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La “Casa de las Chivas” era una edificación rural aislada en medio del campo, a escaso kilómetro y medio del núcleo urbano más próximo, un conjunto de casas a caballo entre aldea grande y pueblo pequeño, en la provincia de Lérida, comarca de Gandesa. El cuerpo principal, una entre casa y nave, larga, con tejado a dos aguas, dos puertas y dos ventanas al exterior, por una cara, la principal, y otras tres ventanas, con una puerta hacia el centro, desplazando hacia un lado dos de las ventanas, en la cara opuesta. A un extremo, por la izquierda, mirando por la cara principal, una especie de dependencia anexa, sin solución de continuidad con la casa, esto es, aneja, formando un todo con la casa, cuyo tejado, también a dos aguas, descendía en ángulo entre abierto y cerrado. Cercano a este local anexo, a no más de veinte, veinticinco metros, una como torre, cuya planta baja, en tiempos mejores, fue granero atiborrado de trigo, en tanto la planta alta, merced a los aires de la no tan lejana sierra de Pandols, lugar excelente para curar el buen jamón serrano que la anual matanza del par de cerdos proporcionaba, avituallando de carne, para todo el año, a los moradores de la casa…
El porqué del nombre vaya usted a saber de dónde o de qué procedería, pero la cosa era que a las mujeres que habitaban aquella casa las llamaron, desde inmemorial tiempo, las “chivas” o las “hijas de la chiva”… A la sazón, mediados de Septiembre de 1938, la casa la habitaban dos mujeres, la Paca, veintiséis-veintisiete años más o menos, y la Trini, con escasos dieciocho, por recién cumplidos; notorio era en todo aquél contorno que las “chivas”, desde siempre, habían sido hembras de sangre, más que caliente, tórrida… Vamos, que se pirriaban por unos pantalones “bien puestos”…”bien calzados”… Y las actuales “chivas” no eran, precisamente, excepción a la ancestral generalidad de sus antepasadas, en especial la Paca, aunque la Trini, tan jovencita ella, ya despuntaba en que tampoco dejaría en mal lugar la ancestral y familiar característica…
En fin, que si las “chivas” nunca habían resultado muy bienquistas para sus congéneres pueblerinos, la Paca era especialmente odiada por sus vecinas del pueblo, ya que no eran tantos los maridos que, alguna vez, no disfrutaran de sus femeninos encantos… Y máxime con los tiempos que por entonces corrían, de excelsas penurias, más de “cosas” que poderse llevar uno a la boca sin estar adulteradas, pan de salvado, por ejemplo, duro y más negro que la conciencia de Satanás, como sucedáneo al de puro trigo candeal, blandito cual teta de novicia, aunque tenga una semana, con tan solo quitarle la fina capa externa, y más blanco que la conciencia de un Arcángel… En fin, que un tío le enseñaba una hogaza a la Paca, y al instante las bragas se le caían hasta los tobillos y las faldas se levaban hasta la cintura, loca por apoderarse de tal exquisitez costara lo que costase
Y es que el buen padre de las dos “chivas”, hombre de campo, labrador de toda la vida, de rancia y ancestral estirpe de labriegos minifundistas propietarios de exiguos fundos o predios, tranquilo, cachazudo, solía andar como alma en pena por sus cuatro palmos de tierra, arrodillándose acá y allá, hundiendo sus manos en la reseca tierra, mientras decía
Porque milagro era aquella matilla de pimientos… El viento, y nunca mejor dicho lo de milagrosamente, un buen día trajo las esporas de semillas que, casualmente, cayeron en el campo de la “Casa de las Chivas” y allí agarró y fructificó… ¡Los Desastres de la Guerra que Goya pintara, reproducidos ciento treinta años después!...
