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Estela se quedó sola en casa de su padre poco mas de una hora. Se preparó un substancial desayuno. Les había mentido a su padre y Anne sobre el desayuno con sus amigas.
Ya en la mesa, abrió el rastreador de su celular para saber donde estaban.
Sintió una sensación de triunfo y alivio al ver la ubicación del automóvil de Tomas: Hotel Paradiso, como a 10 millas de distancia. No había ninguna oficina gubernamental ni nada similar en los alrededores.
Los había pillado. Sintió algo como haber ganado el premio mayor de la lotería. De inmediato llamó a Mark.
“Querido, están en un hotel”, fue lo primero que le dijo a su esposo cuando éste contestó instantes después de haber ubicado a su hermana y su padre. “Los tengo”.
Mark y Estela, como jueces de la Santa Inquisición, compartieron la alegría de haber descubierto a su padre y hermana.
Cuando Estela colgó, subió a la mini-van de Anne. Siguiendo las indicaciones del GPS llegó al hotel, pero no pudo ubicar el auto de su padre en ninguno de los estacionamientos, sintiéndose frustrada. Su intención era tomar fotografías para confrontar a su hermana o a los dos.
La verdad es que si los hubiera pillado si no hubiera tardado tanto tiempo en salir tras ellos, aunque la pareja generalmente no permanecía más de una hora en su íntimo encuentro.
Desesperada, encendió de nuevo su celular, pero no pudo rastrearlos por fallas en la red o algún problema con el equipo. Su enfermiza obsesión de pillarlos hizo que olvidara revisar la carga de la batería la cuál seguramente se había acabado.
Golpeó varias veces el volante del coraje. Tomó el otro rastreador y lo puso a cargar en el encendedor del auto y emprendió el regreso.
No tenía pruebas, como estaba segura.
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“¿Qué es ese ruido novio?”, preguntó Anne en el auto cuando iban caminando para hacer tiempo y regresar a casa.
“No escucho nada” dijo Tomás.
“Si, mira, pon atención”, insistió Anne.
“Es como un timbre de alerta de algo cuando se le está acabando la pila”, dijo. “Viene de aquí adentro del carro”, insistió Anne.
“Párate. No aguanto la curiosidad. Es como los celulares viejos, ¿te acuerdas como sonaban cuando se estaba acabando la pila?”.
Se metieron al estacionamiento de un centro comercial. Tomás apagó el motor y subieron las ventanas. Segundos después se escuchó claramente la señal. Ambos bajaron del auto. Tomás pudo percibir que provenía de debajo de su asiento.
Se agachó y sacó la pequeña caja negra en la cuál solo parpadeaba una pequeña luz roja de varias. La observó unos segundos. Anne se acercó y la tomó de sus manos. La volteó y se percató que se trataba de un rastreador satelital.
“¡Esta cabrona, novio!”, dijo muy enojada, “¡le puso un rastreador al carro! ¡es el colmo!”.
“¡Nos torció!” exclamó Tomás con tono de gran preocupación.
Subieron al auto muy preocupados. Anne copió los datos del aparato y se puso a buscar en Google.
“A ver papi. Tranquilo”, dijo después de varios minutos mientras permanecían estacionados.
“Es un modelo muy chafa. No guarda historial. Solo te da la ubicación al instante y tiene habilidad de seguirnos en movimiento con actualizaciones cada minuto. Dos por 99 dólares. De seguro le puso a mi carro el otro”.
Anne se rio. “Eso le pasa por coda. El equipo que le sigue cuesta el par 300 dólares. Si lo hubiera comprado si nos chinga”.
“¡Que pendeja! O no leyó o no entendió esto que dice de señal audible de batería baja”, continuó Anne. “O a lo mejor pensó que debajo del asiento no se oiría… ¡que estúpida!”.
“Muy bien”, dijo Tomás. “En el peor de los casos se dio cuenta del hotel o que íbamos para allá. ¿Te puedes encargar tu de la situación, amorcito?”, pidió, denotando el pavor que tenía a enfrentarse con su hija.
“Lo arreglaré a mi manera. Por lo menos no tiene idea donde estamos”, contestó Anne.
