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Categoría: Incestos

La amorosa hija (Parte 8)

Al llegar a la boda, el grupo fue recibido por un encargado de valet, que no pudo quitar su vista de Anne. Estela se dio cuenta. Cuando Anne pasó junto a ella, le dijo al oído “pareces ramera elegante”.



Anne la ignoró. La guerra estaba declarada.



Pasaron de inmediato al elegante salón de eventos, donde fueron recibidos por las parejas anfitrionas, resaltando lo hermosa que se veía Anne, cuanto extrañaban a doña Emilia, lo bien que estaba don Tomás, y lamentaron que Raúl no los hubiera podido acompañar. Fueron objeto de un trato extremadamente amable por parte de los agradecidos anfitriones de que los hubieran acompañado de tan lejos.



Los halagos hacia Anne y don Tomás estaban por doquier, especialmente cuando bailaron durante un buen rato. Estela sentía furia cada vez que alguien le comentaba sobre la apuesta pareja de padre e hija.



Estela, en su mesa con Mark, observaba notoriamente molesta ver lo galán que su papi se comportaba con su hermana, como si la estuviera cortejando ni más ni menos.



“Qué guapa se ve tu hermana y que bien se ve tu papá bailando con ella”, dijo Mark a Estela, haciéndola endurecer su expresión. Le dio un trago a su agua mineral con hielo y se volteó hacia su esposo: “¿Se te hace, querido? Se me hace un poco pasadita de kilos”, agregó. “Como que se le nota la pancita y las llantitas con ese vestido de… noche, que trae puesto”. Seguramente iba a decir “puta”, a pesar de la exquisitez y buen gusto del atuendo.



“Mark, amorcito, yo creo que papi y Anne son amantes”, dijo Estela a su esposo. “Tenemos que hacer algo al respecto, es nuestra obligación salvarlos, al menos a él”.



Mark quedó en silencio, asintiendo con su cabeza, aunque sospechaba algo malo por la actitud de su mujer de tiempo atrás.



Mark notaba en la expresión y el tono de voz de su esposa inconformidad o rechazo hacia Anne de un tiempo atrás, más nunca se atrevió a preguntar. Por lo que su mujer comentaba, Mark pensaba que la relación entre Anne y Tomás era especial, demasiado especial, quizá hasta incestuosa, pero jamás se lo pensaba comentar a Estela. Qué bueno que fue ella la que sacó el tema.



Estela y Mark no perdieron detalle de papi y Anne.



“Nos están observando mucho aquellos”, susurró Anne al oído de Tomás mientras bailaban, “y han estado cuchicheando entre ellos. Te puedo apostar que hablan de nosotros papi”.



“Si, me he dado cuenta”, contestó Tomás. “Deberían de ponerse a bailar, mejor”.



Cuando se dirigían a la mesa, Estela y Mark pasaron a baila, claramente evadiéndolos.



Ya para despedirse, los padres de la novia y entrañables amigos recalcaron que Tomás estaba en su mejor momento y confesaron que esperaban verlo muy avejancado y se habían llevado la sorpresa de su vida, cosa que les había dado un gusto enorme. “Anne, bueno, ya sabemos que es una hermosura de niña que cuida muy bien de su padre”. Fue esto lo que detonó el coraje de Estela, sintiéndose ignorada.



Se apartó del grupo y le pidió al valet que trajera el auto.



El trayecto de regreso al hotel pasó prácticamente en silencio. Anne y su padre estaban exhaustos. Estela y Mark, serios y callados. Notaron que don Tomás, quien según ella casi no tomaba alcohol, y Anne, habían bebido mucho, aunque nunca perdieron la compostura. Anne se mantuvo garbosa y elegante toda la noche, mientras su padre, al menos para Estela, se portó como si se tratara de su novia.



Si Estela tuviese que apostar, ella diría que papi se estaba tirando a Anne. Estaba casi segura.



Llegaron al majestuoso hotel, entregaron el automóvil al valet, y se dirigieron a los elevadores. Anne y su papi los despidieron con un simple “good night”. No hubo besito de buenas noches.



“No traigo calzón novio, y estoy toda mojada”, dijo Anne a Tomás al cerrarse el elevador y comenzar a ascender.



