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Categoría: Incestos

La amorosa hija (Parte 4)

La puerta de la habitación se cerró por si sola.



Se besaron de inmediato, mientras Anne deshacía el nudo de la corbata y le aflojaba el cinturón.



El gordo y largo tronco de Tomás apareció amenazante cuando Anne bajó su pantalón, desafiándola a que hiciera su mejor trabajo. Anne se arrodilló frente a papi, lo tomó con ambas manos y comenzó a lamerlo y masturbarlo. Papi le puso su mano en la cabeza, como queriéndola calmar, y se sentó al borde de una de las camas, abriendo sus muslos. Anne caminó sobre sus rodillas hacia él.



Su morena vergota estaba en pleno apogeo, levemente inclinado hacia su cabeza, babeante, esperando sentir que la boca de Anne lo arropara.



“¡Eres la mujer más caliente que he conocido!”, dijo Tomás.



Anne se abalanzó sobre él, derribándolo, besando su boca y lamiendo su cara, con sus rodillas sobre los muslos de papi, sin importarle ni preguntarle si le molestaba. Tomás metió sus gigantescas manos debajo del negligé y comenzó a acariciar sus suaves nalgas, introduciéndole sus gruesos y ásperos dedos en el ano y la vagina, subiendo por su espalda y volviendo a bajar, mientras ella lo devoraba a besos.



Después de un par de minutos de besar ávidamente a papi, Anne comenzó a bajar lentamente y acariciar con su cara la barba de Tomás; continuó bajando por su cuello, mordisqueando su garganta unos segundos, sin detenerse continuó lamiendo y besando su pecho, rodeando sus tetillas con la lengua, su estómago y su ombligo, para llegar al deleite final: sus 8 duras y obscuras pulgadas de carne que aguardaban con ansias una de sus superlativas mamadas.



Tomás jaló una almohada y luego la otra, levantando un poco su cabeza para ver la rubia cabellera de su bella hija subir y bajar por el contorno de su pene, deleitándolo con su caliente y babeante boca cada vez que desaparecía por completo dentro de ella. Anne se quedaba unos segundos con el pene de papi completamente metido, mordisqueándolo en la base, lo sacaba por completo, tomaba aire, lo escupía y se lo volvía a tragar. Su pintura se había arruinado. El rímel de sus ojos se había corrido por las lágrimas que le salían al ahogarse con él, dejando huella de su lápiz labial en su contorno.



“¡Uy, uy, uy!”, dijo Anne tras unos minutos. “¡Traes una semana de carga, siento tus huevos pesados y tu estómago duro, novio!”



Se incorporó y fue a sacar de su bolso un condón. “Hoy si me pudieras hacer un hermanito-hijito-nietecito”, dijo riéndose. Tomás también se rio.



Anne sacó el condón de su empaque, lo puso en su boca, y empujándolo un poco con la lengua y dientes, envolvió el pene de papi con él, casi a la perfección, mientras el viejón observaba en silencio. Lo sacó de su boca y lo estiró cuidadosamente con sus manos. Le quedaba justo.



Se volvió a trepar sobre papi, levantó un poco sus nalgas e hizo a un lado el negligé, dejándose caer sobre él miembro, lentamente, sintiéndolo abrir sus entrañas poco a poco, haciéndola gemir de placer, mientras el viejón acariciaba sus bellos senos y erectos pezones.



Tras unos minutos, Anne se estiró por completo de nuevo sobre papi, quien la abrazó con toda su fuerza y arrancó su negligé, como si fuese una envoltura, arruinándolo y dejándola completamente desnuda.



“Mañana te compras otro, novia, nomás te encargo que sea igual”, dijo Tomás al destrozar la diminuta prenda.



“Mejor me lo compras tú en Nueva York”, contestó despreocupada, al comenzar a rodar abrazados por la cama, teniendo Tomás la precaución de no aplastarla con su masiva corpulencia.



Con sus codos, Tomás se apoyó en la cama al tiempo que Anne, debajo de él, abrió sus piernas al aire, penetrando en su vagina con vigor, sin separar sus bocas, poniendo sus manos en la frente de su novia, respirando agitadamente, bombeándola rápida y constantemente, gozando ambos al máximo, haciendo que Anne alcanzara su ansiado orgasmo en solo minutos.



