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Categoría: Maduras

La Colorina

-¡Jano!- Gritó mi mamá.



-¡¿Qué?!



-¡José te busca!



-¡Dile que suba!



Se abrió la puerta y entró mi amigo.



-¿Qué haces?- Preguntó.



-Armando un cohete a escala- Respondí sardónico.- ¿Que no ves que estoy acostado?- Efectivamente estaba acostado, con un montón de revistas porno que había tomado prestadas a mi hermano. José se sentó a mi lado y comenzó a hojearlas conmigo. Estuvimos un rato en silencio admirando la maravillosa constitución biológica de las modelos.



-¿Viste esta?- Me enseñó la imagen de una morena de tetas enormes.



-Me gusta más esta-. Le mostré la foto que estaba mirando hace ya un buen rato. Al verla, frunció el ceño y me dio un puñetazo en el estómago. Me reí ante su reacción.



-No seas imbécil, no tiene nada que ver con tu mamá.- La chica que le mostré era una pelirroja  pecosa, sin muchos atributos en comparación a las otras, pero era más linda de rostro que todas.



De seguro se lo tomó a pecho porque su mamá también es pelirroja y no era ninguna novedad que fuera la sensación del barrio. A casi todos los hombres les gustaba, y no era sorpresa. Era una mujer espectacular. A sus casi cuarenta años tenía un cuerpo curvilíneo. Gran culo, grandes tetas, cintura de avispa y una piel  demasiado blanca, que hacía resaltar aún más su cabello anaranjado, porque no era rojo, era naranjo. Eso la había hecho ganarse el apodo de “La Colorina” y a mi amigo el apodo de el “Fanta”, ya que había heredado el mismo color de cabello de su madre. Podías distinguirlos a cuadras de distancia.



Muchos la deseaban, incluso mi padre, e incluso mi hermano mayor, que tenía dieciocho. Él a veces solía decirme que tenía pinta de “depredadora sexual”, a pesar de ello, nunca dio a pie a que hablaran mal de ella, pues tenía buena  relación con los vecinos hasta cierto punto. Nunca llegaba a sobrepasarse con nadie, manteniendo así la cordialidad y la intimidad con todos, además, ella poseía un carácter muy juvenil. Todos conocíamos su risa fresca y alborotadora.



Por eso, mi amigo el Fanta siempre se enojaba cuando alguien hablaba de su madre, o si insinuaban algo con respecto a ella, porque era consiente delo que su mamá provocaba en el sexo masculino. Yo antes solía pasar gran tiempo de mis días en su hogar, sobretodo porque José se sentía solo. Su viejo era camionero y pasaba tres semanas fuera y una en casa, hasta que por alguna razón comencé a sentirme incómodo allí. Había algo en la forma que ella, la Colorina, tenía al mirarme, que hacía que me intranquilizara. No lo sé, sus gestos hacia mí, sus roces casuales… algo.



-Ni te atrevas a pensarlo-. Me advirtió. Me reí con fuerza, esa señora me ganaba casi por veinticuatro años.



-Vale, buscaré a otra con quién hacerlo.- Fingí molestia.



-¿Aún no lo haces?- Me preguntó mi amigo. Lo miré como diciendo: “No hagas preguntas idiotas”. Rió.



-¿Y tú?- Contraataqué.



-Y eh… casi.



-¿Casi?- Me mofé-. Es un sí o un no.



-Y eh…no.- Admitió al fin. Carcajeé y le pegué un revistazo porno en la cabeza.



-Deja eso niñato. Venía invitarte a mi casa.



-¿Para qué?



-Mi papá antes de irse, me compró el nuevo GTA.



-¿El GTA cinco?



Asintió con presunción.



-¿Y por qué no jugamos aquí?- No quería ir a su casa.



-Vamos, no seas mala onda. No quiero dejar a mi vieja sola, siempre se deprime cuando mi papá se va.



Lo pensé un rato, quizá después de todo, sólo era mi imaginación, así que accedí. Le pedí permiso a mi mamá y me fui con José a su casa. Subimos a su habitación, y como siempre, estaba reluciente, en comparación a la mía que era un auténtico chiquero. Cuando iba a sentarme en la alfombra, la puerta se abre y aparece su mamá. Tragué saliva instintivamente.



Sabía que no tenía que mirarla fijamente, o si no Fanta se daría cuenta y armaría un escándalo. Sin embargo, el impacto de su belleza no disminuía ni aunque la viese cien veces al día. Jamás en mi vida había visto un par de ojos más negros que los suyos, y a sabiendas de su hermosura, no tenía la necesidad de maquillarse, con suerte se encrespaba las pestañas.



