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Categoría: Varios

La cita sexual


Nos
 quedaban cinco horas juntos y, en aquel momento, yo era consciente
 de mis limitaciones. Ella, sin embargo, podría estar todo el
 día provocándose orgasmos y esas últimas horas
 suponían una excitación añadida. Charlamos en
 la habitación sobre nuestras aventuras en el cyber espacio.
 Sus pajas en el despacho, sus pajas en casa, aquel día en el
 que instaló la Webcam en su dormitorio y se hizo tres pajas
 seguidas. En como se sentía satisfecha satisfaciéndome
 y sabiendo que yo estaba al otro lado, pendiente de ella. Poco a poco,
 la conversación fue derivando en la clasificación de
 nuestras fantasías llegando a la conclusión de que a
 los dos la que más nos excitaba, por prohibida y depravada,
 era la que ella tenía con su propio hijo.
 M.,
 me contó en una ocasión que le excitaban los calzoncillos
 de sus hijos manchados de semen y que en alguna ocasión los
 había olido, olor de macho joven, y que se había masturbado
 oliéndolos. Yo le había ido preguntando, mientras se
 masturbaba, si no había pensado en follárselo. Claro
 que lo había pensado y la idea la ponía sumamente cachonda,
 por su deseo y su rechazo a partes iguales. Incluso una vez, en plena
 conversación madre / hijo, éste se abrazó a ella
 sin mucha intención filial, más bien con intención
 de besarla en la boca y tocarla más allá de la ropa
 que llevaba puesta en ese momento. M. se retiró espantada ante
 la posibilidad de que pasara lo que estaba a punto de pasar.
 Me
 da miedo, me había dicho en cierta ocasión, porque
 si tu me mandases hacerlo sería capaz y no quiero.
 Pero la idea era demasiado perversa como para dejar que pasase por
 la mente caliente de M. sin que causase efectos inmediatos. Los dos
 estábamos desnudos, tumbados en la cama. Ella empezó
 a fantasear con aquella posibilidad.
 Me
 abriría de piernas para él, que me miraría sin
 terminar de creérselo. – M. se abría de piernas
 escenificando la fantasía. – Ven, ven conmigo.
 Se tumbaría encima de ti, metería su polla en el coño
 de su madre.
 M. empezaba a meter sus dedos en el coño y empezaba a lamerse
 los labios.
 Ven
 hijo, ven. Le acariciaría la cabeza, despacio, con suavidad.
 Él
 te chuparía las tetas, como cuando era pequeño. M. estaba
 en plena masturbación. Me levanté de la cama y le busqué
 el consolador que ya estaba guardado en el bolso, lo lancé
 a la cama y me senté en uno de los sillones de la habitación,
 con la polla en la mano, dispuesto a disfrutar de aquella fantasía
 en directo. Cuando se masturbaba conmigo, llegaba un momento en el
 que M. entraba como en trance, de forma que admitía todo era
 una carrera en busca de un orgasmo que a veces tardaba y a veces explotaba
 inesperadamente. Ya estaba en ese estado y respondía a mis
 preguntas como si la entrada del consolador en su coño hubiera
 significado que entraba en un trance hipnótico y contestaba
 a mis preguntas como si convirtiese en realidad su fantasía.
 ¿Estáis
 solos en casa?
 No, no. Están los otros, los pequeños. – Contestaba
 entre jadeos. – Abren la puerta y nos ven. Les digo que su hermano
 está malito y que le estoy curando. Se marchan.
 ¿Pero
 tu hijo ya no quiere seguir?
 Sí, si. sigue con más fuerza. Dale tu leche a mamá,
 dásela. M. se movía con fuerza, con los ojos cerrados
 y ajena a mi presencia. Realmente sentía a su hijo dentro de
 ella y se movía buscando provocarle el orgasmo. Mi polla no
 había llegado a ponerse bien dura, pero estaba gorda, grande
 y sensible. Yo estaba disfrutando y ella más.
 El orgasmo no tardó en llegar, M. gritó de forma escandalosa
 y se quedó rendida en la cama. Me acerqué a ella y la
 besé en la boca, le lamí la lengua que ella sacó
 en busca de la mía. Le coloqué los huevos sobre la boca
 y los lamió.
 ¿Vas
 a follarme antes de que nos despidamos?
 Depende de ti. Tendrás que excitarme mucho más. Apenas
 tengo leche.
 Se incorporó y se metió la polla hasta dentro, contestando
 de esa forma, respondiendo que estaba dispuesta a hacer lo que fuera
 con tal de llevarse mi leche en el coño.
 Quedaban tres horas. Era hora de ir saliendo hacia el aeropuerto.
 ¿Que
 me pongo? – Me preguntó.
 Busqué en el armario y le saqué la falda abierta por
 delante y la blusa que había comprado y que dejaban al descubierto
 sus pechos gracias a las aberturas de las axilas. Ella, sumó
 a la vestimenta una chaqueta de punto muy liviana para no dar el espectáculo
 en el aeropuerto.
 Ya
 veremos, le dije.
 Ya
 en el viaje fueron momentos tristes o serios, no sé como calificarlos.
