SA 15.2 La Broma que No Sucedió
Aquí continuamos con el relato de Donna, La Sirena Atrapada....
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Yo sí tuve que bailar clases aquella tarde - yo y las otras - que el pirata había dicho que clases bailáramos, y allí en toda la casa de mi dueño no había ninguno por decirle que no.
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Hace tres días le decía a usted de la pretención de ese pirata, él que tanto deseaba llevarme, que yo quisiera que no quisiera, de mi buen dueño e instalarme en el inmundo harén suyo. Recordará usted que mi dueño tenía un plan para frustrar a ese y quedar conmigo en sus amables brazos, un plan que ya veía a él y al pirata ante una botella de ron y una tabla de dominó mientras yo y las otras bailábamos entrenamiento desnudo en otras partes del harén.
Las instrúctrices, igualmente resentidas como nosotras con las clases irregulares, nos trabajában con poca paciencia, y las varillas de ellas que antes nos tocaban ligeramente por instantes con enseñanza cotidiana ya nos golpeaban agudamente con amenaza peligrosa. Así, con pensando en aprender y perfeccionar los nuevos pasos para evitar la rabia de las instrúctrices, logramos a olvidar de momento en momento que el pirata iba a llamar a cada instante por ver el producto de nuestro trabajo desnudo, ...¡y quién había de saber qué más quisiera ese!
¿Qué sucede, me preguntaba, con mi dueño y el pirata y el ron y el juego que tanto les interesaba a comenzar? ¿Y cuánto más tiempo tendríamos que bailar?, que los azúcares que captamos horas antes con el desayuno ya se menguaban rapidamente en las sistemas de todas y ya me sentía ligera de cabeza.
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En frente, más allá de las instrúctrices, la piscina de vadear destellaba, siempre lista a aquella hora para hospedar el chapoteo de cualquier grupito de mujeres desnudas que, de un día ordinario, marcaran el largo rato libre al que nos ponían despues de las clases de bailar. Claro que, entre el soltar de las clases ya horas antes del mediodía y la desnuda corrida "gocícima" de la velada para darle al dueño una bienvenida magnífica, el Rato Libre en el Gran Salón de Desnudas puede ir muy largo (¡siete, ocho, o neuve horas de largo, y nosotras con las veinte uñas ya bien pintados y los pelitos atusados a la perfección ya tras solo dos o tres horas de libertad!)
-¡Que raro- yo pensaba, mientras, a instancia casual del ineducado pirata yo bailaba clases en vez de jugar desnudita en la piscina con un Rato Libre, -¡Que raro era un día en nuestro harén que la piscina quedaba todavía inocupada ya a las dos de la tarde!
Iba de cuento que, en el harén del pirata la piscina de vadear había quedado seca durante muchos años porque el pirata no tenía interes en la comodidad cotidiano de sus desnudas cautivas. Además iba de cuento que cuando el pirata contrató con mi dueño a comprarme, que ese mandó reparado y pintado la piscina seca, con mente de verme brincando desnuda en ella todas las noches de mis años veinte y treinta y cuarenta!
-¡Ay, no!,- yo pensaba. -¡Eso no, ojalá!
Para aquel entonces el único que creía que el pirata no fuera a raptarme del harén era mi dueño. El nunca (¡pero nunca!) creía que el pirata fuera a quitarme de él, y eso no obstante que era él, mi dueño mismo, que con el equivoco peor de su vida invitó (¡pero invitó!) al pirata para que me comprara de él!
-Pero el pirata no va a quitarte de mí- me decía, -Yo sé que eso no vaya a pasará.-
-¡Ojalá que tengas razón, mi amor,...- le había dicho mil veces. -¡Ojalá que tengas razón!
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Horas antes ese día, mientras las escalvas me bañaban antes de entregarme a las clases que el pirata había mandado, me dijeron un secreto que según ellas ya no importaba que me enterara de ella, dado que el pirata ya iba a llevarme del harén en dentro de unas horas.
El secreto era que mi buen dueño, tras dicidir que yo era su más favorita ante a todas de su harén, había ordenado a las esclavas que buscaran, a ciegas de mí, la temperatura del agua de la piscina que me llamaría a visitarla un máximo de veces durante mis muchas desnudas tardes de cautivario.
Era que, con las tardes en el harén un tren de esclavas remozaban por instantes las aguas de la piscina: con un paso, dos esclavas le quitarían agua de la piscina con un gran vaso, y con el otro paso otras dos esclavas le pondría un vaso de agua limpia, y continuar al estilo, cada seis o siete minutos, hora con hora, tarde con tarde, año con año. De tal manera, las aguas de la piscina destellaban siempre buenas y oxigenadas y listas para deleitar a nosotras las aburridas desnudas concubinas que nos la recurríamos.
Mi dueño se había imaginado que, tras un año o dos de experimentación sigilosa - con las esclavas vertiendo tales cuales vasos de agua frio o caliente en la piscina en vez de aguas ordinarias - que se resultaría que yo, su cautiva favorita, me encontraría levantándome más veces por degustarme de las aguas de la piscina, tal vez sin saber yo que me había cambiado de hábito.