Esta vez traía un vestido corto, a tiras, con un gran escote. Me obligué a mirarla a los ojos. Calzaba unas sandalias y como siempre, su cabello largo y colorín estaba libre. Al verme, me sonrió al instante.



-¡Hola!- Me saludó, acercándose. Me puso las manos en los hombros, estudiándome- ¡Cómo has crecido! Si parece que no te veo hace años, en vez de meses –. Dijo mientras me besaba con fuerza en la mejilla. Olía a dulces.



-He crecido un poquito.- Murmuré entre dientes, aquella mujer me cohibía.



-¿Un poquito?- Se burló, alzando una ceja caoba. Sentí mis mejillas arder.



-Ya mamá, no sigas avergonzándolo.- Intervino mi amigo. Le pegué un codazo fuerte en las costillas para que se callara y no siguiera resaltando lo obvio. Ella rió desvergonzada y estrepitosa, su risa resonó por toda la habitación, como si le hubiesen contado el mejor chiste de su vida.



-Vale, vale, los dejo.- Acarició la mejilla de Fanta y volteó para irse, pero antes de cerrar la puerta, giró un tanto hacia mi dirección y me guiñó un ojo. Tragué saliva, ¿A qué iba eso? Mire a mi amigo que pareció no percatarse al estar conectando el Play.



Toda la tarde que pasé allí, no pude dejar de sentirme turbado por alguna razón. Supuse que era por el hecho de estar en un hogar ajeno. No supe qué horas eran hasta que la voz de la… Señora… nos trajo de vuelta al mundo real, sin duda el GTA te absorbe.



-¡Hijo!- Gritó desde el primer piso- ¡Ve a comprar el pan!



-¡Ya!- Respondió Fanta, sin soltar el joystick. Observé por la ventana y vi que estaba oscureciendo.



-¿Qué hora es?- Le pregunté.



-No sé- Respondió aún absorto en el juego.



-Tengo que irme, mi vieja debe estar preocupada.



-Deja pasar esta y bajamos.



Cuando lo hicimos, olisqueé un suave olor a cebollas asadas, todo mi estómago rugió de hambre. Alguien estaba preparando la cena. Nos dirigimos a la cocina y nos encontramos con la mamá de mi amigo, enfrascada en cortar unos trozos de carne, aunque no parecía estar cocinando. No sé, la imagen de mi madre cocinando es con un delantal ancho, todo roñoso y con manchas de aceite eternas que no salían ni con cien lavados, y muy, muy poco femenina. En cambio ella parecía conservar toda la delicadeza de una mujer al hacerlo. Seguía con su vestido floreado, cubierto por un delantal que se ceñía demasiado a su cuerpo. Su cabello estaba tomado y relucía aún más naranjo gracias a la luz artificial de la ampolleta.



-Mamá- Habló Fanta, llamando su atención- Voy a dejar al Jano y de vuelta compro el pan.



-¿Pero cómo? ¿No te quedarás a cenar?- Me preguntó torciéndose hacia nosotros. Su cara redonda lucía más infantil con el pelo tomado.



-No, gracias. Es que ya es tarde y mi mamá debe estar preocupada. – Me excusé.



-No te preocupes por eso, si te dice algo, yo hablo con ella. No puedo dejar que te vayas sin comer algo, han estado todo el día encerrados, haciendo quizá qué cosas.- Dijo irónica entrecerrando los ojos. Los tres reímos.



-No seas tonta mamá. Entonces, vamos a comprar y volvemos, ¿No?- Inquirió dirigiéndose a mí.



-Vale.- Accedí.



-Ve tú a comprar pan, hijo.- Interrumpió su mamá.- Necesito que alguien ponga la mesa mientras me doy una ducha.



Dejé de respirar, no quería quedarme a solas con ella. Sí, soy un capullo, pero ella me intimidaba demasiado. Las manos me sudaron un poco de solo imaginarlo.



Fanta fue a comprar el pan y la “Señora” fue a tomar su ducha. Un tanto más relajado sin su presencia, me dediqué  a colocar el mantel en el comedor de diario de la cocina, los servicios, los vasos y de vez en cuando revolvía lo que parecía ser un guiso. Cuando estaba en ello, sentí una presencia a mis espaldas y me giro para ver quién era, y de manera instantánea sufrí una erección.  La mamá de mi amigo estaba semi desnuda intentando apagar el calefón de la cocina. Una toalla violeta la envolvía, tratando de cubrir su carnoso cuerpo. Sus piernas extremadamente blancas, aparecían torneadas y fibrosas. Su culo (¡Dios mío!) su culo, su enorme culo apenas era tapado por la toalla, y su espalda lucía tersa sin nada que entorpeciera su belleza de mármol. Ella aparentaba no notar mi presencia mientras se inclinaba tratando de desconectar el aparato que daba agua caliente a la casa; y al hacerlo,  pude atisbar un poco lo que parecía ser la entrada de su coño.