El pueblo quedaba a seis u ocho kilómetros de la primera línea del frente donde combatía el republicano Ejército del Ebro, ya enteramente a la defensiva, peleando palmo a palmo en los alrededores de Gandesa, sierras de Caballs y Pandols, verdaderas fortalezas naturales reforzadas por los frenéticos trabajos de atrincheramiento hechos por los ingenieros del Ejército Popular, con lo que a la población se la había evacuado, aunque quedaban los irreductibles; los que se aferraban a su casa como lapas a rocas, ocho, diez, puede que hasta doce, decenas de personas, frente a las mil seiscientas-mil ochocientas habituales, con lo que allí no había nada de nada, con los campos yermos, agostados por la guerra, máxime tras cerca de dos meses de intensos e inacabables combates, y la vida económica y comercial agotada, con los comercios cerrados, sin panaderías, herrerías y demás, por mor de la evacuación, con lo que para la diaria supervivencia aquellas gentes dependían, más que nada, de lo que la Intendencia militar republicana podía suministrarles, que, francamente, era más nada que poco, lo que no impedía que cada mañana colas de mujeres, con algún que otro hombre también, esperaran a que llegaran los camiones del Ejército que, muy de vez en cuando, traían alguna que otra provisión para aquella pobre gente, más hambrienta que otra cosa
Pero lo que más abundaba en el pueblo eran soldados; allí se había instalado el Cuartel General de una Brigada Mixta, es decir, integrada sola y exclusivamente por españoles, sin los extranjeros que solían integrar las Brigadas Internacionales, aunque en éstas los españoles eran cada vez más, alistados forzosos a tales unidades; en fin, que las unidades de Cuerpos y Servicios, hospital de campaña, puesto de transmisiones, tren de transporte con vehículos, camiones y autos, se alojaban en casas del pueblo, pero también un grupo de cinco o seis hombres, del escalón de transportes, fue a la “Casa de las Chivas” como “huéspedes” forzosos, pues a ver quién dice “mus” a la autoridad militar en la inmediata retaguardia del frente de combate… De la primera línea de fuego…
Estos hombres pasaban el día en sus obligaciones militares, con lo que a la casa hasta ya más la noche que la tarde no solían llegar; aunque la noche de aquellos años no era la de hoy día, sino que tenía plena vigencia lo que el autor, en su niñez, solía escuchar: “A las diez, en la cama estés; y a las nueve, a poder ser”, con lo que la hora de cenar eran más las ocho y media que las nueve, y a las diez, diez y media, a la cama, que mañana hay que madrugar…
A Paca que su padre y, más que su padre, su hermana, estuvieran todavía por ahí zascandileando cuando los hombres llegaban, le gustaba menos que al Diablo la Cruz, con lo que a las ocho y no tanto, los mandaba a los dos al “cine de las sábanas blancas”, “u sédase”, a dormir como los angelitos, aunque la Trini le salía respondona a su hermana con lo de que
La Paca entonces le levantaba la mano a su hermana pequeña y ésta le plantaba cara, poniéndose en jarras, que menuda era la “niña” para callarse, y el padre tenía que mediar para que las hermanas no acabaran rodando por el suelo, tirándose de los pelos, que es como, por aquellos entonces al menos, se peleaban las mujeres… Pero sucedía que lo que decía la Trini sobre la nocturna música y el bailoteo era, podría decirse, verdad evangélica.
Con ellos, los hombres llevaron a la casa un gramófono y cada noche, tan pronto acababan de cenar, ese gramófono empezaba a sonar, desgranando música; pasodobles, tangos, boleros, etc, etc… Y la gente bailaba; por turno, los tíos sacaban a bailar a la Paca, única mujer entre tanto hombre, pero también ellos se ponían a bailar entre sí… La cosa era divertirse… Olvidar por unos momentos la terrible realidad de la guerra… Había uno, “Sopla” le decían, porque esa interjección no se le caía de la boca ni queriendo, que era una especie de cachondo mental, de manera que cuando, al bailar con otro tío, le tocaba dejarse llevar, como pasa con las tías, se ponía un pañuelito por la cabeza y con el mandil o delantal de la Paca, simulaba una falda y se ponía a hacer monerías imitando las poses de una chica bailando… Y había que verle, pues se gastaba una barba que ya, ya… Eso sí sucia y descuidada, pero negra y poblada, también. Y como no podía ser de otra manera, a la Paca, el tío al que le tocaba bailar con ella, empeñadísimo en “meterle mano” en la forma más deshonesta posible, que unas veces el agraciado lograba, pero otras no… Y tampoco era tan raro que, alguna que otra noche, uno más que agraciado de entre toda aquella suerte de canes en permanente celo compartiera cama con aquella mujer que, a ver, era para todos ellos la personificación de la femenina beldad pues, a más, a más, era la única que tenían al alcance
Así iban las cosas cuando un día, o una noche, pues fue cuando ya estaban a la mesa, cenando, se presentó un nuevo tío con credenciales que informaban que el coronel jefe de la brigada, a cuyo personal servicio estaba como chofer, le señalaba alojamiento en esa casa; los pupilos de las “Chivas”, lo recibieron de uñas: Y no era para menos, porque por entonces en la casa, se andaba “como piojos en costura”; es decir, no ya con el cartelito de “Completo” en la puerta, sino con el de “Abarrotado”. Y es que allí y entonces, estando todos, para poder mover un pie había que pedir antes permiso al otro… Pero como el mando es el mando y mejor no andarse con “virguerías” al respecto, pues ya se sabe lo suyos que son los que mandan, y cómo se ponen cuando se les toca las narices, el novato acabó por ser, si no “Bienvenido”, tolerado al menos…
Aquí convendría decir que entre los “pupilos” de la “Casa de las Chivas” había un tal Mariano… Sargento él, para más INRI de sufridores, y con un alma entreverada entre Inquisidor Torquemada y Comisario Político más que estalinista, empeñado en ver “curas emboscados”, quintacolumnistas de Franco, en todo desconocido, y el novato no fue excepción, con lo que el pobre hombre comenzó su estancia en su nuevo destino con una inquina de su jefe inmediato hacia él más irracional que otra cosa.
