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Categoría: De Fiesta

LA ALFOMBRA ROJA

Llegamos al local bastante temprano, sólo se encontraban los garzones. Escogimos quedarnos en un rincón donde la escasa luz casi no llegaba para preservar nuestra intimidad, cuando llegue más gente. Nos sentamos en uno de esos sillones comunes pegados a la pared del rincón, quedando dos sillas individuales vacías frente a nosotros. Pedimos nuestros tragos y nos pusimos a conversar. Esa noche en que cumplíamos un aniversario más de matrimonio, mi esposa estaba más bella que nunca. Tenía puesto un traje blanco de dos piezas. La falda le llegaba a media pierna. El escote, aunque no muy pronunciado, permitía ver el nacimiento de los seños. Se había enlaciado el cabello, parecía ser otra persona, lo cual me excitaba mucho. Si bien no lo habíamos manifestado verbalmente, la idea compartida era: tomar unas bebidas, rememorar buenos momentos de nuestra vida juntos, luego cenar y posteriormente gozar de una noche de fogosidad y sexo en algún motel; en fin, tener una noche especial!.
Poco a poco fue llegando gente al local. En un momento de esos, dejando sola a mi pareja me dispuse para ir al cuarto de baño, debiendo para ello atravesar el salón y pasar por la barra del local. En ella se encontraba sentada, en aquellos altos sillones, una rubia que tomaba alguna bebida de colores. Nuestras miradas se encontraron un largo instante y pude apreciar el coqueteo: entrecerró los ojos, mojó sus labios con su lengua y acarició su corto pelo, sonriendo, sin dejar de mirarme. Seguí mi camino, al salir del baño se repitió la escena. Ella era preciosa, delgada, de buenas formas. Sus pechos eran pequeños pero bien parados, se notaba la ausencia de corpiño. Su cabello rubio le llegaba hasta pocos centímetros antes de sus hombros color canela. Su largo y exquisito cuello estaba adornado por un pequeño collar que combinaba con el vestido rojo muy corto. Era de esas mujeres que a simple vista parecen flacas pero tienen un par de gruesas piernas y un trasero respingado. La mirada penetrante y sin asomo de timidez, me estremeció el cuerpo; sin dejar de mirarla continué mi camino, acongojándome al recordar que no estaba sólo. Cuando atravesé el salón y el ángulo de giro de mi cuello no dio para seguir el juego, sentí en mi espalda aquella mirada encantadora. Tomé asiento junto a mi esposa sintiéndome orgulloso de mi propio físico capaz de atraer, todavía, a algunas muchachas jóvenes y lindas. Esbocé una sonrisa y continuamos la plática. Poco tiempo después, quedé paralizado. La rubia, copa en mano, pasaba frente a nosotros como buscando a alguien. Al descubrirme se detuvo y me miró nuevamente en forma fija, luego, dirigió fugazmente su mirada hacia mi esposa, sonrió, saludó con la copa y continuó su camino para sentarse sola, en una mesa aledaña frente a nosotros. -¿La conoces?, preguntó mi esposa. -No! , respondí nervioso sin saber por que.
Pasaron varios minutos sintiéndome incómodo y sin poder concentrarme en la charla al tener tan cerca a la muchacha que no dejaba de mirarme fijamente.
El local era de muy buen nivel, exótico, caro y lujoso; no eran esos en que la gente asiste para hacer citas, por ello me parecía totalmente extraña la situación. Aunque trataba de no mirarla, mis ojos traicioneros escapaban a mi voluntad. Situación incómoda en pleno aniversario- pensé- será mejor marcharse!. -¿Vamos a otro lado?, propuse a mi pareja. -Parece que has hecho una conquista -recibí como respuesta -, ella no deja de mirarte!. Su tono no era amigable. -Bueno..., como te dije, no la conozco querida..., no puedes culparme; tu marido, a pesar de las sienes plateadas todavía hace latir corazones – bromeé. Ella no sonrió y permaneció mirando fijamente a la rubia quien a su vez había cruzado las piernas mostrándonos más de lo permitido, mientras que saboreaba su dedo índice pasándolo alrededor de sus labios, esta vez alternando miradas entre ambos. Las miradas entre ellas se hicieron fijas y yo pasé a segundo plano. El silencio resultaba incómodo. La rubia seguía disfrutando de su dedo índice lo cual me resultaba excitante y lujurioso pero incómodo y desatinado para el ambiente y el momento. Hice el intento de proponer nuevamente irnos a otro lugar pero, sorpresivamente, la rubia descruzó lentamente las piernas, las separó al extremo y se reclinó ligeramente en el asiento. Tragué saliva, sentí calor en la cara y abrí descomunalmente los ojos. Se podía apreciar, a pesar de la tenue luz, sus vellos púbicos, pues al parecer no llevaba interiores. Acto seguido, bajó su mojado dedo índice y disimulada acarició leve y lentamente su sexo.