Abrí los ojos de forma exagerada y redirigí mi vista hacia la olla en el fuego y retomé la tarea de revolver el guiso, aunque ahora lo hacía casi de forma robótica, como si mis extremidades no respondieran al cien por ciento las órdenes de mi cerebro.



-¿Cómo va eso?- Preguntó caminando hacia mí.



-Bien, va… bien.- Respondí sin saber a qué se refería, fingiendo que no había notado su desnudez. Aún traía el cabello tomado, con algunos mechones húmedos pegados a su nuca y rostro.



-¿A ver? Déjame probar-.  Se situó a mi lado y me quitó la paleta. Al hacerlo, sus dedos  rozaron el dorso de mi mano. Sentí su piel fría y una corriente hizo que se me erizaran todos los pelos del cuerpo. Traté de no mirarla, sabía que si lo hacía, mis ojos se irían a ese gran par de tetas. Probó un poco de la cocción y frunció los labios.



-Le falta sal. ¿Me la pasas?- Pidió sin mirarme.



-Si señora.- Respondí nervioso, tratando de resguardar mi polla más que erecta. Busqué por encima de la alacena sin éxito.



-Está dentro del estante, a un lado del aceite.- Informó al ver que no la encontraba.



-Si señora.



-No me digas señora- Me reprochó-. Me hace sentir vieja-. Le pasé la sal y me sonrió pícara, con algo oculto dentro de sus ojos negros.



-Está bien señora, es decir…- Me interrumpí a mí mismo, ¿Puedo ser más idiota? Ambos nos miramos y reímos ante mi estupidez.



-Dime “Tía”. Así me llaman los otros amiguitos de José.



-Está bien.- Asentí mecánico, sin saber aún cómo comportarme ante la diosa desnuda que mi amigo tenía por madre.



Añadió un poco de sal a la cacerola y volvió a degustar la comida.



-Ahora sí que sí, Janito. Mira, pruébala.- Acercó la paleta de palo hacia mi boca y esperó a que yo la probara. Crucé las manos por delante de mi entrepierna y abrí la boca tímidamente. Allegó la paleta más hacia mí y testeé la comida. Sinceramente, incluso si hubiese sabido a mierda, no me hubiera dado cuenta, ya que había cedido a la tentación.



Al estar frente a frente a ella, mis ojos bajaron y se quedaron plantados en sus senos. La toalla los apretaba, haciendo que se abultaran y lucieran más grandes.



-¿Está rica?- Preguntó.



-Muy ricas.- Respondí distraído. Oí que rió bajito y subí mi mirada hacia ella.- Este… muy rica quise decir.



-Iré a vestirme.- Dijo de pronto, sin darle importancia a mi desubicación.



Cuando desapareció de mi vista, caí en la cuenta de que estuve conteniendo el aire. La sangre parecía haber huido de todo mi cuerpo para ubicarse en dos lugares: La cara y cómo no, mi pene, que parecía un vibrador a pilas.



Cuando llegó mi amigo cenamos tranquilamente, aunque claro, traté de sentarme lo más lejos posible de ella y rehuí de su mirada todo el tiempo. Sólo quería escapar de allí, mas, para mi desgracia, mi amigo me pidió que me quedara allí, diciendo que podríamos jugar hasta tarde. Decliné la oferta argumentando que tenía que preguntarle a mi mamá primero.



-Deja llamarla, de seguro a mí me dice que sí.- Sugirió José. Era obvio que mi mamá le diría que sí a él. Mientras Fanta llamaba, observé como su mamá recogía la mesa, sin prestar una mínima atención a nuestros  planes. Era exquisita, era la MILF perfecta, que llenaba todos los requisitos, ¿Por qué quería escapar de ella? Sí eran ciertas mis conclusiones, tendría que estar haciendo todo lo contrario, debería buscar la forma de que algo pasara, ¿Por qué entonces? Porque eres un capullo, me respondió mi subconsciente. No, no era por eso, era por Fanta… Nah, era porque era un cobarde de tomo y lomo.



Al fin, mi mamá concedió su permiso para que pasara la noche allí, es más, mi mamá parecía más alegre de lo normal al darme permiso.



