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Categoría: Maduras

La conocí en la sala de espera del dentista

Estaba en la sala de espera del dentista cuando entró aquella señora. Al principio no le hice caso, me pareció una común y corriente ama de casa madurita. Cuando me aburrí de ojear las revistas y eché un vistazo a los que esperábamos la presté más atención, ya que solo había otro tipo en la sala. Era bastante singular.



 



Debía tener alrededor de 55 años, cara atractiva sin maquillaje alguno, media melena rubia y gafas. Aspecto como de maestra de escuela, no sé por qué. Pecho bastante abundante y caído como correspondía a su edad, marcado bajo su jersey de lana. No parecía usar sujetador.



 



Pero lo más llamativo eran sus piernas. De aspecto juvenil, sin medias y perfectamente depiladas, ni un solo defecto. Parecían como trasplantadas de una quinceañera, con sus marcados y templados gemelos y unos muslos que se adivinaban duros contra su falda. Mocasines sin tacón, como de colegiala.



 



Llamativas eran sus piernas, pero seductoras eran sus manos. De largos y fuertes dedos terminados en uñas anchas y escrupulosamente cortadas al ras. Sin una sola joya. Se veían suaves y a la vez firmes. Acogedoras y recias. Y, no se por qué razón las adiviné cálidas, secas y maternales.



 



La estuve examinando sin disimulo mientras ella prestaba atención a su revista y decididamente me atraía. Era la primera vez en mis 25 años de vida que me fijaba y me gustaba una mujer de una edad que hasta entonces me parecía extremadamente vieja.



 



Apareció la enfermera para hacer pasar al otro paciente. A los pocos instantes ella me habló con una voz muy modulada y agradable:



 



- Disculpe que le moleste. ¿Me permite charlar un rato?.



 



- Faltaría más señora.



 



- Es que cuando se acerca mi turno me entra pavor. Si me anestesia por la aguja y si no me anestesia peor. Hablando me olvido hasta que me llega la hora.



 



- ¿A que cuando sale de la consulta no parece tan duro? Lo peor es la sensación de que se cae la baba entre los labios acorchados por la anestesia.



 



- Si, tiene razón realmente cuando salgo y me relajo es lo único que queda. Salvo que te encuentres a un conocido y no consigas hablar bien.



 



- Eso me pasó una vez, pero conseguí decir que volvía del dentista.



 



. . .



 



Charlamos un rato más, en el que cada segundo que escuchaba su voz o miraba sus gestos, el movimiento de sus manos y su figura entera, más me atraía. Estaba embelesado con ella cuando apareció la enfermera. Hubiera cedido el turno a otro si lo hubiera, tan atraído estaba por la madurita, pero tuve que enfrentarme al dentista.



 



Después de la consulta no se pasa por la sala de espera, sino directamente a la calle. Y en la calle me encontré camino de mi casa recordando a la madurita. Dos manzanas más adelante me paré y regresé al portal de la consulta decidido a invitar a la señora a tomar algo aunque, como era de esperar, me mandase a freír espárragos.



 



Cuando apareció en el portal la abordé sin reparo alguno:



 



- ¿Tomamos algo para quitarnos el mal sabor de la amalgama?



 



- Encantada. -Dijo ante mi sorpresa.



 



Fuimos charlando a una cafetería.



 



- ¿Un café?, ¿Un refresco?



 



- ¿Qué tal una cerveza?



 



- Mejor. -dije.



 



Con las primeras cervezas nos desinhibimos un tanto y charlamos de política. Ella, como yo, en las últimas elecciones había votado a la izquierda con tal de expulsar del poder al jodido bigotudo que nos estaba destrozando la democracia. Me dijo que era soltera, cosa extraña para tan atractiva hembra, aunque tenía una hija. Se llamaba Clara. Por cierto, mi nombre es Eduardo.



 



Con las segundas cervezas me atreví a tomar su mano y la encontré como la había supuesto, suave y cálida. Ella la dejó reposar acogedoramente entre las mías.



 



Con las terceras cervezas y sus dos manos en las mías le pregunté lo que los dos estábamos ansiando.



 



- ¿En tu casa o en la mía?



 



- Mejor en la mía. - Me dijo



 



Y agarrados de la mano como dos enamorados adolescentes nos dirigimos a pié a su casa que nos distaba mucho. No me importó que alguna gente nos mirase seguramente comparando la diferencia de edad. Su fresco perfume me embriagaba.