Mi esposa, quien no había apartado la mirada de la chica, la invitó a la mesa con un movimiento de cabeza. Quedé pasmado!. La rubia se levantó desperezada, cogió la copa, su pequeña cartera y se sentó en una de las sillas vacías de nuestra mesa, frente a ambos.
-¿Cómo te llamas?- preguntó mi esposa. –Vanesa, respondió la aludida con acento extranjero. -¿Cuántos años tienes?, insistió mi esposa. –Veintiséis, dijo ella. -¿Qué quieres de nosotros Vanesa?. –Mira, – dijo la rubia – me gusta tu pareja!. -Es mi esposo!. -Me parece bien, no quiero quitártelo, ¿ no quieres compartirlo?. -Eres joven y bella, - respondió mi esposa- puedes conseguir al hombre que desees, ¿por qué quieres a alguien mayor que tú y que además ya tiene dueña?. -Tienes razón, puedo conseguir a quien quiera, justamente eso hago, no estoy acostumbrada a perder..., me gusta tu pareja y la quiero tener, pero también me gustas tú y por lo que vi no te soy indiferente..., no has dejado de mirarme...., además escuché que me encuentras bella....
- Ya está!, dije para mis adentros, se armó la cosa, ahora es cuando surge una bofetada y tendremos que irnos escándalo incluido. Para mi sorpresa solo escuché el silencio. Las miradas entre ellas eran desafiantes. Mientras tanto sentí que, por debajo de la mesa, un pie desnudo acariciaba mi pierna, y luego mi entrepierna. Hacía círculos en mis genitales provocándome una tremenda erección. Cesó de hacerlo. Miré a mi esposa, temiendo que hubiese descubierto la osadía y ésta permanecía sin desviar la mirada de Vanesa. La vi entrecerrar los ojos, parpadear rápidamente y blanquearlos por instantes. Observé disimulado por debajo de la mesa, levantando un poco el mantel y pude apreciar el pie de la rubia en la entrepierna de mi esposa. Ésta había abierto sus piernas para permitir las caricias. -Podemos pasarla muy bien juntos..., propuso Vanesa con aquel acento encantador.
Luego de unos instantes, pude percibir cómo la mano de mi esposa bajaba disimulada hacia su entrepierna, hacía a un lado su calzón y permitía el contacto directo del pie desnudo de Vanesa con su vagina. La rubia introducía su dedo gordo en forma profunda moviendo el pie en círculos, lo retiraba, acariciaba el clítoris de mi esposa y volvía a arremeter en el la cavidad vaginal. La escena me calentó demasiado. Aproveché el momento, me aproximé y acaricié con la mano el monte de venus de mi esposa, no sin antes constatar visualmente la ausencia de miradas ajenas. Mi esposa disfrutaba al máximo del pie de la rubia y de mis masajes en su clítoris. Vanesa sacaba el pie y acariciaba mi mano humedeciéndola con los jugos vaginales, luego contornaba los labios vaginales con la punta de los dedos para terminar el recorrido introduciéndolos casi por completo en el hoyo. Mi esposa acariciaba mis genitales por encima de mi pantalón, mientras que, con la otra mano, ayudaba al pie de Vanesa en la masturbación.
