Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Confesiones

Juntos para siempre

Hola lectores. Me llamo Menchu, y vengo a contar una historia de me veo incapaz de callarme por más tiempo, porqué esa historia habla de muchas cosas: de amor, de pasión, de sentimiento al máximo…y de Alberto, pero para hablar de eso, es necesario hacer un breve resumen de mi vida: tuve una vida más bien normalilla, sin sobresaltos: buena estudiante en el colegio, buenas amigas, amigos en el instituto y todo eso…y a los 23 años me casé con mi novio de toda la vida, Luis. Luego me metí en enfermería, para ayudar a las personas(algo que me encanta), y así, sin más, me vi con 30 años y toda la vida hecha. Hasta el momento en que todo se volvió del revés, no tenía hijos con Luis, a pesar de los intentos por quedarme embarazada. Todo transcurría en una rutina tan habitual y cotidiana que ni yo misma me daba cuenta…hasta que Alberto apareció.



 



Fue en Febrero, una mañana en que Celia y yo andábamos cambiando las sábanas de las camas de hospital. Entré tras llamar un par de veces, y al hacerlo vi una cama vacía, en la otra un chico, que rápidamente hizo ademanes de querer enjuagarse unas lágrimas que al parecer llevaban tiempo saliendo. Por instinto busqué a Celia, y tras decirle que iba a atender a un paciente y me que sustituyera unos minutos, me fui a hablar con aquel muchacho, que tenía la cara más linda y aniñada que recuerdo haber visto en toda mi vida. Cogí su mano pero la separó de mí, dándose la vuelta y dándome la espalda. Pero si él era terco, yo lo era más.



 



-¿Puedes contarme que te pasa?. Por favor, quiero saberlo. Dímelo…



 



-Déjeme-sollozó-. Váyase y déjeme solo. Lárguese de aquí.



 



-No pienso irme para que quedes llorando. ¿Que ocurre?.



 



El chico se volvió para mirarme, y por todos los santos, que jamás vi una mirada con tanto dolor en los ojos. No pude si no abrazarle para que aliviara su pena. Al final desahogó y se relajó, pero ver llorar a una persona, por mal que lo pase, es muy triste.



 



-Tengo mucho miedo. Creo que voy a morir.



 



-¿De que me hablas-pregunté anonadada-?.



 



-Me han vuelto a ingresar ayer de madrugada, y se supone que ya estaba curado.



 



-¿El que?.



 



-El tumor que tengo. Ya creí que no volviera a pasar por esto.



 



-Dios mío-exclamé, mientras sentía un fuerte arrebato de compasión por el muchacho-. Pobre. Tranquilízate…Seguro que saldrás de ésta y vivirás mucho.



 



-Tengo 19 años. ¡19!, y no tengo amigos ni novia. Nadie me echará de menos cuando me vaya-dijo con la voz muy apagada y rota-.



 



Tuve que volver a abrazarle. No podía aceptar que aquel muchacho, a sus 19 años, no hubiera vivido la vida debido a ese tumor. Me sentí fatal por él, y lo que creí tan seguro y firme comenzó a desmoronarse. Le estuve confortando y mimando un rato hasta que se quedó dormido, prometiéndole que si me necesitaba para cualquier cosa, que me llamase. Me sentí necesitada de ayudarle, y eso era algo que hacía años no tenía. Volver a sentirlo fue un soplo de aire nuevo a una vida adormecida.



 



Esa noche, al ver a Luis tranquilamente viendo la TV según llegué a casa, me eché junto a él en el sofá y le besé con todas mis fuerzas. Se extrañó de aquella pasión y me preguntó el porqué. Le dije que era por Alberto, y que verle tan mal me hizo apreciar lo que había conseguido en mi vida y que consideraba trivial o poco importante. Luis se alegró por verme tan animada de ayudar a la gente, pero luego me dijo que no implicara tanto en ellos, que no debía, porqué él y yo estábamos juntos. No entendí muy bien lo que quiso decir, pero me dejó sorprendida su actitud. No quise darle importancia y esa noche Luis y yo tuvimos una de las noches más apasionadas de nuestra vida juntos. Mis sentimientos se habían intensificado mucho debido al conocer a aquel muchacho. Al día siguiente pasé de nuevo por su habitación y lo vi más tranquilo y calmado. Me acerqué con paso firme y me senté a su lado en la cama.