Y como tampoco podía ser de otra forma, cuando la “basca” acabó de cenar se impuso lo de la música y, ¡ala!, todos a bailar. La Trini, recluida como cada noche en su habitación, sin pizca de ganas de dormir, pero más que muchas de que le “arrimaran la cebolleta”, “manque” sólo fuera falda mediante, se arregló el vestido de manera que, desabrochando botones y replegando hacia dentro la tela de la pechera, pudiera lucir un escote la mar de goloso… Y, de tal guisa, se plantó en la cocina-comedor dispuesta a sumarse al bailoteo, disputando a su hermana su estelar papel entre los tíos que ocupaban la casa
Paca, tan pronto vió cómo su hermanita pequeña asomaba la “gaita” luciendo escote a tuti plen, de pocas no se sube por las paredes o agarra a su “fraterna” por los pelos y se la arrastra a modo y manera por todo el suelo de la estancia, sin perdonar baldosa en el “arrastre”, pero el Mariano, que entonces bailaba con ella, se quedó obnubilado ante la belleza y juventud de la rapaza, que de pocas no se le cae la baba al “miralla”
La Paca se le echó encima a la Trini, brazo y mano enarbolados y prestos a descargarse sobre la linda carita de su “fraternilla”, a lo que la doncella respondió diciendo
Y al Mariano, que segundos antes pugnaba por meterle mano a la Paca…bueno, mano y algo más, le faltó tiempo para lanzarse sobre la joven cual lobo hambriento…
El Mariano intentó enlazar a la Trini por la cintura, pero la Paca lo apartó de su hermana de un empujón, diciendo
El novato, Joan, o Juan, Santacana como había dicho llamarse, la miraba sonriente, pero con una sonrisa en la que había mucha hilaridad y no poca ternura ante su juventud, pero nada en absoluto de erotismo… Bastante menos de sexualidad, en contra de lo único que en los ojos del Mariano se podía apreciar desde que vio a la joven que casi más era chiquilla que otra cosa. Trini, desentendiéndose de su hermana y del Mariano, se dirigió, sonriendo seductoramente, a Juan
Juan la enlazó por la cintura y se puso a bailar con ella… En la habitación había vuelto a estar todo normal, con el Mariano y la Paca bailando así como el “Sopla”, con el pañolón a la cabeza y un mantel por la cintura a modo de falda, bailando con el Guzmán, remedando el primero los remilgos de una damisela requebrada por un admirador y el Guzmán en plan de “galán conquistador”… Juan bailaba con Trini mientras le decía
A Trini ese comentario no le hozo gracia alguna
Quiso separarse de Juan, pero éste la mantuvo junto a él, imponiéndose a la, no tan firme, voluntad de la joven
Trini, primero, le miró desafiante, luego, poco a poco, más y más seductoramente…
Al día siguiente estaban Paca y Trini en la cocina-comedor; la primera planchando, con una de esas más que antiguas planchas de mano, de hierro fundido, macizo, que se calentaban poniéndolas al fuego, y Trini ojeando un libro. Aquí es conveniente hacer un inciso para decir que Juan se presentó en su nuevo destino con una maleta de esas también más que antiguas, de madera, que pesaban como un muerto. Llevado de su paranoia persecutoria que le hacía ver a un cura emboscado en cada persona desconocida, Mariano había hecho abrir tal maleta al novato, buscando pruebas de su supuesta condición sacerdotal, y la sorpresa que se llevó al comprobar que esa maleta, que pesaba como dos o tres muertos, lo único que contenía eran libros, pero como aquél que dice, a granel, con lo que le soltó
Y sí; uno de esos libros de Juan era lo que Trini entonces ojeaba
Trini dejó de prestar atención al libro para, cerrándolo y poniéndolo bajo un brazo, acercarse a su hermana
Paca miró a su hermana, preocupada
Paca cruzó la cara de su hermana de un guantazo y ésta, sin intentar siquiera devolvérselo, le espetó, con los ojos y el semblante llameantes
Y, pegando un portazo a su espalda, la muchacha se marchó de la habitación en tanto Paca casi lloraba
Y lazó al suelo, con toda su alma, la plancha, que hizo trizar uno de los ladrillos del mismo…
Algo después, hacia las once y pico-doce de la mañana, en la plaza del pueblo, donde fuera por ver si percanzaba algo de lo que, casi que cada día, el Ejército republicano llevaba al lugar… Allí encontró a Juan, en la plaza, sentado junto a la fuente y pilón
Paca se sentó junto a Juan
Paca volvió, boca abajo, el capacho de cáñamo que llevaba en la mano
Y Juan sacó de su morral un paquete; lo abrió y aparecieron latas de conserva, embutido, algo más de media barra de chorizo con una pinta de ser de cerdo puro que tiraba de espaldas… Y un paquete de cigarrillos, que a Paca le encantaban, amén de una bolsa de tabaco picado, el que el padre de la chica gastaba
Los dos rieron alborozados, mientras Paca guardaba en el cesto todo aquél tesoro de Alí Babá… Luego se puso seria
Paca le miró entre divertida e intrigada
Ahora quien rió, y con ganas, fue Juan
Paca, de golpe y porrazo, se sintió insegura…intranquila, bajo aquella mirada penetrante, honda, de aquél hombre… Cálida, clara, límpida, tierna y dulce… Y, bajo aquella mirada, una sensación muy, pero que muy extraña, hasta entonces para ella desconocida, le recorrió el cuerpo… Una sensación de íntimo bienestar… De interno pero suave, agradable, calor, que la desconcertaba pero también la enervaba en anhelos desconocidos que no se sabía explicar. Y Paca, que nunca había vuelto la cara ante ningún hombre; que había dejado a más de uno y más de dos con un palmo de narices en sus ardores de macho en celo, pero que también a bastantes más de uno, bastantes más de dos, había metido, metía, en su cama muy a sus anchas, ante este otro hombre, Juan, se batió en vergonzosa huida, que no retirada, trémula, temblándole todo el cuerpo como una hoja… Sofocada por esa especie de devastador incendio que devoraba todo su cuerpo en incandescentes llamaradas
A toda prisa, más corriendo que a buen paso, regresó a casa, diciéndose que tenía que poner en orden sus ideas… Ese nuevo y extrañísimo sentimiento que, sin comerlo ni beberlo, había emergido, arrollador, en todo su ser… De una cosa sí que era consciente: Que ardía en desesperados anhelos por tener a Juan entre sus brazos… Desnudos los dos, en la cama, amándose hasta perecer en los brazos de Eros… De Venus… Pero… ¿Y su hermana?... ¿Y Trini…la pobre Trini? En sus oídos, más que en su cerebro, retumbaban sus palabras como demoledores cañonazos: “Lo que te pasa es que estás celosa… A ti te miró, pero conmigo bailó”… ¿Podía hacerle eso?...