Agitación, suspiros, apretón fuerte a mi pene erecto y un grito reprimido nos dio pautas sobre el orgasmo controlado de mi esposa. ¡Paramos la acción justo a tiempo!. Un garzón se aproximaba para preguntar si deseábamos servirnos algo más. Mi esposa bajó su vestido, Vanesa cruzó la pierna y yo me separé un poco. Solicitamos otra ronda de lo mismo que bebíamos y esperamos en silencio. Vanesa balanceaba, desembarazada, su pierna cruzada aun con el pie descalzo y húmedo. Una vez el mesero atendió el pedido, mi esposa invitó a la rubia a sentarse en medio de nosotros, justo en el vértice de la esquina que conformaba el rincón indicado. Esta aceptó y quedamos los tres juntos en el sillón común. Mi esposa se apegó a Vanesa y me pidió hacer lo mismo, luego cogió mi mano y la llevó hacia la vagina de la rubia, quien efectivamente no traía interiores. Juntos iniciamos las caricias. El mantel de la mesa y la tenue luz protegía la acción de miradas furtivas. Vanesa, a su vez, devolvió las caricias a ambos. Posó su mano izquierda en mi pene por encima del pantalón y metió la derecha por debajo de la falda tocando la vagina de mi esposa por encima del calzón. Yo acariciaba sus piernas, recorría la húmeda vulva tropezando e intercalando masajes vaginales con la mano de mi esposa. Logré introducir el dedo medio al agujero vaginal de Vanesa, sintiendo también la introducción del dedo de mi esposa al mismo tiempo. –Quítate los calzones!, alcancé a escuchar a Vanesa. Mi esposa obedeció y guardó la prenda en su cartera, mientras, la rubia bajaba la cremallera de mi pantalón y dejaba al descubierto y en libertad mi pene a punto de estallar. Mojaba su mano de saliva y me masturbaba de una manera espectacular. A su vez, introducía los dedos en la vagina de mi esposa, ahora ya liberada, siendo acompañada por la propia mano de ésta. Pasaron algunos minutos hasta que escuche a Vanesa : –¡Necesito saborear tu pene!. Fue suficiente!, eyaculé grandiosamente, regándolo todo, mantel, las piernas de ambas, las manos de la rubia e incluso mi pantalón. Vanesa se llevó la mano a la boca y lamió los restos de semen. -¿Les parece si vamos a algún lugar más discreto?, yo aún no me satisfice, indicó la muchacha. Con el mantel nos limpiamos todos. Cancelé el consumo y nos retiramos. Ya en el estacionamiento, encaminé hacia mi vehículo. –No, dijo la rubia, vamos en el mío!. Era un BMW, no del año, pero muy lujoso. -Conduce tú, me dijo, a tiempo de arrojarme las llaves. Ella subió en el compartimiento del pasajero delantero y mi esposa al trasero. -¿Dónde vamos?, pregunté. -A mi apartamento!, dijo Vanesa, indicándome la dirección. Ni bien arrancamos, la rubia abrió nuevamente la cremallera de mi pantalón y prácticamente se lanzó a chupar mi pene, que para entonces ya estaba otra vez muy firme. La mamada era increíble, subía y bajaba hasta el tronco con una maestría absoluta. Mi esposa, en el asiento trasero se mantenía impávida. El recorrido no fue largo, llegamos a un lujoso edificio de apartamentos, ingresamos al garaje y luego al ascensor. La luz en este compartimiento era potente. Allí pude apreciar la juvenil belleza de Vanesa, su delicada figura, su tersa piel canela, sus gruesos y rojos labios, los rígidos pezones que surgían de su vestido, en fin, todo en ella era magnifico e increíble. Aún en el ascensor abracé a mi esposa a quien, sentí, había descuidado. Besé sus labios profundamente, siendo correspondido. Se sumó la rubia a nosotros, nos abrazó y besó nuestros labios. La puerta se abrió. Quinto piso, Pent Hause del edificio. Ingresamos al apartamento. Una mullida alfombra roja invadía el ambiente. Muebles de madera y cuero, oleos muy bien concebidos, inmensas lámparas de cristal, bar, copas y vasos de la mayor calidad, desniveles en el piso, balcón con jacussi...., un impresionante lujo. –Pasen por favor a mi humilde morada, ironizó Vanesa, mientras se descalzaba, arrojaba su pequeña cartera en un sillón y sacaba una botella de champaña del frigobar, alcanzándomela. –Ábrela!, me ordenó. Procedí deteniendo el corcho entre mis manos. La rubia me alcanzó tres estilizadas copas. Mi esposa admiraba el decorado ambiente. -¡Salud!, dijo Vanesa, vaciando de un contado el contenido del recipiente. La trivial charla y las copas de champaña se prolongaron por un tiempo sin que nadie se anime a iniciar el juego sexual que nos había llevado hasta