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Apenas y hemos podido hablar en estos últimos días, nuestros trabajos nos han tenido tan ocupados a veces que hasta perdemos la noción del tiempo que hace que no nos vemos o estamos juntos. No es algo que me preocupe demasiado porque sé que los momentos en los que lo estamos, los aprovechamos segundo a segundo y esos días que pasan sin sentirnos hacen que, el día que nos reencontramos, sea más intenso.
Como si fuera una quinceañera, llevo toda la mañana nerviosa, con ese mariposeo en el estómago que me produce la sensación de saber que esta noche voy a verle, que vamos a cenar juntos y a derrochar besos y arrumacos.
He tenido una reunión esta tarde y juro que ni un solo momento he podido prestar atención a cuanto se decía en ella. Me he sorprendido varias veces pensando en él, en sus ojos y en su sonrisa que ya extraño. En sus caricias y en sus mimos que ya anhelo.
Después de la reunión que ha terminado más tarde de lo que esperaba, cojo el coche y me dirigo a su casa. Son casi las diez de la noche, de una noche en la que aún hace calor, pero según me aproximo a su casa, la brisa del mar va mostrándose y refrescando el ambiente. Pongo música en la radio, una selección de baladas que tengo en un cd que siempre llevo en el coche. La música y el canturrear me relaja y poco a poco me despoja de esta sensación de estres acumulado que pesa sobre mi cuerpo tras una dura jornada.
Llego a su casa, llamo al timbre y me reciben su sonrisa y el negro de sus ojos que me envuelve con solo mirarlos. Me besa y abraza con cariño, aprentándome contra él fuertemente, haciéndome estremecer el sentir su olor recien duchado y afeitado, ese olor a él que me embriaga y envuelve de sensualidad cada uno de los rincones de su casa. Ese olor que permanece horas en mí, entre las sábanas de mi cama, impregnado en mi almohada, a la que me aferro cuando no está y que me recuerda su presencia. Se ha puesto esos vaqueros que tanto me gustan, que le hacen ese culo tan lindo y una camisa blanca que ha dejado por fuera del pantalón, casi abrochada del todo y con las mangas remangadas. Está muy moreno del sol y su pelo corto y rizado aún brilla de la humedad de la ducha.
Tras un largo día en el que ni siquiera he podido ir a casa a comer, tengo la necesidad de darme un baño y mientras le dejo en la cocina, terminando de preparar la cena, me meto en la bañera y me abandono bajo el chorro de agua tibia que cae acariciando mi piel. Mientras termino de secarme y de ponerme la crema hidratante, le oigo trastear en el salón. Me pongo unas gotas de mi perfume solo en el canal de mis pechos y junto a mi ombligo. Me visto con un dos piezas interior de algodón blanco, de esos sin costuras, cómodo y una blusa fina, de color rosa pálido, de mangas largas y dejo sin abrochar los puños y algunos botones del escote. Salgo descalza del baño y me dirijo al salón.
Ha apagado las luces, ha puesto música y ha encendido velas de olor, de esas que tanto me gustan, llenando la sala de ese aroma tan especial que produce la combinación perfecta del azahar y el sándalo. Las ha repartido por el salón, dispuestas para alumbrar solo lo necesario, sin que desde la calle, nadie pueda vernos y ha dejado las puertas del balcón abiertas para que la brisa del mar llene la estancia. Ha retirado los sillones y colocado unos cojines en el suelo junto a una mesa baja de forja y de cristal sobre la que ha colocado la cena. Nada sofisticado, una selección de patés, una de quesos, algo de pan y fruta, fresas, cerezas, melocotones, uvas y una botella de cava muy frio que ha empezado a descorchar mientras entro en el salón.
La disposición de la mesa, el ambiente de la estancia y el cariño con el que ha preparado todo me resulta tan agradable que no puedo evitar sonreirle y en una muestra de agradecimiento, acercarme a él, abrazarle y darle un beso rozando levemente sus labios.
Me toma de las manos y descalzándose nos sentamos en los cojines. Sirve el cava frio en unas copas de cristal y nos disponemos a cenar. Ha empezado a refrescar, las cortinas del balcón se mueven con la brisa que hace temblar la llama de las velas y esparcir el olor de las mismas por todo el salón.
Comentamos como ha trancurrido el día, mi reunión, las suyas y mientras lo hacemos, nuestras miradas se vuelven sensuales, buscamos la mínima ocasión para rozar nuestras manos y entrelazar los dedos. Mirándome insinuante y en uno de esos momentos, aproxima una de mis manos a su boca y la besa con mimo. Me agarra por el cuello con suavidad, aproximándose a mí deleitándome con la oscuridad de sus ojos, despacio, entreabriendo su boca y al oido me susurra lo que me ha echado de menos estos días. Exhalándome su aliento, que siento caliente en mi cuello, me aprieta contra él y no puedo evitar dibujar sus labios con mi lengua, los acaricio despacio y sensualmente, como sé que a él el gusta....mmmmmmm.... y se estremece.
Ha abandonado mi cuello y se ha aferrado a mis pechos que masajea por encima de la blusa, aprentándolos y casi sacándolos por el escote que han dejado esos botones que no abroché. Apoya su cara en el canal de mis senos y puedo sentir la suavidad de su rostro afeitado para la ocasión.
Poco a poco y con la única indicación de su propio cuerpo va tumbándome en los cojines y dejándose caer sobre mí, metido entre mis piernas, recorre mi cuello con su nariz, mientras me acaricia los muslos con sus manos delicadas y sedosas.