Tomás volvió a colocar el rastreador exactamente como estaba para que Estela no sospechara que lo habían detectado.
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Cuando llegaron a casa de Tomás casi tres horas después, la mini-van de Anne estaba estacionada enfrente.
Entraron y Estela estaba en la estancia viendo la televisión. Se puso de pie y los saludó. “Hola Sis, “¿dormiste a gusto?”, preguntó Anne al darle un forzado beso en la mejilla.
“Fíjate que si. Muy descansada y sin la preocupación de llevar a los nenes a la escuela”
Tomás se desapareció con el pretexto de ir al banco a sacar un dinero que le pidió Estela el día anterior. En realidad, estaba muerto de miedo.
Cuando se quedaron solas, Estela se relajó mas y cruzó las piernas, tomando su posición de acusadora. Anne endureció su expresión, poniéndose a la defensiva.
“Platícame sis”, comenzó Estela, “¿Cómo les fue en su junta?”, dijo, haciendo señal de comillas con sus dos manos, con una irónica sonrisa.
Anne la miró en silencio, mientras ella continuaba.
“Porque si tuvieron junta, de órganos sexuales, claro, pero junta al fin”, dijo con expresión tipo telenovela.
Anne sonrió fingidamente, con esa expresión de estar poniendo toda su atención.
“¡Quita esa risita pendeja!”, le dijo Estela. “Tu y papi se fueron a fornicar esta mañana”.
“¿Te consta? ¿Nos viste? ¿Tienes pruebas?”, contestó Anne, sabiendo que la treta del rastreador le había fallado.
“Mira sis, ¿serías tan amable de dejarnos en paz? ¿por qué no te vas a buscar misas o te metes al cuarto y te azotas? ¡Me tienes hasta la madre con tus pendejadas! Eres invasiva, molestas y estás tirándole pedradas al sol, ya te lo dije”, dijo Anne casi gritando, sin dejarla hablar.
Estela no habló para nada del rastreador.
“¡Te voy a pedir, no, mas bien te exijo que si tienes pruebas me las muestres o dejes de estar chingando de una buena vez, Estela!”, demandó Anne.
“Tarde o temprano los voy a sorprender. Están cometiendo adulterio e incesto. ¿Qué no se da cuenta Raúl, por favor? ¿No se las huele o se hace?”.
“¿Mark sabe de tus intenciones? ¿Es tu cómplice?”, replico Anne.
“¡Con mi marido no te metas, chulita!”, gritó Estela, poniéndose de pie.
“¡Tu te acabas de meter con el mío, chulita!”, gritó Anne, poniéndose también de pie, como lista para una agresión física.
“¡Eres una zorra descarada! ¡Has llevado a papi a cometer terribles pecados!”, gritó Estela.
En eso escucharon a su padre llegar. Tomás las notó muy alteradas tras la fuerte discusión.
Tomás puso su portafolio en la mesa. Anne tomó su bolso para retirarse.
“¿Me das las llaves de mi carro, sis?”, dijo Anne, con simulada calma.
Sin decir palabra, Estela abrió su bolso y se las dio en la mano.
“Gracias por prestármelo”, dijo Estela.
Anne salió a su casa, pero se detuvo en el estacionamiento de una tienda de conveniencia. Salió de su mini-van e inspeccionó debajo del asiento. Ahí estaba el dispositivo de rastreo, flasheando en verde y con toda su carga. Se puso al volante de nuevo, encendió el motor y negó con su cabeza, algo nerviosa por el reciente encontronazo con Estela.
Tomás le dio a su hija el dinero en efectivo que le había pedido y le preguntó que quería de comer para ordenarlo. Se decidieron por el restaurante italiano de siempre, pero en esa ocasión no tenían servicio a domicilio.
Tomás salió por la comida 20 minutos después, dejando a Estela en la estancia viendo televisión.
Nunca había tenido el mínimo de prudencia y respeto. Con tal de probar un punto, Estela era capaz de cualquier cosa.
Con inquietud y curiosidad vio el portafolio de su padre en la mesa. Se estiró y lo tomó, abriéndolo. Estaban algunos papeles en folders y el nuevo juguete favorito de Anne y Tomás: la cámara digital.
