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Categoría: Incestos

La amorosa hija (Parte 7)

Eran casi las 8 de la mañana. Para Anne era algo difícil contestarle a Estela conteniendo su molestia.



“¡Hola sis, buenos días!”, dijo Anne, con cierta reserva en su tono de voz.



“Ah sí, bien a gusto. Me voy despertando. Ya sabes… papi y sus ruidos me despertaron. Me dijo que habías llamado hace rato”, dijo Anne, quedando en silencio algunos segundos que aprovechó Tomás para levantarla con su pene, arrancándole y leve suspiro que tuvo que disimular con un bostezo.



“Nosotros tampoco. Nos morimos de hambre. Papi ya está casi listo. Yo en menos de media hora. ¿Nos vemos en el buffet?”, continuó Anne, al tiempo que ponía su dedo índice en la boca de Tomás.



“Si, bajen en unos 15 o 20 minutos. Papi llegará antes que yo. Los alcanzo. ¡chao!”, concluyó, al tiempo que se bajó a besar la boca de Tomás, dejando caer el auricular por un lado de ellos, al tiempo que él empezaba de nueva a levantarla rítmicamente, haciendo más fácil que sus bocas se unieran. Tomás tuvo la precaución de colgar el teléfono.



“¿Habrán encontrado misa?”, preguntó Anne. Ambos se rieron del fanatismo de su hermana y su cuñado.



“Papi, me tienes que dar más aprisa. Nos esperan a desayunar”, dijo Anne entre suspiros al estar alcanzando su clímax.



Tomás aseguró a Anne de las caderas, haciendo él todo el movimiento, mientras ella gritaba de placer. En segundos, papi eyaculó haciéndola estremecerse al coincidir con su orgasmo.



La premura le impidió su ritual posterior al acto. Anne se levantó y quitó el condón saturado del pene de su novio. Lo inspeccionó, y al ver que no tenía fugas, lo tiró al suelo y limpió perfectamente el embarrado tronco de papi con la boca, devorando los restos de semen del aún erecto miembro.



“Mmmm…, necesitaba comer algo, aunque fueran semillas de hermanitos-hijitos-nietecitos”, dijo Anne. Ambos se carcajearon



“Papi, tienes que saber algo”, dijo Anne. Tomás se puso serio, sintiéndose temeroso y culpable, y puso toda su atención, mientras continuaba vistiéndose.



“Estela me dijo ayer que estaba segura que tú y yo traíamos algo”, comenzó.



La expresión de Tomás cambió al escuchar las palabras de su hija.



“Y… ¿Qué pasó?”, preguntó, con tono de preocupación con el rostro.



“Tuvimos una discusión… fuerte, mientras tú y Mark estaban en la recepción del hotel”.



“Ella alega que te ve muy bien y que yo me arreglo demasiado y muy provocativa cuando estoy contigo y que me maquillo de más”, continuó Anne. “No me lo dijo, pero prácticamente insinuó que parecía puta”.



“Hija, tú sabes que jamás lo has parecido”, contestó don Tomás. “Eres muy elegante y bella y cuidas tu imagen tal como tu madre, eso es todo”.



“¿Aunque tenga razón Estela?”, preguntó Anne.



Tomás se sentó junto a ella, semi-desnuda. Los ojos de Anne se llenaron de lágrimas, mientras él la acariciaba y besaba en el húmedo pelo, esta vez como hija, no como su amante.



“La confronté y hasta la insulté, pero nos reconciliamos y me pidió perdón”, dijo Anne ya más tranquila.



“Te lo comento para que tomes precauciones cuando estemos con ellos, y en la boda, ¿OK?”, continuó. “No renunciaré a ti. Me encantas como hombre y como amante. Nos complementamos. Nos necesitamos. Te deseo, y estoy segura que tú también”, dijo Anne.



Sus bocas se unieron una vez más.



Tomás terminó de alistarse, mientras Anne permanecía en su diminuta y provocativa ropa interior sentada en la cama, observándolo.



“Que guapo estás. Si no fuera por el par de mojigatos, te pediría que me cogieras otra vez ahorita mismo”, dijo Anne al ponerse de pie y dirigirse al baño.



Tomás le dio un beso en la boca, y salió. Bajó al desayuno, donde ya estaban su otra hija y su yerno.



Anne llegó 15 minutos después que Tomás, luciendo radiante y fresca. Ya habían comenzado a desayunar. Estela no dejó de sentir su frustración y avivar de nuevo sus sospechas, preguntándose qué habría pasado la noche anterior. El plato de Anne estaba lleno de frutas, mientras que el de Estela de un pesado y grasoso desayuno y mucho pan con mantequilla, no muy distinto al de papi o de Mark.



*********************



El frío casi los hacía devolverse al hotel cuando salieron casi una hora después. Había restos de nieve en la calle y banqueta, pero el deseo de Anne y Estela de ir a visitar tiendas o simplemente pararse en aparadores, pudo más.



No había muchas abiertas a esa hora aquella helada mañana de enero. A un par de cuadras del hotel, Mark y don Tomás les propusieron que continuaran solas, mientras ellos se irían de regreso, cosa que gustosas aceptaron.