“Mmmmh”, expresó Tomás, al tiempo que abrazó a Anne y comenzó a levantar el largo vestido, hasta llegar con sus enormes dedos a la empapada vagina de su hija, comenzando a frotarla ávidamente con su dedo medio, introduciéndolo también en su bien lubricado ano.



“¡Aaaah, oooh, ay papi, me matas!”, susurró Anne. “Faltan algunos pisos papi. Si sigues así, me tendrás que coger aquí mismo”, agregó.



“Estaba muy seria Estelita hija”, dijo don Tomás. “¿Crees que nos propasamos con tanta bailada?”, preguntó, al tiempo que sacó su mano de entre el vestido.



“Ay papi, no sé”, contestó Anne. “Que noche tan estresante. Hermosa pero estresante, cuidando los detalles para que no sospechara nada tu otra hija”.



“¿Y tú que crees?, preguntó Tomás.



“Júralo papi, júralo que está segura que somos amantes”, le contesto Anne en tono de no importarle. “Total papi, que piense lo que quiera. Al fin y al cabo, sus sospechas son correctas, pero ¿sabes qué?, como le dije a ella, me vale verga. Antes era bien alivianada, pero desde que se casó con el gringo mamón ese, se echó a perder”.



“¡Hijita! ¡Esa boquita!”, dijo don Tomás riéndose.



Se besaron con desbordante pasión hasta que se abrió la puerta del elevador. No se aseguraron si era el piso correcto o si alguien más estaba por subir.



“Mmmmh”, suspiró Anne, al salir del elevador, “esta boquita va a envolver esta cosota”, dijo al frotar con su mano el pene de Tomás por encima del pantalón.



“Quiero ser tuya toda la noche… quien sabe cuándo volveremos a vivirla con tanto cuento de Estela. Es capaz de muchas cosas”.



“Ups” dijo Anne al entrar y ver la suite impecable. “Olvidé por completo tirar tu condón usado y todo el papel hecho bola con tus mecos en el piso. Ahora sí nos cacharon”, dijo, al tiempo que ambos soltaron la carcajada. “¡Qué asco!”, remató Anne.



“Para eso son estos cuartos, preciosa”, dijo Tomás. “Quien sabe que tantas cosas más encuentren las pobres mucamas.



Tomás comenzó a llenar el jacuzzy mientras Anne lo observaba. “¿O sea que mi osito peludo trae planes?”, preguntó melosamente Anne, mientras se abrazaban y comenzaba a despojarla de su elegante vestido, constatando que tampoco portaba sostén.



“Mmmm”, gimió Anne, cuando su papi comenzó a besar sus oídos y dejarla completamente desnuda.



“¿Me pongo el negligé, novio?”, pregunto sensualmente.



“¡Que lindas chichis tienes hijita, idénticas a las de tu madre!”, alabó Tomás a su hija, al tiempo que se sentaba en la cama, quitándose la corbata. Anne acercó sus nalgas a la cara de su padre que comenzó a besarlas como loco.



“No. Estrénalo el próximo jueves, ¿sí? No aguanto las ganas de cogerte, princesita”.



Anne puso sus manos en sus muslos y arqueó su trasero hacia la cara de papi. Tomás abrió con ambas manos las nalgas, exponiendo su rosado y brillante ano. Tomás acercó su boca y lo besó, relamiendo su contorno e introduciéndole la lengua, haciendo que Anne gritara de placer.



Se retiró un poco e introdujo el enorme dedo medio de su mano derecha, haciendo que Anne se doblara aún más hacia él, metiéndolo y sacándolo con suavidad, mientras que con sus otros dedos jugaba entre sus labios vaginales, apoyando su mejilla en una de las nalgas de su bella hija.



Unos minutos después, reemplazó el dedo medio por el pulgar dentro del culo de Anne, y le comenzó a frotar con los otros cuatro la vulva. Tomás quería verla de cerca tener un orgasmo, que escasos minutos después logró, en medio de gritos y jadeos de su novia.



