiana, ¿no?
Mírame la polla, puta – le dio una pequeña palmada en la mejilla para volverle la cabeza -. Quiero que mires mi polla.
Se concentró en la masturbación sacudiéndosela a un ritmo pausado, estrujándole los huevos como si fueran una esponja. Reconoció para sí misma que resultaba humillante, estaba perdiendo su dignidad por culpa de una enfermiza obsesión sexual. Quizás necesitaba ayuda psicológica, su adicción al sexo y su sometimiento comenzaban a ser preocupantes. Aparte de lo bueno que estaba y la diversión sexual entre ambos, sentía algo por Samuel, a pesar de la diferencia de edad, estaba dispuesta a enfrentarse a un escándalo con tal de estar con él, sin embargo era consciente de que para Samuel ella sólo era una sumisa a su disposición. Continuaba meneándosela sosegadamente, erguida, arrodillada entre sus piernas, mientras él disfrutaba de las escenas lésbicas. Rebeca alzó la mirada y tras el sofá, al fondo, oculto entre una de las plantas, descubrió a su marido. Se miraron a los ojos, pero un segundo más tarde Agustín se retiró. Rebeca, nerviosa, cesó la masturbación.
¿Qué haces, coño? ¿Para qué paras?
Rebeca se levantó angustiada.
Joder, Samuel, mi marido estaba mirando…
No jodas…
Perturbada por la situación, se dirigió a toda prisa hacia el pasillo dejando a su joven amante en el sofá poniéndose el slip. Cuando irrumpió en su dormitorio, Agustín se estaba quitando la bata. Se quedó desnudo, salvo por el calzoncillo. Se disponía a echarse en la cama. Al verla, se frotó los ojos con el dorso de la mano, como queriendo eliminar el rastro de sus celos. Se sentó en el borde de la cama sacudiendo la cabeza, acomplejado, acribillado por un sentimiento penoso. La miró, vestida de puta, con aquel camisón rojo donde se transparentaban sus encantos.
¿Por qué me haces esto? Yo te quería, Rebeca…
Lo siento, Agustín -. En ese momento apareció Samuel en la habitación ataviado únicamente con el slip. Se detuvo tras ella, expuesto a los ojos desorbitados de Agustín -. Samuel me gusta, nos lo pasamos bien. Tú ya no puedes hacer que me divierta. Lo siento, de verdad.
Samuel la abrazó dándole unos fuertes estrujones a las tetas por encima de la gasa, apoyando la barbilla en el hombro de Rebeca, fijando la mirada en el marido de su amante, que acechaba paralizado desde el borde de la cama.
A tu marido le gusta mirar, le gusta mirar cómo follamos – susurró sin dejar de magrearle las tetas.
Samuel, por favor -. Intentó deshacerse de él, pero no logró librarse de los robustos brazos -. No es el momento…
Siéntate a su lado…
Samuel…
Samuel la empujó.
Haz lo que te digo… -. Temerosa, acató la orden y se sentó al lado de su marido. Enardecido por el estimulante placer de ver al matrimonio juntito, se bajó el slip hasta quitárselo, exhibiendo muy cerca de sus caras su inmensa polla -. Mastúrbale.
Samuel, por favor – suplicó -. Esto ya no es divertido…
Mastúrbale…
Estaba sentada a la izquierda de su marido. Se ladeó hacia él y metió la mano izquierda por el lateral del calzoncillo sacando un pene delgado y corto y unos huevos pequeños salpicados de vello canoso. La tenía lacia. La sujetó y comenzó a sacudírsela para intentar endurecerla. Agustín miraba al frente mientras su mujer se la meneaba, perplejo por lo que le estaba sucediendo. El joven también se masturbaba muy cerca de ellos, Agustín podía sentir algunas salpicaduras de babilla que se desprendían del glande. Quería hacerle partícipe de aquella repugnante relación. Rebeca alternaba la mirada entre su amante y la pollita de su marido, agobiada profundamente por el cariz que estaba tomando su lascivia.