 



-Hola chico, ¿estamos más calmados que ayer?.



 



-Sí-me sonrió dulcemente-. Oye, quisiera disculparme. A veces me entran ataques de miedo y pierdo la cabeza…



 



-Nada de disculpas-le dije-. Tú estabas mal y quería consolarte. Quiero que sepas que para cualquier cosa que necesites, yo estaré aquí, ¿de acuerdo?. Cualquier cosa, sin excepción. No quiero ver esa carita triste.



 



-Gracias, de verdad. Eres mi primera amiga, ¿lo sabías?.



 



-Y seguro que no seré la última-y le sonreí ampliamente-. Ya verás. Cuando salgas de aquí conocerás a tantas amigas que ni siquiera me recordarás.



 



-¡¡No!!. Nunca podría olvidarme de ti. Eres la chica más guapa que conozco.



 



Me sentí halagada. Hacía años no me echaban un piropo y aquello no me lo esperaba. Me dediqué otra sonrisa y le acaricié un poco el pelo de la cara, aquel precioso pelo castaño claro. Alberto me sonrió y me hizo estremecer.



 



-¿Por qué eres tan buena conmigo?.



 



-Porqué tu vales mucho tontito. Cuando salgas, te prometo estar contigo para ir a la playa., o dar una vuelta, o tomar algo, o lo que tu quieras. ¿De acuerdo?.



 



-De acuerdo-y nos dimos un apretón de manos para sellar el pacto-.



 



-Te enseñaré cosas del mundo que ni siquiera has llegado a ver: un atardecer, correrás por los prados y por la playa, comerás todo lo que te apetezca…Prometo hacer de tu vida algo mejor.



 



Le abracé para calmarle más aún, y pude notar como un halo de esperanza brotaba en el interior de Alberto. No sabía porqué, pero aquello me hizo la mujer más feliz de la tierra. En los días sucesivos, iba a verle todos los días, casi siempre con fotos de paisajes o postales de lugares lejanos, lugares que esperábamos visitar. Desde que Alberto y yo formalizamos nuestra amistad, mi vida pareció girar entorno a él. Incluso deje de hacer el amor con Luis, el cual ni siquiera me preguntó. Me sorprendió mucho su falta de preocupación por mí, pues ni una sola vez habló conmigo sobre ello y dio por sentado que sería una falta de ganas. Para ser sincera, lo cierto es que me agradaba que no me molestara con preguntas, pues así podía dedicarme enteramente a mi adorado paciente, con el que me sentía muchísimo más unida que con cualquier otro ser en todo el mundo. Dicha unión llegó a su cenit más o menos a los 3 meses de conocernos, una noche en que me tocaba guardia y el hospital era mudo como una tumba. Ciertamente es de los pocos lugares que de noche me da verdadero miedo(los otros son un circo y una escuela). Estaba dando una vuelta por los pasillos cuando, acercándome a la habitación, escuché algo parecido a un sollozo. Al abrir la puerta, Alberto estaba llorando, abrazado a su almohada, moviéndose con nerviosismo.



 



-Tengo miedo….no quiero morir…no quiero morir…nooooooo…



 



-Ven aquí cariño-le dije, sentándome a su lado para abrazarla-. Llora Alberto, llora y desahoga. No pasa nada ¿vale?. Tranquilo, tranquilo…



 



-Menchu no quiero morir…Estoy muy asustado…tengo mucho miedo…



 



-¿Qué te asusta mi vida?. Dímelo por favor. Cálmate y dímelo.



 



Alberto sollozó un poco y luego se enjuagó las lágrimas. Se recompuso un poco para hablarme y la verdad que se notó que hizo un verdadero esfuerzo.



 



-Menchu…Soy virgen…y voy a morir sin haber hecho el amor…nunca podré hacerlo con una chica...y tengo mucho miedo…



 



De nuevo de derrumbó, y al volver a abrazar, me sentí fatal por él. Un enorme sentimiento de culpa me invadió, y un pensamiento en mi cabeza me turbó y arrolló: "Si este chico muere sin haber hecho el amor yo iré al infierno". Sentí que debía hacer algo, y olvidándome del mundo y de todos los que había en él, decidí ser yo su primera mujer. Puse mis dedos en sus labios y con el otro brazo le rodeé para acercarle a mí.



 



-Pues no permitiré que eso suceda niño. Yo me encargaré.