Tomás cargó a Anne al jacuzzy, ya rebosante de caliente espuma. Ambos quedaron de pie, desnudos, besándose en medio de la tina en forma de corazón. El agua llegaba hasta la cintura de Anne. Tomás se sentó dentro, y Anne sumergió su cabeza, dándole a su padre la ansiada mamada subacuática. Tras varios segundos, emergía y tomaba aire, volviendo a su erótica labor una y otra vez.



Tomás, con la cabeza hacia atrás, disfrutaba al máximo lo que su bella hija le hacía. Tardó un poco más en lo que sería la última sesión. Salió del agua, agarro aire y se lanzó a la boca de Tomás, para besarlo con la familiar pasión.



Anne se puso de pie y giro su cuerpo. Replegó sus nalgas contra la cara de su padre y comenzó a bajar lentamente para quedar sentada en sus muslos.



“Por el culo papi. Dámela por el culo”.



Tomás batalló un poco para metérsela, pero lo logró tras unos segundos. El agua caliente había eliminado todo rastro de sus lubricantes naturales. La empaló lenta y suavemente, mientras acariciaba sus labios vaginales, haciéndola sucumbir de placer y venirse en escasos minutos.



Anne comenzó a subir y bajar sobre el tronco de su padre, haciendo chasquear el agua, hasta que pronto don Tomás anunció que no podía más.



“¡Hazlo papi! ¡Termina! ¡Lléname de ti!”



Tomás liberó por enésima vez su carga dentro de su hija, abundante, como si tuviera 20 años o menos, haciéndola vibrar con increíble placer.



Drenaron el agua, pero se quedaron pegados. Tomás la abrazó por el estómago y se levantaron, pero su erección comenzó a ceder y la bajó en cuanto estaban fuera de la tina.



Anne fue por toallas y se secó primero ella, luego a su padre. Se desplomaron de boca en la cama, quedando profundamente dormidos, no sin que antes Anne le dijera a su padre “si no te importa, me quedaré otra vez con tu leche”.



“Hay misa a las 8 en San Patricio”, fue el saludo de Estela cuando Tomás levantó el auricular a eso de las 6:30 de la mañana.



“Buenos días hija”, contestó don Tomás, contemplando la desnuda belleza de Anne a su lado.



“¿Qué qué?”, escuchó Anne decir a su padre después de un par de minutos. “Estás loca, hija. Bien loca. Nos vemos al rato”, y colgó.



“¿Qué pasó?” preguntó intrigada Anne, pensando que Estela había tenido el atrevimiento de comentarle lo mismo que a ella. Se despabiló al instante.



Tomás se incorporó y se sentó sobre el colchón.



“¿Qué pasa papi?”, pregunto de nuevo Anne. “¡Te comentó de sus sospechas esta cabrona!”, supuso.



“No, nada por el estilo. Quiere que me vaya a Houston con ellos a pasar unos días y que me cheque su médico”, contestó Tomás con seria atribulación. “Que no puede ser que me vea tan bien y tonterías por el estilo”, agregó con tono de fastidio.



“¡Sabía que, de una manera u otra, esta cabrona trataría de salvarte de mí!”, dijo Anne



“¿Vamos a desayunar con ellos?” preguntó Anne. “Me gustaría decirle unas cuantas verdades”.



“No”, contestó Tomás. “Dice que no les da tiempo para comulgar, que después de misa vayamos a algún brunch”, conteniendo su malestar.



La cara de Anne se puso roja de coraje. Respiró hondo y le dijo a su padre que era lo mejor ir a misa.



Se bañaron por separado y se alistaron lo más rápido que pudieron. Ambos, con evidente molestia reflejada en sus caras, bajaron.



El trayecto fue de completo silencio, roto periódicamente por las palabras de Estela por lo feliz que estaba por haber encontrado una misa y cosas por el estilo.



El colmo para Anne fue ver que su hermana se puso un velo antes de entrar, como en los sesentas, haciéndola sentir un repudio y una irónica risa por dentro.



********************



“Anne, invité a papi a que se fuera a pasar unos días con nosotros”, dijo Estela cuando les sirvieron el delicioso brunch en el hotel.



“Papi no te vi comulgar”, reclamó inmediatamente, antes que Anne diera su opinión sobre el secuestro de papi.



“Papi me comentó”, contestó Anne, dándole tiempo a Tomás de pensar en una excusa por no haber comulgado. “¿Le preguntaste o nomás le dijiste?”, agregó.



