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Categoría: Confesiones

La diversión de todas

Habíamos entrado a la edad adolescente, y motivados por un famoso programa juvenil que había en la televisión donde competían grupos de chicos y chicas, allí nos anotamos hasta que fuimos citados para uno de los programas, tocándonos competir con un grupo de chicas adolescentes como nosotros, con las que sufrimos la más vergonzosa y despampanante derrota.



No lográbamos acertar en nada de nada y ellas iban sumando y sumando todos los puntos en juego en una seguidilla constante de triunfos que no podíamos evitar, y aquello lo estaba viendo todo el mundo.



Eran ellas unas hermosas chicas que, demostrando una despiadada manera de competir, no tenían con nosotros la más mínima clemencia, humillándonos de manera grotesca y mostrando en sus rostros la risa y el goce al hacerlo.



Para peor cosa, quienes conducían todo aquello en el canal eran absolutamente todas mujeres, y para nosotros la tortura era monstruosa al verlas a todas disfrutar y hasta reír gozando la paliza que nuestras contrincantes nos estaban grotescamente dando.



Mis amigos hasta querían llorar cosa que a duras penas podían evitarlo, pero súbitamente en mí...una imprevista sensación erótica comenzó a invadir mi ser entero al ver cómo aquellas muchachas nos estaban aquello haciendo.



Era algo sorpresivamente insólito, donde yo, en cada triunfo de ellas, sentía como oleadas cosquilleantes de esa calentura que a los varones tanto nos enciende cuando una mujer nos calienta. Obviamente que me esforzaba por no demostrarlo y, además, tratar de fingir ante mis compañeros que también yo sufría aquel infortunio donde estábamos padeciendo tal paliza por ellas propinada, y ante ellos podía yo hacer creer aquélla mi fingida actuación.



Ante ellos...no ante ellas. Ellas, ¡lo captaron!



También en esto ellas sabían ser ganadoras, y mirándome, comenzaron a dirigirme muecas sutiles de suspicaz sorna cómplice.



Yo... confieso que no sabía cómo hacer...



Al culminar aquel torturante tiempo de juego donde el triunfo de ellas fue grotescamente absoluto, yo no podía ya disimular más ante mis compañeros que afortunadamente para mí salieron corriendo en huida despavorida, quedando yo solo allí entre las eufóricas mujeres que no paraban de largarse las carcajadas en una exultante mezcla ya de mujeres del canal como de las chicas triunfadoras más otras amigas que habían ido a presenciar la competencia, hasta que una de ellas vino hasta mí riéndose, y atrapándome de un brazo me condujo hasta un apartado en donde comenzó a exigirme las confesiones de lo que habían ellas certeramente en mí captado.



Poseído yo en un éxtasis de eroticidad avasallante, entre gemidos y suspiros le confesé absolutamente toda la verdad de lo que me estaba pasando, mientras ella reía escuchándome, y comenzaba a llamar a gritos a sus compañeras.



Corriendo éstas llegaban en un coro de risas eufóricas, y enracimadas en torno a mí todas, la que me había esa confesión arrancado, me ordenó repetirla ante las demás ya ahí a las risitas esperando que yo hablara nuevamente, cosa que, entre mayores gemidos y suspiros de excitación ardiente, ahí volví a confesar mientras en todas, las risitas iban creciendo hasta tornarse en coro de risotadas carcajeantes.



Entonces, fue cuando una de ellas ahí ante mí exclamó en la más sornástica entonación desprejuiciada:



-"¡Chicas...este macho está caliente como un burro y podemos hacerle lo que se nos ocurra!!!"



Un femenino coro de carcajadas grotescas estalló entre todas ahí conmigo en el centro de ellas rodeándome, y ahí quedé como aceptando tal afirmación, callado, y mordiéndome los labios en la más absoluta imagen de sumisión a ellas.



-"¿Qué está sucediendo aquí...si se puede saber...?" Fue la pregunta que llegó formulando una de las mujeres que conducía aquel programa, en un tono de absoluta complicidad maliciosa con las chicas que soltaban las risitas y carcajadas más cochinas como inmediata respuesta, para enseguida, una de ellas responderle con palabras que así de su boca muy sueltamente salieron:



-"¡Lo pusimos re-caliente con lo que les hicimos, y está deseoso de que lo "amasemos" entre todas!!!"



La risita por demás cochina con la que aquella hermosísima mujer me miró, y miró también a las chicas, ¡no podía reflejar más cochinez!



Y, luego de unos segundos donde sólo se oían las más puercas risitas de las chicas, la mujer les dijo:



-"Chicas... si lo desean, puedo llevarlas para que le hagan algunas cositas en un lugar donde nadie moleste, y puedan disfrutarlo tranquilas si no abusan demasiado de él... ¿quieren?"