Antes de ir a acostarnos, ella se despidió de nosotros, esta vez sin muestras de acoso conmigo, lo que me decepcionó un poco, al parecer, sí era mi imaginación después de todo. Estuvimos jugando hasta como a las dos de la mañana, hasta que nos aburrimos. José tenía una cama nido, así que lo único que tuve que hacer fue taparme con algunas frazadas. Él se durmió al instante, era típico en él. Fuera donde fuera, si tenía sueño, dormía como un tronco, en cambio yo de por sí tenía el sueño escaso, de por sí no podía dormir bien en casas ajenas y de por sí, la presencia de la Colorina me ahuyentaba toda posibilidad de reposo.



Estaba que me meaba, pero esperé hasta no escuchar ni un ruido para ir al baño.



Bajé al primer piso, que es donde se encontraba el baño, pero cuando iba llegando a la puerta, vislumbre una luz que provenía desde dentro. ¡Mierda!



-¿Quién está allí?- Preguntó ella.



-Soy yo, tía.- Respondí acercándome. La Colorina abrió la puerta y casi me da un infarto. Tenía puesto un babydoll negro, de satén o seda, qué se yo, que resaltaba aún más el blanco enfermizo de su piel.



-Janito, eres tú. Me asusté por un momento-. Reveló mientras volvía a mirarse al espejo, al parecer estaba echándose de las mismas cremas que usa mi mamá para las arrugas, aunque parecían funcionarle mejor a la Colorina.



Las ganas de orinar se fueron a la mierda, sobretodo porque yo sólo llevaba puesto el bóxer, y ahora ambos estábamos semi desnudos. Instintivamente volví a cubrirme la entrepierna con mis manos.



-¿No vas a entrar?- Inquirió volviéndose hacia mí. Me quedé en silencio-. ¡Ay, pasa! No seas tímido- Me azuzó. Me quedé en el umbral de la puerta, sopesando la posibilidad de entrar. Rió y volvió a mirarse al espejo con mofa. El pelo cobrizo pasaba su cintura… era tan lacio, tan luminoso. Las rodillas me temblaron de sólo pensar lo que había debajo de ese camisón. ¿Qué haría otro chico en mi lugar? Más bien, ¿Qué haría mi hermano en mi lugar? Y la sola idea de imaginarme el rostro de él al contarle esto y lo que sucedió hoy en la cocina, me animó a entrar.



Carraspeé para darme ínfulas de hombre mayor y pasé por detrás de ella. Me paré junto al inodoro, pensando si debía hacer lo que tenía que hacer (mear) o simplemente fingir que quería lavarme los dientes.



-¿Cierro la puerta para que estés más cómodo?-La miré por el espejo, mientras ella seguía embadurnándose con crema el rostro. ¿Significaba algo el que ella quisiera cerrarla? El estómago se volvió bola en mi vientre- ¿La cierro?- Preguntó de nuevo, esta vez contemplándome a través del espejo, nuestras miradas se cruzaron.



Asentí.



Giró y cerró la puerta sin darle importancia al hecho, y siguió mirándose al espejo.



Bien, ahora me tocaba actuar, o sea, mear. Inspiré con fuerza. Este es el paso. Bajé un poco el bóxer y mi erección apareció igual que esos payasos que salen de una caja al darle a la manija. Un subidón de vergüenza me llego a la cabeza al ver lo excitado que estaba. ¡Se suponía que quería mear! ¿Cómo mierda iba a hacerlo si la cabeza de mi pene me apuntaba al ombligo? Mátenme, mátenme ahora. Ni siquiera quise levantar la vista por miedo de que ella pudiese estar observándome. Me relajé pensando en mi abuela y poco a poco fui forzando mi polla para que bajara y así al menos, poder apuntarle al agujero.



La miré de reojo al oír el correr del agua de la llave. Estaba lavándose las manos, sin prestarme atención. Vale, era obvio que notaba lo que me estaba pasando, pero el que me ignorara adrede ayudó bastante. Más tranquilo, pude orinar, tratando de no derramar nada, tarea heroica al tener mi falo tieso. Cuando ese placer único de vaciar la vejiga me invadió, cerré los ojos como siempre suelo hacerlo, y sin darme cuenta solté un suspiro de satisfacción.



Cuando hube terminado, abrí los ojos, y así se quedaron: Abiertos al darme cuenta de que la tía me estaba mirando por el espejo, sonriendo, deleitándose con mi espectáculo.