allí. -La noche es nuestra, pónganse cómodos!, sentenció Vanesa. Botó la copa a la alfombra, conectó el equipo de música e inició un sensual baile. Acariciaba su cuerpo por encima de la ropa, levantaba su vestido permitiendo apreciar su gruesas piernas y el comienzo de su pubis. Nuevamente me calenté. Arrastró consigo a mi esposa y la invitó a bailar. Ésta no se hizo de rogar y fue a su encuentro quitándose también los zapatos. Vanesa desabotonó, al ritmo de la música, cada botón de la chaqueta de ésta, arrojándomela cuando se la sacó por completo. Mi esposa lucía un corpiño de encaje blanco combinando con su falda. Tomé asiento para apreciar el espectáculo, saboreando las burbujas de la champaña que aún contenía mi copa. Voló hacia mí el corpiño y luego la falda de mi cónyuge y pude apreciar su desnudez, la cual trató de cubrir con sus manos, en un instante de pudor. Vanesa se percató de la incomodidad de ésta y se deshizo de su rojo vestido, quedando en igualdad de condiciones: desnuda totalmente ya que tampoco usaba corpiño. Así, en esas divinas circunstancias, abrazó a mi esposa y la besó en los labios, sensual y profundamente, acariciando sus nalgas y piernas; caricias que fueron retribuidas. Vanesa mamó los pechos de mi esposa mientras que con una mano masajeaba la velluda concha de ésta hasta incrustar sus dedos dentro de ella. De pie, como estaban, poco a poco Vanesa fue arrodillándose besando el abdomen, el ombligo, hasta encontrar el monte de venus en donde se detuvo. Lo olió delicadamente haciendo pequeños círculos con la nariz para luego iniciar lamidas entre los labios vaginales. Mi esposa separó las piernas, se paró en la punta de sus pies y tomó la nuca de ésta, aprisionándola a su vulva, gimiendo de placer. Desde mi ubicación podía ver el perfecto trasero de Vanesa, sus pequeños pechos colgando y además el cuerpo entero y desnudo de mi esposa recibiendo sexo oral. Quise intervenir pues mis fluidos estaban mojando mi pantalón pero, me contuve, el espectáculo era tan inusual y excitante que valía la pena permitir a mis ojos disfrutar más de aquello. No pude resistir y dejé en libertad mi pene iniciando una masturbación. Mi esposa cogió la botella de champaña, tomó largos sorbos del pico y luego invitó a Vanesa quien hizo lo mismo derramando el burbujeante líquido en su cuerpo hasta incluso mojar la alfombra roja. Mi esposa entonces se acercó y comenzó a lamer sus pechos y el resto de su cuerpo. Vanesa se acostó en la alfombra, abrió las piernas y prácticamente arrastró de los cabellos a mi pareja obligándola a beber el líquido que quedaba en su vagina. La rubia cogió la botella, se deslizó hasta la vagina de mi esposa, mordisqueó su clítoris y la penetró con la larga punta del recipiente hasta lograr que solo se divise el cuerpo de éste. Me quité toda la ropa y me acerqué a ellas masturbándome. Al verme, la rubia se incorporó y comenzó a chupar mi rígida verga. Luego se incorporó mi esposa y acompañó la mamada mientras yo acariciaba un pecho de cada una de ellas. El de mi esposa, suave, blando, terso y ligeramente más grande, concluía en un gran pezón color marrón. El de Vanesa era pequeño, duro, pero igual de suave, coronado de una rosada aureola y un pequeño pezón de igual color. La muchacha me arrastró hacia abajo, me besó los labios y me incitó a que comiera su concha. Así lo hice, no sin antes besar y apretujar los delicados pechos que cabían enteros en mi boca, para luego bajar hacia las profundidades de su sexo, pareciéndome increíble tener entre mis dientes ese delicioso clítoris. Mi esposa se consolaba sentada en un sillón, masturbándose con la botella. Dejé a la rubia y me coloqué de cuatro para comer la vagina de mi cónyuge. En esa posición sentí deliciosos chupones en mis testículos, luego humedad y caricias en mi trasero. Vanesa abría mis nalgas y pasaba su lengua por mi ano. Mi esposa se dio vuelta e inició un 69 conmigo, mientras la rubia continuaba con su excitante faena. Sentí un dedo que acariciaba mi agujero de un lado para otro, violando mi sagrada intimidad por primera vez. Me puse rígido. –Tranquilo, no te pierdas lo mejor de la diversión!, susurró Vanesa con aquel extraño acento. Me relajé. Lubricó su dedo con sus propios líquidos vaginales y lo introdujo parcialmente en mi ano masajeando diestramente la próstata. Esa maniobra me produjo una deliciosa sensación haciéndome ayacular