Trini, empeñada en “ligarse” a Juan, se las ingenió para encontrar el sitio donde el hombre se retiraba, cuando el deber se lo permitía, a descansar, leyendo… ¡Siempre leyendo!... ¡Qué manía, hombre, qué manía! Este era un lugar que más tenía de paradisíaco que de otra cosa… Junto al río, rodeado de vegetación; juncos, frondas, árboles, yerba… Le había localizado por fin una tarde, hacia las seis, siete… Tan pronto le vio, echó a correr hacia él…
La verdad es que la Trini estaba hermosa por demás… Con su blusita color rosa, generosamente abierta en pronunciado escote, su falda casi escocesa, a cuadros oscuros, su carita de ángel orlada en el oro del cabello, partido en dos trenzas que caían, luengas, sobre el pecho hasta más debajo de éstos; trenzas que daban a su rostro un aura más que aniñada… Sí, la Trini, en todo su esplendor de mujer precoz con aire de niña estaba más que deseable
Llegó al lado de Juan, parándose frente a él, que ni tan siquiera fue consciente de su presencia hasta que la muchacha habló
Juan cerró el libro, manteniendo la señal de lectura con el dedo metido entre las páginas
Trini se sentó junto a Juan y se inclinó sobre la portada del libro, leyendo el título
La Trini se echó a reír a carcajadas
Trini, melosa, insinuante, se había ido acercando a Juan hasta ofrecerle sus labios… Hasta, incluso, intentar besarle en la boca, pero Juan le apartó el rostro, frustrando así el beso de la muchacha… De inmediato, aunque sin moverse de donde estaba, se desentendió de ella, intentando volver su atención a la lectura
Una gritería rompió aquello… Algo más allá, en el río, un grupo de entre chicas y mujeres se bañaba en cueritates vivos… Tal y como sus mamás las pusieron en este mundo… Sólo que más creciditas…hasta bastante más creciditas… Frente a ellas, en la orilla, un grupo de soldados jaleando a las “bañistas”, vitoreándolas y dedicándoles procacidades a cuál más soez… Trini se rió a la vista de aquello
Juan la miró reprobador… Incisivo
Juan se levantó
Trini se levantó también para tomar a Juan por un brazo; le cogió por sorpresa y unió sus labios a los de él… Un segundo fue; un solo segundo pues, al momento, Juan la apartó de sí mismo, suave pero firme, contundente… Le dio la espalda y se alejó del lugar
Los días fueron pasando y, poco a poco, el ambiente se hacía más y más ominoso, detectado en un de día en día incrementado trasiego de camiones cargados de tropas y pertrechos, lo que a los “guripas” de movilidad a golpe de calcetín les empezó a oler a chamusquina de la buena; vamos, que en nada iban a verse de hoz y coz en medio de un buen “fregao” era algo que ya a nadie le cabía duda… Y ese sentir la cercanía de los bombardeos, de los combates encarnizados con sus asaltos a la bayoneta en los que la vida humana cuesta menos de una higa, helaba la sangre en las venas, con lo que la gente buscaba cálido alivio en la actividad sexual, esencial válvula de escape a tan horripilante tensión nerviosa, válvula a la que non era ajena la Trini, más y más empecinada en su desgarrado enamoramiento de Juan
Intentaba darle celos con el Mariano, pues la poca gracia que a éste le hacía que la chica anduviera a la rueda con el sargento ella lo interpretaba en celos de macho dominante… Sólo que, tan pronto Paca se coscaba de las idas y venidas entre su hermana y el mal bicho del jefe del pelotón que se asentaba en su casa, se echaba encima de ambos en plan tigresa de bengala más que enfurecida. El mariano intentaba quitar hierro al asunto diciendo a la “tigresa”
A lo que Paca respondía
Y al momento el Mariano sentía una sensación de lo más desagradable… Como si algo helado y cortante cual navaja barbera le “acariciara” lo más noble de sus masculinas “bajuras”… Y es que a la Paca mejor no tentarla porque se gastaba unos “cataplines” que harían morir de envidia al tío más bragao… Al más macho entre los más machos de pelo en pecho
Pero, en definitiva, el claro objeto de deseo de Trini era Juan, y lo demás gilipolleces de lo más gilipollas que darse pueda… Así, no perdía comba para acecharle, cercarle… Pero Juan se defendía como gato panza arriba de sus acechanzas… De sus intentos de seducción. Trini, tan pronto se le presentaba la ocasión, intentaba arrinconarle contra la pared, aunque su especialidad era asaltarle nada más le tenía cerca de un rincón… Allí le era mucho más difícil a Juan escapársele… Le tendía loas brazos al cuello, se le pegaba como lapa a la roca, buscando que su feminidad se restregara contra la masculinidad de él, susurrándole al oído
Pero Juan, terne que terne en rechazarla… Suavemente, hasta con mimo podría decirse pero, al tiempo, firme como roca