-Veo que te excitas fácil.- Indicó luego de un momento. Yo no fui capaz de contestarle. Quedé petrificado, sin pestañear. Sus ojos parecían más oscuros que de costumbre.



Soltó una risa burlesca, gutural. Dio media vuelta y quedando aún a mi  lado, pero mirándome de frente. Apoyó su cadera contra el lavamanos y se cruzó de brazos, con ese aire jovial que la caracterizaba.



Y ahí estaba yo, mudo, inmóvil y más tieso que el pelo de la estatua de la libertad.



-¿Te gusto?- Inquirió irguiéndose.



Asentí. Dio un paso hacia mí.



-¿Me deseas?



Asentí. Avanzó nuevamente hasta situarse a mis espaldas. Me rebasaba en estatura. En mi defensa, aún me faltaba por crecer. Apoyó su cabeza en mi hombro y nuestras miradas volvieron  a encontrarse en el espejo. Volví a oler su perfume. Sus manos se aferraron a mis brazos y fueron bajando por ellos. Al darme cuenta de lo que quería hacer, trate de alejar mis manos de mi entrepierna, pero ella me detuvo.



-¿Te excito?- Su aliento me acarició el cuello, y un espasmo me sacudió el cuerpo. No me perdía de vista, por el espejo seguía cada una de mis reacciones. Arrellanó aún más su cara a la mía y lentamente, como si de una gata se tratase, me mordió el lóbulo de la oreja. ¡Oh Dios! No pude seguir mirándola, era demasiado para mí. Cerré los ojos, concentrándome en no correrme delante de ella.



-¿Te excito o no?- Repitió la pregunta. Ralenticé mi respiración y abrí nuevamente los ojos. Seguía observándome.



-Sí.- Respondí al fin, tragando saliva.



Me sonrió complacida. Retomó el camino y bajó por mis antebrazos. Llegó hasta mis manos, que sujetaban mi erección. Con suavidad, hizo que las retirara. Lo hice. El espejo sólo abarcaba la imagen de ella “abrazándome” por la cintura, pero sus manos ágiles llegaron hasta mi polla, sujetándola con fuerza. Inspiré y boté el aire despacio al sentirla tocándome, y de forma casi irreal, mi pene parecía seguir creciendo bajo su tacto.



-Al parecer te excito mucho.- Dijo al reparar en lo mismo. Le sonreí tímido.



Una de sus manos comenzó a masturbarme lentamente, sin apuros. Me tensé completamente. Lo hacía con delicadeza, moviéndose de arriba abajo. Llegando al glande, me lo apretaba con firmeza y con su pulgar recorría su hendidura. Yo estaba en el paraíso, en cualquier momento mis ojos se volteaban hacia dentro.



Arriba, abajo, lo movía de un lado a otro. De repente, su mano libre bajó aún más, llegando a mis testículos, y los apretó, pero guardando reparos en su “fragilidad”. No pude evitar quejarme de placer. Ella ya no me miraba, tenía la vista fija en lo que me estaba haciendo. Yo sí observaba su rostro y cada mueca de satisfacción en él al masturbarme. Mi hermano tenía razón, era una depredadora.



Después de unos cuantos minutos, no pude seguir aguantando. Quise quitarla para no correrme en sus manos, pero nuevamente me lo impidió.



-Vamos…- Susurró- Relájate, déjate ir-. Instó mientras movía su mano con más prisa, acuciándome al orgasmo.



Está de más decir que necesité cinco segundos luego de eso para correrme sin vergüenza. Todo mi cuerpo se sacudió como un pececillo fuera del agua. Ella rió contra mi clavícula y me plantó un beso húmedo en la mejilla, antes de separarse. Quiero besarla en los labios.



Fue al lavado y enjuagó sus manos de mi, eh… ¿esperma? Yo retrocedí unos pasos buscando apoyo en la pared. Una corrida así no debe recibirse de pie.



-Tienes manchado el bóxer-. Me advirtió.



Miré hacia abajo y claramente vi una mancha blanquecina que se notaba de lejos gracias a que mi ropa interior era oscura. Quité la mancha con mi pulgar, pero aún quedaba huella.



-Buenas noches-. Se despidió al terminar de lavarse, y antes de que siquiera tocara la perilla, me interpuse y le bloqueé el paso-. ¿Qué haces?- Preguntó risueña. Era una pregunta retórica.



-Usted no se puede ir.- Me asombré de la firmeza en mi voz. Volvió a sonreír, divertida.



-¿Y qué harás para que me quede?- Me desafió.



