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Parte II
Llegó el final del verano. Rebeca rememoraba las escenas en la cabina del camión una y otra vez. La experiencia, dura sexualmente y arriesgada por mantener relaciones con un desconocido, la había sumido en una lujuria inconsolable. Trataba de contenerse, de recobrar su reputación perdida, pero siempre terminaba masturbándose. Le habían metido una botella por el coño, había bebido orín y se la había mamado a un tipo gordo y asqueroso. Su marido la notó más inquieta, la notó menos cariñosa y le trataba con más severidad. Llegó a imaginarse que tal vez tendría algún lío, él ya no podía ofrecerle una vida sexual plena. Una de las veces que salió a tomar café con sus amigas, Eugenia y Teresa, les confesó que en Valencia se había liado con un hombre, un lío de una noche, y que no se arrepentía de la experiencia. No reveló detalles del encuentro ni la identidad del camionero, pero sí que echó un polvo impresionante. Sus amigas alucinaron, incluso la animaron a divertirse de vez en cuando, que sabían a ciencia cierta que Agustín había estado de putas con sus maridos, en bastantes ocasiones, y que ellas también tenían derecho a una canita al aire de vez en cuando. A veces tuvo la tentación de llamar a Pablo, pero al final se impuso el temor y se abstuvo. Tampoco quería arriesgar el cómodo ritmo de vida que llevaba.
Su hijo Roberto regresaba a Sevilla y notó a su madre agotada, hastiada de estar al servicio de su padre. Tenía un íntimo amigo fisioterapeuta y estaba en paro. Acababa de finalizar los estudios y buscaba trabajo a la desesperada. Le sugirió la idea de contratarlo a jornada completa para ayudarla con los ejercicios de rehabilitación y aparte podría echarle una mano en la consulta. Sólo la idea de tener un hombre con ella en casa le fascinó, la empujó hacia una multitud de fantasías lujuriosas. Le dijo a su hijo que le llamara y que hablaría con él. Dos días más tarde, acompañó a su hijo al aeropuerto y de regreso recibió la llamada de Samuel. Rebeca le preguntó por su disponibilidad y Samuel se ofreció a trabajar a jornada completa. Tenía veintidós años, la misma edad que su hijo Roberto. Quedaron telefónicamente en que trabajaría de nueve de la mañana a ocho de la tarde, de lunes a viernes, por mil quinientos euros al mes. Aparte, debería trabajar alguna noche salteada si ella tenía que salir. La llamada duró cerca de media hora y sirvió para la primera toma de confianza. El chico parecía simpático y abierto, y Rebeca le obsequió con toda la amabilidad que le salió de las entrañas. Quedaron para el día siguiente. Sería su primer día.
Inquieta por la visita, se levantó temprano y ante los ojos de su marido se atavió de una manera espectacular, con un look ejecutivo que dejaba la boca abierta. Agustín contempló desde la cama cómo su esposa se arreglaba para recibir a otro hombre, quería estar guapa y explosiva, pero no se atrevió a decirle nada. Se puso una blusa blanca bastante escotada y una falda corta muy apretada, gris con finas rayas blancas, una falda que definían con claridad las curvas de su cadera y trasero. Se maquilló con colores brillosos, se puso pendientes de aros grandes y un llamativo collar plateado. Se forró las piernas con unas medias blancas como de cristal, brillantes, hacia medio muslo, donde iba una liga de encaje, se puso unas braguitas blancas con la delantera de muselina y se calzó con unos zapatos de tacón alto. Se miró al espejo. Estaba radiante. Quería causar buena impresión. Abandonó la habitación y merodeó por la casa nerviosa, tratando de reflexionar sobre la embarazosa situación. Su lujuria estaba empujándola hacia experiencias muy arriesgadas que podían convertirse en un escándalo. Su juego de seducción con un amigo de su hijo llevaba consigo bastante peligro, pero sólo el hecho de tontear con los hombres la ponía muy caliente, y no podía evitarlo, la sensación resultaba embriagadora.
A las nueve en punto sonó el timbre y Rebeca salió a recibirle. Se quedó impresionada, igual que él. Era un chico muy guapo, con el pelo corto, moreno, alto y corpulento, ojos verdes, barba de tres días y un culito algo abombado. Vestía de manera informal con tejanos y camiseta de manga corta, con una mochila colgada del hombro. También Samuel se quedó deslumbrado ante la despampanante mujer madura que tenía ante sus ojos, que enseguida repararon en el enorme volumen de sus pechos, en su amplio escote, donde se apreciaba parte de la masa blanda y el canalillo. Miró bajo su cintura, aquella falda ejecutiva ceñida que definía sus curvas, con las sensuales medias que cubrían sus piernas. Se presentaron y se dieron unos besos en las mejillas. Luego le dejó pasar.
- Qué chico tan guapo.
- No me había dicho Roberto que tenía una madre tan guapa.
- Vaya, gracias. ¿Tomamos un café y luego te presento a mi marido y te enseño la casa?
- Como quieras.