Pero si Juan se mostraba terne que terne en rechazarla, tanto más empeñada estaba ella en todo lo contrario... Hasta que una noche Trini se decidió a jugarse el todo por el todo: Si Mahoma no iba a la montaña, ésta iría a Mahoma… Se perfumó y repintó los labios con perfume y barra de labios de oscura procedencia: Permitirle al señor Pepe, el de la tienda de un poco de todo y un mucho de nada, chuparle las tetas y tocarle la “cosa” por encima de la braga… Esperó hasta estar más o menos segura de que todos dormían, en especial su hermana Paca y, cubierta sólo por la fina combinación, sin nada más debajo, salió de su cuarto yendo en busca del de Juan
Él dormía en calzoncillos, sobre la cama, sin sábana que valiera encima; Trini se sentó en la cama, junto a él, acariciándole un momento el rostro, el pecho cubierto de vello… Luego llevó sus labios a ese pecho y le besó; le besó con pasión, frenética… Juan abrió los ojos, somnoliento… Pero enseguida se hozo la luz en su cerebro
Trini se separó un tanto los tirantes de la enagua, lo suficiente para mostrar a medias los senos y, tremendamente sensual, se tendió en la cama, boca arriba, manoseándose los pechos en pose más que erótica
Juan se inclinó sobre ella, tratando de levantarla, pero ella lo atrapó entre sus brazos y, dejándose caer sobre la cama, lo arrastró consigo… Le besó con infinita pasión, logrando abrirle la boca, logrando meter en ella su lengua… Por un instante, Juan se dejó llevar, correspondiendo al beso de ella… Pero enseguida rectificó… Se separó de ella poniéndose en pie… Trini siguió en la cama y Juan empezó a ponerse la camisa
Trini se levantó de la cama, donde había quedado sentada y se fue acercando, pasito a pasito, a Juan
Juan volvió a intentar agarrarla por el brazo para echarla fuera, pero, de nuevo, Trini se le abrazó, intentando besarle otra vez, mientras decía
Juan, una vez más se deshizo de ella, apartándola de sí
Trini se empezó a rasgar la enagua y se precipitó hacia la puerta gritando
Trini salió al pasillo donde daban todas las habitaciones de la casa
De las habitaciones salieron dos hombres, dos soldados y el señor Paco, el padre de la muchacha… Juan, anonadado, había salido detrás de Trini
El señor Paco abrazó a su hija y ella, gimoteando, con “lágrimas de cocodrilo”, se acurrucó en el protector pecho paterno… Y el padre, el señor Paco, ardía de cólera en absoluto reprimida
Pero el señor Paco no atendía a razones… Y el pasillo se llenaba de gente… Acudieron, a los gritos, el “Sopla”, el “nene”, el Guzmán… Y Mariano, calzándose la camisa, con si sonrisa de hiena… Se relamía ante la casi seguridad de hacérselas pasar amargas a ese odiado Juan, tan remilgado, tan “señorito”
Por fin apareció Paca. Descalza, con una bata, todavía metiéndosela por los brazos, encima del camisón
El señor Paco, entre denuestos y maldiciones había ya emprendido el regreso a su habitación; y Trini, entonces, varió el “tercio”, presentando un rostro muy distinto al mantenido desde que salió de la habitación de Juan
Todos se fueron yendo a su habitación; Paca, su padre, Juan, los hombres que pernoctaban en la casa… Casi, casi que ya no quedaban más que Mariano y la Trini… Y el sargento se puso en plan “conquistador” con la muchacha
Y Trini, que ya no tenía por qué mentir para encelar a Juan, pues de sobras sabía que su pretendida aventura con él se había ido, irremisiblemente, al garete, mirando de arriba abajo, despectiva, a Mariano, le soltó
Desde aquella noche algo empezó a cambiar en las relaciones mantenidas dentro de la casa… O, mejor dicho, entre Paca y Juan… Desde luego que, en los días inmediatamente posteriores a la “marimorena” que la Trini armó al colarse en la habitación de Juan, las comidillas de la posible homosexualidad del hombre fueron pan nuestro de cada día durante unos cuántos de ellos, especie que la Trini bien que se encargó de hacer brotar y mantener, diciendo a los cuatro vientos que fue ella quien se metió en ese dormitorio, ofreciéndole todo cuanto una mujer podía ofrecer a un hombre, pero que él, a pesar de todo eso, como quién oye llover… Vamos, que ni un músculo se le “encabritó”, que ya es decir de “desencabritamiento”… Luego, dos y dos son cuatro… Pero como Juan se tomó la cosa con filosofía, los dimes y diretes se agotaron en pocos días por sí mismos, pues sin “cabreo” del aludido, la alusión ya no tiene gracia
Otra cosa fue lo de Juan con Paca… Tampoco puede decirse que entre ellos hubiera nada de tipo erótico… De tipo sexual… Era amistad… Pura y simple amistad… Pero también una amistad muy…muy particular… Una amistad, tan intensa, que alguna bis romántica también encerraba… Una bis tan tenue, tan escondida en el fondo del alma de ambos, que carecía por entero de visibilidad… Paca se las arregló para saber cuándo el coronel de la brigada dejaba un tanto en paz a Juan, no mucho más allá de media hora y no asiduamente, a eso de las doce-doce y media de la mañana, de manera que para tales momentos ella estaba en el pueblo y con lo que la traía, intentar proveerse de algo que poner en las perolas por la noche, atendido las más de las veces, con lo que, cuando Juan podía “escaquearse” esa poco más de media hora, los dos se juntaban, paseando por el pueblo, charlando… Mirándose…