La aprobación de todas estalló instantánea y eufórica, y ya...salieron conmigo llevándome hasta unos apartados camarines allá entre pasillos oscuros por donde yo marchaba entre las risitas cochinas de todas ellas, y la sonrisa puerca de aquella mujer que nos conducía hasta donde las chicas... irían a disfrutarme desnudo y caliente. Yo...marchaba con mi pija ya hecha un fierro de tan dura, y un río de lava ardiente me recorría la sangre.



-"Aquí!" exclamó la mujer abriendo una pequeña puertecita que daba a una habitación donde había unos colchones tirados por el piso, y las chicas...irrumpieron en un coro de las más cochinas risitas, exclamaciones, y carcajadas. A modo de despedida, la mujer les dirigió a las chicas una expresiva guiñada de complicidad, para tornar su mirada hacia mí, dirigiéndome la más procaz morisqueta socarrona.



-"¡A divertirse, chicas!" dijo, dando un portazo y alejándose con una interminable carcajada mientras se alejaba por el pasillo ya afuera de donde habíamos quedado.



Las chicas comenzaron a desnudarme a los tirones dejándome completamente desnudo en menos que canta un gallo, y ahí ante todas ellas quedé con mi desnudez exhibiendo mi largo y grueso chorizo duro como un fierro, y mis huevos inmensos y henchidos de tanta leche.



A coro soltaron exclamaciones de azorado placer al ver mi superlativa genitalidad que modestia aparte es asombrosa en mí, y empujándome sobre un colchón, se abalanzaron sobre mi cuerpo desnudo como hambrientas fieras a devorar una presa.



Todo yo quedé apresado en una desesperante vorágine de cosquillas atroces en un general manoseo de todas sobre mi desnudez completa, y rápidamente sentí cómo mi chorizo entraba en la ansiosa boca de la primera que en la boca logró metérselo, comenzando una mamada bestial que me hacía bramar de placer mientras los dedos de todas cosquilleaban mi cuerpo entero.



Pugnaban alocadamente por arrebatarse ese turno de desaforadamente mamarme, y yo enloquecía debajo de todas ellas y ya los orgasmos golpeaban frenéticamente en las puertas de mis sentires anunciando un arribo contundentemente total.



Los pies descalzos de no sé cuál de ellas comenzaron a entrar con sus dedos dentro de mi boca, y comencé a chupar y lamer, y aquel olor y sabor saladito y excitante, multiplicaba mi calentura monstruosa y en medio de aquella orgía, comenzaron a hacerme estallar en avalanchas orgásmicas donde por mi largo chorizo sentía yo la correntada de espesa y ardiente crema seminífera saliendo a chorros y llenando la boca de la que mamándome estaba, engulléndose golosa aquella crema que degustaba alzando los brazos y aplaudiendo, entre el reír a carcajadas de las demás, y mis gritos desesperados y gemidos y los dedos de los sudados pies de una de las chicas adentro de mi boca.



Unas y otras se turnaban en un disputado orden por mamarme desaforadamente, y unas y otras me hacían lamerles los pies y el culo y el coño, y axilas y lo que hacerme quisieran me hacían.



Yo, poseído ya por una masoquista pasión de gozar aquello de ser así por ellas amasado, no tenía empacho en declararles mi placer en así sentirme tan ilimitadamente por ellas usado, y ellas reían mirándose satisfechas de así haberme hecho caer a sus pies.



Mi exacerbada vitalidad parecía no tener límites aguantando a pie firme los embates de sus abusos, y ellas gozaban haciéndome el centro de sus antojos, y yo enloquecía inundado en masoquistas placeres aguantándolas cómplice.



Fueron horas de desenfreno total donde fui el más ardiente objeto de todas.



Ya por fin extenuado, pero completamente feliz, las veía reír con un dejo de cierta vergüenza por haber sido tan abusivas conmigo en sus haceres avasallantes, pero yo les agradecía y les decía que era ya cosa de ellas yo, y se miraban riéndose entre todas. Y seguía yo diciéndoles mi apoyo, y les suplicaba que por favor no dejaran de hacerme esas cosas y todo lo que quisieran siempre ellas hacerme, y reían mirándose y hasta soltando carcajadas. Había comenzado entre ellas y yo, una grotesca relación dóminas-esclavo, donde aquello iría a cobrar dimensiones por demás grotescas, que iré contando en emisiones próximas, si así acaso fuere manifestado como deseo de continuar sobre esta confesión conociendo.



Por ahora, aquí me detengo. Veremos, si para continuar, o aceptar el silencio.


Datos del Relato
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