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Mi nombre es Maira y tengo 26, aunque mi cuerpo refleje que me acerco más a los 40. Tengo ojos color café y soy morenita, algo pechugona pero muy culoncita. Supongo que los achaques de mi figura se los debo a mis tías Silvana y Luciana, desde que decidieron hacer de mi pureza una esclava sexual a cambio de unos pesos más.
Todo empezó cuando mi viejo cobró una considerable suma de dinero al retirarse de la empresa de transporte por problemas de salud, y como mi vieja murió cuando yo tenía 7, él creyó que estaría mejor al cuidado de mis tías. Entonces, después de festejar mis 18 con mis compañeros y primos, empaqué toda mi ropa para que por la noche mi papá me lleve a esa casa antigua, de frente amplio y descolorida donde vivían las dos. Esa fue la última vez que lo vi, y todavía siento su último beso en la frente como una traición.
Me acostumbré rápido a servir a las tías, a sus humores, al humo del cigarrillo de Silvana y a los delirios de Luciana cada vez que bebía alcohol. La casa tenía varias habitaciones, y a mí me asignaron la que estaba cerca del patio. Yo la decoré, la llené de ositos, cuadros, brillitos y espejos.
El verano transcurrió con normalidad. Pero al comenzar las clases, siempre por las noches me desvelaba por los ruidos en la sala. Las tías recibían visitas nocturnas, y al parecer solo de amigos varones, ya que nunca divisé otra voz de mujer que las de ellas. Yo no era quién para cuestionarlas, pero necesitaba saber qué hacían. Era imposible dormir con los gritos, movimientos de cosas, portazos y, siempre el estruendo de alguna botella o algo de vidrio en el piso.
Hasta que una noche de invierno tomé coraje y, a eso de las 3 de la madrugada caminé descalza, en calzones y nerviosa hacia la pesada cortina que dividía el comedor de la sala para echar una miradita.
¡Quedé inmóvil cuando vi a Silvana en cuatro patas sobre el desván con dos tipos atrás de ella, introduciendo sus penes al mismo tiempo en su cola perfecta, y a Luciana arrodillada en el suelo con el pene de otro tipo más viejo en la boca!
No podía dirimir bien por qué, pero los aullidos de Silvana hacían que se me mojara la bombachita, y más cuando clamaba: ¡así, las dos pijas en el orto quiero, cójanme toda!
Vi claramente cómo el viejo derramó un ramillete de semen en la cara de Luciana que enseguida le cobró, y le abrió la puerta mientras el tipo se subía el pantalón.
¡Casi me muero porque, me encontró detrás de la cortina cuando iba a buscar fuego a la cocina! Me agarró de la mano con gesto siniestro y me llevó al baño diciendo:
¡Vení para acá mocosita, no tendrías que estar durmiendo vos che?!
Me lavó la cara con agua fría, me sentó en el bidet y me habló.
¡Mirá Mai, vos ya tenés 18 años, unas buenas tetas, sos preciosa de cara y a los tipos los podés calentar mucho… me conprendés?, sacate la bombacha y abrí las piernas ya! Acá no te vamos a malcriar como la boluda de mi cuñada!
Lo hice confundida mientras ella acariciaba todo mi cuerpo y mis ojos se perdían en su semi desnudéz, ya que solo la cubría una bata transparente. Lamió mis pechitos, me dio un beso en la boca paseando su lengua por mis labios, y luego una cachetada diciendo:
¡La guita que nos vas a hacer ganar chirusita!
Se acomodó entre mis piernas, besó mi abdomen, y apenas su lengua rozó mi vagina sentí unas cosquillas espasmódicas que ensordecieron mi calma. Me olió largo rato y pronto me escupió desde el ombligo hasta el agujerito de mi culo, enterró de una un dedo en mi vagina y lo movió bruscamente con el aporte de sus lengüetazos y sus palabras:
¡Qué rica nenita, y te gusta ser mirona y cochina, y sucia, y te re calienta esto! Cómo puede ser que con 18 todavía seas virgen guachona?!
Algo parecido a un mareo me invadió después de varias envestidas dedales de la tía. Habría jurado que era su pulgar por lo grueso y por cómo me dolía, pero era su chueco meñique el que deambuló por mi sexo. Cuando todo terminó abrió la canilla del vidét diciendo:
¡lavate bien que tenés sangre… ya no sos virgen pendejita!