La tomó en sus manos y le dio unas vueltas, buscando como encenderla, hasta que encontró la forma.
La volteó. La sonriente cara de Anne embarrada de semen apareció en la pequeña pantalla, como saludándola y concediéndole la victoria.
Estela sintió una descarga de morbosa emoción recorrer su cuerpo, al comenzar a correr las fotos en el visor y observarla con un grueso pene metido en la boca, ciertamente de papi, una foto más de Anne de espalda y una mas volteando a la cámara, ambas completamente desnuda. Las amplió un poco para observar mas de cerca trasero, sus senos y su escasamente poblado monte de venus, alcanzando a apreciar su rajada.
Las siguientes fotos lo confirmaron, al ver a su hermana desnuda con su cara aún embarrada abrazando a su padre, ahí mismo en la casa. Estela visualizó los ángulos de las tomas y confirmó que habían sido tomadas allí mismo. Empezaban el domingo anterior, según el fechador de cada foto, precisamente el día que papi regresó.
La siguiente foto, tuvo que aceptarlo, la excitó: Anne de rodillas al lado de papi mamándosela, evidentemente ya después de haberse vaciado en su cara, luego otra tomada muy cerca de la cámara, con Anne embarrada y su padre, ambos muy sonrientes.
Estela continuó avanzando el carrete, hasta llegar a la foto en la cual pudo apreciar el pene de su padre a detalle, la misma que Anne dijo que era para ella, cuando escuchó llegar a su padre. De inmediato apagó la cámara y la guardó en el portafolio, poniendo todo como si nada hubiese pasado. Su corazón latía aceleradamente. Hasta el hambre se le había quitado. Se había excitado, aunque le costaba aceptarlo.
Era urgente para ella continuar. No iba preparada para encontrar la añorada evidencia de la manera menos esperada y sencilla.
Era poco antes de las 4 de la tarde. Tomás estaba como león enjaulado solo con su hija en la casa. No quiso insinuarle ir a casa de Anne en virtud de la tensión imperante entre ellas. El deseaba salir un par de horas y ella deseaba quedarse sola para continuar viendo las fotos.
“Papi, ¿te importaría si llamo a mis amigas para que vengan un rato? No pude verlas en la mañana y me da flojerita salir. Aparte me voy a perder de seguro”, preguntó Estela.
“No hija, para nada. Estás en tu casa. De hecho, pensaba salir a casa de los Martínez. No los he visto desde el año pasado”, contestó Tomás.
“¿Cómo a que horas vienen?”, preguntó.
“Mas tarde, digamos en una hora más”, contestó Estela.
La casa estaba presentable, aunque evidentemente se trataba de una mentira de Estela. Su objetivo real era continuar fisgoneando la cámara. Sintió algo de preocupación cuando Tomás tomo su portafolio y se dirigió al estudio.
Sigilosamente, observó como sacaba la cámara digital y la puso en el segundo cajón a mano derecha.
Regresó rápidamente a la estancia.
“Bueno hijita, te quedas en tu casa. Creo que tienes todo lo necesario para atender a tus amigas, ¿verdad?”.
Ya se le ocurriría algún pretexto cuando su padre se percatara que no hubo tal visita.
“Tu vete sin cuidado, papi. Si necesito algo le hablo a Anne. Disfruta a tus amigos”.
Tomás acababa de concluir una difícil semana con Estela y no sintió obligación alguna al dejarla sola en casa mientras sus amigas llegaban.
Estela esperó 10 minutos después que su padre salió, recordando que a veces regresaba por algo que se le había olvidado. Checó su celular y vio que el auto de Anne estaba en su casa.
Se dirigió al estudio y se sentó en la misma silla en que papi se había tirado a Anne la primera vez. Abrió el cajón y sacó la cámara. Recorrió con ella en la mano la casa, pensando donde y como lo hacían. Se recostó en la cama de papi y la olió, como tratando de percibir algo.