(Digo, personalmente, que hasta si yo deseara recordarmelo yo no podría recordarme cuántas veces me habría entrado en la piscina ni ayer mismo, ni mucho menos anteayer. Es que, en el Gran Salón, los días van muy muy semejantes y es dificil distinguir entre un día y el otro.
(Conmigo me es muy muy sencillo - con las siete u ocho (o nueve) horas que yo ando desnuda y libre en el Gran Salón de tarde en tarde me entro en la piscina a cada instante que se me antoja hacerlo; no llevo la cuenta de cuántas veces; ¿Para que contar tal cosa?
(Si me permiten salir del salón por pasear desnuda por un jardin u otra, o visitar uno u otro patio del harén, si yo reuno a un grupito desnudo para que bailáramos de estilo libre durante quince minutos aquí o veinte minutos acá, es que estos antojos hacen la vida cotidiana de la concubina norafro-romanesca, y sin reloj ni calendario en mi cautivario analfabético no me es posible cuantificar ni mis momentos de juego ni de ensueño con los ratos libres.
(Si bien para evitar varillazos con la noche yo tengo que cumplir con cinco practiquitos personales de los pasos que me pusieran a la mañana, estas cinco tareas son facilmente contados: A cada instante que me antoje a practicarme, me levanto y pongo las desnudos brazos en el aire y me practico, y las esclavas se notan; y cuando me haya practicado ya cinco minutos, o seis, o siete (¡u ocho o nueve!) una esclava me tocaría ligeramente con la mano para que me dejara. Cada vez que me practico así la esclava atará a mi pulsera una (u otra) cuerda en forma de brazalete sencillo, hasta que me lleve cinco cuerdas. Así no obstante pierda la cuenta de mis visitas a la piscina con el ocio del salón, o si no recuerdo si fue ayer o anteayer que jugamos deleitadas, desnuditas, y muy muy hembras en una rociada encendida que descubrimos en un jardín del harén, la cuenta de mis estúpidos practiquitos no me puedo perder, que eso me la llevo a la muñeca hora con hora con hora, y se me informa de mis practiquitos por instantes ante todos los ojos del harén)
De todos modos, las esclavas de bañar me explicaron que, durante las primeras meces del experimento el plan llamaba que no hicieran sino notar sigilosamente las veces que me entrara en la piscina de tarde en tarde, y, al verme salir del agua, medir la temperatura de la proxima vaso de agua quitado de la piscina. Se esperaba que, tras observarme así durante seis o nueve meces, se enterarían así el base de mis hábitos - cuántas veces por semana me antojaba a entrar en el agua, cuántos minutos me solía quedarme en el agua de visita en visita; etcetera. Naturalmente, yo no sabría nada de tal observación de mí, sino yo seguiría creyéndome nada más que una mujer cautiva y siempre desnuda que, a cada instante que me antojara yo buscaba tal cual remedio del aburrido en las aguas de la estúpida piscina.
Los bromistas, una vez supieran mis hábitos con aguas normales ya podrían comenzar con hacer cambios sigilosos de la temperatura y ver si yo cambiaría de antojos. Si las notas indicaran, por ejemplo, que me quedase más minutos en la piscina cuando la hora era tarde y el agua acalentado por la luz del sol, los bromistas ya pasarían unas semanas con poniendo agua caliente en la piscina a una hora temprano cuando de ordinario el agua sería más fresco, y notarían a) si me quedara más tiempo en ese agua ya más calurosa, y b) si me antojaba más a menudo a entrarme en la piscina a una hora temprano ya que el agua era más invitoso para mí a tal hora.
Mi bobito de dueño se imaginaba que en fin, tras experimentarme de este estilo, podrían alzar la taza de mis visitas a la piscina por, digamos, doce o quince veces por mes. Así, si antes me encontraban recuriéndome al agua veinticinco veces por semana, que despues me verían entrándome tal vez veinteocho o veintinueve veces, o tal vez más.
Con comenzando ese juego sigiloso ya unas meces antes de mi cumpleaños veintitres, el dueño esperaba que para mi cumpleaños veinticinco él habría aumentado mis visitas al agua en el harén por un totál de casí doscientas veces!
Así, mientras el dueño se ausentara del harén por los días con mirando por sus negocios oficiales en los sembrados y oficinas comerciales de la hacienda, a la misma vez estaría jugueteando conmigo (o mejor dicho, amándome... ¡amándome de manera exquisitísima!), esto a puras ciegas de mí yo que esperaría aburrida, muy muy desnuda, y analfabeta, tarde con tarde en el Gran Salón, siempre ante los destellos invitosos de la piscina de vadear.
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Las esclavas, bañandome, opinaron que era una tristeza que el pirata iba a raptarme del harén en dentro de unas horas, que mi buen dueño ya nunca vería el semblante imaginado de gratitud y encanto en mi cara dos años en frente, cuando, según el plan ya imposible, él iba a explicarme a mi cumpleaños veinticinco cuántos minutos extra de gusto acuático él ya me hubiera regalado!
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