Roberto quería darle una sorpresa a su madre y por eso no la había telefoneado. Había regresado. Tenía unas pruebas en la universidad y había decidido volver a casa para prepararse tranquilamente los temas. Pasaría toda la semana encerrado en su habitación hincando los codos, tenía que aprobar como quiera que fuese. También pensaba contarle que tenía novia, Eva, una chica muy guapa con la que llevaba saliendo casi dos meses. Entró en la casa y sólo encontró silencio. Se asomó a la consulta y la vio vacía. En el sofá del salón encontró el bikini naranja de su madre, tirado por el suelo, y en la televisión estaba sintonizado un canal porno donde dos lesbianas hacían de las suyas en la cama. Se extrañó ante aquellos hechos. Se asomó al pasillo y vio la luz encendida en el cuarto de su padre. Caminó despacio y se detuvo de repente, cuando oyó la voz de su amigo Samuel dirigiéndose a su padre.
¿Has visto lo puta que es tu mujer?
Un escalofrío le aceleró el corazón y un sudor repentino se apoderó de todo su cuerpo. Muy despacio, llegó hasta la puerta y se asomó cautelosamente. La escena que descubrió fue denigrante. Vio a su amigo de pie frente a sus padres, desnudo, sacudiéndose la verga muy cerca de sus caras. Su padre permanecía como entumecido, pendiente de la masturbación de su amigo. Su madre, sentada a su lado, se la estaba meneando ágilmente, había conseguido endurecérsela y también su mirada de obediencia estaba dirigida a Samuel. Se fijó en el camisón rojo, en las transparencias, pudo distinguir la enormidad de sus tetas, dos gigantescos melones que colgaban tras la gasa abarcando todo su vientre.
Samuel rugió atizándose fuerte y a los pocos segundos regó de leche el rostro de los dos. Primero salpicó a Agustín, diversas gotas se esparcieron por toda su cara. Luego apuntó hacia ella y los chorros cayeron en la delantera del camisón y el cuello. Estuvo atizándose hasta escurrirla completamente. Rebeca aún continuaba masturbando a su marido con el mismo ritmo acompasado. Agustín ni se movía ni hablaba, la humillación le había paralizado los músculos. Samuel sujetó a Rebeca del brazo y la obligó a levantarse.
Voy a follarme a esta zorra.
¡Samuel! – suplicó.
La giró con brusquedad contra su marido. Ella se inclinó y apoyó las manos en los hombros de Agustín, con el rostro muy cerca de su frente y sus tetas rozando la cara de su esposo. Roberto, anonadado, sin capacidad de reacción, fue testigo de cómo su amigo Samuel levantaba el camisón hasta la cintura y exponía el ancho y jugoso culo de su madre. Le abrió la raja con rudeza. Los esfínteres del ano se contraían. Pudo ver la raja del chocho de su madre en la entrepierna, un chocho carnoso y peludo. Vio que su amigo acercaba la polla y pegaba el glande al ano. Apretó con fuerza y se la fue metiendo con lentitud hasta el fondo. Su madre elevó la cabeza al notar de nuevo cómo le ensanchaba el culo y soltó un largo bufido. Comenzó a follarla por el culo con golpes secos, extrayendo media polla y empujándola hacia dentro con violencia, atizándole fuerte con la pelvis en las nalgas y sujetándola por la cintura. Las tetas de su madre chocaban contra el rostro de su padre y los gemidos retumbaban en la habitación. Roberto notó su polla tiesa, tuvo que tocarse para sofocar el gusto, aquella escena de sometimiento donde su madre resultaba ser la protagonista, calentaron su sangre. La folló analmente durante más de cinco minutos, hasta dar marcha atrás y salpicar todas las nalgas de diminutas gotitas de leche que discurrieron lentamente hacia sus piernas. Pudo ver el ano aún abierto, los esfínteres enrojecidos por la salvaje dilatación. Cuando su madre se irguió, el camisón bajó, aunque las transparencias permitían ver la raja del culo. Vio a su amigo recogiendo el slip. Su verga impregnada de semen se balanceaba hacia los lados.