En estas estaban cuando una mañana, ya a más que mediados de Octubre, a tres aviones “nacionales” o “fachistas”, a gusto del consumidor, se les ocurrió aparecer por el cielo del pueblo con tan mala uva que se liaron a soltar bomba tras bomba… No tantas, la verdad, pues los aparatos eran un Henschel Hs 123A y dos Breda Ba 65K14. El ataque no duró más allá de ocho o diez minutos y, aunque buscó al coronel jefe de la brigada, su estado mayor, sus equipos de transmisiones y sus camiones, las bombas, no tantas, doce o catorce de 50 kg., hicieron blanco en algunas casas amén de en el polvo alguna calle y de la plaza… En fin, que el cortejo de muertes también estuvo allí presente, representado en dos soldados y tres civiles defuncionados más otros doce o catorce heridos
Heridos y muertos fueron llevados al hospital de campaña, puestos los unos en camas, los otros sobre mesas… Y, como tantos otros soldados y vecinos del pueblo, también fueron allí Juan y Paca… Y a la mujer no s ele escapó el particular comportamiento de Juan ante los cinco cadáveres, por lo que cuando salieron de nuevo a la calle Paca dijo a su acompañante
Paca, de pronto, se calló y miró a su acompañante con los ojos muy; pero que muy abiertos
Paca calló; a qué seguir hablando… Y, entonces, sin comerlo ni beberlo, se encontró odiando a ese Juan que, ya para tales alturas de la “peli”, que estaba loca por él… Y por eso mismo, por amarle como le amaba, le odiaba… Pero se odiaba aún más… Mucho; muchísimo más, a sí misma. Dejó a Juan allí, con un palmo de narices, y se marchó a casa embalada… Como una moto…
Aquella noche, por vez primera desde aquél día en que pidiera a Juan que respetara a su hermana, Paca no durmió sola, sino que, para más INRI, metió en su cama al Mariano… Quiso darle en las narices a Juan, pues sabía la fobia que le tenía… Bueno, que los dos se tenían, que a tal efecto poco podían echarse en cara el uno al otro… Quiso vengarse de él… Pasarle factura por haberse entregado a Dios, lo que impedía que se le entregara a ella, pero resultó que fue por lana, pero, finalmente, la trasquilada resultó ser ella, ya que en toda su vida se había sentido tan sucia, tan vil, como cuando Mariano se vació por encima de ella, poniéndola perdida con su germen de vida… Llegó a vomitar del asco que sintió en tal momento y, por mucho que se restregaba en el barreño donde se bañó, ese nauseabundo olor a hombre que el Mariano dejara en su piel no se le iba ni a la de tres
Desde entonces, Paca evitaba a Juan un día sí y al otro, otra vez… Aquella amistad que entre ellos un día surgiera se fue al traste, pues si Paca evitaba a Juan, sin ocurrírsele siquiera darle los buenos días, las buenas noches, el muchacho no le iba a la zaga a la mujer, haciendo justamente lo mismo que ella a él: Huir de ella, como Satán de Dios, sin dignarse mirarla… Sin dirigirle la palabra ni equivocándose
Los días siguieron pasando, lentos, monótonos, calcado el uno del precedente… Desde el 30 de Octubre el pánico empieza a cundir entre los hombres del Ejército republicano que haraganean por el pueblo, ante las noticias que llegan de la cercana sierra de Caballs, diciendo que los “fascistas” han logrado ocupar sus alturas, desalojando las vanguardias del Ejército Popular de la República, pero es que al atardecer del 3 de Noviembre, cuando la “basca” se disponía a cenar en torno a la mesa de la cocina-comedor de las “Chivas”, entró el “pupilo” de la casa llamado “el Villalba”, vociferando a voz en grito
El maremágnum que se lió en la casa fue de verlo para poderlo contar, con cierto olorcillo, más bien nauseabundo, en los calzones de más de uno y más de dos de aquellos hombres… Para todos estuvo más claro que el agua que salir de allí lo antes posible sería lo más saludable, con lo que se determinó subirse todos a un único camión con el depósito bien lleno y cuantas latas de gasolina pudieran reunirse a base de “ordeñar” todos y cada uno de los demás vehículos entonces a su alcance… Pero hete aquí que, en tales momentos, el Juan tuvo algo que decir: Reclamar al “Sopla” que, con su moto, le llevara al pueblo, para ponerse a las órdenes del coronel jefe de la brigada, a lo que el interesado, el “Sopla” repuso
También Paca intervino, hablándole directamente, por vez primera, desde aquél día del bombardeo en el pueblo
Ahora fue el “Sopla” quién habló