 



-Menchu no, te aprecio demasiado. No quiero que…



 



-¡Calla-le interrumpí-!. No puedo consentir que nunca hayas estado con una mujer, no es justo, pero aquí estoy yo, y no se hable más.



 



Me acerqué un poco más y le besé. Que ternura en aquellos virginales labios, que pasión pude notar. Nos estuvimos besando un tiempo que se me hizo eterno y único. Me separé de él y me desabroché mi bata de enfermera, sin abrirla ni quitarla. Luego volví a besarle y le enseñé a besar con lengua. Aquel papel de maestra me encantaba. Estaba enseñando a aquel chico los placeres de un mundo que él jamás había conocido, y desde luego, estaba dispuesta a todo. Mis manos le acariciaron un poco y llevé una a mi pecho. Noté como le temblaba la mano, pero le dije que no se detuviera, y me abrió la bata, viendo mis perfectas tetas bien erguidas, de ahí que no llevara sujetador.



 



-¡Dios mío!. Nunca había visto nada igual.



 



-Pues son para ti-le dije-. Vamos, gózalas, devóralas, te están esperando…



 



Se acercó un poco, se inclinó, y se metió un pezón en su boca. Empezó chupando como un bebé de su madre, y luego aprendió a pasar la lengua y a usar los dientes. Era un buen alumno, y aprendía muy rápido. Me estaba haciendo disfrutar como nunca. Gemía como una posesa cuando su boca cambiaba de pezón y su mano jugaba con el que quedaba libre. En ese momento me di cuenta de que aquello me producía un morbo terrible: estaba dejando que un paciente me estuviese comiendo las tetas y además con el riesgo de que alguien pudiera venir y descubrirnos. Me excité de un modo sobrenatural y las caricias de mi nuevo amante eran espléndidas. Le aparté de mí cuando noté que casi me iba a hacer gozar, y no quería gozar todavía.



 



-¿Qué pasa?, ¿he hecho algo malo?.



 



-Claro que no, pero hay más cosas que hacer. Ahora deja que te vea bien. Quiero saber con que voy a encontrarme.



 



Dicho esto, le desnudé antes de que pudiera reaccionar. Mis ojos se abrieron como platos de la impresión: allí parada, delante de mí, en una vertical de 90 grados apuntando al cielo, estaba la tranca de Alberto, y por dios que nunca vi nada tan grande: debían ser 23 centímetros de pura hombría en perfecto estado de excitación, toda para mí. Se me hacía la boca agua solo de verla, y aunque nunca lo había hecho jamás, sentí deseos de probarla y chupársela. Deseos que no podría reprimir.



 



-¡¡Que grande es!!. Alberto, no sabes que poderosa herramienta tienes entre las piernas, y no sabes cuanto me excita verla. Por ti voy a hacerlo algo que jamás hice.



 



-¿Qué vas a hacer-preguntó con expectación-?.



 



-Tú calla y disfruta.



 



Fui directa y sin escalas. Abrí la boca y engullí dentro aquel miembro, que ardía como si fuese lava. Era la primera verga que chupaba y me encantó. Hasta ese momento nunca lo había hecho(y a Luis le molestaba mucho esa clase de temas), y no sabía lo que me perdía. Mi lengua iba y venía de un lado a otro, recorriéndola con devoción sumisa. Comencé a bajar y subir la cabeza, y le hice una felación, la primera para ambos, que fue sensacional. Estaba completamente segura de que nuestros gemidos de placer estarían resonando por todo el hospital. Se la fui mojando poco a poco mientras me estaba tocando un poco. Cuando Alberto emitió un gemido de dolor supe que ahora le tocaba a él. Me eché delante de él, aun sin abrir la bata.



 



-¿Ahora que vamos a hacer?.



 



-Ahora vendrás a desnudarme, a abrirme de piernas y a comerme mi rica almeja. Te digo ya que tampoco nunca me lo han hecho, así que hazme disfrutar bien.



 



-¿Chuparlo?. Pero eso debe dar mucho asco…



 



-A lo mejor, pero quiero que lo hagas. Quien sabe si te gusta y todo.



 



Alberto arqueó su ceja derecha en señal de duda, pero luego sonreí al ver como se acomodaba para acercarse a mí. Me quitó la bata viéndome desnuda toda para él y luego se acercó a mi almeja, que ya estaba bien mojada. Pude notar su nariz en mi pubis, oliéndome para reconocer el terreno. Como por instinto dio un fuerte lametón que me hizo vibrar por los cuatro costados, y viendo el resultado repitió faena.