Rebeca marchó delante hacia la cocina sabiendo que era presa de las miradas del joven amigo de su hijo. Contoneaba las caderas con estilo gracias a los tacones, con la tela de la falda a punto de reventar. Le invitó a sentarse mientras ella preparaba la cafetera. Mientras charlaban acerca de la amistad que le unía a Roberto y de cómo se habían conocido, Samuel disfrutaba del espectáculo que le ofrecía aquella mujer. Percibía cómo sus gigantescos pechos se movían tras la tela de la blusa. Una de las veces que se inclinó para colocar las tazas, dispuso de un par de segundos para clavar la vista por el escote, apreciando la magnitud de los mismos. Sus ojos iban a pasárselo bien con la madre de su amigo. Además se comportaba de una manera excesivamente simpática. Iba a ser una gran jefa, pensó. Otra de las veces, para alcanzar un jarro de la parte superior de la cocina, alzó los brazos y puso los pies de puntilla. La falda se corrió unos centímetros hacia arriba, dejando visible las ligas de encaje de las medias. Samuel tuvo que tragar saliva para serenarse. Rebeca captó la conmoción del chico, que a veces tartamudeaba ante una de sus preguntas. Le había dejado anonadado. El juego funcionaba, además el chico estaba muy bueno, joven y guapo, para comérselo. No paraban de hablar, dilatando la confianza entre ambos. Rebeca se sentó en un taburete, frente a él, y al cruzar las piernas Samuel distinguió la sombra blanca de las bragas. El pene lo tenía duro como un palo. Se tiraron cerca de hora y media conversando sin parar, después Rebeca le acompañó a la habitación de su marido. Estaba tendido en la cama, en calzoncillos, a esperas de iniciar los ejercicios de todas las mañana. Una ola de celos le abrasó las entrañas al verles juntos, a su mujer elegantemente vestida junto a un joven tan atractivo. Rebeca hizo las presentaciones con una amabilidad inaudita.
Buenos, Samuel, Luego te veo en la consulta, ¿de acuerdo? Y te pongo al día.
De acuerdo
Rebeca fue directa hasta su habitación para cambiarse de ropa. Trató de analizar la situación y comprendió que tenía un grave problema, que estaba desquiciada, que su comportamiento ninfómano no concordaba con una mujer de su reputación. Pero estaba claro que tras liarse con el camionero de una manera extrema, cualquier hombre subía su deseo sexual, y más un joven tan guapo como Samuel. Le quería como amante, quería un lío con él, y la única forma de conseguirlo era utilizando sus dotes de mujer, conseguir que perdiera el respeto hacia ella como madre de su amigo. Y que mejor manera que incitarle. Mantuvo sus medias y sus tacones blancos y se atavió con un vestidito tipo uniforme de enfermera, bastante suelto, pero excesivamente cortito, prácticamente hasta el límite del encaje de las medias. Llevaba una tira de botones en la delantera y a conciencia se dejó sólo cuatro o cinco del medio, dejando bien abierto el escote en la zona de arriba y dejando una importante abertura en la parte de abajo.
Aguardó impaciente en la consulta la llegada del joven Samuel. Estaría preparando los ejercicios con su marido y el programa de rehabilitación. Una hora más tarde le oyó salir del cuarto. Entonces le dio la espalda a la puerta y se curvó todo lo que pudo como si rebuscara entre unos documentos expandidos por una pequeña y baja mesita de madera. Samuel vio la puerta entreabierta y se detuvo en seco al encontrársela en aquella postura. Se quedó perplejo. La vio de espaldas, inclinada hacia la mesa, con el trasero empinado. Retrocedió unos pasos. Por la postura, la falda del vestidito se había subido unos centímetros hacia la cintura descubriendo el final de sus medias y la parte baja del culo, donde claramente se distinguía la tela arrugada de unas bragas blancas.
Joder – susurró para sí mismo embelesado con la postura, con la carne que se divisaba tras el encaje de las medias y con los bajos de la braga tapando la entrepierna.
Cómo diablos iba a concentrarse con una mujer así. En la universidad se había enrollado con más de cincuenta tías, había follado con muchas, pero jamás se le presentó la oportunidad de una mujer tan exuberante y madura como la madre de su amigo, y menos con un erotismo como el que se estaba encontrando. Vio que se erguía con unos documentos en la mano. De nuevo la falda bajó a su posición, pero la base del vestidito quedaba sólo unos centímetros por debajo de las inglés, justo al límite del encaje de las medias. Al verla dar unos pasos hacia el escritorio, vio que la abertura de abajo tendía a abrirse y dejaba visible dicho encaje y parte del muslo, así cómo el vaivén de aquellos pechos tan impresionantes. Samuel se encogió al sentir eyacular en el slip. La hija de puta había conseguido que se corriera sin tocarse siquiera la verga. Había sido una eyaculación incontrolable. Fue al cuarto de baño a limpiarse y trató de serenarse. Cuando regresó a la puerta de la consulta, dio con los nudillos y ella le invitó a pasar.