 



En el ascensor morreábamos como si ninguno de los dos hubiera follado nunca. Nuestras lenguas entrelazadas mientras ella me apretaba con su mano la bragueta y yo amasaba sus nalgas.



 



No bien se escuchó el ruido de la puerta al cerrarse y ya estaba tumbado sobre ella en el sofá debatiéndome para desnudarla en tanto ella intentaba lo mismo conmigo. Lo conseguimos no sin desgarrar alguna prenda.



 



Abandoné su boca para bajar a sus pechos. Plenos, mórbidos, de enormes aréolas oscuras y arrugadas, y colgantes, pero con una curva irresistible.



 



Mientras me aferraba a uno de ellos con las dos manos succionando su gordo pezón como un niño hambriento me percaté de que sus pechos no estaban blanquecinos, sino morenos como la cara y los brazos. También observé que tenía un pequeño tatuaje en lo alto de él que, con la cercanía de mi vista y la agitación del mamar mientras ella agitaba mi polla, no pude identificar.



 



Inconscientemente y guiados por la naturaleza, ya que yo no estaba dispuesto racionalmente a prescindir de aquellas hermosas tetas, nos encontramos en un 69. Ante mi boca tenía un suculento manjar. Un pubis privado totalmente de pelos, abultado y prominente, de labios externos bien cerrados y raja larga, suavísimo e impoluto salvo por un tatuaje en negro en el que figuraba el nombre Julio. Obviamente mi atención se dirigió a comer aquel suculento fruto y, por si acaso, no preguntar si el tal Julio era el propietario.



 



Al poco de empezar a comer aquél fruto del árbol del paraíso comenzó a segregar copiosamente unos deliciosos jugos que indicaban que su propietaria estaba próxima a un orgasmo. Evento que se manifestó gozosamente tanto por su garganta, en forma de gemidos de placer, como por su vagina, en forma de chorros del suculento néctar que me apuré a beber. Ella quiso obtener mi semen acelerando la experta mamada de mi polla, pero yo quería tener el instrumento dispuesto para la penetración por otro conducto.



 



Cambié de posición para seguir acariciando sus pechos con una mano mientras jugueteaba con su vagina con la otra, dedicando especial atención al rollizo clítoris que se había despedido fuera de su capuchita. Ella no dejó de aprisionar con sus dulces manos mi verga erguida como pocas veces.



 



Me levanté y acudí a mi chaqueta para desenvasar un condón. Ella se apoderó de él y me lo colocó diestramente con la boca dirigiendo firmemente mi herramienta hacia su vagina, donde su hundió como mantequilla tibia cortada por un cuchillo.



 



Pero la facilidad de la penetración no era síntoma de holgura y desgaste del veterano agujero. Cuando comencé el balanceo, su esfínter apretaba mi polla como si fuera virgen. Me desquicié y elevé el ritmo de la penetración frenéticamente que ella acompañó sin reservas ni quejas. A punto de correrme lamentando dejarla a ella sin su merecido premio, comenzó a gemir:



 



- Ya, ya ya me voy. Maaas, fuerte, maaas .... yaaaaaa



 



- Y yo, ... yo ... taaaambién.



 



Después de compartir un pitillito nos levantamos a preparar algo de cenar y seguimos charlando. Me comía la curiosidad por el tal Julio, pero me abstuve prudentemente de preguntar.



 



- Una mujer tan caliente como tu tendrá al menos algún amante.



 



- Últimamente me conformo con el portero que me suelta un polvo una vez a la semana.



 



Me sorprendió su franqueza, pero tuve arrestos:



 



- Si quieres yo puedo hacértelo todos los días. Mañana y tarde si te place.



 



- Claro que quiero, cariño. Mañana y tarde y noche. Este juguetito –dijo tomándolo en sus maternales manos- es muy productivo.



 



La caricia me produjo de inmediato una nueva erección y, sin decir palabra, regresamos rápidamente a su cama.



 



- Si quieres, ahora puedes utilizar mi culo. Me lo prepararé para ti. ¿Quieres?



 



- No me hubiera atrevido a proponértelo hoy. Pero estoy deseando pasar mi polla entre esas monumentales nalgas.



 



- Espera.



 



La observé ir hacia el baño dando saltitos con su soberbio aunque maduro cuerpo que producían un atractivo efecto de bamboleo en sus tetas, nalgas y barriguilla. Ni su culo estaba pálido. Obviamente tomaba rayos UVA íntegramente de cuando en cuando. Supuse que se iba a poner un enema para dejar los intestinos bien limpios ante la invasión que se avecinaba.