Roberto no tenía valor para enfrentarse a aquella escena, para intervenir en tan denigrante situación, y con el mismo sigilo abandonó la casa. Dio vueltas con el coche, con las imágenes de su madre reproduciéndose una y otra vez en su mente, con las imágenes de su padre vilmente humillado por su amigo Samuel. Ahora veía a su madre de otra manera, con otros ojos. Era una mujer muy guapa y elegante, estaba buena, y, por los achaques de su padre, seguramente insatisfecha. Paró en el arcén de una carretera solitaria y allí mismo se masturbó reviviendo la escena donde su mejor amigo follaba a su madre por el culo.
Samuel abandonó la habitación y dejó a solas el matrimonio. Rebeca, terriblemente abochornada por lo sucedido, se cruzó de brazos y miró a su marido, quien aún permanecía sentado en el borde de la cama, con el pene lacio por fuera del calzoncillo. Vio que se pasaba el dorso de la mano por las mejillas para secarse el rastro del semen.
- Lo siento, Agustín, esto que ha pasado… Tú y yo ya no teníamos vida.
Levantó la cabeza hacia ella y la examinó con aquel camisón rojo.
Puta asquerosa – murmuró en voz alta.
Y tú un maricón que no sirve para nada.
Debería darte vergüenza mirarte al espejo. Lárgate de aquí, me da asco mirarte. Vete con ese hijo de puta. Eres su puta esclava.
Imbécil.
Rebeca abandonó la habitación y dejó a su marido sumido en un grave tormento del que jamás se recuperaría. Perdía a la mujer de su vida, había sido vejado por ella y su amante. Le palpitaban las sienes, los celos recorrían sus entrañas como un terrorífico escalofrío.
Roberto no quería enfrentarse a otra situación semejante y al anochecer telefoneó a su madre para decirle que su avión acababa de aterrizar y que volvía a casa por unos días para prepararse unos exámenes. A ella se le notó el nerviosismo por su voz temblorosa, como si la hubiese pillado desprevenida, y quedaron que un taxi le acercaría a casa. Llegó sobre las nueve de la noche. Su madre le recibió ataviada decentemente con un chándal ajustado. Samuel ya se había marchado. Tras los pertinentes saludos, donde trató de fingir su alegría, recorrieron el pasillo para ver a su padre. Durante el corto trayecto, se fijó en el culo de su madre, en cómo lo contoneaba, un culo para explorar, grande y ancho. Tampoco se había fijado tan suciamente en las exageradas tetas de su madre, se movían lujuriosamente tras la camiseta acrecentando el ardor de su pene. A su padre le encontró deprimido, tras la experiencia vivida y en la que él había sido testigo, podía hacerse una idea del sufrimiento que se cuajaba en sus entrañas. Más tarde su madre le contó que las cosas con su padre no iban bien, que estaban pasando por una crisis seria, que estaba bastante agotada de tantos años cuidándole y que dormían en habitaciones separadas.
Su madre dijo que iba a ducharse. La vio salir de su cuarto cubierta por una toalla en dirección al lavabo, con unas prendas íntimas en las manos. La siguió, quería verla, explorar con sus ojos aquel cuerpo maduro y delicioso. Sabía que nunca cerraba la puerta, siempre existió mucha confianza entre ellos y nunca se cortaron en andar en ropa interior por la casa. Pero ahora la miraba con otros ojos. Muy despacio, miró por la ranura que había dejado. La vio despojarse de la toalla, ofreciendo sin saberlo sus encantos a los ojos de su hijo. La vio de espalda, poseía un enorme culo, de caderas muy curvadas y nalgas abombadas y carnosas, así como una raja profunda y oscura. Al inclinarse para abrir el grifo, se le abrió la raja y apareció su ano, enrojecido por la salvaje penetración de la que había sido víctima. Más abajo tenía el chocho, de rajita jugosa, peludo, con un clítoris carnoso sobresaliendo claramente. Se mantuvo bastante tiempo inclinada, lo suficiente para que su hijo comenzara a masturbarse con la imagen. Se incorporó y se colocó de perfil para sentarse a mear. Aceleró la masturbación al verle las impresionantes tetas, dos mamas grandiosas que se balanceaban ligeramente con el más mínimo movimiento, de aureolas que abarcaban casi toda la base y pezones duros y erguidos. Se metió en la bañera y corrió las cortinas, pero su hijo terminó de masturbarse con la silueta.