Por fin, las hermanas encontraron una tienda elegante abierta. Juntas, se fueron a ver vestidos, aunque ya venían preparadas para el elegante evento de esa noche.



Estela no aguantaba las ganas.



Anne recordó que papi le debía un negligé, pero comprarlo frente a la santurrona de su hermana sería una declaración de guerra.



“Y… ¿cómo durmieron anoche Anne?”, preguntó finalmente Estela, mientras hurgaba la ropa. “Nos ganaron la suite elegante, fue lo primero que me di cuenta. Estaba muy elegante y bonito nuestro cuarto, pero nada que sugiriera que era para lunamieleros”, prosiguió. “La vi en los catálogos del hotel. Parece que todo el piso 20 son puras suites de esas”, dijo.



“No te hagas la mártir, Estela. Papi de puso las llaves en la mano y tu saliste con la pendejada de que te daba flojera, ¿te acuerdas? Me decepcionaste. A Mark y papi también los sacaste de onda.



Estela sonrió, como si se tratase de no haber sucumbido a una tentación.



“Muy, muy a gusto sis”, continuó Anne. “Un desperdicio de cuarto. Me la pasé toda la noche pensando en Raúl”, continuó. “Tuve que mover a papi algunas veces en el sofá-cama, porque roncaba como camión. Luego, le cambié y me fui yo al sofá, y santo remedio, pude dormir como nunca de a gusto”.



“Ronca como loco”, insistió Anne en algo completamente falso, para desviar su atención del tema.



“Tiene un jacuzzy en forma de corazón y está lleno de detalles propios de los recién casados”, describió Anne. “¿Te gustaría cambiar? Les caería bien a ti y a Mark una noche de locura”, sugirió.



“Ay no, que flojera hermana, mover todo el tilichero”, contestó Estela, evidenciando su monótona y tediosa relación.



“¿Cuál tilichero?”, contestó Anne. “¡dos putas maletas sis, no manches!”.



“Anda… pregunta”, dijo Anne varios minutos después. “Te estas quemando por hacerme la pregunta. Te conozco”.



“¡Ay Anne, Anne… ay, ay, ay!, exhaló Estela. “¡Ay hermana!”.



“No te miento, y discúlpame”, prosiguió Estela, “me pasé buen rato pensando en ustedes dos y no me podía dormir. Me ponía a rezar y rezar porqué nomás fueran cosas mías”.



“Deberías de haberte puesto a coger y coger con tu marido mejor, querida”, contestó Anne en tono despreocupado. Ambas sonrieron. Estela un poco menos. Se sintió algo molesta anteponer el coito al rezo. “Mark se quedó dormido en la tele. Por allá como a las 4 se fue a la cama”, agregó Estela. “A las 6 ya estábamos con el ojo pelón”



“Y ¿sabes otra cosa Anne?”. Preguntó.



“Ahorita que llegó al desayuno papi venía guapísimo, lleno de vida, erguido y sonriente”, dijo.



“Hermana, tienes problemas y serios”, dijo Anne sonriendo. “¿Te perturba que papi esté tan bien?



“Lo que me preocupa Anne”, comenzó de nuevo Estela, “lo que me preocupa es que tiene poco tiempo así. En el verano lo veía más amoladón y deprimido, hasta pensaba que se nos iba a morir.



¿Le estas dando algo?”



Aparte de las nalgas, nada hubiera querido contestarle Anne a su intrusa hermana.



Ambas de vieron y se rieron, reflejando algo de picardía en sus sonrisas.



“¡Eres una pendeja Estela!, pero me encantaría que fueras la misma de antes, como cuando éramos jóvenes y solteras, antes de que te volvieras tan mocha. ¿Cuándo te perdí, cabrona?” dijo Anne, dándole un beso en la mejilla.



“Fíjate que sí”, continuó Anne. Le puse unas inyecciones de Bedoyecta durante dos semanas y unas vitaminas múltiples muy buenas que me recomendó el Dr. Luis, cuando lo revisó. Ha sido un éxito. Si, lo veíamos jodidón. Raúl me comentaba que también se le hacía muy apagado. Nomás velo ahora. Llegó un domingo a la casa y era otro, como por arte de magia”.



“Ay Anne, pero ¿cómo anda de sus análisis? Siempre ha sido medio descuidadón con eso. ¿Su próstata? Me preocupa. Y luego nunca ha sido muy de la iglesia, nomás cumple con lo básico y a veces” continuó Estela en tono preocupado.



“El Dr. Luis no me cae bien. Es divorciado”, continuó Estela en tono recatado.



“Será, pero es un excelente médico”, precisó Anne. “Es una eminencia y muy atinado, además se conocen de toda la vida”.



“Veré como le hago para convencerlo que se cheque y que se meta más a la iglesia”, dijo Anne, dándole por el lado a su mojigata hermana, denotando con su expresión que jamás lo iba a hacer.



“Hice cita en el salón de belleza del hotel para las dos, sis”, dijo Anne. “Es a las 2 de la tarde”.