Y antes de que pudiera siquiera respirar, tomé su rostro entre mis manos y la besé, la besé con toda mi experiencia. Desde que había empezado en esto del “sexo” lo único que había hecho era besar, y con suerte llegar a segunda base. Me tenía fe, sí.



La arrinconé contra la pared y le metí lengua hasta el fondo. Ella estaba sorprendida, pero al sentir mi lengua contra la suya, reaccionó, y cómo reaccionó. Pronto dejé de ser yo el que daba el beso y fue ella quién tomó la batuta. Sus labios eran carnosos. Yo olvidé que mi amigo estaba en la misma casa y comencé a hacer ruiditos mientras la besaba. Envalentonado al ver que era correspondido en el sentimiento, le tomé una teta y se la masajeé con fuerza. Gimió en mis labios.



Le di un último beso en los labios y decidí bajar hasta su cuello, tal cual mi hermano me había recomendado alguna vez hacerlo. Fui dándole lametones suaves y besos sonoros en él, haciendo que ella suspirara. Iba por buen camino. Alcé una de sus piernas e hice que la sujetara en mi cadera. Pesaba, pero mi súper pene me daba las fuerzas necesarias para seguir.



Comencé a acariciarle el muslo levantado, palpando la turgencia de sus carnes. Subí, subí hasta alcanzar su culo. Toqué una de sus nalgas y ella la contrajo en acto reflejo. Reímos. Ella estiró el cuello hacia tras y posó ambos brazos por encima de mis hombros, dejándose llevar por mis caricias inexpertas. Con más confianza, descendí con mi boca, tiré como pude de su camisón hacia abajo y en cuanto vi un seno con un pezón duro y rosado me lo eché a la boca.



Lamí su areola unas cuantas veces para luego succionar, mientras le corría mano en el culo. Ella trataba de reprimir sus gemidos, pero cada vez eran más audibles. Con la mano que tenía en su culo, fui adentrándome aún más, hasta que con las puntas de mis dedos logré acariciar la tela empapada que pobremente trataba de tapar su coño. Ahora gimió sin tapujo. Yo me excité aún más, quería follármela. Traté de levantarla un poco más, y con más libertad, ahora pude introducir un dedo por su vagina, que prácticamente resbaló hacia dentro.



-Espera, para.- Dijo súbitamente. Me detuve al instante.



Ambos nos quedamos quietos, a la espera de oír algo.



-Creí haber escuchado a José. ¿Estás seguro de que dormía?- Bajó su mirada hasta la mía. Estaba sudorosa.



-Sí, estoy seguro.- Afirmé.



Me sonrió. Me dio un beso caliente y apretado e hizo que nos separáramos.  Dejó caer la tapa del inodoro y prácticamente me empujó para que me sentara allí. Echó llave a la puerta, giró y se quedó mirándome, mordiéndose el labio inferior, como si fuera una persona de mi edad.



-¿Es malo lo que estamos haciendo?- Preguntó, sentándose a horcajadas sobre mí.



-No lo creo.- Contesté de forma inmediata, pasándome literalmente por el culo la amistad de mi amigo-. ¿Y usted?



-¿Aún me tuteas?- Entrelazó los dedos detrás de mi nuca y volvió a besarme, esta vez sin apuro como antes. Me daba besos cortos que me dejaban con ganas de más.



-Lo siento-. Susurré distraído por su boca



-No lo sientas. Me excita-. Confesó con picardía. Le sonreí  y la jalé por la cintura, atrayéndola.



Bajé mis manos a su culo. Poco a poco, gracias a sus besos, retomé la celeridad de mis movimientos. Ella tomó una de mis manos y la guió hasta uno de sus senos, y con lentitud fue enseñándome para que la tocara de la forma que ella deseaba. Le apreté esta vez con suavidad, y por encima de la tela, apreté su pezón entre mis dedos. No pudo evitar gemir, y yo tampoco al escucharla.



-¡No aguanto más!- Enunció de pronto. Se elevó un tanto, hizo a un lado su inútil ropa interior, sacó mi pene que apenas lograba esconderse y se sentó sobre él, introduciéndoselo hasta el tope.



Ella pareció olvidar que su hijo dormía en la habitación de arriba, porque gimió con todo el aire de los pulmones. Yo traté de ser más recatado y apreté la mandíbula.



-Esto es lo que quería.- Bisbiseó junto a mi rostro, buscando apoyo en mi cuerpo.