 



- Cariño, todo tuyo. Bien lubricado, no tengas reparo. Pero antes cómeme un poquito el coño otra vez. Tienes una lengua la mar de hábil. Dijo mientras me volvía a tomar la tranca con una mano provocando de nuevo la erección.



 



Se puso sobre mi boca para que se lo mamase mientras ella hacía lo propio con mi órgano. Poco estuvimos así ya que yo no podía aguantar mucho más. Se la clavé cómodamente en su agujero trasero sin que ella manifestase la más mínima incomodidad y cuando, iniciado el vaivén, mi mano acudió a acariciar su clítoris, encontré que una de las suyas tenía cuatro dedos metidos en la vagina y el pulgar restregando la pepitilla. Me olvidé pues de su placer, que ella misma se proporcionaba, y aferrándome sus colgantes pechos me entregué a una sodomización desmedida hasta que me sobrevino el orgasmo que nuevamente coincidió con el de ella.



 



Quedamos tendidos en la cama y nos entregamos al sueño, yo con mi cabeza sobre sus espléndidos pechos y ella aferrando mi polla como si se fuera a escapar. Antes del amanecer otra vez volvimos a follar. Y aún antes de irme a trabajar lo hubiera vuelto a intentar si no fuese porque llegaba tarde.



 



- ¿Puedo venir esta tarde?



 



- Claro que si amor. Te espero a las ocho. Trae tu cepillo de dientes si quieres.



 



Esa noche llamé a su puerta ansiando otra vez su cuerpo. Se reprodujo el mismo placer que el día anterior. En una descanso de nuestras arrebatadas y lúbricas faenas me atreví a preguntarle por su tatuaje del pecho y por el Julián del pubis.



 



Con serena sencillez y sinceridad me respondió:



 



- Yo era prostituta. Julián fue mi chulo y me puso los dos tatuajes. Si quieres irte lo comprenderé.



 



Un poco aturdido por la respuesta pero ni por asomo dispuesto a dejar a aquella mujer, respondí:



 



- No me importa. Te adoro. Quiero fundirme en tu cuerpo.



 



. . .



 



Al quinto día de nuestros encuentros me preguntó:



 



- ¿Quieres que me ponga los adornos de cuando era puta?. Te gustarán.



 



- De acuerdo.



 



Me expulsó de su habitación al salón y poco después apareció con unos zapatos rojos de altísimo tacón que acentuaban sus atractivas piernas y una atractiva lencería de la que fue desprendiéndose, salvo de sus medias negras con liguero, para mostrarme sus pechos con los pezones mostrando unos grandes anillos dorados al igual que en su clítoris y sus labios mayores. Una pequeña bolita colgaba por una cadenilla del anillo del clítoris y los de los pezones estaban unidos por otra. También ceñía su cintura otra cadena dorada.



 



Aquello me volvió loco de lujuria y el combate amoroso terminó con una follada con el puño.



 



- Fóllate a tu puta con la mano, cabrón. Sin cuidado. Dame, dame fuerte y profundo. Para eso estamos las putas. Siempre al servicio. Hazme lo que quieras.



 



Con expresiones similares a esa me excitaba hasta extremos indescriptibles. Acabé siendo adicto a ella. En mi trabajo no dejaba de pensar en ella y rendía poco. Me obsesionaba. Reconocía que estaba encoñado. Pero es mujer era lo que tópicamente se dice "mi madre, mi amiga, mi puta y mi esposa". Una mañana abandoné las labores y me presenté en su casa sin avisarla.



 



Me abrió la puerta vestida solamente con una exigua y casi transparente bata sobre la que se marcaban sus grandes pezones.



 



- Hola. No te esperaba.



 



- No dejaba de pensar en ti. ¿Abres siempre la puerta así?



 



- No ... es que ... verás ... estoy ocupada.



 



- ¿En qué?. Así vestida ... o, mejor dicho, así desnuda.



 



Estaba sufriendo un ataque de celos por una vieja. Incomprensible.



 



- Eehh ... es el día del portero ... ya te dije.



 



- Creí que yo te bastaba.



 



- El pobre está tan necesitado ...



 



- ¿Y yo qué?



 



- Oye, tu no tienes ningún derecho sobre mi. Ni que fueras mi marido.



 



- Pero te necesito. Y ahora. Vengo haciendo esfuerzos para que no se me empine en el camino.



 



Ella quedó callada un momento y después, esbozando una maliciosa sonrisa dijo:



 



- No te irás sin tu polvete. Anda, pasa.