¿Qué tal? – preguntó con una amplia sonrisa en la boca.
Bien, creo que tu marido mejorará con el programa.
Siéntate y empezamos.
Permanecía sentada frente a la mesa con las piernas cruzadas. Se trataba de una mesa de cristal, por lo que la abertura de la falta permitía ver el encaje de la media y parte del muslo. Y la tía ni se inmutaba. Sus tetas se movían con cada movimiento. Se sentó frente a ella. Los ojos se le iban sin querer hacia sus piernas. Se tiraron un rato hablando sobre algunos pacientes que necesitaban rehabilitación, le explicó el funcionamiento del programa informático y el ritmo de visitas de las consultas. Había anulado todas las de ese día para ponerse al día con algunos expedientes. Una de las veces descruzó las piernas y volvió el tórax hacia un ala de la mesa para rebuscar en una pila de documentos. Samuel aprovechó para fijarse mejor y la imagen le electrizó. La abertura de la falda le permitió ver la delantera de sus bragas, una delantera de muselina donde se transparentaba todo el chocho. Poseía una zona triangular de vello abundante, con los pelillos apretujados contra la gasa. No se lo podía creer, estaba viéndole el coño casi al natural. La porra se le volvió a endurecer. Cuando se volvió cruzó las piernas de nuevo ocultando el secreto. Estuvieron repasando historiales hasta la una y media, luego ella se levantó y dijo que iba a hacer algo de gimnasia.
Sigue tú un rato a ver si podemos adaptar los programas, sobre todos a los de trauma, ¿vale?
Sí, sí, no te preocupes; Rebeca.
Sobre las dos y cuarto, Samuel salió de la consulta y dio una vuelta por el cuarto para ver a Agustín. Estuvo un rato con él y más tarde se dirigió a la sala donde Rebeca hacia la gimnasia. Se llevó otra sorpresa. Al abrir la puerta se la encontró corriendo en la cinta, de nuevo con una sugerente vestimenta. Llevaba unas mayas negras ajustadas que definían con claridad las curvas de su cadera y de sus anchas nalgas y para la parte de arriba llevaba un sujetador de un bikini negro con tirantes anudados al cuello que dejaba visible su ombligo. Al moverse con intensidad, las tetas botaban como locas sobresaliendo por los costados. Resultaba arrebatador ver cómo se movían aquellas tetas descomunales. Sudaba a borbotones por el esfuerzo. Se detuvo al ver cómo el chico se acercaba a ella. Sus pechos descansaron, aunque la carne blanda sobresalía de las blondas del sostén tanto por abajo como por los lados.
Hola, Rebeca, ya terminé. Voy a comer y luego nos vemos, ¿vale?
¿Comemos juntos? Hay comida de sobra. Mira, hecho – se limpió el sudor con una toalla y caminó delante de él para que se fijara en su inmenso culo – Le doy de comer a Agustín, me doy un chapuzón y comemos.
Bueno, vale.
Samuel aguardó sentado en el sofá del salón echando un cigarro. Transcurrió media hora. Volvió la cabeza hacia el ventanal y la vio dirigiéndose hacia la piscina. Iba en bikini, un bikini de color verde botella, con blondas pequeñas que sujetaban sus domingas y unas braguitas que no abarcaban todo el culo, de hecho, una pequeña parte de la raja del culo se veía por encima de la tira superior. No pudo contenerse, con la cabeza vuelta hacia el ventanal, se abrió el pantalón y se bajó el slip para empezar a masturbarse con los movimientos de la señora. Agustín había conseguido levantarse y con la ayuda de las muletas logró caminar a paso lento por el pasillo. Se detuvo a la entrada, cuando vio a Samuel en el sillón, relajado, masturbándose con las imágenes que le ofrecía su mujer en bikini. Se mantuvo escondido tras una planta, contemplando cómo se sacudía la verga con ligereza. Una ola de celos le machacó las entrañas. Cómo decírselo a su mujer, le resultaba bochornoso, y más siendo tan amigo de su hijo Roberto como era. Se armaría un escándalo. Le vio eyacular sobre un pañuelo. Unos minutos más tarde vio venir a su esposa hacia el ventanal. Samuel se levantó para recibirla. Ella actuaba con naturalidad. Parece ser que iban a comer juntos. Notó que tonteaba con el joven. Agustín sintió un sudor frío al verla medio desnuda ante un chico. Los celos resultaban dolorosos. Les vio dirigirse hacia la cocina, con ella delante y el chico pasmado con su trasero. Regresó a su cuarto desfallecido, sin saber realmente a qué atenerse.
Tras la comida, donde Samuel disfrutó de lo lindo con los encantos y movimientos de la madre de su amigo, cada uno se fue por su lado, ella a la piscina y él a la consulta a repasar los expedientes. Samuel estaba confuso, no sabía cómo interpretar el comportamiento de Rebeca, una mujer de cuarenta y tantos y de cierta reputación, médico y con un nivel de vida alto, no sabía si su erotismo era natural o simplemente se trataba de una calientapollas con ganas de marcha. Fue incapaz de concentrarse y apenas diseñó un programa de rehabilitación. A las ocho de la tarde se dirigió al salón y sorprendentemente la encontró en vaqueros, muy natural, con una blusa blanca de manga corta. Rebeca había decidido suavizar sus ataques para no parecer tan descarada.