Poco o nada les importó gemir y gritar dentro del cuarto, ni que la cama rozara o golpeara contra la pared ante los furiosos embates de papi, ignorando por completo a extraños que pudieran escucharlos o percatarse que habían entrado. El hotel se veía solo aquella mañana.



Ambos se levantaron. Anne fue al espejo y se limpió completamente el arruinado maquillaje.



Papi se sentó en uno de los sillones del cuarto. Anne se aceró y se sentó sobre él, arrancándole el condón, frotando entre sus nalgas en el resbaloso y duro pene, besándolo y lamiendo su cara por unos momentos, para luego girar sobre Tomás y darle la espalda, deslizándose un poco hacia enfrente, levantando sus tersas y blancas nalgas, brillantes y humedecidas, ofreciendo a papi su rosado y palpitante culo.



Tomás, deleitado, tomó su gordo miembro y lo encañonó, jugueteando con su glande alrededor del esfínter de su novia, para comenzar a meterlo poco a poco y sin esfuerzo, viéndolo en primer plano abrirse y adaptarse, desaparecer sus arrugas naturales con cada impulso que hacía sobre él. Anne puso sus manos en el piso, mientras Tomás contemplaba la perfecta penetración de su novia, que solo movía su trasero de arriba abajo levemente, dejando a papi sentir su caliente y abrazador interior.



Tras un buen rato, Anne deslizó hacia enfrente, desacoplándose de su novio, y se arrodilló frente a él. Levantó su mirada. Sus verdes ojos quedaron fijos en los de papi al comenzar engullirle la verga de nuevo, milímetro a milímetro, disfrutando la mezcla de su propio olor y el suavemente salado sabor de su resbaloso contorno, sin perder detalle de la expresión de él, degustándolo golosamente durante un par de minutos más…, hasta que Tomás comenzó a balbucear… “Anne, ten cuidado”, dijo. “¡Ay amor, ten cuidado! ¡Estoy perdiendo el control!”



No separó su boca del pene de su padre a pesar de las advertencias de éste, sin dejar de mirarlo y con sensual expresión de su cara, agrandando sus bellos ojos, Anne le hizo entender que se tragaría todo, sintiendo claramente en sus labios cómo se delineaba cada vena, ya en clara preámbulo a la ansiada eyaculación.



Segundos después, la gruesa verga comenzó a palpitar. Anne sintió el primer chisguete del caliente fluido en la campanilla, pero fue tan intenso y abundante que la tomó por sorpresa. Tomás gritaba de placer mientras Anne tragaba lo más que podía sin soltarlo un segundo, mordisqueándolo, aprisionándolo con los dientes, haciéndolo casi convulsionarse de placer cada vez que lo hacía, hasta sacarle la última gota, sin dejar de mirarlo a los ojos. Lo sacó por un instante, lo suficiente para que cayera semen de su amante en uno de sus pezones. Escupió un poco y cayó en su velludo estómago, y volvió a meter el impregnado miembro en su boca, corriendo algo por los lados hacia los huevos de Tomás.



Ya descargado y relajado, Tomás echó su cabeza hacia atrás mientras su noviecita terminaba de limpiar con su boca el semen que escupió en su estómago y lo que escurrió hacia sus testículos, batallando un poco por el exceso de vello de su padre.



“Me acabo de tragar algunos millones de hermanitos”, dijo Anne concluida su labor de limpieza, haciendo que su padre se riera por la ocurrencia.



“Me corrió como atole caliente por la garganta… lo sentí todo”, dijo ella. “Eres un semental novio… ¡cómo te sale para estar tan ruco!”



“Leí que era buen alimento y excelente para el cutis también, amor”, dijo ella.



Tomás tomó un pañuelo desechable y limpió la cara de su novia. Ella acercó su boca y lo besó, sin reserva alguna. El respondió, pero se separó cuando Anne le pasó un poco de su propio semen con la lengua. Ella sonrió.



Se metieron juntos a la regadera y se enjabonaron el uno al otro. Anne cuidó que su pelo no se mojara porque eso sí que sería un problema. Salieron de la ducha y se secaron. Anne sacó de su bolso el desodorante de papi y su bolsita de pinturas.