 



El portero estaba en pelotas sentado en el sofá. Era un tipo de la edad de ella, gordo y malencarado. Se quedó pasmado de verme y yo muy cortado ante él. Ninguno de los dos sabía qué decir, pero Clara, con el mayor desparpajo, se sentó a su lado y tomando la respetable polla del hombre dijo:



 



- Sigamos Pedrito. Tu, Eduardo, sírvete una cerveza, mientras esperas tu turno.



 



Obedecí y fui a la cocina. Al regresar con mi cerveza en la mano, Clara estaba arrodillada ante el portero mamando su polla con la misma dedicación que lo hacía conmigo. Yo no sabía qué hacer.



 



- Clara, me voy a la cocina mientras atiendes a ti "invitado".



 



- ¿Te molesta ver a una pareja jodiendo?. ¿No has visto películas porno?



 



- Claro que si. No es eso, es por si molesto yo.



 



- Qué vas a molestarme.



 



Y como para demostrarlo, se levantó y desvergonzadamente se sentó de espaldas al menestral introduciéndose la polla en el coño.



 



- Acércate.



 



Obedecí y me acerqué a la pareja mirando obnubilado el bamboleo de sus potentes pechos al cabalgar sobre el hombre. Me abrió la bragueta, sacó mi pene y se puso a mamarlo sin dejar de cabalgar la otra herramienta, aunque menos enérgicamente. La tomé de la nuca con una mano para dirigir su mamada a mi gusto mientras con la otra pellizcaba uno de los jugosos pezones y sobaba la teta.



 



Cuando tuvo mi verga en disposición de trabajo, cosa que poco le costó, se sacó la polla del portero de su coño y se la enfundó hábilmente en el ano.



 



- Métela en mi coño, mi amor.



 



Era la primera vez en mi vida que participaba en un sándwich. Bueno, era la primera vez en mi vida que hacía un trío, fuera con hombre y mujer o con dos mujeres. Entonces me di cuenta de que no me había puesto el condón y advertí que el portero tampoco lo tenía. Se lo dije.



 



- No importa cariño. Ya no me puedo quedar preñada y sois de confianza.



 



Sintiendo contra mi polla los tejidos de su adorable vagina como hasta ahora no había tenido ocasión, me lancé a una follada descomunal y deliciosa, máxime cuando a su destreza para manejar los músculos oprimiendo la verga se sumaba la presión del instrumento que llenaba el otro agujero. Poco tardé en correrme dejando que mi esperma inundara su coño. Al poco rato, mientras yo aún estaba en su interior, alcanzó ella un escandaloso orgasmo al tiempo que el portero le inundaba el intestino.



 



Mientras ella estaba en el baño, el portero fue a por otra cerveza. Cuando ella regresó se sentó entre los dos.



 



- Muy bonito, me habéis hecho muy feliz. Esto hay que repetirlo más veces.



 



- Si cariño. –Dije un poco dubitativo. No me atraía la idea de compartir mi amor con otro hombre.



 



. . . .



 



Después de dos meses de relaciones con ella ... -si, y con el portero- me mudé a su casa, ya convencido de que era la mujer de mi vida. No quería pensar en la diferencia de edad ni en el futuro. Sencillamente estaba dispuesto a disfrutar del presente sin trabas.



 



Un día estaba yo en el salón viendo la tele en pelotas, mientras mi Clara se duchaba tras un ardoroso encuentro en el que había vaciado mis testículos dentro de su culo, cuando se abrió la puerta. Pensé que era el portero, que tenía llave del piso por si ocurría algo en nuestra ausencia, y no me molesté en cubrirme. Para mi sorpresa entró una mujer como si fuera su propia casa. Me levanté inconsciente de mi desnudez y ella soltó una carcajada al verme de aquella guisa.



 



- Oiga señora, qué hace aquí. ¿Quién es usted?. –Pregunté mientras buscaba con qué taparme.



 



- Yo debiera ser quien preguntase, yogurcito. Soy Marta, la hija de Clara. ¿Dónde anda mi madre?.



 



Recordé que Clara me había hablado algo sobre una hija, pero no había abundado en explicaciones. Le calculé de 30 a 35 años, muy guapa, un cuerpo monumental que sabía insinuar con unas atractivas y ceñidas prendas, morena con pelo corto y cara simpática y sonriente que mantenía el gesto de ironía esbozado al verme en pelotas.



 



- Hola Marta, te presento a Eduardo. Ya te he hablado de él. – Saludó Clara mientras entraba en el salón, también como dios la trajo al mundo y secándose el pelo con una toalla.