Roberto se sirvió un coñac para serenarse y decidió tomárselo en la cocina. Estaba enloqueciendo, su madre se había convertido en una puta que follaba con su amigo delante de su padre y él se masturbaba con las escenas. Los malos pensamientos le asediaban, las fantasías abordaban su mente como piratas que asaltan un barco. Ojalá y pudiera follar con ella. Ojalá pudiera como Samuel invadir aquel precioso culo, aquel precioso chocho, chupar aquellas tetazas. Cómo envidiaba a su amigo. Ni siquiera pensaba en Eva, la preciosa chica con la que estaba saliendo. Fantaseaba con su madre. Era una locura. Debía recuperar la serenidad y contener sus impulsos como espiarla para verla desnuda. Pero deseaba que llegara el día siguiente, que llegara su amigo y la follara vilmente, y que él estuviera allí para presenciarlo. Estaba merodeando por la terraza, con la verga erguida bajo el pantalón, bebiendo sorbos sin parar, cuando sonó el móvil de su madre. Se sentó cerca de la puerta, como simulando que tomaba el fresco con la copa. Su madre apareció de manera incitante, sólo cubierta por un kimono de gasa transparente. Lo llevaba desabrochado. Pudo ver sus braguitas negras de satén y el vello vaginal que escapaba por la tira superior y los laterales. Pudo ver el sujetador a juego, cubriendo las jugosas tetas que abarcaban gran parte de su tórax. Descolgó el móvil y habló a modo de susurro. Roberto trató de oír la conversación.
No… No ha estado bien, Samuel… Imagina que se entera mi hijo… Eres un cabrón, lo he pasado muy mal… Ya lo sé… Sí… Sí, quiero verte… Lo haré… Sí, me sigues gustando, me vuelves loca… Te gusta humillarme, ¿eh? Te lo pasas bien, ¿verdad?... Sí, soy tu puta… Vale, un besito, adiós.
Colgó y soltó el móvil para dirigirse hacia la terraza. Su hijo la vio venir con el camisón abierto. Estaba buenísima con su madurez. Cómo le botaban las tetas en cada zancada. Se detuvo muy cerca de la hamaca donde él se encontraba. Roberto tenía sus bragas a escasos centímetros de su boca. Rebeca actuaba de una manera desenvuelta, con su hijo la desnudez nunca fue un tema tabú y sus maneras ante él le salían de forma espontánea, sin cohibirse, sin percatarse de la indecencia existente en la mirada de su hijo.
¿Qué haces? – le preguntó ella.
Bueno, mañana quiero empezar duro, quiero relajarme un poco, aquí se está bien -. No paraba de mirar de reojo hacia el cuerpo de su madre.
Yo me voy a la cama, estoy agotada.
¿Vas a dormir sola?
Sí, las cosas no van muy bien, Roberto -. Se inclinó para darle el beso de las buenas noches, entonces pudo comprobar sus tetas sobre él y el ligero roce del sostén por sus pectorales -. Buenas noches, hijo.
Buenas noche, mamá.