Se separa un poco para desabrochar su camisa y soy yo la que en ese momento se ircorpora y le pide que me deje hacerlo a mí. Se deja caer de nuevo, no del todo, apoyando sus manos en el suelo, pero eso sí, permaneciendo muy cerca de mí, permitiéndome desabrochar los botones de su camisa uno a uno, mientras le aprieto entre mis piernas que he entrelazado por detrás de su espalda, a la altura de su culo y mis pies, juguetones, recorren el sendero de sus piernas hasta sus tobillos.
Cada botón que quito deja al descubieto parte de su pecho que voy besando y rozando con la yema de mis dedos. Eso le produce placer y noto como los músculos de su vientre y su pecho se encogen cuando con la punta de mi lengua rozo casi en un sin querer los pezones de sus tetillas que se muestran excitados. Los atrapo con cuidado entre mis dientes y les doy golpecitos con la punta de mi lengua. Bajo la camisa acaricio su espalda con mis manos, mientras recorro a besos su cuello hasta el centro de su pecho, bajando hasta su ombligo. Termino de quitarle la blusa dejando ya todo su torso al descubierto y desnudo.
Bajo los pantalones puedo notar como ha empezado a excitarse y me pide que desabroche un par de botones de su bragueta para aliviarle de esa presión que siente en su sexo hinchado. Lo hago con mimo, pero aún sin tocarlo, eso sí, apretándole las nalgas al sentir como sobre la camisa ha empezado a mordisquear mis senos que se muestran duros.
Despacio y con sus manos agradables, va desabrochándome la blusa y mientras lo hace, puedo sentir como llevada por la excitación mi vientre empieza a temblar y mi piel se eriza, endureciendo mis pezones que se señalan en el algodón de mi ropa interior. Los agarra con mimo, los pellizca y los muerde entre sus dientes. Con tanta excitación, la dureza de su lengua recorriéndolos casi me produce dolor. Todo eso me lleva a apretarle más entre mis piernas y a acercarlo hacia mí, para sentir la erección de su verga dentro del vaquero sobre la tela de mis bragas que se han empezado a mojar con la humedad desprendida por mi sexo.
Con un solo movimiento me ha echo rodar entre los cojines y ahora es él el que apoya su espalda en ellos y me sube sobre él. Termina de quitarme la blusa y la parte de arriba de mi ropa interior que ha desabrochado y retirado acariciándome y besándome los brazos.
Mientras jugueteo con mi lengua en su tripa y en su ombligo le gusta acariciar mis piernas y mis rodillas y lo hace entremezclando las caricias en mis muslos con las que propaga a mis caderas, a mi vientre y a mis nalgas que sigue apretando y pellizcando.
Las caricias que hasta ahora nos hemos regalado han ido acelerando nuestros pulsos y la respiración de nuestros pechos se ha ido convirtiendo en gemidos que emitimos casi al unísono.
Desesperadamente y llevados por tanta excitación me pide que termine de desabrochar su bragueta y quitarle los pantalones mientras con sus manos, alocadamente me despoja de mis bragas que retira extendiendo caricias por todo mi sexo y jugueteando con el vello de mi pubis mientras rebusca mi clítoris que surge soberbio entre la humedad de mi vagina.
Retiro sus pantalones y puedo ver su falo que derrocha vida, aparece erecto, llamándome y emplazándome a besarlo y a meterlo en mi boca rozándolo con mis labios, lamiéndolo con mi lengua y subcionándolo hasta producir en él un placer sublime que hace que su cuerpo se encoja y se tensen sus abdominales. Su corazón se acelera y respira jadeante mientras agarrándome por la cintura me sube en su sexo que penetra en el mío abierto como una flor, deseoso, empapado de mis flujos, palpitante, hinchado y rebosante. Entra de una sola embestida, deslizándose entre la humedad y siento la plenitud de su falo en mi interior, como entra y sale al balancear mis caderas con un ligero vaiven.
Sus besos se han convertido en mordiscos desesperados en mi cuello, en mis hombros y mis caricias en arañazos sobre su espalda. Nos apretamos, nos mordemos, nos lamemos como animalillos salvajes llevados por el placer que el encuentro de nuestros cuerpos ha vuelto a producir en nosotros. Me penetra una y otra vez, con brio, con mucha fuerza. Siento los espasmos de mi vagina que aprietan su verga que me atraviesa y no puedo evitar gemir y gemir hasta terminar gritando mientras un orgasmo intenso me recorre todo el cuerpo y siento como su sexo estalla dentro de mí, como el calor de su semen me baña, inundando la profundidad de mi vagina, llegando al orgasmo él también, temblando y tensando sus músculos.
Sin querer que me mueva y sintiendo aún las últimas sacudidas de su pene dentro de mí, rodamos entre los cojines y piniéndose encima mía me abraza fuerte y me besa dulcemente en los labios. Puedo ver sus pupilas aún dilatadas por el placer, sentir sus labios hinchados y ardientes en los míos y como nuestros cuerpos van relajándose intentando controlar la respiración y llevar a nuestros corazones lejos del ritmo cardiaco al que los hemos sometido.
Tras momentos así, ya no recuerdo el cansancio del día, ya no me importan las horas que he estado reunida... Todo eso se vé compensado por su sonrisa y por los besos y arrumacos que sé que me esperan cuando tras una breve pausa, con un solo gesto, me emplace para un nuevo asalto, quien sabe si sobre los cojines nuevamente, si en la ducha, sobre las sábanas de su cama..... mmmmmmm ... Solo pensarlo me excita nuevamente y me provoca volver a buscarlo...........
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