 



-Oooooh ooooooooh ooooooh aaaaaay que bien Alberto…lámeme más, lámeme bien…Mmmmmmmm que bien….¡Ay! no tan fuerte...eso es, así…suavecito…mmmm sigue así….me encanta…mete un dedo ahí dentro por favor, mete un dedo y muévelo, muévelo sin prisas….AAAAAAAH que bien ese dedo…dale vueltas dentro…gíralo para mí…oooooooooooh oooooooooooh ooooooooh cómeme toda vamos…dame tu lengua amor mío…dámelo todo…aaaaaaaaaaah aaaaaaaaaaaah aaaaaaaaaaaaaaaaah…



 



Mi excitación ya no podía esperar más. Mis manos se fueron a la cabeza de Alberto y besándolo, le acerqué para que pusiera encima de mí, con tu enorme tronco de árbol apuntando directo a mis entrañas. La sentí tan dentro mío que me salía por la boca.



 



-Vamos Alberto, ahora apunta y entra…Quiero que me penetres del todo…No te preocupes que no tengo mis días fértiles y podrás disfrutarme sin riesgos…Aaaaaaaah ya noto la cabeza pidiendo paso…aprieta un poco…mmmmmm empuja que ya casi está…empuja amor mío…empuja máaaaaaaaaaaaas aaaaaaaah aaaaaaaaaaaaaaaaah…



 



-Menchu te quiero…eres lo mejor de mi vida…nunca olvidaré esta noche…y ahora te penetro como quieres…aaaaaah…ahí te va aaaaaaah aaaaaaaaaah…



 



No hay palabras que describan el éxtasis que me produjo que Alberto me penetrase con aquel mástil. Me tenía completamente perdida. Y por fin, comenzó el tan ansiado bombeo dentro de mí. Fue algo torpe, pero era su primera vez y lo entendí. No obstante, le iba haciendo pequeños gestos que le ayudaban, y mmmmmmmmm como aprendió el alumno, que avispado era. Alberto supo enseguida a martillearme y lo hacía con furia asesina, me estaba partiendo en dos. Todo mi cuerpo reaccionaba a aquel ir y venir que me ponía frenética. Le agarré de los brazos y enrollé mis piernas alrededor de su cintura. Así conseguí abrirme más a él y darle toda la profundidad de mi almeja. Podía incluso escuchar el chapoteo de mis jugos chocando con su martillo opresor, y eso me estaba derritiendo en sus manos.



 



-Alberto vamos…no me falles…no me falleeeeeeeees…aaaaaaah aaaaaaaah aaaaaaah aaaaaah…no tardes amor que me viene…me voy a correr…me voy a correr…



 



-No te corras aún Menchu…espérame cariño…te quiero…te quiero Menchu…



 



-Yo también te quiero…te adoro…sigue follándome…báteme entera…



 



-Mmmmmmmmmm aaaaah aaaaaaaah aaaaaaaaah…Ya casi estoy…ya lo noto…lo noto venir…vamos Menchu…ahora…ahoraaaaaaaaaa aaaaah aaaaaaaah…



 



-Síiiiii amooooooorrrrrrrrr…ya me viene…ooooooohh oooooooooh…me voy a correr…me corroooooooooo OOOOOOOOOOH AAAAAAAAAH AAAAAAAAH…



 



-Yo también me corrooooooooo ¡¡YYYYYYYYYYAAAAARRRRRGHHH!!...



 



Fue el orgasmo más explosivo que jamás tuve en toda mi vida. Me sentí estallar en un millón de pedazos mientras Alberto llenaba mis entrañas con tanta cantidad que hasta se salía de mi interior. En mi nueva faceta, no me privé de nada, y cogiendo un poco con los dedos, la probé y descubrí el sabor del semen de un hombre, y que me gustaba mucho. Definitivamente, Alberto me había llevado a un mundo sexual que jamás a los 30 años pensé en conocer. Después de tan espléndida sesión, pensé en retirarme y dejarla descansar, pero descubrí para mi sorpresa que su monstruo de un solo ojo seguía tan erguido como antes. No podía dejarlo así, pero no tenía ganas de repetir, así que mi ya calenturienta mente pensó en hacer algo que de nuevo nunca me habían hecho, y que él debía ser el primero.