Bueno, Rebeca, voy a irme.
¿Tienes coche?
No.
Venga, te acerco.
Durante el camino y para tantearla, le dijo que la invitaba a una copa y ella aceptó. Se tiraron dos horas charlando sin cesar en un pub, dilatando la confianza mutua, divirtiéndose con las anécdotas, incluso él llegó a palmearle la rodilla. Después le dejó en casa y se despidieron con unos besos en las mejillas. Agustín la sintió llegar muy cerca de la medianoche. Tardó otro buen rato en acostarse y cuando la oyó tumbarse a su lado simuló que dormía. Estaba abatido por los celos.
A las nueve de la mañana se presentó Samuel. Rebeca le recibió con dos besos en las mejillas, dos besos profundos cargados de amabilidad. Iba vestida de una manera más decente, tal vez porque esa mañana tendría la visita de varios pacientes. Llevaba un traje gris compuesto por chaqueta y pantalón y una blusa blanca a juego, con sus tacones, su perfecto maquillaje y sus complementos. Estaba realmente guapa a pesar de la escasa sensualidad en comparación con el día anterior. Rebeca le propuso desayunar antes de ponerse manos a la obra y juntos se acomodaron en la cocina sin parar de hablar y bromear. Estaban muy juntitos. Una de las veces Samuel le acercó un trozo de tostada de mantequilla y ella la mordió con ciertas dosis de lujuria, manchándose el labio superior, labio que ella se relamió ante sus ojos. El tonteo y la confianza entre ambos se acrecentaba cada segundo. Daba la impresión de que llevaban años juntos. A Rebeca le gustaba aquel chico, pero quería acelerar el compromiso con sus juegos eróticos. De no haberlo seducido de esa manera, quizás Samuel nunca se hubiera fijado en una mujer madura como ella, que para colmo resultaba ser la madre de uno de sus mejores amigos.
Más tarde Samuel se ocupó de los ejercicios de rehabilitación de Agustín mientras Rebeca atendía los pacientes en la consulta. Agustín rabiaba de celos ante aquel chico que le flexionaba las piernas para mejorar su movilidad. Sabía que su mujer estaba chiflada ciegamente de él, que se desvivía por estar con un hombre. La veía más contenta desde la llegada del joven. Malditos pandilleros, le habían jodido la vida, su felicidad y su matrimonio. Ya nada era igual. Y para colmo había sido testigo de cómo el amigo de su hijo se masturbaba a costa de su esposa.
¿No se encuentra mejor, don Agustín? – se interesó Samuel.
¿Te gusta mi mujer?
Samuel levantó la cabeza, bastante sorprendido por la indirecta. Tardó unos segundos en conseguir una respuesta convincente.
Es una mujer muy guapa, y simpática.
La tengo abandonada – reconoció con la voz temblorosa -. Y ella a mí. Nuestras relaciones son nulas.
Pues no debería ser así. Deberían hablar.
Ella hace tiempo que dejó de escucharme. Y la quiero, ¿sabes? Como el primer día.
Pues deben tratar el asunto, usted todavía está capacitado.
Gracias, hijo.
Al mediodía, Samuel fue a la consulta en busca de Rebeca. Ella le invitó a un baño en la piscina antes de comer, pero Samuel no tenía bañador y así se lo hizo saber.
Pero, ¿tendrás calzoncillos?
Claro.
Pues, ¿qué diferencia hay?
Agustín, desde su cuarto, sentado en el borde de la cama, contemplaba a través de la ventana la diversión de su esposa con el joven. Samuel lucía un slip negro ajustado y su mujer un bikini naranja chillón que dejaba buena parte de sus encantos al acecho del hombre. Se lo estaban pasando en grande, se atizaban con las toallas, se tiraban juntos a la piscina, se hacían ahogadillas y tomaban el sol uno junto al otro, una confianza verdaderamente insólita para dos personas que acababan de conocerse. La muy zorra pensaba cepillárselo, sin importarle las consecuencias, sin importarle la edad del joven y la amistad que le unía a su hijo Roberto. Un rato más tarde, Samuel le recogió en la silla de ruedas y le llevó a la cocina para comer los tres juntos. Qué vergüenza, su mujer protegida por un pareo transparente, meneando el culo y las tetas para regocijo del chico, y todo ante sus ojos, ante él, su marido. Apenas le hicieron caso, sólo hablaron entre ellos, a modo de susurros, con risas y miradas intensas. No abrió la boca, se sintió desplazado, como un mueble inservible. Su mujer parecía entusiasmada, acaramelada con aquel joven. Los celos le corroían las entrañas. Una vez finalizada la comida, Rebeca se dispuso a llevarle de nuevo al dormitorio, pero antes se dirigió al chico.
