Se llamaba Bella y lo era. Su rostro reflejaba una ternura plácida que parecía eterna. Sus faciones, eran trazos perfectos, como dibujados por el mejor de los pintores. Su cabello, felino y alborotado, era mas negro que la noche, pero brillante. Competía con la luna. Nadie nunca supo de qué color eran sus ojos, pero eran enormes, como cuevas misteriosas. Su sonrisa era un suave relámpago generoso y espontáneo. Sonreía aún cuando dormía
Pasaron los años.
Bella se mantuvo alejada del mundo. Era demasiado perfecta para navegar como las demás. Tuvo la suerte de que sus padres la protegieran del mundo. Una tutora ciega le enseñó a leer, a escribir y a descifrar algunos rompecabezas de la vida. Pero no pudo impedir que un día conociera a un hombre de legendaria trayectoria que sus padres recibían como rey. Fue el primero y el único que se atrevió a hablarle mirándola a los ojos. Le llamaban Enano. Quien sabe qué nombre le habrían puesto sus padres. Nunca nadie lo supo.
"Eres una estatua. No tienes alma“, le dijo. Bella se enamoró al instante.
Enano, que era tan enano como ella era Bella, era incapaz de amar, pero sí tenía metas. Casi todas las había logrado, pero le faltaba una. Casarse con una mujer que fuera, fisicamente, todo lo que él no era. Una mujer que fuera excepcionalmente bella. Que no tuviera un rostro común. Una mujer cuyos ojos no fueran como los suyos --unas líneas escondidas bajo pliegues de arrugas hinchadas.
Se casaron en un pueblo plagado de polvo, donde vivían una 30 mil almas que sólo conocían un desierto, que la rodeaba por sus cuatro costados, se veía desde todas sus esquinas: arenas blancas y doradas, alborotadas de algarrobos y de médanos que el viento hacía y deshacía a su capricho. Bella se casó vestida de blanco que sus padres le compraron. Parecía una somnolienta virgen triste y los ojos casi cerrados cuando entró, del brazo de su padre, que sudaba a chorros, a la iglesia del pueblo.
Enano la espera, ufano, consciente de su triunfo, en el altar. Todavía no sonreía. Pero, vestido de galán, sabía que el pueblo lanzaría cohetes y reventaría pólvora luego de la bendición del Obispo, que lo convertiría en el esposo de Bella.
Pasaron mas años.
Bella se estaba quedando calva. Su rostro seguía reflejando ternura, pero sus facciones se habían diluído un tanto. Sus ojos ya tenían color --grisáceo-- y dejaron de ser misteriosos. Su sonrisa se había escondido bajo tristezas que su rostro había adquirido, quién sabe porqué.
Pero ella, terca, quería seguir Bella. Caminaba con el mismo garbo. Intentaba esconder sus tristezas con miradas irónicas y su cabello lo pintaba de colores nuevos.
Si ella insistía en ser la Bella, su hermano Camilo, insistía en ser el Genio; su hermana Angela, en la Dulce. Su madre, quien sabe en qué, pero en algo insistía, probablemente en callar. Su padre, era el Bohemio sin duda. Su marido, el Enano, por supuesto
Todo así hasta aquella mañana.
Era casi de madrugada. Apenas había salido un sol opaco, escondido bajo nubes espesas, como de mármol desabrido, y una lluvia débil lo diluía todo. Un arco iris dudoso se defendía de todo aquello. Los colores del día podrían aparecer pronto. Igual, los sonidos
Bella, todavía asustada por un sueño que le había impedido descansar, se había despertado sobresaltada. Con la respiración truncada, abrió las ventanas de su recámara quedito, como quien abre la vida con cuidado. Intentó respirar desde su vientre, como lo hacía antes de zambullirse en el agua. No pudo. Cerró los ojos y se acarició el rostro.
Se volvió a acostar para escuchar el murmullo del viento. El corazón le latía desfrenado. Decidió volverse a acercar a la ventana, y lo volvió a ver todo por lo que sería su última vez.
Dos o tres lágrimas viscosas le nublaron la vista. Dejó de ver los colores dentro y fuera de su dormitorio. Todo se volvió negro. Aturdida, se frotó los ojos varias veces. Todo seguía negro.
Seguía con los ojos cerrados cuando se acordó de su hermano Camilo, asesinado en circunstancias que nadie nunca le aclaró, y que Enano su marido intentó explicarle con ese su tono religioso.
“Tu hermano es un mártir. Murió por sus ideales. No importa quién lo mató," le dijo.
El horizonte, negro. Apenas pudo escuchar el sonido del despertar esa mañana. Todo parecía diluirse. Sólo veía el cadáver de su hermano asesinado en un ferétro de madera. Creyó escuchar que le decía "tranquila, Bella, la vida no tiene colores".
Pero no veía nada. Todo seguía negro. Se volvió a meter a la cama, bajo las sábanas, con la esperanza que en unas horas recuperaría la vista.
No tuvo esa suerte. Nunca se levantó de la cama y nunca volvió a abrir los ojos.
Murió, nunca se supo de qué, un par de años después, calva, escuálida, pálida.
Enano se ocupó de enterrarla. Sonreía como Bella cuando habló de ella ese tarde.
...no me gustó, un poquito enrevesado. El tema había que ampliarlo da para mucho más con un buen planteamiento. Podías reescribirlo.