“No, nomás le dije. Ya hicimos Mark y yo los arreglos con los vuelos. Tú te vas sola a México y papi con nosotros a Houston. Queremos que lo vea el Dr. Harris, nuestro doctor, y que le haga un chequeo a fondo ya que por lo visto tu nunca lo vas a hacer hermanita”, dijo en tono de reclamación.



Don Tomás arrojó la servilleta al plato en señal de protesta. “¡Hijita, me siento muy bien! Si me buscan es claro que me van a hallar algo. Ya sabes cómo son de pillos los doctores. Con el pretexto que tengo la edad que tengo, verás todo lo que van a inventarme. Solo le tengo confianza a Luis. Es de mi edad y sabe bien que nos pasa a los hombres”.



“Dame el gusto papi, ¿sí?”, dijo Estela. “Además, verás a tus nietos y la pasaremos a todo dar, vas a ver. Sin peros”.



La rutina en casa de Estela y Mark, en Texas, era sumamente monótona. Toda su vida giraba en torno a la religión.



Mark intervino, en su fragmentado español. “Estela, quizá no es momento. Tu padre no tiene ganas de ir”. Estela lo volteó a ver con ojos que echaban lumbre para que se callara.



“Hasta te podemos presentar a unas viuditas de la parroquia”, dijo en fingido tono picarón. “Hay dos damas de buen verse, como para ti”, dijo, mirando a Anne.



Pero en realidad, Estela se regocijaba en sus pensamientos: Quiero quitarte de encima a esta prostituta y volverte al camino de la salvación. Sufre perra. Se que te estoy partiendo con eso.



Anne volteó a ver a su padre. “Tiene razón papi. Desde julio no ves a tus nietos y a lo mejor hasta novia te consigue”, dijo, al apretar su muslo por debajo de la mesa, sorprendiendo a Estela al escuchar el inesperado apoyo de su hermana. Pero Anne en realidad estaba enfurecida con su intrusa hermana y su invasiva actitud.



Cuando terminaron de almorzar, les quedaban algunas horas para estar en el aeropuerto.



“Váyanse adelantando papi”, dijo inesperadamente Anne. “Estela y yo nos quedaremos a platicar un momentito”.



Estela no pudo disimular su asombro. Esperaba que Anne asimilara el cambio sin chistar y su reacción de último momento la puso nerviosa. No estaba preparada para lo que seguramente sería y encontronazo.



Cuando Mark y don Tomás se fueron, Anne pidió un par de cafés cuando la mesera terminó de limpiar.



“Bueno”, comenzó Anne cuando sus parejas se habían retirado, “¿qué te estás creyendo Estela?”



Anne estaba dispuesta a atacar con todo a su hermana por su atrevimiento. “Lo ves muy bien, está muy bien, se molestó mucho por tu osadía… ¿Qué te pasa?”, preguntó



Estela tomo un sorbo a su café, miró hacia abajo, y luego fijamente a su hermana.



“Estas haciendo algo más que cuidar a papi Anne. Es un sacrilegio y la ley tiene un nombre para eso, querida hermana. Se llama incesto. Y no me salgas con que soy una grosera. Eres una zorra, impura, pecadora. Nada que digas o hagas me hará cambiar de parecer. Nos pasamos toda la noche orando por ustedes Mark y yo. El como hombre me dio sus puntos de vista, y yo como mujer saqué mis conclusiones. Tú y papi son amantes. Eso está terriblemente mal. ¿No piensas en Raúl y tus hijos? ¿En mami?”, concluyó señalando con determinada certeza.



“¿Cómo te consta, querida?”, preguntó Anne. “¿Acaso nos viste hacer algo? ¿Te contó alguien? ¿Papi?”.



Estela sonrió, y volteó hacia un lado. ¡Te tengo, desgraciada!, pensó deleitada.



“Anoche que llegamos, y no quiero que te enojes hermana”, comenzó a relatar Estela, “Mark y yo tuvimos una pequeña discusión porque me reclamó mi actitud en la boda, y le tuve que comentar porqué andaba así”.



