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Categoría: En el Trabajo

La amante del Director del Colegio

La amante del Director del Colegio

Trabajaba en el despacho elaborando los presupuestos del próximo Curso Escolar en los primeros días de septiembre. Los alumnos aún no habían vuelto a clase y había la tranquilidad suficiente que permitía trabajar sin demasiadas interrupciones. Enfrascado como estaba en ingresos y gastos, apenas oí que preguntaban por mí, y sólo cuando mi secretaria llamó a la puerta me di cuenta que una mujer de unos 40 años, la acompañaba:
- Esta Sra. quiere hablar con Vd. Necesita plaza para sus dos hijos de 2º y 4º.
- Pase, por favor,- le dije en tono educado, como es mi costumbre.
Nada más sentarse frente a mí, pude darme cuenta que era muy atractiva, una boca sensual, unos ojos profundos oscuros y hasta turbadores, y una figura estilizada envidiable en una mujer.
- Usted dirá.
La mujer, nada más comenzar a hablar me confirmó por el acento de su voz que era sudamericana. Me relató que había emigrado de su país por motivos no sólo económicos, el paro era una verdadera lacra, sino también por motivos políticos, ya que no estaba de acuerdo con el régimen establecido en él. Necesitaba plazas para sus dos hijos de 7 y 9 años.
Mientras le iba explicando todos los pormenores de matriculación, documentación a presentar, etc. no dejaba de mirarle a los ojos que me habían subyugado, al incipiente pecho que se dejaba ver bajo la blusa, desabotonada en parte, y cautivado por su sonrisa maravillosa cuando asentía a cada información precisa que le decía. Por un momento pensé: “¿Se dejaría seducir por mi?” Casi sin darme cuenta hice un imperceptible gesto con los labios, como enviándole un beso. Esperé a ver su reacción. ¡Me mandó, de modo igualmente imperceptible, el mismo beso que le había tirado! Un calambre recorrió mi espina dorsal. Para confirmar el posible buen rollo que podría surgir, saqué la punta de la lengua, y la pasé por el labio superior, como si lo humedeciera, pero también indicándole lo que podría hacer con mi lengua si admitía el flirteo. ¡Ella hizo el mismo gesto que yo! Pasó su lengua por su labio. Era electrizante el momento. Despacio, me levanté para que me firmara el documento de matriculación de sus hijos. Al darle el bolígrafo, apreté suavemente su mano. No rechazó la caricia, sino que apretó igualmente la mía. No hacía falta decir nada más. Mientras firmaba, bajé mi mano izquierda por detrás hasta su pecho, y acaricié suavemente su pezón. Ella dejó de escribir y se apretó a mí a la vez que emitió un suave gemido de placer.
La puerta del despacho estaba cerrada. Mi secretaria me anunció por el interfono que salía a la calle una media hora. Los pocos profesores que aún no se habían ido estaban en sus clases. La rodeé por los hombros, le ayudé a incorporarse, la giré, y le comencé a dar el más suave y subyugante de los besos en sus labios no demasiados carnosos, pero enormemente sensuales. Ella respondió a la caricia totalmente entregada. Le metí la lengua entre los labios abriéndosela para explorar con ella la suya. Con el brazo izquierdo la apretaba junto a mí. Mi mano derecha acariciaba su pecho izquierdo, y bajaba hasta la entrepierna. Ella se desmadejaba por momentos. Se calentaba tanto que mi polla, dura ya como el mástil de un barco, la taladraba fuertemente contra su pubis. Ella se movía restregando su coño, húmedo ya, contra mi polla.
Seguí besándola, mientras me desabrochaba los pantalones y a ella le bajaba su falda. ¡Qué cuerpazo se ofrecía a mi vista! En dos segundos estábamos completamente desnudos. Comencé a comerle los pezones. Ella gemía de gusto: “¡ah… Sí… Fuerte… sigue…!” Me apretó la polla con sus suaves manos y me masturbó tan delicadamente que casi me corro de gusto. Pero mi sorpresa fue que se arrodilló sin avisarme y en un segundo se la tragó entera. ¡Oh, qué mamada más rica! Con la punta de la lengua daba en mi capullo encendido y al rojo de sangre acumulada y se la engullía de fuera a dentro en un rítmico movimiento. Al cabo de unos momentos la obligué a dejar, no quería correrme en su boca. Tenía que ser en su puchita linda. Aparté algunas carpetas de la mesa y la senté sobre ella, dejando fuera su lindo culo y frente a mi polla, su precioso coño babeante de fluidos lubricantes. Ella, había cogido de su bolso un lindo preservativo que, experta, me colocó con un ruego en su mirada. Era lógico y asentí sin protestar. Y ya, sin dilación alguna, la penetré hasta lo más hondo de su vulva. Mientras lo hacía, con mis dedos le masturbaba el clítoris de tal modo que en pocos segundos experimentó un intenso orgasmo: “¡Ah… sí… me viene… qué gusto… sigue… ahhhhh… yaaaaaaa….yaaaaaaa….! En ese momento sentí que me subía una enorme carga de semen al capullo y descargué en tremendos empellones contra su coño enorme: “¡Oh, qué corrida mas buena … toma… ah … ah … ya … Tía buena … inmensa de placer …”
Mantuvimos el abrazo unos instantes mientras calmábamos en parte nuestro cuerpo y se relajaban nuestros sexos, aún latentes. Nos vestimos en silencio y sonrientes.
¡Los niños había sido bien matriculados!
A partir de entonces, cada varios días mi L***** me visitaba para hablar del progreso de sus hijos, y yo la informaba convenientemente en el sofá de mi despacho.
Datos del Relato
  • Autor: Miguel
  • Código: 15163
  • Fecha: 02-07-2005
  • Categoría: En el Trabajo
  • Media: 5.6
  • Votos: 47
  • Envios: 4
  • Lecturas: 1980
  • Valoración:
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