“Piensas en todo, hija. Eres increíble”, dijo Tomás.



Se sentó frente al espejo y comenzó a maquillarse, mientras papi observaba la blanca desnudez de su madura pero sensual novia, sin sentir remordimiento alguno de haber cometido repetidamente incesto y hacerla su amante, su deseado trofeo, sintiéndose interiormente orgulloso de su revitalizada virilidad.



No podría tener otra mujer: su hija Anne era su mujer. Ansiaba como nunca el viaje a la boda, ya muy próximo, pero le preocupaba un poco la presencia de sus hijos Estela y Mark, una pareja muy ortodoxamente religiosa, inflexible e invasiva.



Poco más de una hora después de su arribo al cuarto, Anne y don Tomás salieron de la habitación en forma separada. Primero él y luego ella.



“Te espero en los tacos. Nos queda casi una hora para la junta, novia tramposa”, le dijo al despedirse.



Anne se quedó a arreglar el cuarto, tratando de eliminar toda huella de sus locuras. Recogió el negligé destrozado por papi. Pensó en tirarlo, pero sería una evidencia muy obvia, y prefirió guardarlo en su bolso. Luego inspeccionó cuidadosamente el sillón donde Tomás había eyaculado en su boca.



Limpió un hilo de semen aún visible en el cojín y un poco que escupió en la alfombra con una toalla húmeda y papel sanitario y lo arrojó al excusado. Cuando según ella no parecía haber habido actividad sexual comprometedora en la habitación dejó las tarjetas en la mesa y salió.



Había reservado bajo su nombre para un tío ficticio que venía a la capital por un día, con una tarjeta de crédito que era extensión de la de papi y no tener problema alguno con el estado de cuenta que su marido siempre revisaba.



Cuando llegó a la taquería, papi ya iba a la mitad de 4 tacos. Anne pidió dos. Despreocupados, comenzaron a platicar pormenores de la reunión. Papi era otro. Hasta ella misma estaba asombrada de los resultados de su terapia.



Llegaron unos 15 minutos antes del inicio de la reunión. Instantáneamente, Tomás entabló plática con los pocos puntuales presentes. Anne saludó a todos y cada uno de beso. Se separaron del grupo para ir al salón, y se dirigieron al elevador.



“Me muero por el viaje a Nueva York papi. Podremos dormir juntos. Ha de ser padrísimo despertar desnuda junto mi novio después de coger con él toda la noche”, le dijo mientras esperaban el ascensor. Don Tomás sonrió a su hija. “Me muero por amanecer contigo también, novia”.



“¡Si papi!”, dijo excitada. “Ojalá que Estela y Mark queden bien lejos de nosotros. Me tienes que comprar un negligé, no te hagas”, agregó sonriendo.



La reunión fue eterna y aburrida.



A la una de la tarde, cuando salieron de ésta, Anne llamó a Raúl para que los recogiera. Andaba por el rumbo y llegó en poco tiempo al mismo lugar donde los había dejado 4 horas antes.



“Caigo en cuenta que por primera vez no habrá jueves de papi la próxima semana”, dijo Anne mientras caminaban a esperar a su marido. Tomás asentó con la cabeza, algo resignado. “Pero el fin de semana, ¿qué tal eh?”, agregó. “Quiero que llegues cargadito, mi amor, ¿está claro?”, agregó.



“Podemos hacer una escala técnica el domingo, lunes… ¿mañana?”, propuso Tomás, riéndose.



Anne lo volteó a ver, reprobando su propuesta con su sola mirada.



Faltaban eternos ocho días. Anne comenzó a sugerir a su padre a utilizar Viagra o Cialis para el ansiado fin de semana en Nueva York, cosa que Tomás rechazó desde el principio.



Anne se puso a leer un comparativo de ambos productos, y decidió que Cialis era el mejor para el fin de semana en Nueva York. Fue a una farmacia apartada, donde jamás volvería y nadie la conociera, y compró un par de píldoras. Las sacó de su envoltura y la puso junto con sus vitaminas de uso diario para que Raúl no la fuera a pescar.



La mañana siguiente, Anne le dio las píldoras a papi, y le ordenó tomarlas de acuerdo a las instrucciones que ella misma le daría.