Me cambio y nos vemos en la consulta. Ves preparando los expedientes de hoy, ¿vale?
Sí, sí, no te preocupes.
Acompañó a su marido hasta el dormitorio y le trató como un tiesto de mierda cuando le ayudó a tumbarse en la cama. Agustín no se atrevió a dirigirse a ella, estaba demasiado engatusada como para expresarle cualquier sentimiento.
Rebeca fue al cuarto de baño. Ante el espejo trató de reflexionar sobre lo que le estaba sucediendo. Aquel chico le gustaba, y se sentía confundida, ya no sabía si se estaba enamorando del mejor amigo de su hijo o simplemente todo era producto de su ninfomanía. Era consciente de que la situación resultaba embarazosa y la única manera de incitarle era a través de sus encantos femeninos. Por ser la madre de Roberto y una mujer madura, Samuel jamás se habría fijado en ella. Debía actuar como una puta. Para ello, se desnudó por completo y se atavió con el vestidito corto de enfermera, sin medias ni bragas, sólo con los tacones blancos y a medio abrochar, sólo se abotonó la zona centro, dejando un amplio escote y una amplia abertura delantera. Cuando se presentó en la consulta de esa manera tan voluptuosa, Samuel, quien permanecía ante la mesa repasando los expedientes, se quedó boquiabierto ante aquella imagen impactante. Al caminar, los tacones realzaban su trasero y el vestidito se abría en la parte delantera dejando buena parte del muslo a la vista. El holgado escote permitía una vista fabulosa de las tetas, dejando ver las curvas de la base apretujadas contra la tela. Estaba para comérsela. La miró con ojos viciosos, descaradamente cuando rodeaba el escritorio para sentarse frente a él. Tuvo la impresión, por la soltura de la tela, de que no llevaba ni bragas ni sostén. Su pene se fue endureciendo con el paso de los segundos.
Qué guapa estás, Rebeca – se le escapó tras el primer sobresalto.
Vaya, gracias.
Estás muy sexy.
Rebeca soltó un bufido al sentarse.
Uff, necesitaba ponerme cómoda. Bueno, ¿cómo lo llevas?
Vio que cruzaba las piernas con el vestido abierto hasta la parte superior del muslo. Se fijó en el escote, tan abierto que podía ver sus tetas pegadas una junto a la otra, con el abultamiento en la tela de los gruesos y empitonados pezones. La porra la tenía completamente dura. Iba a ser difícil concentrarse. Temía correrse en los calzoncillos como le pasó la vez anterior. Durante los primeros minutos repasaron los expedientes de algunos pacientes. Rebeca rebuscaba entre la extensa documentación repartida por la mesa como si nada pasara, con total naturalidad. Volvió el tórax hacia el ala de la mesa para teclear en el portátil y descruzó las piernas, permitiendo que el vestido se abriera hacia los lados. Su chocho quedó a la vista de Samuel, que tuvo que tragar saliva y rascarse los genitales para poder serenar sus nervios. La hija puta no lleva bragas, pensó hipnotizado. Podía ver la zona triangular llena de abundante vello denso y oscuro. Cerró los ojos y respiró hondo. Al abrirlos vio que ella cruzaba las piernas de nuevo, pero el vestido continuó abierto dejando visible la parte superior del chocho. Samuel estaba nervioso, no sabía cómo ponerse, sus ojos se teledirigían hacia la superficie acristalada desde donde se veían aquellos encantos. Ella le daba instrucciones acerca de los expedientes. Unos minutos más tarde, Rebeca se levantó y se dirigió hacia las estanterías. De espaldas al joven, se puso de puntillas para alcanzar unos blocs. Al hacerlo, el vestidito blanco ascendió unos centímetros permitiendo que la parte baja del culo quedara expuesta ante los ojos de Samuel. Se tocó la bragueta a refregones al ver las asentaderas de las nalgas y la parte baja de la raja del culo. Por el arco de las piernas, pudo distinguir los pelillos de la vagina. Al coger el bloc, el vestido volvió a tapar su trasero, pero soltó el bloc en el sofá y se inclinó para abrirlo y hojearlo. Aquella postura enloqueció a Samuel. Al curvarse tanto, el vestido se le subió casi hasta la mitad de las nalgas, exhibiendo su chocho con extrema claridad, donde se llegaba a apreciar la jugosa rajita entre los labios vaginales. Samuel tenía la verga a punto de reventar. Estaba ofreciéndole el chocho y ya no podía aguantar ni un segundo más. Ella se irguió dando media vuelta. Samuel se levantó y se dirigió decidido hacia su posición.
Estás muy sexy -. Rebeca sonrió y él la abrazó rodeándola por la cintura. Notó sus melones apretujados contra los pectorales -. Me gustas mucho, Rebeca -. Le estampó un beso en la frente y sus manos bajaron por la cintura en dirección al trasero -. Estás muy buena, y no llevas bragas, ¿verdad?