La devoró con la mirada cuando la vio cruzar el salón en dirección al pasillo. Le habían entrado ganas de decirle si se hubiera podido acostar con ella para que no durmiera sola, pero logró contener sus incuriosos impulsos. Un haz de luz se iluminó a unos metros de él. Precedía de una de las habitaciones donde su madre dormiría. Incitado por el morbo, encendió un cigarrillo y caminó despacio por el césped. Hacía calor y efectivamente, había abierto la ventana y había corrido la cortina para que entrara aire fresco. Se había despojado del kimono y estaba desabrochándose el sostén frente al espejo. Lo retiró descubriendo sus tetas balanceantes, sus aureolas y sus erectos pezones oscuros. Se había quedado en bragas. Se cepilló el cabello y rodeó la cama sentándose en el borde. Se mantuvo pensativa frente a un espejo que había frente a ella. Roberto observaba fascinado. Roberto no se podía creer lo que veían sus ojos. Muy lentamente, fue metiéndose la mano derecha dentro de las bragas para tocarse. Se fijó en cómo los nudillos se removían tensando la tela. Su madre iba a masturbarse. Estaba cachonda, caliente como una perra. Se llevó la mano izquierda a las tetas para sobárselas al son de la masturbación. Roberto se sacó su polla y comenzó a sacudírsela, fulminando con los ojos aquella escena. Se refregaba el chocho moviendo la mano en círculos, a veces el lateral de la prenda se abría y distinguía toda la zona velluda. Con la izquierda se agarraba los pezones, se apretaba la masa blanda, se las acariciaba con rabia. Echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y respirando aceleradamente. Ahora meneaba toda la cadera, levantando el culo del colchón, como si sus propios dedos estuvieran follándola. Abría y cerraba las piernas, hasta que se detuvo emitiendo un jadeo ahogado. Descansó unos segundos hasta que dejó de tocarse. Al verla levantarse, Roberto descubrió que la delantera de las bragas había quedado ladeada y había dejado medio chocho a la vista. Eyaculó en ese momento sobre el césped. Su madre se tumbó en la cama y apagó la luz. Regresó a la hamaca y se tiró dos horas rememorando cada instante, cada encanto del cuerpo de su madre. Ya en la cama, tuvo que sofocar su obsesión masturbándose otra vez, y hasta muy cerca del amanecer no logró dormirse.
Cuando Roberto se levantó muy cerca de las nueve encontró a su madre en la cocina preparando el café. Su arrebatadora elegancia le hechizó. Iba muy acicalada, con un traje muy atractivo, de color blanco, compuesto por una americana sin nada debajo, sólo abotonada en la parte central, lo que dejaba sus pechos muy sueltos y el canal demasiado a la vista, y una minifalda muy ceñida que precisaba el abombamiento de su culo y la curvatura de sus caderas. Llevaba unos zapatos de tacón negro, que junto con sus cabellos destacaban sobre la blancura del traje. Llevaba medias blancas transparentes, que le otorgaban un erotismo especial. Se besaron en las mejillas y tomaron café comentando algunas cosas de la universidad. A Roberto se le iban los ojos hacia las piernas de su madre. Diez minutos después de las nueve, se presentó Samuel. Los dos amigos se dieron un abrazo enfervorizado y comentaron algunas cosas. Tanto su madre como su amante simulaban naturalidad, manteniendo las distancias, como si no pasara nada entre ellos. Roberto se vio abordado por un vendaval de celos. Su amigo se la estaba follando y él sólo podía conformarse con mirar. Quería verles de nuevo, ver a su madre humillada por su mejor amigo.
Bueno, yo os dejo – anunció -. Voy a encerrarme en el cuarto y no voy a salir ni para mear. Nos vemos al mediodía.
Y allí dejó a la pareja de amantes, seguro que aprovecharían para morrearse y magrearse. Se les notaba en sus caras las ganas de tocarse. Su presencia interrumpía aquella sucia pasión. Roberto se dirigió a su cuarto para fingir su disposición a estudiar. Antes de cerrar la puerta, comprobó que Samuel iba hacia la habitación de su padre y su madre hacia la consulta. No querían arriesgar, y eso que él había tratado de allanarles el terreno.
Samuel irrumpió con cierta inquietud en el cuarto de Agustín. Le encontró con el rostro aliquebrado, víctima de un desconsuelo deshonroso. Se sintió abochornado al ver al amante de su mujer. Levantó la cabeza sin mirarle directamente a los ojos.
Mire, lo siento, ¿vale? – se disculpó el chico -. Ayer se me fue la cabeza, lo siento muchísimo. Usted nos descubrió y yo… Bueno, en fin… Rebeca y yo nos gustamos, ha surgido…
Por favor, vete, no quiero verte.
Yo…
Sal de mi habitación.