“¿Estás loca o qué?”, contestó Estela de inmediato. “¡No pienso pagar 300 dólares porque me peinen!”.



“Sis, te vas a quedar muy bien, papi nos lo dispara. Te vendría bien una arreglada y una pintadita de canas, no seas así. ¡Quiero que te veas guapísima a la noche!”, insistió, pero fue inútil. Estela le aseguró que traía todo lo necesario consigo y que jamás caería en el juego de los carísimos salones de belleza de Nueva York.



“Bueno, pues allá tú”, dijo Anne. “Yo si iré. Quiero lucir bien para la boda y causar una buena impresión”.



“Creo que debemos regresar al hotel y comenzarnos a alistar”, dijo Anne, al ver que era casi medio día.



“Tenemos tiempo de salir a comer algo rico. ¿Qué tal unos hot-dogs de la calle de Nueva York?



“Me parece perfecto. Vamos por papi y Mark. Les encantará”, contestó Estela.



En congruencia con su tamaño, Tomás pidió un hot-dog enorme, con salchicha polaca. Cuando lo abrió para ponerle los aderezos, Anne notó que Estela no quitaba la vista de la gigantesca salchicha y miraba alternadamente la cara de su padre.



Anne notó el detalle. Así la tiene sis, pensó, solo que mil veces más sabrosa.



Cuando salieron del puesto, Anne le dijo a Estela con voz apenas perceptible, cerca de su oído “¿por qué no dejas de estar pensando chingaderas querida?”.



Estela se volteó a mirarla, fingiendo extrañeza.



“La salchicha, no te hagas pendeja”, aclaró Anne.



“Eres una pendeja”, dijo Estela a su hermana, riéndose.



Las dos parejas se dirigieron a sus respectivos cuartos, y descansaron un rato. Anne le contó a papi que le había propuesto a Estela cambiar de habitación, así como su respuesta.



Anne ya tenía listo el vestido. Seguramente Estela también. Se lo midió frente a Tomás, sin ropa interior, desde luego, obteniendo una rotunda aprobación.



Se vistió de nuevo.



“Vamos a que me compres el negligé. Ya lo tengo ubicado. Te va a encantar”.



Al regreso, Anne y Tomás entraron al salón de belleza del hotel. Cuando la sentaron en el sillón, Tomás le dio un beso en la mejilla y regresó al cuarto, no sin antes encargarle al estilista que se la dejara guapísima, previa traducción de Anne.



Casi dos horas después, salió del salón. Decidió hacer escala en el cuarto de Estela y Mark para impresionarla, en primer lugar, y para ver cómo se estaba arreglando.



Al abrir la puerta, Mark quedó boquiabierto por la despampanante estampa de su cuñada. Pasó y Estela volteó a verla, quedando boquiabierta por el deslumbrante maquillaje y su estilo de peinado. Solo le faltaba el atuendo para la boda. Le causó furia y envidia.



“¿A poco no valieron la pena los 300 dólares y 50 de propina, sis?”, dijo Anne, sin que Estela pudiera dejar de apreciar la perfección del maquillaje y las ondas de su rubia cabellera.



Anne se quedó un rato, ayudando a Estela a arreglarse, aunque para esta era difícil disimular su frustración y envidia. Le ayudó lo mejor que pudo. Batalló un poco con el vestido, el cual había comprado haría cosa de tres años y lo había utilizado algunas veces, aunque aún elegante.



Cuando llegó a su habitación, Tomás estaba dormido. Se puso su atuendo. Parecía salida de un cuento de hadas.



Tomás, quién despertó minutos después de su arribo, se hizo el dormido, hasta que Anne se paró frente a él: “¿Novio?”, dijo suavemente, “¿Qué tal quedé?”.



Tomás se incorporó, y se dirigió a ella.



“¡Epale! ¡Alto! ¡Solo me puedes ver!”.



Mark y don Tomás se quedaron boquiabiertos al ver la despampanante hija mayor salir del ascensor. Tendrían unos 10 minutos esperándola. Basándose en lo que Anne le había comentado sobre las sospechas de Estela, Tomás sintió que habría problemas.



Estela se encendió por dentro de coraje y envidia, dando por hecho que su papi se estaba tirando a su hermana mayor.



“Me vale verga lo que pienses, querida”, dijo al oído Anne a Estela mientras caminaban a la entrada para esperar su automóvil, al notar la familiar expresión de disgusto en la cara de Estela.



“Verga otra vez”, le contestó Estela, sonriéndole irónicamente.



Cuando llegó su auto a la entrada, Tomás abrió la puerta para que Anne subiera. Estela abrió la suya cuando Mark pasó por alto el acto de cortesía. En el interior, Estela sintió furia y frustración, siéndole algo difícil ocultarlo.



Le resultó algo difícil a Anne no recorrerse hacia su novio en el asiento trasero, pero tenía que guardar las apariencias. Le hubiera encantado que metiera su mano debajo del vestido y se diera cuenta que no traía calzón y estaba algo mojada.



CONTINUARÁ


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 1
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