 



- Ya lo conozco ... y muy detalladamente para ser la primera vez que nos vemos. – Dijo con humor.



 



- ¿Quieres tomar algo?



 



- Bueno, un café. Es muy mono tu novio, y bien dotado.



 



- Una fiera nena. Debes probarlo.



 



Yo estaba pasmado de que hablasen así de mi, con tanto descaro y en mi presencia. No me habría imaginado nunca a una madre y una hija hablando tan sueltamente de prestarse su hombre para probarlo.



 



- Hoy no trabajo, así que podría evaluar esas cualidades.



 



- Muy bien nena.



 



Ni corta ni perezosa, Clara retiró de mis manos el cojín con el que cubría mi herramienta y tomándola con su cálida y suave mano me condujo ante su hija entregándola a ella mi virilidad. Marta no se cortó lo más mínimo en agarrar mi pene y empezar a acariciarlo.



 



- Bonito aparato tiene tu bollicao, mamá. Mira con la viejita jubilada, qué bien se lo monta.



 



- Calla, descarada, que te lo quito.



 



La muy zorrona de Marta se arrodilló ante mi y se metió el nabo en la boca sin el menor reparo por la presencia de su madre. Menos reparo tuvo ella en arrodillarse al lado de su hija y comenzar a desnudarla.



 



Marta tenía un cuerpazo de lujo. Muy parecido al de su madre pero más lozano. Sobre la teta y en el depilado pubis ostentaba el mismo nombre de Julio que ya conocía de su madre. O sea, que Marta era o había sido también prostituta y el tal cabrón de Julio había sido el chulo de madre e hija. Pero además Marta tenía otro tatuaje al lado de Julio que decía Ramón.



 



Así pues deduje que Marta tenía o había tenido otro proxeneta posteriormente. Estas deducciones no me impidieron observar escandalizado que Clara acariciaba con una mano la ingle de su hija y con la otra sus hermosos pechos. En un momento dado debía tener sus dedos metidos en alguno de los agujeros de su hija porque su brazo comenzó a ejecutar un delator movimiento de vaivén. Aquello era incesto lesbiano.



 



Marta me empujó con sus manos para abrir más las piernas y pasó a lamerme agradablemente el ojete del culo mientras que su madre se colocaba boca arriba con la cabeza bajo su pubis y se dedicaba a comerle el coño. Entre la estimulación de mi ano y la visión del inmenso coño depilado de la vieja sobresaliendo entre sus vastos jamones estaba ya al borde del orgasmo.



 



Pero Marta cesó en sus maniobras para entregarse al orgasmo que le proporcionó la comida de coño que le hacía su madre. En filial agradecimiento se tumbó a su lado para manipular el gran coño veterano que, en poco tiempo absorbió la mano entera de su hija y parte del antebrazo para ser follada con el puño. Metí mi polla en la boca de la vieja contemplando como la mano de Marta entraba y salía de la enorme gruta recorriendo desde la muñeca hasta casi el codo. Clara se introducía mi polla, como siempre, casi hasta la garganta. Cuando obtuvo su orgasmo se recolocaron y me colocaron en un santiamén para que yo sodomizase a la hija mientras su madre le metía a ella la mano en el coño para aferrar mi polla a través de los tejidos de separación de la vagina y el recto. Me corrí fulminantemente al poco rato inundando de semen el culo de Marta.



 



Clara se apresuró a sorber mi esperma del ano de su hija mientras ésta me limpiaba la polla con su boca para librarla de sus propios excrementos. Quedamos los tres tendidos sobre la alfombra satisfechos por ese día.



 



- Mamá, te quería comentar una cosa.



 



- Dime cariño.



 



- Ramón me ha dicho que un amigo suyo va hacer videos porno para Internet especializados en mujeres maduras, que tienen mucha demanda. Me ha apuntado a mi como actriz y cree que tu harías muy buenos papeles conmigo.



 



- Me encantaría volver ante las cámaras. Hace años ya participé en algunas pelis. ¿Qué te parece Eduardo?.



 



- ¿Que qué me parece?. Bastante tengo que aguantar lo del portero para que ahora tenga que ver como te follan otros tipos. ¿Quieres que sea un enorme cornudo?.



 



- No entiendes. Una cosa es lo del portero, que es caridad, y otra lo de los videos, que es un asunto profesional.



 



- Pero estás retirada de la profesión.



 



- Pero esta es otra profesión distinta.