Me manoteó del pelo, me secó con un toallón meado por su horrible gato atigrado y me mandó a la cama jurándome que si volvía a tener ganas de espiar me iría peor.
Desde esa noche comencé a tocarme como una loca entre las sábanas, recordando a Luly con esas pijas en el culo y a Silvana manoseándome en el baño. Pero no me animaba a poner un pie en la sala, por más que la intriga me lo pidiese a gritos.
Yo tampoco podía explicarme por qué en el sexo fui tan colgada, por qué nunca había hecho ni siquiera un pete. Casi que ni sabía masturbarme! Eso me hizo sentir una inservible, pero me consoló el recuerdo de mi madre, a quien Silvana desmereció mientras me toqueteaba, supongo que para reducirme la psicología.
Una noche Luciana me despertó y me llevó casi a la arrastra a su pieza, donde había dos tipos acostados tocándose los pitos.
¡Miren lo que les traje… una nena que quiere aprender a petear como yo!, dijo mientras me sentaba en un banquito, se quedaba en bombacha y, primero elegía la pija del pelado para saborearla fascinada, gimiendo, pajeando al otro y ensalivando con acierto ambos pares de huevos. Ellos me miraban con dulzura arrancándole los pelos sin piedad a la tía y se movían como buscando abarcarla más.
El pelado le acabó en las tetas, se vistió y me re manoseó toda. Se detuvo cuando vio algunas lágrimas en mis ojos, pero después me hizo upa para sentarme en las piernas del otro que le chupaba las tetas a la tía.
Me dejaron en calzones, me olieron entre los tres y pronto la tía dijo:
¡Dale Mai, chupale la pija al señor, que yo te voy a comer la chuchita como la tía Silvana, querés?!
Y casi sin opción, esa pija dura, ensalivada y gordita se guardó en mi boquita sin experiencia pero golosa por las tremendas lamidas de Luciana en mi sexo y en mi orto.
¡Qué rico culito chiquita, dale, chupá más, comele el pito al hombre y mostrale la lengua, cómo te mojás guacha!, decía presionando mi cabeza al pubis del tipo que jadeaba como si tuviese un ataque de asma, hasta que al fin un generoso estallido de semen me pintó los labios, y la tía me comió la boca saboreando mis comisuras, después mis pezones y mi concha para luego volver a mi boca.
Cuando me llevó al cuarto vi que Silvana estaba sentada arriba de otro fulano que le hundía su bote carnal en la argolla. Esa vez la contemplé totalmente desnuda, y me encantó.
Las dos eran morochas, treintonas, de buenas caderas, sexys y culonas como yo, pero Silvana tenía unas tetas deliciosas a la vista. ¡Se me hacía agua la boca cuando sus pezones erectos le marcaban las remeritas!
Cuando llegó la primavera Silvana dijo que veríamos una peli en su dormitorio con Luciana. Así que luego de ordenar todo lo sucio de la cena en la bacha fui ansiosa porque, ellas me esperaban. Al entrar me metí en la cama, y luego, mientras transcurría la peli de amor las dos comenzaron a desnudarme pidiéndome que les desabroche sus corpiños. Lo hice temblando, y mientras las dos saborearon mis lolitas me explicaron todo:
¡escuchá bien pibita, nosotras somos putas y cobramos por chupar pijas, entregar la cola o la concha… vos vivís acá con la condición de dejarte coger y así pagás tu derecho de comida y techo… así lo arreglamos con tu padre!
Yo no podía prestar atención con los dedos de Silvana en mi vagina y la lengua de Lu en mis tetas. Esa noche me la devoraron juntas como a mi culo, me pegaban, me asfixiaban con mi calzón y me obligaron a hacerlas acabar con mi lengua rozando sus clítoris borrachos de flujos calientes. Debo sincerarme que la conchita de Silvana me excitaba más porque la tenía depilada y perfumada.
Desde entonces, casi todas las noches me tragaba una pija distinta, todas de tipos con guita. Viejos camioneros, milicos, tacheros, los comerciantes del barrio a quienes tenía que verles la cara al día siguiente cuando me mandaban a comprar, y algunos marineros. ¡Esos eran los que mejores pijas portaban, siempre limpias pero muy lechosas! Me hice la vocación de distinguir variedad y calidad de lechitas, y ya a los 19 no podía dormir sin el sabor de una pija en la boca. A esa edad también empecé a echarme los primeros polvos.