Le dejó sumido en una profunda depresión. Samuel sabía que nunca lograría superarla. La escena follándose a Rebeca delante de sus narices había sido demasiado fuerte para él, demasiado patética. Roberto, quien permanecía al acecho de los movimientos de su amigo, le vio pasar en dirección a la consulta. Ya iba a la caza de su madre, iba a echarle un buen polvo. Le vio entrar y cerrar la puerta tras de sí. Oyó el cerrojo. Era el momento, se habían quedado encerrados a solas. Con el placer fermentando en su sangre, salió a la terraza y rodeó la casa en busca de la ventana que daba a la consulta. Eran las once de la mañana. Estaba cerrada, pero era una ventana de corredera y una de las hojas no encajaba adecuadamente. La corrió muy despacio los centímetros suficientes como para espiarles y oírles.
Su amigo Samuel se encontraba merodeando por el despacho con un cigarrillo en los labios. Su madre bajaba la pantalla del portátil sentada ante su escritorio.
He anulado las citas de hoy – le informó Rebeca -. No iba a poder concentrarme como es debido.
¿Me has echado de menos? – le preguntó Samuel.
Sí.
Rebeca se levantó y en ese momento la abrazó inesperadamente por detrás, aplastando los genitales contra el inmenso culo. Con la mano derecha la cogió por el cuello echándole la cabeza hacia atrás y la izquierda la metió bajo la americana para acariciarle las tetas. Roberto ya se había sacado la polla para meneársela. Su amigo la besaba por las orejas y la nuca, hundiendo los labios en el sedoso y negro cabello de su madre. Un pecho sobresalió por fuera moviéndose como un flan, con el pezón empitonado. Samuel le susurraba al oído.
Samuel, es peligroso, mi hijo está en la casa…
Eres mía… Eres mi putita… ¿Quieres que te chupe el coño? -. Ella meneaba la cadera para sentir sus genitales -. Contesta…
Síiii…
Pídemelo, guarra…
Chúpame el coño, por favor…
Voy a comérmelo…
Roberto no paraba de masturbarse. Vio que Samuel retrocedía hasta el sofá y se sentaba en el borde, completamente erguido, a esperas del delicoso manjar. Su madre también caminó hacia atrás, hasta dejar su trasero a la altura de su cara.
Habla, zorra…
Chúpame el coño, por favor.
Inclínate, haz lo que te digo…
Rebeca se curvó hacia delante hasta apoyar sus manos en las rodillas. La teta que tenía por fuera se balanceó hacia los lados, colgando hacia abajo. Samuel le subió la ajustada falda, descubriendo unas braguitas blancas de tul, y el final de sus medias, con unas sugerentes ligas de encaje. Le deslizó muy despacio las bragas hasta exponer su precioso y carnoso culo. Se lo abrió rudamente con los pulgares, exhibiendo su ano palpitante, ya con los esfínteres enrojecidos por las penetraciones anales. Hacia abajo, a escasos centímetros, entre ambas piernas, se encontraba el chocho peludo de su madre con su rajita jugosa bien abierta. Samuel le olisqueó el ano, gozó con el aroma arrastrando la nariz por toda la rabadilla. La besó por las nalgas, volvía a oler su agujerito, hasta que sacó la lengua y se lo lamió con la punta. Su madre lo meneaba ligeramente ante el placentero cosquilleo. Tras ensalivarle el ano, los labios de su amigo bajaron hasta el chocho. Se lo chupó con rabia, escupiéndole, mordiéndole el clítoris con los labios, insertando la lengua todo lo dentro que podía. A veces ella gemía de tanto gusto, cabeceando, con los ojos cerrados. Del chocho goteaban salivas y babas hacia el suelo. Le dejó el vello empapado y retiró la cabeza. Le atizó un severo cachete en una de las nalgas y su madre contrajo todo el culo.
Habla, zorra, quiero que me lo pidas…
Fóllame, por favor…
Samuel se reclinó separando las piernas. Rebeca dio marcha atrás con el culo empinado.
Métete entera la polla…
Su madre bajó el culo un poco más y le sujetó la verga para colocar el glande dentro de la raja. Le costaba ajustarla.
Vamos, zorra, métetela…
No soy capaz…
Volvió a pegarle en el culo.
Vamos, guarra…
Consiguió sentarse sobre la polla clavándosela en el culo. Notó cómo le agrandaba el ano, como avanzaba hacia su interior. Terminó sentada con la polla apretujada dentro de su culo.