parcialmente, llenando la garganta de mi esposa quien empezó a toser ahogada. Finalmente se repuso incorporándose y tragando todo el esperma. Mi pareja se colocó frente a mí apoyando sus nalgas al borde del sillón y me atrajo hacia ella provocando la primera penetración vaginal de la noche. La rubia se las arregló para proporcionarnos placer lamiendo ambos genitales en plena acción. Mordisqueaba el tronco de mi verga y los labios vaginales de ella. Momentos después se realizó el intercambio. Fui yo el que me senté en el sillón y Vanesa introdujo mi pene en su vagina, dándome la espalda. Posición que me permitía acariciarle los pequeños senos y su clítoris. La rubia manejaba la acción al haber colocado sus pies en mis muslos y, apoyando su espalda a mi pecho cabalgaba sin cesar. Mi esposa, de frente a ambos, lamía nuestros genitales imitando lo que había hecho Vanesa hacía instantes. Por mi parte yo besaba el cuello de la rubia mientras apretaba sus tetas, las mismas que por momentos besaba mi esposa quien subía y bajaba recorriendo con la boca el cuerpo de Vanesa. Por las constantes embestidas, mi pene se salió de la vagina, situación que aprovechó mi esposa para engullirlo casi por completo. Vanesa suplicó, colocándose de cuatro en la alfombra roja, ofreciendo su magnífico trasero: –Métela, por favor!. Me incorporé para proceder en consecuencia cogiendo las caderas de la rubia, predispuesto a penetrar su vagina nuevamente. Mi esposa me detuvo abrazándome por la espalda; agarró mi pene y lo dirigió hacia el ano de Vanesa y empujó con fuerza!. Ayudé en el empellón logrando introducir sólo la punta. El grito de la rubia fue desgarrador ya que su agujero no había sido previamente lubricado. Mi esposa, en la misma posición y sin importarle el dolor ajeno, agarrando las caderas y nalgas de la rubia, a través mío, volvió a empujar con mayor fuerza sintiendo yo la presión de sus vellos púbicos en mis nalgas. Esta vez entró entero!. - No!, No!, gritaba Vanesa, mientras yo arremetía eufórico incentivado por mi cónyuge. A pesar de mi excitación, en cierto momento disminuí el ritmo y traté de retirarme por los gemidos, causados por el supuesto dolor ocasionado. La reacción fue inmediata: -No la saques!!, no la saques!!. Continué entonces con la enculada. Mi esposa se acostó en la alfombra roja para que Vanesa le hiciera sexo oral mientras ésta era sodomizada. De esta manera, al escuchar los gemidos de ambas, cerca al orgasmo, no pude aguantar y terminé dentro del ano de la rubia inundando sus entrañas. Exhaustos, los tres quedamos tendidos en aquella mullida alfombra roja. -¿De dónde eres?, preguntó mi esposa a la rubia. -Soy francesa, respondió ésta aún jadeante. -¿A qué te dedicas?, pregunté. –Soy sexóloga – respondió–, estoy investigando determinadas conductas sexuales en América latina y ustedes son parte del estudio encomendado por la empresa no gubernamental dónde trabajo..... -¿Cómo? - interrumpí -, ¿somos tus conejillos de indias?, ¿esto haces con cada sujeto o pareja que seduces?. – No lo tomes así – respondió con sonrisa de justificación –, lo normal es que yo no participe, sólo observó...., de verdad me gustó mucho lo que hicimos esta noche, ustedes son especiales, espero que esto no concluya aquí, “la noche es nuestra...” ¿recuerdan?, quiero seguir disfrutando con ustedes, sentir placer mientras registro cada momento.....¿no se molestan si disfruto mientras trabajo, verdad? – esbozó una gran sonrisa – todo es anónimo!, concluyó. Miré a mi esposa desconfiado, esperando una negativa. Ella besó los labios de la rubia como respuesta y dijo: -Trabaja Vanesa, trabaja....!!
Aquella alfombra roja fue testigo de esa y muchas otras noches de lujuria y perdición en que sucumbimos..... ayudando a Vanesa en su trabajo. Hoy mantenemos correspondencia con ella, vía correo electrónico, web cámara incluida, a través de la cual nos enseña varios secretos.... La extrañamos cada día...... Nos ha invitado a París,... espero que el presupuesto nos alcance.....
Datos del Relato
  • Autor: Tímido
  • Código: 14926
  • Fecha: 14-06-2005
  • Categoría: De Fiesta
  • Media: 5.43
  • Votos: 68
  • Envios: 7
  • Lecturas: 1825
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
aninimo
invitado-aninimo 15-06-2005 00:00:00

demasiado bien ,me encanto su relato los felicito.......

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