El que me inició fue Ricardo, el verdulero. Fue una tarde apenas llegué de la facu, donde desde el verano el ir y venir de hombres alzados se hizo habitual en la casa. Estaba por hacerme un té con unas tostadas cuando Silvana me interceptó. Me desvistió apurada en la cocina y me puso una tanguita roja, unos tacos, un corpiño que apenas cubría mis timbres y un perfume de bebé. Me pintó los labios de un color furioso y me dijo:
¡En tu pieza está Riki, dejalo que te la ponga, que ya le cobré!
Apenas entré el tipo me hizo tocarle la poronga mientras se quedaba en cuero diciendo:
¡Qué linda piecita de nena tenés guacha, es como cogerme a mi hija!
Enseguida me puse en cuclillas y lo oí gemir con mi boca envolviendo su carne agarrotada, lamiendo y escupiendo su calzoncillo como lo pidió, y succionando cada vez con mayor histeria su pijota. Después le restregué el culo en el bulto y, cuando me acostó boca abajo en la cama, juro que temí por mi virginidad anal. Pero fue prudente, y en cuanto se subió a mi cintura me la enterró en la concha para punzar sin mucho ritmo pero con profundo deseo mientras repetía como un disco rayado: ¡cogé así chiquitita de papi!
Menos mal que llegué a ponerle el forro con la boca como la tía Luciana me lo indicó, porque no demoró en explotar en un orgasmo que le quitó las fuerzas hasta para hablarme. Yo lo había disfrutado, y entonces, parte del dinero que ganaba era destinado a comprarme lencería erótica. Abandoné mis bombachitas con corazones, aunque mi pieza de nena daba resultados.
Cogí muchas veces, casi todas al llegar de la facu, donde conocí a Gastón, el único que sabía con pelos y señales lo que pasaba en lo de mis tías. Aunque fue mi mejor amigo, ya que fuimos juntos toda la primaria y secundaria, confieso que me gustaba ver cómo se le abultaba el joggin cuando yo le compartía mis garchetes. En esos tiempos no vivía sin un buen polvo o una peteada grupal, y menos sin los manoseos de Silvana. ¡Me encantaba que me coma la conchita después de tener relaciones con mis clientes!
Así fueron pasando los años en esa casona. Mi juventud se convertía en una moneda de cambio entre todos esos hombres. Me di cuenta que chupar una pija era lo que más anhelaba al salir de la universidad, que me gustaba ser un juguete sexual, que me muerdan las tetas, coger delante de las tías, tomarles la lechita a los tipos que ellas antes se habían culeado, ir a todos lados sin ropa interior y pajearme como una cerda rememorando todo en las noches flacas de sexo en mi cama que olía a puta barata. Pero descubrí además con inmensa tristeza que nunca me había enamorado.
Las tías no eran comprensivas conmigo, y menos cuando llegaba la hora de entregar el culo. No lo hice hasta los 19, y el que lo estrenó fue Israel, el placero del barrio. Recuerdo que entre las dos me llevaron al patio después de que yo armé un berrinche bárbaro encerrada en mi cuarto por no querer saber nada. En realidad estaba cagada de miedo. Pero ellas me desnudaron en el patio y ante la mirada de algunos vecinitos, me manguerearon con agua helada y luego me lamieron el culo recostada sobre una mesa de mármol. Reconocí la lengua de Silvana de inmediato lacerando mi ano, y los dedos de Luchi abriendo mis labios vaginales con furia. Después me vistieron de colegiala aunque sin braguitas y me llevaron a mi pieza donde el tipo aguardaba sentado haciéndose una paja oliendo mi ropita. Para mi suerte los vecinos que me observaron mariconear eran dos abuelos.
No hubo mucha previa que digamos. Se la chupé lo suficiente como para empalarle esa verga larga y finita, me puse en cuatro sobre sus piernas para que me manosee, me huela la concha y el culo, me dé unos lametazos y entonces me voltee sobre la cama donde me rompió la pollerita y me hundió la pija en el orto con bastante serenidad, moviéndose como bailarín haciendo resonar cada ensarte, y hasta algunos pedos en el afán de clavarla más adentro. Algo refrescaba mi agujero, y de seguro las tías me pusieron alguna sustancia para que no se me haga tan drástico el momento. Eso no me hacía sentir amor por ellas.