Lo único que atiné a hacer fue sujetarla firme por las nalgas con ambas manos, mientras ella se removía sobre mi regazo. Con destreza se balanceaba hacia delante y atrás, apretando con su ¿vagina? Mi polla dentro de ella. Era tan delicioso, no podía haber rezado por una mejor primera vez.  Con mis manos traté ayudarla, siguiéndole el ritmo. Comenzó a gemir contra mi cuello, acallándose de alguna forma. Yo hice lo propio, cerrando los ojos y pensando en no correrme tan pronto.



Esta mujer tenía una aspiradora entre las piernas. Me succionaba literalmente. Volví a coger una de sus tetas, y con la pasión del momento, giré su pezón como si fuera la perilla de una caja fuerte. Al parecer el dolor sólo la excitó más, porque pegó un alarido, para luego besarme con todo el sentimiento del momento, sin dejar de moverse.



-Espere, espere…- Dije separándome, tratando de recobrar el aliento.



-¿Qué sucede?



-Si sigue así voy a…



-No, no te corras aún-. Adivinó.



Se retiró de mi regazo, dejándome empalmado y con frío. Su cara de loza lucía gotas de sudor, y su cabello caoba estaba húmedo cerca de las sienes. Sin dejar de mirarme, se sacó el camisón y lo tiró a un lado. Hasta ahora no tuve oportunidad de admirar sus senos con paciencia, tomando en cuenta la situación clandestina en la que nos encontrábamos. A mi parecer eran hermosos, no eran “firmes”, pero aún guardaban redondez al caer. Quería hundirme en ellos, pero al parecer ella tenía otros planes. Se agachó un tanto y retiró sus bombachas a juego con el babydoll. Recién ahora pude percatarme de que tenía una pequeña motita anaranjada en la cúspide de su entrada. Mi pene y yo dimos un salto al verla por completo al desnudo. Se parecía demasiado a esa pintura… ¿Cómo es que se llama? ¿Venus de Nilo? No sé, pero sinceramente era una diosa con cabellos de fuego.



Yo estaba completamente abstraído en ella, contemplando su cuerpo de mármol, cuando ella hizo a un lado la cortina del baño, se inclinó hacia delante, apoyando ambas manos en el borde de la bañera, dejando todo su culo al aire, en mi dirección.



Mis ojos volvieron a desorbitarse. Su culo yacía abierto para mí, y con él, la abertura de su intimidad se divisaba sin problemas.



-¿Qué esperas?- Dijo al ver que yo no atinaba a actuar.



Me paré como un resorte.



-¿Así?- Susurré inseguro, ubicándome detrás de ella.



-Sí, venga.- Me urgió.



Tomé mi polla y con cuidado fui ubicando el glande en la entrada de su cuño. Y con mucho cuidado de no salirme fui introduciéndome en su interior, acariciando el calor de su cuerpo. Ella ronroneó satisfecha y yo casi me desmayo de placer. Retrocedí, pero me salí, y con torpeza volví a penetrarla.



-Me encanta tu inexperiencia, pero no debes retroceder tanto-. Miró hacia atrás.- Sólo sácala hasta la mitad y sujétame firme por las caderas.



Asentí como buen alumno. La tomé por las caderas y hundí mis dedos con fuerza en ellas. Me salí un poco de su interior, tal cual ella lo dijo y la penetré con fuerza hacia delante. Gimió.



-Bien, ahora…- Habló con voz trémula-… cuando vayas a meterla, tira de mí hacia ti, al mismo tiempo.



Lo hice. Salí un poco, y al momento de volver a introducirme, la atraje hasta a mí, ensartándola.



-¡Sí!- Masculló.



Y poco a poco, fui tomando el ritmo, hasta que luego de unas cuantas veces lo hice a la perfección. Tiraba fuerte de ella, embistiéndola con toda mi fuerza novata, arrastrando todo lo que estaba en su interior con mi falo. Ella comenzó a gemir más alto y yo por fin pude disfrutar al completo lo que estaba pasando. ¡Esta mañana había despertado virgen!



Giré mi cabeza a un lado y vi mi reflejo en el espejo. Ella, la mamá de mi amigo, casi en cuatro, aguantando a penas mis penetraciones, con sus senos moviéndose en una armoniosa cadencia, con un halo anaranjado que envolvía su rostro gimoteante. Le sonreí a mi otro yo en el espejo. Puse cara de macho alfa como en las películas porno mientras seguía introduciéndome hasta lo infinito en su coño



-Venga, dime algo.- Manifestó de repente.



-¿Qué?- Dije sacado de mi ensueño.



-¡Qué me digas algo!- Exclamó, sin dejar de gemir.



¿Qué le diga algo? ¿Qué le digo?



-Eh… no sé qué decirle-. Le respondí asombrado por la petición.