 



-Alberto, ¿confías en mí?.



 



-Confío en ti-dijo con una expresión total de felicidad-.



 



-¿Y harás todo lo que te pida sin rechistar?.



 



-Sí.



 



-¿Pero todo todo?.



 



-Sí, lo que quieras y cuando quieras. Haré lo que sea por ti.



 



-Pues escucha atentamente: veo que aún sigues muy ardiente…



 



-Estoy muy cachondo Menchu. Deseo más…



 



-De acuerdo…Pues entonces te ofrezco mi culo. Nunca me han dado por ahí y quiero que seas el primero. No te preocupes que eso lo he tenido bien limpio siempre. Puedes hacerlo como quieras, pero quiero ese sensacional plátano dentro de mí por atrás, y que me lo partas como solo tú sabes hacerlo. Eres todo un semental.



 



Aquello fue como darle carta blanca. Se lanzó de nuevo a comerme las tetas con rapidez, una pasión que le volvía loco, pero esta vez pasó su mano por mi cara y me pidió que le chupara dos dedos. Se los lamí bien lamidos y luego los pasó por mi espalda hasta llegar a mis nalgas. Los puso entre ellas, buscó con dificultad y al encontrar lo que buscaba metió un dedo dentro, haciendo que gimiese como una perra. No podía creérmelo: yo, una chica siempre formal y decente, siempre responsable y atenta, dejándome meter dedos en mi culo y pidiendo a un paciente que me penetrara por todos los agujeros de mi cuerpo. Evidentemente no debía ser yo misma, pero en aquel momento, no me importaba. A su dedo le acompañó el otro y fue para mí la rendición absoluta a todos sus deseos. Me quedé sin fuerzas para protestar. Con mis manos busqué su erección y se la acaricié. Su ardor me tenía enloquecida y comencé a hacerle una soberana paja mientras él accionaba ocultos mecanismos en mi culo que me ponían al borde del desmayo. Su mano libre me hurgaba con impaciencia, y antes de darme cuenta, ya estaba apoyada contra la cabecera de la camilla, a cuatro patas como las perras, y con Alberto detrás, listo para ensartarme. Noté como le costaba entrar y me dolía. Era realmente grande aquella tranca, pero su insistencia pudo más, y de un solo y profundo golpe, tuve todo aquello dentro de mi culo. Lancé un ronco grito que Alberto procuró apagar con un desenfrenado beso. Me tuvo así unos minutos, dejando que sintiera lo que era tener aquello por el culo metido, y después se dedicó por completo a bombearme y a hacerme el amor por atrás. Me sentí a la vez tan puta y tan mujer no que deseaba terminar aquello nunca. Solo quería verga y más verga por todas partes. Mi mundo era solo una interminable verga dentro de mí llevándome a las estrellas. Escuché el ruido de sus caderas golpeando mis nalgas y me encantó. El dolor que sentía era inmenso, pero el placer que me estaba dando aquello lo compensaba con creces.



 



-Aaaaaaah aaaaaah aaaaaaaah….sí Alberto…síiiiiii…no parees…me gusta…me encanta…perfórame, taládrame el culo…aaaah aaaaah mmmmmmmmmm ooooooh…



 



-Que pedazo de culo…nunca creí que se pudiera hacer esto…ni disfrutar tanto como nosotros…aaaah aaaaaaaaah aaaaaaaaaah aaaaaaaaaaaah…te quiero Menchu…te quiero con todas mis fuerzas…arfff arfff arf arff arrf…adoro tu culo…lo adorooooo…



 



-Ya estoy casi a punto….no te tardes…no te tardeeeeeeeeeees….



 



-Yo también casi estoy….mmmmmmm oooooooooh ooooooooh ooooooooh ooooooooohh…no te detengas…muévete…mmmmmmm mmmmmmmmm….



 



Llevó sus manos a mis tetas y me las amasó como quiso, me las agarró con fuerza y se curvó del todo dentro de mí cuando sus últimas embatidas. Por segunda vez, ya sentía que estábamos a punto de estallar.