Estoy más cómoda…
No le dio tiempo a terminar la frase, le metió las manos bajo el vestido y las plantó en su culo sobándolo con intensidad, arrugándole la carne blandita, pellizcándola, abriéndole rudamente la raja. El vestido quedó arremangado en la cintura. Mientras tanto, le olisqueaba el cabello y deslizaba sus labios por la frente. Rebeca había dado la estocada final. Ella permanecía inmóvil, con los brazos en los costados mientras las manos del joven magreaban su culazo. La cogió por los hombros y la empujó contra la mesa. La obligó rudamente a inclinarse sobre la superficie, con las tetazas apretujadas contra la superficie acristalada, así como su mejilla. Su culo quedó empinado y al descubierto, con las piernas juntas. Samuel se bajó el pantalón lo suficiente como para dejar libre su polla y sus huevos. Se la sacudió fascinado con aquel culo ancho de nalgas grandes, con la entrepierna velluda, donde se distinguía la rajita de la vagina. Le asestó una severa palmada.
Hija puta, qué pedazo de culo tienes…
Rebeca lo contrajo dolorida. Le abrió la raja bruscamente con las manos para examinarle el ano, un orificio tierno y rosado. Le lanzó un escupitajo y la saliva se deslizó despacio hacia el vello vaginal. Se arrodilló tras aquel grandioso culo. Primero le estampó besos en las nalgas, queriendo gozar de aquella suavidad, y luego se puso a comerse el chocho a mordiscos. Lo tenía húmedo y sabroso. Rebeca notaba el roce de la lengua y los dientes por sus clítoris, así como la punta de la nariz por su ano, y cerraba los ojos tratando de atrapar el inmenso placer. Percibió que se lo refregaba con la mano, que las yemas se hundían entre sus húmedos labios vaginales.
Estás mojada, cabrona…
Era cierto, se estaba corriendo en la boca del joven. Samuel notaba un flujo de babilla en sus labios. Le abría el chocho con ambos pulgares y percibía la punta de la lengua tratando de adentrarse en sus profundidades. Después recibió unas rociadas de saliva encima de su ano, la lengua embadurnaba de babas toda su rabadilla. Samuel se levantó sacudiéndose con nerviosismo la verga.
Ábrete el culo – le ordenó con severidad.
Rebeca echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja. Samuel pegó el glande al ano y la enculó de un golpe seco. Le hundió la enorme verga hasta los mismos huevos. Rebeca rugió en un bufido profundo, con los ojos bien abiertos y el ceño fruncido. Notaba el tremendo tamaño de la porra dentro de ella, inmóvil, con el ano doloridamente dilatado. Samuel la agarró de los pelos y le levantó bruscamente la cabeza de la superficie tensándole los músculos del cuello. Rebeca percibía su aliento tras su oreja. Permanecía paralizado con la porra dentro del culo.
Querías follar, ¿verdad, cabrona? Vas a ver lo que es bueno…
Le asestó una clavada seca, sacando media polla y hundiéndola de nuevo. Ella volvió a rugir dolorida. Aún le mantenía la cabeza levantada del cristal. Comenzó a follarla con extrema severidad, apretando fuerte en las embestidas, perforando su ano salvajemente. Agustín, su marido, podía oír los alaridos de su mujer desde la cama. Inmediatamente supo que estaban follando. La muy puta no se cortaba en ser discreta. Se incorporó sentándose en el borde de la cama, con la cabeza reclinada sobre las manos. Tarde o temprano iba a pasar. Muerto de celos, se maldijo a sí mismo por su maldita mala suerte. Sólo la oía a ella, gimiendo como una descosida. Sacudió la cabeza, desfallecido, y levantó la mirada hacia una foto de bodas donde aparecía felizmente con su esposa.
En el salón Samuel le pegaba fuerte por el culo. El enorme nabo se insertaba con facilidad en el blandito ano. Sólo ella gemía, Samuel simplemente apretaba los dientes para darle con más energía. Unos instantes después se detuvo con la verga dentro y cerró los ojos, eyaculando en el interior del culo. Fue cuando le soltó los pelos. Rebeca, aún invadida por el pene, apoyó la frente en el cristal, tratando de recuperar el aliento. Su cuerpo se había vuelto en sudor. Notaba las manos del él sobándole las nalgas. Retiró la polla muy despacio. Nada más sacarla, del ano abierto manó una espesa porción de semen amarillento que resbaló hacia el chocho. Samuel la obligó a incorporarse sujetándola del brazo. Se miraron a los ojos. Rebeca pudo fijarse en su polla gruesa y larga, de venas pronunciadas y glande voluminoso. Mantenía el vestido enrollado en el vientre, desnuda de cintura para abajo. Se lanzó a morrearla babosamente y ella le correspondía con su lengua. Mientras se besaban, le tocaba el chocho hurgándole con los dedos, metiéndole las yemas dentro. La mano ascendió y tiró fuerte de la zona abrochada del vestido arrancando los tres botones. El vestidito se abrió exponiendo sus impresionantes domingas. Samuel las miró con los ojos desorbitados.