Muévete, puta…
Aún con las manos en las rodillas, comenzó a flexionar las piernas y a elevar y bajar el culo bombeando la verga, machacando los huevos al sentarse. Samuel permanecía relajado, observándola de espaldas, dejándola trabajar sobre su polla. Tenía la raja bien abierta, el culo se deslizaba hasta el glande y bajaba hasta quedar completamente sentada sobre ella. Pronto Samuel emitió una serie de jadeos. Ella aceleró los movimientos de su culito, dándole una buena paliza a la verga de su amante.
Me corro… para, joder…
Rebeca se quedó sentada con la polla dentro de su culo, percibiendo cómo le rellenaba el interior de esperma. Le recordó la escena con el camionero, sólo que el camionero la folló por el coño. Se mantuvo inmóvil, hasta que le sacudió una palmada en la nalga para que se levantase. Al hacerlo, le vertió leche del ano, una leche muy líquida y blanca, que goteó sobre los huevos de Samuel. Se pasó un clínex por el culo y se subió las bragas.
Será mejor que salgamos, Samuel.
Me gustas, Rebeca.
Eres un cerdo.
Y a tí te gusta…
Cuando se bajó la falda, Roberto se alejó de la ventana. De nuevo había eyaculado espiando a su madre, viéndola follar con su amigo, quien no paraba de penetrarla analmente. Había sido impresionante. Se encerró en su habitación para revivir la escena en su mente, cada acto, cada instante, cada gesto, cada palabra donde su madre era humillada. Era una puta excelente, una jodida zorra capaz de destrozar una verga.
Samuel se marchó a la hora de comer. Rebeca fue en busca de su hijo por si quería darse un chapuzón con ella en la piscina. Aceptó encantado, gozaría admirando su cuerpo, sus curvas, sus deliciosos encantos. Se puso su bikini más sexy, el anaranjado chillón, de braguitas apretadas y blondas que sólo cubrían la zona de los pezones, sobresaliendo la masa fungosa por todos lados. Nadaron juntos y chapotearon en el agua con bromas. A veces le miraba el culo y cómo se vaiveneaban sus pechos. Tomaron el sol un rato y después almorzaron en la cocina. Allí se deleitó de nuevo con los sensuales movimientos de su madre. Él llevaba un bañador rojo tipo slip y temía que su madre descubriera la silueta erecta de su pene. Tras el postre, Rebeca dijo que iba a llevarle la bandeja a su padre. Unos instantes después Roberto oyó voces procedentes del cuarto de su padre. Se acercó para escuchar la disputa.
Puta asquerosa – gritaba Agustín -, todo el mundo debería saber lo puta que eres, hasta tu propio hijo debería saberlo…
Suéltame, no quiero que me toques – se defendía ella -, me das asco…
Roberto decidió intervenir, no quería que su padre le jodiera el espectáculo. Abrió bruscamente la puerta y sujetó a su madre del brazo librándola de las manos de su padre. Rebeca salió fuera y Roberto empujó al viejo hacia la cama. Le amenazó señalándole con el dedo.
No la toques o llamo a la policía.
¿Qué? La muy puta…
Roberto le abofeteó la cara y su padre cayó sentado, perplejo por la durísima reacción de su hijo. Le miró con los ojos desorbitados.
¿Hijo?
No vuelvas a tocarla.
Le dejó estupefacto, con el corazón latiendo desbocado. Todo se le había vuelto en su contra, hasta su propio hijo. Le vio salir, cerrar la puerta, abandonándolo como si fuera un objeto inservible. Las lágrimas inundaron sus ojos. La pesadilla le provocó tal dolor de cabeza que tuvo que apretarse las sienes para soportarlo. Su esposa vencía, la sensación de celos palpitaba bajo su piel.
Roberto caminó hasta el cuarto de su madre, dos puertas más al fondo de la habitación. La vio de pie, junto a la ventana, cruzada de brazos, aún con el bikini anaranjado. Sus ojos buscaron su culito. Qué buena estaba, qué madurita, qué maciza, qué cuerpazo, qué estilo, qué cabello negro, tenía la polla tan hinchada que le iba a explotar. Se acercó a ella. Su madre le miró por encima del hombro.