 



- No señora, no me lo parece. Se es ramera por cobrar dinero por prestar el cuerpo. Y qué vas a prestar en los vídeos, ¿tu cerebro?. Se es igual de puta en la calle que en la pantalla.



 



- Eduardo, me haría ilusión y rejuvenecería. Anda mi amor. Di que si.



 



- Me dan unos celos tremendos, lo sabes muy bien.



 



- Vengaaa amorcito mío.



 



- Haz lo que quieras, pero sabes que me sienta fatal.



 



. . . . .



 



 



Una semana después se presentaron en casa tres tipos con una cámara de video profesional cada uno, otros tres tipos de edades entre los 30 y los 50 que supuse eran los actores por la pinta, otro era el director, una mujer la maquilladora y una chica que no sé qué pintaría.



 



Clara y Marta esperaban después de haberse administrado mutuamente unos enemas para la limpieza intestinal y acicalado para la ocasión.



 



Empezaron posando individualmente y luego se dedicaron a un lésbico interviniendo más tarde los tres actores.



 



No tengo palabras para describir la indignación que me produjo ver cómo se follaron los tres tipos todos los agujeros de mi madura novia. Fueron verdaderamente desconsiderados, violentos y sucios. La chica que no sabía que pintaba en la filmación resultó ser una animadora y era la novia de uno de los actores. Ella se encargaba de poner sus vergas en erección con su boca y sus manos si se venían abajo durante el rodaje, pero aunque estaba desnuda para excitar más, no intervenía en las escenas. Era muy buena persona, porque, pese a mi enfado, yo me había excitado con las escenas y se ofreció para aliviarme haciéndome una paja con sus preciosas tetas y dejándome eyacular sobre ellas.



 



Clara vio mi tratamiento por parte de la chica mientras ella estaba siendo sodomizada al tiempo que le palmeaban violentamente sus macizas nalgas y después de terminar el rodaje me montó una escena de celos, la muy caradura. Ella, que tenía semen de desconocidos por todo el cuerpo y los agujeros escocidos por el abuso.



 



El segundo video no tuvo actores masculinos. Fueron solamente escenas lésbicas entre madre que hija que no tuvieron empacho en mostrar a la cámara el libro de familia para demostrar su parentesco. La mitad final del video la dedicaron a mearse la una a la otra mostrando con evidencia que se tragaban la orina. Esa noche Clara me hizo mearla y me meó ella para demostrarme que no era tan desagradable la cosa. Al final me aficioné y hoy día me encanta cuando se abre con un espéculum el coño o el ano para que yo orine dentro de sus agujeros.



 



El tercer video se rodó en el campo, en una granja. Yo no pensaba presenciarlo, pero como no intervenía Marta, no quise dejar sola a mi novia y fui con ella. Rojo de ira me puse cuando presencié cómo Clarita se hacía penetrar primero por dos perros y después por el enorme pene de un caballo tras haberlo chupado con gran entusiasmo y sin asco aparente. Ya era el colmo que te pusiesen los cuernos los perros y los jamelgos. Estuve dos días sin hablarla.



 



Tanta preocupación por mi amor me hizo rendir poco en mi trabajo y acabé despedido. Entonces a Clara se le ocurrió que me iniciase como actor en sus vídeos.



 



Quedé desconcertado en un principio, pero pensando en que mis celos serían menores si yo me la follaba al tiempo que los otros terminé por acceder.



 



Hoy día soy actor porno muy cotizado. Mi esposa Clara ya no trabaja apenas. Quiere dedicarse a cuidar a la nieta que Marta, como acordamos los tres con el permiso de Ramón, lleva en su vientre engendrada por mi. Ahora es Clara la que padece los celos, pero curiosamente se enfada más cuando actúo con viejas que cuando lo hago con jovencitas. Y encima me gusta más follarme maduras.



 



Marta no por ello ha dejado su profesión y el porno. Mañana mismo tiene un rodaje donde, con su avasalladora barriga de siete meses, participará en un rodaje con tres negros y otra preñada de ocho meses. Ramón dio permiso para fecundarla, pero dijo que el negocio es el negocio y no la iba a dar la baja hasta que no pariese, que después perdería dinero con la cuarentena. Como si no supiésemos que una preñada y una posterior lactante dan gran beneficio en este negocio.



 



Formamos una feliz familia. Que suerte tuve cuando conocí al amor de mi vida en aquella consulta del dentista y me atreví a invitarla a tomar una cerveza.



 



¡Si!. Aún tengo que soportar lo del portero. ¿qué pasa?



 



FIN.


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