Vaya putas tetas que tienes… - Se las tocó achuchándolas con una mano mientras que con la otra tiró del vestido para quitárselo. La dejó desnuda, salvo por los tacones. Después la agarró del brazo y tiró de ella hacia el sofá -. Vas a chupármela, cariño.
Nerviosamente, Samuel terminó de bajarse los pantalones. Mientras se quitaba los zapatos y se sacaba el pantalón por los pies, ella se arrodilló, a modo de sumisa, a esperas de iniciar la mamada. Samuel se sentó en el sofá, con las piernas separadas y la enorme verga empinada. La sujetó por la nuca y le bajó bruscamente la cabeza para que se la chupara.
- No sabía que eras tan puta, chúpamela, vamos, vamos…
Se reclinó echándole el cabello a un lado para verla mamar. Rebeca había agarrado la polla por la base y la saboreaba con paciencia a modo de helado, deslizando la lengua por el tronco aún impregnado de semen. Estaba calentita, recién salida de su culo. Notaba cierto sabor rancio a heces, mezclado con la amargura del semen, pero ensalivaba aquella porra con esmero. Su marido observaba la escena oculto tras la planta del pasillo. La veía inclinada entre las piernas del joven haciéndole una impresionante mamada, veía su culo abierto, desde el ano un hilo gelatinoso de leche se derramaba hacia el chocho y algunas diminutas porciones goteaban al suelo. Vio que bajaba aún más la cabeza y le ensalivaba los huevos a base de fuertes lengüetazos. Samuel respiraba por la boca, electrizado, abrigado por un desbordante placer. Se comía sus huevos ansiosamente. El chico levantó las piernas y ella bajó aún más la cabeza para lamerle el ano velludo. Ahora él se la sacudía y ella trataba de incrustar la lengua en su culo. Los huevos se mecían y le golpeaban en la frente. Pasaba la lengua repetidamente por el orificio dejando el rastro de la saliva. Los labios volvieron a subir por los huevos mojados y se irguió. Samuel le cedió el control de la polla para que ella se la meneara. Agustín, desde la planta, observaba cómo se la sacudía, el glande golpeaba con fuerza las tetas de su mujer. Se miraban a los ojos, con Samuel jadeando sin parar y ella erguida moviéndole la verga velozmente sobre sus domingas. Agustín decidió retirarse, no quería ser testigo de la corrida que se avecinaba. A paso lento y desfallecido, regresó a su habitación, desde donde podía oír los jadeos de Samuel.
La eyaculación era inminente. Samuel, semiacostado en el sofá, había fruncido el entrecejo para acaparar todo el placer. La madre de su amigo se golpeaba las tetas y le estrujaba con fuerza la porra al agitarla. Vio que ella cogía un vaso de cristal con un dedo de agua. Samuel ya jadeaba con excesiva intensidad. Bajó la porra sin parar de agitarla y colocó el vaso debajo. Un goterón de semen se derramó dentro mezclándose con el agua y varias salpicaduras rociaron sus tetas de leche.
Para ya, cabrona…
Escurrió bien la verga dentro del vaso, donde aún cayeron otro par de gruesas porciones, y le soltó la polla. Rebeca levantó el vaso con una sonrisa de posesa.
Vaya cóctel ¿eh?
Bébetelo.
Sin dejar de mirarle a los ojos, Rebeca se tragó toda la leche aguada que había en el vaso. Degustó el sabor y se relamió los labios, luego soltó el vaso de nuevo en la mesa. Aquellas experiencias tan incuriosas y cerdas duplicaban su deseo violento e insaciable. Samuel se incorporó y le sujetó la cabeza con ambas manos. Sus tetazas balanceantes rozaban la verga.
Me gusta que seas tan zorra y tan guarra.
Me da cosa por mi hijo – reconoció ella.
No va a enterarse, eres mi puta -. La morreó de nuevo sin soltarle la cabeza, después retiró sus manos para acariciarle los pezones de las tetas -. Tengo que ir al servicio.
Yo también – dijo ella.
Se levantaron a la vez y agarrados de la mano, desnudos, se dirigieron al cuarto de baño, ubicado en un extremo del pasillo. Agustín, atormentado, permanecía asomado al pasillo cuando les vio pasar. Vio a su mujer en tacones, con sus tetas botando y las nalgas vibrando con las zancadas. Vio la enorme polla de él, balanceándose, dura como un palo. Llevaban los dedos de las manos entrelazados, como dos enamorados. Les vio meterse en el lavabo y cerrar la puerta tras de sí. La enorme sensación de celos le produjo un escalofrío en el pecho y tuvo que arrugarse la camisa, pero todo se quedó en un sudor frío en sus sienes.
En el cuarto de baño, primero fue Rebeca quien se sentó a mear ante los ojos del chico. Samuel observaba, era la primera vez que veía mear a una mujer. En cuanto terminó, ella se levantó y se apartó para que él se acercara a la taza.