Lo siento, hijo, siento que te hayas encontrado esto, pero no le soporto más.
Tranquila, mamá.
La rodeó por la cintura, sintiendo su piel fría y suave, y le estampó un besito en la mejilla.
Ven, anda, te veo muy tensa.
La agarró de la mano y se acercaron a los pies de la cama.
Túmbate, necesitas relajarte, te daré un masaje…
Menos mal que has venido, hijo, yo sola…
Chsss
Rebeca se tumbó boca abajo encima de la cama, con los brazos pegados a los costados, las piernas juntas y la cara ladeada hacia la puerta. Roberto se colocó de rodillas con los muslos de su madre bajo su entrepierna. Tenía las nalgas a muy pocos centímetros de su abultado paquete. Deshizo el nudo del sujetador y apartó los cordones dejando su espalda sin nada. Las tetas le sobresalían por los costados. Las mantenía apretujadas contra el colchón. Rebeca trató de relajarse al comprobar cómo le desabrochaba el sostén. Notó las manos de su hijo masajeándole los hombros. Permanecía sentado sobre los muslos de sus piernas. Las manos fueron bajando por su espalda a modo de caricias. Ella cerró los ojos, pero los abrió de repente al percibir cómo las manos de su hijo le sobaban el culo con las palmas bien abiertas, apretando con fuerza sus nalgas.
Roberto – sonrió -, ¿me estás tocando el culo? ¿A tu madre?
Inesperadamente, agarró las braguitas por las tiras laterales y se las bajó con brusquedad dejándola con el culo al aire.
Roberto – dijo angustiada por el comportamiento de su hijo.
Me gusta tu culo, mamá…
Le abrió la raja con ambas manos descubriendo su ano, que se contraía con los esfínteres enrojecidos. Entre las piernas se distinguía la abundante mata de vello. Rebeca, atrapada, elevó el tórax para girarse e intentar subirse las bragas, pero su hijo la obligó a tumbarse de nuevo.
Roberto, por favor, estás loco, qué estás haciendo…
Deja que te folle…
Roberto, por favor…
Necesito follarte -. Le colocó el brazo en la espalda para evitar que se levantara y con la otra mano se bajó el calzoncillo a tirones -. He visto cómo te folla, he visto lo puta que eres…
Se echó encima, pegando su pelvis a las nalgas de su madre. Rebuscó con la punta de la verga por la entrepierna en busca de la jugosa rajita.
No, Roberto, por fav…Ahhhhh
Le clavó la polla de golpe en el chocho, la hundió entera, hasta los huevos, deslizándose con facilidad entre los húmedos labios vaginales. Notó los pectorales de su hijo sobre su espalda y su aliento en la nuca. Con los ojos desorbitados, la boca muy abierta y el ceño fruncido, sintió cómo empezaba a moverse, a follarla con movimientos ágiles. La embestía furiosamente, sacándola casi entera y penetrándola con fuerza. La hizo gemir ante las sucesivas clavadas. Rebeca cerró los ojos mientras su hijo la follaba. Al abrirlos, descubrió a Samuel en la puerta, masturbándose con la escena. Roberto elevaba el culo y la embestía velozmente pinchando su enorme polla en el chocho húmedo de su madre. A los gemidos de Rebeca se unieron los de Roberto. Madre e hijo jadeaban alocados ante la desbordante lujuria. Samuel se electrizaba sacudiéndose deprisa. Roberto frenó con la verga dentro y anegó todo el chocho de leche. Su madre sintió el esperma de su hijo, sintió sus labios sobre la nuca besuqueándola, y sintió a Samuel acariciándole el cabello sudoroso, dispuesto a tomar la alternativa de su hijo, dispuesto a abrirle el culo de nuevo con su grandiosa verga.
Agustín lo oyó todo desde su cuarto. Los gritos resultaron ensordecedores, agravaron los punzantes dolores de cabeza. Su propio hijo follándose a su madre, a su esposa, a la mujer de su vida. Se vistió y bajó una maleta de lo alto del armario. Sabía de una residencia donde podrían cuidarle. En la soledad más mísera, terminaría de vivir. Fin.
Joul Negro.
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