Seguí cogiéndomela ininterrumpidamente. De nuevo se avecinaba mi clímax.



-Dime… ¡ah! Dime señora-.Volvió a insistir.



-¿Señora?- Un golpe eléctrico tocó mi nuca y se esparció por mi columna hacia todas mis extremidades, llegando a mi entrepierna.



-¡Sí! ¡Dilo!



-¡Señora! ¡Señora! ¡Señora!- Grité dejándome llevar por la inminente corrida que me sacudió hasta las rodillas. Me derramé con todo en su coño. Lamentablemente, no medí mi fuerza, y tratando de darle una última estocada, me fui con todo mi peso hacia delante. Ella no pudo soportar mi empuje y trató  de agarrarse a la cortina de baño, pero fue tanto la fuerza, o el peso, que la cortina cedió, rasgándose. Ambos caímos con todo dentro de la bañera.



-¡Ay!- Oí que gritó.



Nuestros cuerpos se contorsionaron de tal forma que yo seguía dentro de ella, pero no sé cómo, ambos teníamos las piernas fuera de la tina.



Cuando el alboroto de la caída se calmó, nos quedamos un rato así, creo que ambos, esperando escuchar alguna respuesta por parte de José. Al no percibir nada, me relajé y recién ahí pude notar un líquido tibio que salía de la intimidad de ella.



-¿Está bien?- Atiné por fin a preguntarle.  Me erguí como pude hasta lograr salirme de la bañera. Luego la  tomé por la cintura y la ayudé a levantarse. Se sentó al borde de la tina, tratando de sacarse el pelo que tenía pegado al rostro.



Cuando terminó con su tarea, me miró fijamente a los ojos. En serio era imposible creer que ella fuera madre de alguien.



-Sí que tienes fuerza, ¿eh?- Rió y yo la seguí. Qué situación más patética.



-¿De verdad se encuentra bien?- Volví a preguntarle, tomándola de la mano mientras se ponía de pie.



-Sí, muy bien. Excelentemente cogida-. Me guiñó un ojo con desfachatez.



No pude evitar sonrojarme como un bebito, pero al menos ya no me ponía nervioso. Me sonrió con dulzura al notar mi vergüenza. Tomó mi cara y me besó con delicadeza. Pasé mis manos por su cintura, acercándola hacia mí profundizando el beso.



-Basta- Dijo, separándonos-.Tenemos que ir a dormir. Hemos estirado demasiado el elástico.



Hice un mohín infantil y ella soltó una carcajada tan característica suya, que podía espantar a todas las aves de su alrededor.



-Ya habrá tiempo para más-. Me dio un último beso, y cogiendo del suelo el camisón y sus bragas, salió del baño a hurtadillas, vigilando que su hijo no estuviera rondando por allí.



Yo me quedé en el baño, en un espacio sideral paralelo. Había follado con ella, con la mamá de mi mejor amigo. Perdóname amigo, me dije en mi interior. Me contemplé nuevamente en el espejo y me reí ante mi mentira. Nah, no lo sentía, además, al parecer se repetiría.



Me acomodé el bóxer y traté de quitarle con agua la mancha blanquecina que tenía. Me lavé las manos y subí al segundo piso. Todo estaba a oscuras, en silencio. Con gran sigilo ubiqué mi cama y me acosté tratando de no emitir ni un solo ruido.



-¿Jano? ¿Eres tú?- Habló de pronto mi amigo, con voz adormecida.



-Sí- murmuré-. Sigue durmiendo.



-¿Dónde estabas? Sentí un ruido hace rato.



Dejé de respirar.



-Yo también, por eso bajé a ver- Mentí.



-Ah, vale-. Oí cómo se volteaba en la cama, buscando una posición más cómoda para dormir-. ¿Había algo?



-No, parece que son esos gatos de mierda que andan por el techo.



-Putos gatos.- Coincidió José-. ¿Mi mamá se despertó?



-Parece que no.



-Bien. Nos vemos mañana, Jano-. Susurró durmiéndose de nuevo.



-Hasta mañana- me despedí.



Respiré más sereno. Crucé mis brazos detrás de mi cabeza y rememoré todo lo que había pasado, y no pude evitar sonreír. José era mi amigo, mi mejor amigo para ser franco, pero esto que había pasado, ¿Tenía algo que ver con nuestra lealtad? Creo que no. Yo quiero mucho a mi amigo, y ahora, al parecer deseaba a su mamá. Volví a sonreír orgulloso. Sí, había cogido con la mamá de mi mejor amigo, había cogido con la Colorina.


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