 Silencio y poca excitación. Habían sido jornadas muy
 intensas y de todo se cansa uno, aunque había sido un escape
 que ambos necesitábamos. Sólo el paso del tiempo colocaría
 nuestra peculiar relación en su sitio. La noche estaba terminando,
 las aceras de la ciudad repletas de noctámbulos que regresaban
 a sus casas, confundiéndose con quienes acudían a sus
 trabajos. El tráfico era fluido por lo que nuestra llegada
 al aeropuerto no se demoró.
 Dejamos
 el coche en el parking y fuimos a facturar el equipaje y a tomar un
 café, con algo dulce ya que yo notaba que me hacía falta
 azúcar. La cafetería estaba llena de gente que esperaba
 vuelos o transbordos, dormidos por los bancos o esperando pacientemente
 la llamada de sus respectivos vuelos.
 Al
 final me voy sin tu leche.
 Yo asentí.
 Aunque
 si quieres intentarlo te ofrezco el servicio o el coche.
 M. se puso en pie como impulsada por un resorte.
 Vamos
 al coche.
 La acerqué a mí y, disimuladamente, metí la mano
 entre sus muslos. La muy puta estaba chorreando.
 No tardamos en llegar, decidimos colocarnos en el asiento del copiloto,
 echándolo para atrás. La situación era un tanto
 excitante porque, aunque el coche estaba en un lugar discreto, a lo
 lejos, de vez en cuando llegaban más vehículos o gente
 a recoger los allí estacionados.
 Yo me senté primero y me bajé los pantalones, ella abrió
 la falda del todo y se montó sobre mi polla metiéndosela
 bien adentro. Su calidez me estremeció, levanté la blusa
 y atraje sus tetas hacia mí. Notaba que mi polla no estaba
 dura del todo, pero ella sabía como sacarle partido y como
 hacerme disfrutar. Desde fuera sólo se la veía a ella,
 inclinada sobre algo, ella veía a través de los cristales.
 Entre jadeos me iba comunicando el movimiento del parking, le excitaba
 la situación, pero yo no podía corresponderle de la
 forma que ella requería. A los dos nos costaba conseguir el
 orgasmo, no se como metí la mano en su bolso y saqué
 el consolador. Se lo coloqué a la entrada del culo y apreté
 buscando penetrarla con él. Sabía que era imposible,
 ya que algunas veces ella lo había intentado y sólo
 lograba hacerse daño. Pero a mi no me importaba el daño
 que pudiese sentir y ella, colaboraba apretando su culo contra el
 artefacto. Su dolor me excitaba y ella lo notaba porque mi polla se
 ponía dura dentro de su coño. Fueron unos movimientos
 rápidos que sirvieron para sacar mi polla de su coño,
 meter el consolador y lubricar el consolador con su propio jugo, de
 esa forma el consolador se abrió camino de forma más
 fácil, aunque no tanto como yo deseaba. M. se retorcía
 encima de mi tanto de placer como dolor. El aparato iba entrando.
 Cabrón,
 me vas a romper el culo.
 Lo
 dejo.
 No.
 No lo dejes hasta que te corras, siento como tu polla crece.
 Ella se movía, gritaba y gemía. Era admirable que a
 pesar de hacer el papel de sumisa, M. fuese capaz de controlar la
 situación de esa forma para satisfacer a su dueño, para
 irse llena. De vez en cuando, me sujetaba la mano, oponiendo una cierta
 resistencia pero eso me excitaba más y yo empujaba más
 fuerte. Enseguida comprendió el juego, era una auténtica
 violación consentida. De pronto, el consolador se introdujo
 mucho, de golpe, como si hubiese vencido toda resistencia. Ella gritó
 de dolor y pocos segundos después se corrió empalada
 en el coño por mi polla y con el culo en pompa y el consolador
 metido. No se quiso mover, siguió quejándose de dolor
 porque sabía que eso me gustaba, dio dos o tres movimientos
 certeros con su pubis y me susurró tres o cuatro insultos al
 tiempo que me pedía leche. Yo tuve un orgasmo muy intenso,
 ella lo aprovechó moviéndose despacio a cada sacudida
 que sentía. Noté que me salió mucha leche pero
 poco espesa. Saqué el consolador de su culo y se lo mostré.
 Estaba manchado de sangre. Ella lo guardó en su bolso y nos
 compusimos para salir de allí como si nada hubiera pasado.
 Ya
 todo fueron prisas por coger el avión. Sentía que se
 fuera, aunque era una sensación contradictoria. Con M. no había
 más que sexo y no se podía estar follando siempre. Nos
 dimos un beso esperando una nueva sesión de Webcam, porque
 de momento eso sería todo lo que tendríamos.
 Me
 voy como una puta, sucia de ti. Noto como me cae tu semen por los
 muslos.
 Cuídate.
 Creo
 que los dos sentíamos lo mismo, nada de cariño, nada
 de nada. Despareció como había llegado, sin darme cuenta,
 sin esperarlo.
 P.
 S.
 Cuando
 llegó a su destino, M. me mandó el siguiente mail, que
 transcribo íntegramente:
 Hola
 cielo: Nada más llegar a casa me he conectado para ver si estabas.
 Sólo decirte que he estado en el avión tocándome,
 aunque no me he corrido pero estar recordando estos días me
 calentaba y no podía evitarlo. Ahora me voy a duchar porque
 todavía tengo tu leche pegada en mis muslos y si no apareces
 me meteré en la cama. y ya sabes. pensaré en ti
 cuando me corra, cabrón.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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