Lo que sería su “jueves de papi” fue usado para llamar a Estela y afinar los últimos detalles del viaje.



Anne le dio todos los números y referencias necesarias.



“No hermana, no son photoshopeadas las fotos”, contestó Anne a Estela ya para despedirse. “Si, papi está increíble… besitos, sister”, tirándole un beso y colgando finalmente el auricular. Anne y papi se rieron cuanto le contó sobre sus últimas palabras.



Llegó el ansiado día de partir.



Raúl los despidió en el aeropuerto para volar a Nueva York, donde se reunirían con Estela y Mark, quienes supuestamente habían llegado más temprano ese mismo día. El vuelo México – Nueva York estaba programado para llegar después de las 11 de la noche. Todo salió perfecto y sin retrasos.



“Le encargo a nuestra reina, don Tomás”, dijo Raúl al despedirse para entrar al área de abordar. “Nos vemos el domingo, dijo al besarla y estrechar la mano de su suegro, abrazándolo”.



Ya sentados en primera clase del avión, Anne le preguntó a Tomás por la píldora. Tomás le dijo que la traía a la mano, en tono renuente pero dispuesto a usarla.



Al llegar al aeropuerto John F. Kennedy, Estela y Mark los esperaban en arribos internacionales.



Anne, como siempre, iba cómoda pero adecuadamente vestida y bien maquillada. Estela, por el contrario, se veía bastante informal, a su muy particular estilo de ser, algo descuidada en la coordinación de su ropa y el pelo, con canas notorias, recogido en una cola. Mark también se vistió, aparentemente, con lo primero que encontró. No parecía importarles en lo absoluto como se vieran, al mero estilo gringo.



Cuando caminaban a recoger su equipaje, Anne le susurró al oído a papi, “tomate la pastillita”. “Tómatela… ¡ahorita!”, le ordenó, calculando una hora más para que comenzara la acción. Tomás se dirigió al próximo bebedero y obedeció las órdenes de su hija.



Se saludaron con mucho afecto. Las hermanas se abrazaron y besaron. Les contaron como deambularon casi medio día por el aeropuerto, esperándolos. Por fortuna había mucho que ver y hacer ahí.



Rentaron un automóvil y se dirigieron al hotel en Manhattan donde tenían las reservaciones. Mark conocía bien Nueva York. Anne y don Tomás iban en el asiento trasero. Era ya pasada la media noche cuando llegaron.



“Papi, ¡te ves guapísimo con esa barba!”, fue lo primero que dijo Estela al ver a su padre con su bien delineada característica masculina algo emocionada. “¡Estas tan bien que yo pensaba que Anne estaba retocando las fotos, fíjate nomás!”.



“Yo ni sé de esas cosas”, intervino Anne.



“¡Ay Estelita!, la necia de tu hermana, ya sabes que cuando se le mete algo en la cabeza, no lo suelta, igual que su madre. Es una monserga”, contestó Tomás, “pero ella también se comprometió a tenérmela presentable, que es para conseguir una novia”, agregó riéndose.



“¡Siiii, pero te tumbaste como 20 años, bárbaro!, insistió Estela, “nomás acuérdate que tu noviecita no puede ser divorciada”, recalcó Estela, entre broma y serio.



Comenzaron a platicar ya en el trayecto al hotel, mientras Mark les explicaba cómo llegar. Unos 10 minutos después, Anne comenzó a pestañear, mientras Tomás se esforzaba por poner atención luchando contra el sueño.



Hasta que faltó la respuesta a una pregunta de Estela. Al igual que Anne, don Tomás se quedó dormido.



Estela bajó de inmediato el visor del auto y se puso a observarlos en el espejo, simulando maquillarse, con morbosa inquietud y malos pensamientos, viendo como su padre y su hermana se habían quedado dormidos como novios recién casados. Anne tenía su cabeza apoyada en el brazo izquierdo de Tomás, y él hacia la ventana. Volteó y ellos ni en cuenta.



Sacudía su cabeza cuando los imaginaba desnudos haciendo el amor, como si con eso sus pensamientos fueran a esfumarse. Traía bien metida esa impresión en la cabeza. Lo notaba en la expresión de las caras de su hermana y de su padre.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 2
  • Votos: 1
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