“Concluimos que tú y papi pueden estar, mejor dicho, están teniendo una relación incestuosa. No te queda más remedio que aceptarlo Anne. No sé cómo pudo haber pasado, en que estaban pensando, pero tienes un grave problema. Además del pecado de infidelidad es un gravísimo problema social y hasta legal”, recalcó Estela.



“Y es por eso que lo salvaré de ti. Se irá un tiempo con nosotros, lo volveremos al camino de la salvación y Dios se apiadará de su alma y sus pecados. Es mi obligación como hija rescatarlo de las garras del deseo enfermizo que sientes por él. Papi jamás hubiera sido el primero. Estoy segura que tú lo sedujiste”.



Anne miró hacia un lado, sin mover su cabeza, y respiró hondo. “Cuéntame”, dijo Estela. “Te servirá de ensayo para tu confesión y arrepentimiento”.



“Eso es inmundo de tu parte. Es morbo. Te ha de calentar nomás de pensarlo, ¿verdad? Dime Estela, ¿te masturbas pensando en papi contigo o conmigo? Estás enferma”, dijo Anne con la mirada en su taza de café.



Anne volvió a mirarla a los ojos. “No hermana, no te daré detalles de algo ficticio, algo que te tiene obsesionada solo porque papi está quizá en su mejor momento y se siente súper bien conmigo, con nosotros. Deberías de agradecérmelo en lugar de andar inventando pendejadas”.



Estela apartó el café e hizo el movimiento para levantarse. Anne la detuvo y la jaló del brazo, claramente fastidiada por las palabras de Anne.



“Nomás quiero que sepas que lo has descarrilado y has dado a la chingada con lo bien que estaba. Quédatelo. Búscale una doña santurrona como tú, pero te aclaro que papi no es así ni es lo que quiere”.



Estela se puso de pie para retirarse y quitó la mano de Anne.



“Y de mí, piensa lo que quieras, no me importa. Pero ay de ti si lo echas a perder con tus tonterías”, alcanzó a decirle.



Sonó el teléfono una hora después, cuando Anne y Tomás dormitaban, aguardando el momento de partir, en completo silencio. Anne tomó el auricular.



“¡Listo chicos! Vámonos pa’l rancho!”, escucho a Estela decir con un odioso y fingido tono de alegría, como si nada hubiera pasado hacía unos momentos.



“Estate preparado papi. Estela va con todo. Ten uno de tus discursos listo para neutralizarla. Ya me dijo que está convencida que tú y yo somos amantes”, advirtió Anne a su padre al ponerse de pie.



“No te preocupes hija”, contestó Tomás. “Sé cómo manejar la situación, si algo se presenta”.



“He estado pensando una loca idea papi”, dijo Anne.



“Cuéntame tu loca idea, amorcito”, contestó Tomás.



Anne guardó unos segundos de silencio, no muy segura de decir lo que tenía pensado.



“¿Qué tal si te la coges, novio? Por mí no habría problema alguno. Le urge que la destapen. Así sería yo la primera en igualdad de circunstancias”, propuso. “Es en serio”, continuó Anne.



“Ella juraría que tú y yo somos amantes, pero no le consta”.



Tomás pensó unos instantes la propuesta de su hija mayor.



“Estás bien loca hija. Eso sería imposible”, contestó, sin descartar la idea por completo.



Anne abordó el avión primero. Se despidió del resto del grupo con un beso en la mejilla a cada quien, y un abrazo a papi. Fue difícil. El vuelo a Houston salía una hora más tarde. La seriedad de Tomás era notoria, casi depresiva. El hombrón alegre y movido de ayer se esfumó.



“Sé que estas muy hecho a Anne y su familia papi, pero nosotros cuidaremos tan bien de ti, que no querrás devolverte con ellos, vas a ver”, le dijo Estela con alegre tono de voz.



Vaya que estoy hecho a ella, por ella, pensaba Tomás al oír las huecas palabras de Estela.



“Te compraremos ropa y tendrás un cuarto para ti solo, con tu baño. No dejaremos que los niños te molesten”, le aseguró Estela, mientras Mark asentaba con su cabeza.



Tomás se sintió acorralado, sin escapatoria. Ya no estaba Anne para salvarlo y aunque estuviera, no había mucho que pudiera hacer.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 6
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