Juan no quiso escuchar a Paca… Tampoco al “Sopla”; se subió al camión y partió hacia su destino… El mismo que a sus compañeros esperaba y con los que quiso compartirlo… Por el contrario, Paca, la Trini y su padre, el señor Paco se quedaron en la “Casa de las Chivas”… Los nacionales, o los “fachas”, como queramos o prefiramos llamarles, que lo mismo da que lo mismo tiene, entraron en el pueblo aquella misma noche, si bien que ya al alba… Y se presentaron en la “Casa de las Chivas”…
Paca había dicho que lo mismo los que entraran en el pueblo y en la casa eran legionarios… Hasta pudiera que “moros”… Y acertó de plano… Miembros de una bandera de La Legión, la Vª, y de un tabor de Regulares, el Vº de Alhucemas, fueron los efectivos nacionales que entraron en el pueblo…y en la casa… Cierto también que, como ella se temía, los moros quisieron “pasárselas por la piedra” tanto a ella como a la Trini y hacerle el cuello a su padre, el señor Paco, con aquello de “Rojillos, cortar cabeza” pero la sangre al río no llegó, pues hubo, en primerísimo lugar, un par de verdaderos “Caballeros Legionarios” que, arma en mano, defendieron la “honra” de las dos mujeres y la vida del civil, con lo que los tres habitantes de la casa, las dos mujeres y el hombre, por finales, salieron bien librados (“Caballeros Legionarios” es la denominación oficial de los hombres de La Legión, en tanto las mujeres alistadas en La Legión son “Damas Legionarias”. A los legionarios también se les llama, vulgarmente, “legías” por el color desvaído del uniforme, que parece “caqui” metido en legía)
1938 acabó y con 1939 la Guerra Civil Española llegaba, por fin, a su final… 1939, 40 y 41 fueron de “alivio” para los habitantes de la casa, ya sólo Paca y su padre, el señor Paco, pues la Trini se había largado con uno de aquellos “Caballeros Legionarios” que defendieron no sólo su “honor” y el de su hermana, sino la vida de su padre, del cual se prendó, pero ahora de verdad… Paca estaba convencida de que su hermana acabaría mal, yendo de tío en tío hasta acabar de prostituta a todo ruedo, pues del fulano tras del cual la Trini se fue ella, Paca, no se fiaba ni un pelo…
Pero resultó que se equivocó de medio a medio, para bien de su hermana, pues en 1940 los dos, el “fulano” y la hermana se presentaron en la “Casa de las Chivas” para pedirles al señor Paco y a ella misma, Paca, que fueran su padrino y madrina de boda, pues el muchacho, ya Emilio para el señor Paco y Paca, no tenía a nadie en este mundo, huérfano de padre y madre, sin hermanos ni perro que le quisiera más que a la Trini, a la que quería de verdad… En fin, que la pareja se casó en la más bien derruida iglesia parroquial del pueblo yéndose después a vivir a un pueblo valenciano, patria chica de él, donde, tras licenciarse de La Legión al acabar la guerra, se estableciera de electricista, ganándose bien el pan para él, su mujer… Y lo que con el tiempo viniera…
Pero, como antes se dice, las cosas para “los chivos”, desde 1939 y 1940, fueron más bien de cráneo; vamos, que si no pasaron hambres caninas fue, en buena medida, gracias a los comedores del Auxilio Social de la Falange, donde encontraban la pitanza de cada día, ya que las tierras en esas zonas que fueron frentes de combate, estaban algo más que agostadas, improductivas por años de obligado barbecho; a ello se unía la práctica, todavía, carencia de semillas…
A lo largo de 1941 y, sobre todo, 1942, la situación general fue mejorando… El régimen, a pesar de todos los pesares que quieran oponerse, lo cierto es que hizo una ingente labor de recuperación del país, comenzando a reconstruir gran parte de lo que la guerra destruyó, y la agricultura no fue, precisamente, la “cenicienta” de la recuperación económica de España… Que luego el aislamiento impuesto por los vencedores de la IIª Guerra Mundial imposibilitara el normal desenvolvimiento de la maltrecha economía española es otra cosa…
En fin, que los campos, hasta entonces más bien baldíos, fueron poniéndose de nuevo en producción; los campesinos dispusieron, de nuevo, de semillas con la que sembrar y el pequeño pedazo de tierra de la “Casa de las Chivas” volvió a dar cosechas anuales…
Así las cosas, una mañana de Agosto de 1944, a eso de las once, once y algo, estando segando Paca y su padre, él, en un momento determinado, alzó la vista hacia la inmensidad del campo y sus ojos divisaron la figura de alguien que, por el polvoriento camino se les acercaba… Hizo visera con la mano sobre los ojos, para distinguir mejor allá a lo lejos y le pareció que la tal figura le era un tanto conocida… tanta atención prestó en esa persona que, por finales, Paca se coscó del asunto, prendiendo también su vista en l lejanía con creciente insistencia, hasta que logró reconocer en aquél hombre, pues hombre era, a Juan Santacana…