¡Antes de que acabe me la vas a mamar toda putona!, dijo con voz tenebrosa, y mi primer orgasmo me quemó las entrañas. Y fue así. Toda su leche con el sabor de mi culito estalló en mi garganta luego de petearlo arrodillada en una silla.
En mi piecita seguía sacándole la calentura a los hombres al igual que mis tías. Hasta que una tarde cayeron tres compañeros de la facu, y entre ellos Gastón. Los otros dos, Mauri y Javi no eran santos de mi devoción, pero venían en son de una buena mamada. Me sorprendió que Gastón no quisiera entrar al reconocerme. A sus amigos les saqué dos lechazos abundantes en media hora. Esa vez sentí algo extraño por Gastón al notar que no me miraba como a una atorranta. Tampoco lo hacía con pena o vergüenza. Pero no tenía tiempo para darme manija con boludeces.
Recién el año pasado me lo encontré en la estación de servicio, donde yo había comenzado a hacer una changuita lavando autos por la mañana. Me invitó un café mientras no le quitaba los ojos a mi escote, y fuimos.
Casi no hablaba, pero se tocaba la chota por debajo de la mesa cuando yo le relataba los últimos petes, la noche que me comí dos porongas por el culo, la vez que hice una fiestita erótica para unos empresarios, y otras cositas más.
¡¿Te quedaste con las ganas de que te chupe la pija cuando fuiste con los pibes no?!
Fue todo lo que debí preguntar para que pague la cuenta, me manotee de un brazo y me lleve a su auto. Ahí peló la verga y empujó mi cabeza contra su pubis para que se la mame con lujuria entretanto él manejaba hacia la ruta en busca de un telo. En el camino acabó dos veces en mi boca, y cuando podía me cogía la conchita con un dedo fácilmente, ya que debajo de mi pollerita no había bombacha.
Cuando llegamos tuvo que pagar una multa al conserje por destetarme en plena galería mientras cerraba el turno de dos horas.
Ya en la habitación me desnudó de inmediato, me sacó unas fotos, me chupó la concha sin nada de cariño diciendo:
¡Qué olor a puta tenés guacha, y pensar que yo me re pajeaba por vos trolita, pero hoy te voy a partir en cuatro nena!
Enseguida me arrodilló en el suelo, volvió a pelar su pija rígida, cabezona y venosa con la que me castigó la cara y amagaba con meterla en mi boca. Pero descubrió que le excitaba más fregarla contra mis tetas y pajearse rozando su glande en mis pezones. Cuando logré petearlo como mi sed lo necesitaba me pidió que se la muerda, y en cuanto uno de esos mordiscos lo hizo gritar de placer me la quitó, me tiró cola para arriba en la cama y bombeó un rato largo en mi conchita. Cuando noté que se iría en leche en cualquier momento salí de su autoritario mete y saca y me puse en cuatro sobre su ropa revuelta en el suelo, y él no se hizo rogar.
Apenas le moví el culo con un dedito en la entrada, me separó las nalgas, me escupió y se acomodó detrás de mí para culearme sin ahorrarse puteadas ni pellizcones a mis gomas.
¡Ya lo tenés re abierto puta, cómo te lo habrán cogido eh!, gritaba mientras me penetraba duro, me palmoteaba la concha y me prometía enlecharme toda, que no iba a parar hasta hacerme un pendejo.
Cuando sentí su ametralladora seminal invadir mis intestinos y su pito cada vez más blando saliendo de mi refugio, me le colgué de los hombros y me lo re trancé, y no dudé en decirle que estuve enamorada de él desde mis 13 más o menos. Hubo un cálido silencio entre el olor a sexo y la cogida de la pareja de al lado, hasta que me juró que sería capaz de sacarme de este ambiente, y que él tampoco se había animado a confesarme lo mismo. Hasta me dijo que suyas eran las cartas de amor y los relatos eróticos que encontraba en mi mochila al llegar del colegio, todos firmados con un nombre falso.
Hoy Gastón y yo tenemos un bebé de 4 meses y vivimos lejos de las tías. Aunque a veces extraño sus abusos, desprecios, sus exhibiciones y manoseos, en especial los de Silvana.
Fin
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hermoso relato