¿Quieres agarrármela? – le preguntó él.
Sí.
Rebeca se colocó a su lado, le pasó un brazo por la cintura y con su manita derecha le sujetó la verga apuntando hacia el interior de la taza. Samuel se puso a mear despidiendo un grueso chorro. Ella se la cogía como si sujetara una manguera.
Me ha gustado cómo me has chupado el culo. Nunca me lo habían chupado – le susurró él al oído mientras terminaba de mear.
¿Quieres que te lo chupe otra vez? No me importa.
Me gusta que seas tan guarra.
Poco a poco, dejó de mear. Rebeca se la sacudió, luego Samuel se giró hacia la bañera y subió un pie en el canto para que su entrepierna quedara bien separada. Rebeca se agachó bajo sus piernas. Los huevos le colgaban meciéndose levemente. Samuel comenzó a sacudírsela. Ella acercó la cabeza y escupió sobre el ano salpicado de vello. La saliva quedó atrapada en él. Enseguida sacó la lengua para lamer toda la zona con la punta. A veces apartaba la cabeza y volvía a escupir para esparcir toda la saliva. Olía asquerosamente, pero se afanaba en pasar la lengua como una chupona por todo su culo. Sus manos se entretenían sobándose los huevos. Él se masturbaba deprisa ante la estimulante sensación. La veía bajo sus piernas con la cara pegada a su culo, percibiendo el cosquilleo y la humedad de su lengua. Le baboseó todo el culo, gruesos hilos colgaban del ano y los huevos. Samuel bajó la pierna y la obligó a levantarse.
Quiero follarte, quiero romperte el culo…
La colocó frente al lavabo, obligándola a inclinarse hacia el espejo. Ella se agarró a los cantos, con el aliento empañando el cristal. Le atizó severas palmadas en el culo hasta enrojecerle las nalgas, obligándola a quejarse con débiles gemidos.
¿Por dónde quieres que te la meta, cabrona?
Fóllame por el culo, me ha gustado…
Zorra…
Le abrió el culo rudamente y la pinchó en el ano con crudeza. Los dos jadearon a la vez. Samuel pegó la cara a la sudorosa espalda de Rebeca y condujo sus manos a las tetas para achucharlas con severidad. Y se puso a follarla enérgicamente con duras punzadas en el ano. Desde la puerta del dormitorio, Agustín los oía gemir como locos. Regresó a la cama tumbándose y apagando la luz, taponándose los oídos en busca de un poco de silencio.
Le punzó el culo dejándoselo bien dilatado. Tras follarla durante cerca de cinco minutos, le anegó todo el interior de leche. Nada más extraer la verga, aparecieron en el ano unas burbujas blanquinosas y a continuación una espesa porción de leche amarillenta. Samuel vio una cucharilla junto al vaso donde estaban los cepillos de dientes. La cogió y la pasó por encima del culo recogiendo una dosis. Luego la condujo a la boca de Rebeca y ella se lo tragó relamiendo. Era un sabor calentorro y pastoso, con cierto gustillo a excremento. Volvió a pasarle la cuchara por el culo recogiendo más restos.
¿Te gusta mi leche?
Está muy buena.
Le tendió la cuchara y ella volvió a limpiarla. Le sirvió dos cucharadas más del semen que manaba del culo, después ella se dio la vuelta y se abrazaron morreándose.
Debería darme una ducha – le dijo ella -. Y tú deberías irte, no quiero que Agustín…
Nos vemos mañana.
Rebeca se dio una buena ducha y cuando salió del cuarto de baño, su joven amante ya se había marchado. Se sentó en el sofá con la televisión apagada tratando de evaluar la delicada situación en la que se había embaucado. Se había enrollado con el mejor amigo de su hijo, en plan puta, haciendo guarradas producto de sus libidinosas sensaciones. Samuel le gustaba, se lo había pasado en grande con él, de no ser por la amistad que le unía a su hijo Roberto, hubiese estado dispuesta a dejar a su marido. Ya no le quería, ni siquiera sentía pena por él, pero para mantener sus lujuriosas relaciones con el chico debía aparentar cierta naturalidad. Llegó al dormitorio y se tumbó al lado de su marido, volviéndose hacia la pared, como para no mirarle.
Sé que te gusta ese joven – le dijo su marido en medio de la oscuridad.
Estás loco, Agustín, estás celoso y ése no es mi problema.
Yo te quiero, mi amor, yo…
Cállate, es muy tarde y estoy cansada como para oír tonterías.
Pero, Rebeca…
Por favor, Agustín…
Te quiero…
Vete a tomar por culo, Agustín.
Se levantó a toda prisa y salió disparada de la habitación. La oyó encerrarse en el cuarto contiguo. Agustín sabía que ya no le amaba, que lo único que sentía por él era puro asco. Aquella noche lloró en la oscuridad.
Fin Segunda Parte.
En la tercera parte, su hijo Roberto regresa a casa de manera imprevista y descubre lo guarra y golfa que es su madre.
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