Creyó morir al reconocer en el forastero al hombre cuya imagen, por más que lo quisiera… Por más que lo intentara, de su corazón…del fondo de su alma, no podía desarraigar
Los ojos de Paca brillaban como ascuas… O como celestiales luceros, pues su dicha tenía más de celestial que de terrena… El rostro le brillaba, arrebolado por la dicha… Los labios, las aletas de la nariz, le temblaban… Se arrojó sobre Juan, rodeándole el cuello con sus brazos y le besó, toda ella ardor, pasión, amor y cariño infinitos… Cuando sus labios, su lengua, su boca se separó de los labios, lengua y boca de Juan, prorrumpió en dulce perorata
Juan le acarició el rostro, depositando un dulce beso en sus labios…en sus mejillas…en sus ojos…en su frente
Juan tomó de la mano de Paca la hoz con que, hombro a hombro con su padre, segaba la crecida mies, besando su mano al entrelazarse con la propia al pasar de mano la herramienta
Paca dejó la hoz en la mano de Juan y, seguidamente, tomó la maleta que el hombre dejara en el suelo nada más llegar junto a padre e hija mientras decía
F I N D E L R E L A T O
NOTA DEL AUTOR
Supongo que el lector habrá notado que, a lo largo de toda la historia, me he empeñado en mantener una postura absolutamente aséptica, enteramente neutral entre aquellas dos Españas que, de 1936 a 1939 se enfrentaron a muerte… Como fieras sanguinarias, empañadas ambas en destrozar la yugular al adversario… Hay unos versos, un poema de D. Antonio Machado, que yo estimo es lo último que el poeta escribió, pues lo acabó pocos días antes de morir, que a mí me gusta muy particularmente, hasta sentirlo en lo más profundo de mi alma humana
Ya hay un español que quiere
vivir, y a vivir empieza;
entre una España que muere
y otra España que bosteza…
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
Yo soy un español un tanto especial, pues resulta que soy hijo directo de aquellas dos Españas de 1936-1939; sí, mis queridos amigos: Mi padre era “rojo”, hasta las narices además, y mi madre “fascista”… Y también hasta las “nárpias”… Así que yo no puedo revolverme contra ninguna de esas dos ideas… De esos dos idealismos… Esas dos maneras de querer y sentir a España… Yo no puedo renegar de mi padre…yo no puedo renegar de mi madre… Yo soy mi padre y mi madre, “unidos en una sola carne”, como dice el Génesis… Como dice Jesús en los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas…
Y no veáis lo que mi padre y mi madre tuvieron que superar en aras de su amor… Para empezar, la sangre de un hermano de mi madre, asesinado en Cartagena por los correligionarios de mi padre. Creo que poca gente sabe cómo entonces se odiaban esas “Dos Españas”… Ya no es que mi padre tuviera que escucharse de sus hermanos lo de “Si no te hubieras casado con una fascista”…o mi madre, no de sus hermanas, por cierto, pero sí de sus tías y tíos, lo de “Si no te hubieras casado con un “rojo”, sino el odio que los hermanos-hermanas de mi padre tenían, en un principio, a la “fascista” de mi madre… Pero es que tampoco eso era lo peor; uno de los recuerdos de mi más temprana infancia es ver a mi tía Rosario, hermana de mi padre, sentada sobre un colchón, que era el segundo que aquella cama tenía, para impedir que otra hermana suya, mi tía Vicenta se lo llevara para que un hijo suyo, mi primo Manolo, subnormal profundo, no durmiera en el suelo… ¿Por qué era esto así?... Pues, sencillamente, porque mi tía Vicenta era también “fascista” y no “roja”, como el resto de sus hermanos-hermanas eran… Un odio mortal entre los propios hermanos
Pero sucedió que se enamoraron, y se casaron… Y vivieron juntos cuarenta años… Mi madre sobrevivió a mi padre tres años… ¿De qué murió mi madre?... De añoranza de su marido, del compañero de toda su vida… Desaparecido él, mi madre perdió la ilusión de vivir… Las ganas de vivir y, simplemente, se dejó morir…
¿Os extraña, mis queridos amigos lectores, usuarios de estas páginas de TR, que de culto a esta forma de amar; esta forma de entregarse, en cuerpo y alma, el hombre a su mujer, la mujer a su marido?... ¿Os extraña que enaltezca en mis relatos esa manera de amar el hombre a la mujer, la mujer al hombre, que es capaz de superar odios mortales? Y os digo ahora… ¿Qué significa; qué valor tiene el amor puramente sexual, ante esta otra forma de amar?... Para mí, francamente, no significa nada… No tiene valor alguno… Por eso, porque rindo culto a esa forma de quererse hombre-mujer/mujer-hombre, llevo cuarenta y seis unido a mi mujer… Y queriéndola, no como el día en que nos casamos… No como en aquella nuestra Noche de Bodas, que lo fue con todo lo que tal cosa representa, sino mucho más que entonces…
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