Antes de encender la cámara, sintió que su vagina se humedecía rápidamente. Con lo que había visto era suficiente para encenderla. Había oído mucho sobre las películas pornográficas, pero jamás había visto una. Su ortodoxa forma de ser le impedía visitar sitios porno en internet, aunque si monitoreaba las demás computadoras en su casa, en especial la de su hija mayor.
Aunque imaginó infinidad de veces a su padre y su hermana haciendo el amor, jamás pensó tener el deleite de verlos, literalmente.
Encendió de nuevo la cámara y comenzó desde el principio, acostada en la cama de papi.
Pasó foto por foto, lentamente, admitiendo la bella sensualidad de su hermana al verla desnuda por vez primera, pero cuando llegó a donde se había quedado, sintió una descarga en su vagina: ¡que grande el pene de su padre! Concedió a Anne la razón, al momento que metió su mano y comenzó a acariciar sus babeantes labios vaginales y frotar lentamente su clítoris.
Continuó viendo lo que no debía, pero nunca le había importado hurgar cosas de otras personas. Tampoco lo consideraba pecado, con toda seguridad, como cuando hurgaba las pertenencias de sus hijos adolescentes. Todo sea por el bien, de acuerdo a ella y su esposo.
Continuó. Eran las nalgas de su hermana, blancas y suaves. Luego abriendo con sus manos, mostrando una perfecta imagen de su ano, completamente rasurado, rosa en los lados, oscureciéndose a púrpura y café, luego otra con los muslos abiertos, y lo que siguió la hizo tener un orgasmo: el gigantesco glande de su padre empujando sobre el ano de su hermana.
“Practican el sexo oral y anal, ¡que bárbaros!”, dijo.
Se puso de pie. Fue al baño, se limpió, se cambió a su recámara. Y continuó.
Aparecía Anne, con la cara ya limpia de perfil, besando a su papi en la mejilla, también tomada muy de cerca, con perfecta calidad. Las dos siguientes eran de Anne desnuda, pero limpia. Las últimas del día eran Anne y papi frente a frente, ella lamiendo su cara en una, y mordiendo su barba en otra.
Estela puso la cámara a su lado y comenzó a acariciarse de nuevo, pero ahora se sentía ella la perseguida y pecadora. Nunca hubiera pasado por su mente que su ansiada evidencia acabaría calentándola de esa manera. Simplemente no contaba con eso. Su plan era muy distinto.
Pensó en su tediosa rutina con Mark y lo que Anne le recriminó o lo que papi le comentó en Houston: su vida era sumamente monótona y aún estaba en edad de merecer.
Se puso de pie. Aseguró la puerta de su recámara y se desnudó por completo. Se miró en el espejo, notando sus excesos tanto de pelo como de kilos. Aunque atractiva, Estela estaba descuidada. Su estilo de vida la tenía así. Ni hacía ejercicio ni cuidaba su dieta, sin poder evitar compararse con Anne y divagar sobre cómo habría comenzado a ser la amante de su propio padre.
Quisiera que le contara, pero había edificado un muro entre ellas por intrusa y santurrona el cuál le sería difícil derribar.
Tomó la cámara de nuevo y continuó la caliente y comprometedora exploración.
El siguiente set era con la fecha de ese mismo día, obviamente en el hotel Paradiso, donde alcanzó a ubicarlos.
Las primeras dos fotos eran de Anne caminando hacia el cuarto del hotel, con una diminuta falda verde. Las siguientes fotos, dentro de la habitación, eran de Anne sola, posando con el negligé que papi le había comprado en Nueva York, quitándoselo provocativamente y exponiendo primero sus senos.
Sintió derretirse cuando vio la siguiente secuencia de fotos, tomada desde luego por papi, donde empezaba con el glande penetrando a Anne por el culo, y una foto de cada porción que la penetraba, hasta tener las nalgas completamente replegadas bajo su levemente abultado estómago, completamente ensartada.
Las últimas fotos eran de Anne sentada sobre papi, con los muslos abiertos mostrando su vagina abierta con un hilo de tampón, con la cabeza de él apoyada en el hombro de su hermana, notando semen al lado de su boca.
“Son unos degenerados… pero… ¡que rico cogen!”, dijo.
CONTINUARÁ.
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