 



-Mi culito desvirgado…me tienes ida…soy tu esclava…haré lo que quieras…lo que quieraaaaaaaaaaaas…todo lo que me pidaaaaaas…gózame el culo…gózameeeeee…



 



-Te voy a reventar…te destrozaré el culo…venero tu culo…lo deseo reventar toda la vida…ya estamos…ya estamos….aaaaah aaaah aaaaaaaaaaaa mmmmmmmm aaaaaah AAAAAAAAAAAAH YYYYYYYYAAAAAAAARRRRRRGGGHHHH…



 



-ME CORROOOOOOOOOOO AAAAAAAAAAAH AAAAAAAAAAAAHH YAAAAAAAARRRRRGGGGGGGGGGHHHH…



 



De nuevo me llenó de su semen ardiente, y de nuevo chorreó tanto que un poco se salió de mi culo dolorido. Alberto lo recogió y me lo hizo tragar de sus propios dedos. Me parecía increíble el poder de aguante que tenía. Tanto es así que aún la tenía dura, y lo hicimos una última vez, con él sentado en la camilla con las piernas cruzadas y yo encima con mis piernas rodeándole. Aquella noche me enseñó unas posturas y unos placeres que jamás imaginé existieran, aunque tuvo un precio: cuando desperté por la mañana estaba dolorida y cansada, más aún que cuando me había ido a dormir. Luis, de quien ni me acordé cuando estaba con Alberto, me preguntó como de pasada, sin poco interés. A partir de ese día, toda actividad sexual de mi vida solo la realizaba con Alberto, a veces durante el día cuando tocaba bañarle, y casi siempre de noche, en interminables sesiones amatorias que me dejaban exhausta de tanto placer recibido. Jamás tuve sentimientos de culpa por engañar a Luis, porqué a mi juicio no le estaba engañando, ya que empecé a dejar de pensar en el como mi esposo, y comencé a pensar en él como alguien que vivía conmigo(y no me equivocaba). Hice del hospital mi lecho de placer privado, y conociéndolo tan bien, pude aprovechar una silla de ruedas para sacarle de paseo por los jardines, y un día en que se encontraba bien, pude llevarle a la azotea y contempló una puesta de sol(cielo casi despejado y un sol magnífico) que le hizo llorar tanto que se me puso la piel de gallina. Para compensarle, me arrodillé delante de él y se la mamé allí mismo. Me encantaba postrarme para él para tenerla en mi boca. Luego me senté sobre sus rodillas, y me lo hizo con todas sus fuerzas. Fue toda una experiencia. También hubo ocasión de sentarme de espaldas a él para ofrecerle mi culo, que ya estaba encantado de recibir su verga. Me derretía solo de pensarlo.



 



Mi mundo y mi universo se terminaron cinco meses y medio después de nuestro primer encuentro sexual. Aquella mañana, como tantas otras, pasé para cambiarle las sábanas, cuando me encontré con la cama perfectamente arreglada y vacía. Por unos momentos, me convertí en estatua de sal(ya que la sólo la noche pasada no le había visto por tener el día libre). Luego fui a ver a Celia y me contestó que algo había pasado, pero que no sabía más. Pensando que por fin se había curado, sonreí enormemente y me dije que en cuanto le viese fuera del hospital le diría mi plan de abandonar a Luis para casarme con él. Absorta en mis pensamientos, no me di cuenta de que una mujer me llamaba a lo lejos. Luego sí lo percibí y fui hacia ella.



 



-¿Es usted Menchu?.



 



-Sí, yo soy. ¿Quién es usted?.



 



-Soy Paz, la madre de Alberto.



 



-¡Dios mío!. Alberto me ha hablado muchísimo de usted. Siento que la conozco desde toda la vida. ¿Qué hace aquí?. Su hijo ya se fue del hospital.



 



-Vengo a entregarle esto-dijo secamente-.



 



Paz me entregó un sobre que ponía "A Menchu", sin más. Abrí la carta y leí el contenido, el cual nunca podría olvidar en toda mi vida:



Al amor de mi vida:



 



Cuando leas esta carta, yo ya me habré ido



 



Con el sentimiento cierto, de haber sido querido



 



De haber conocido a una persona extraordinaria



 



Que ha sido mi gran y única beneficiaria



 



Que supo darme el cielo para hacerme saber que existía



 



Para cuando llegase el momento, irme con alegría.



 



Porqué me diste el cielo y me hiciste reír



 



Abandono este mundo totalmente feliz



 



Porqué vuelvo a lo que una vez conocí



 



Menchu, mi amor, vuelvo a ti.



 



 



Siempre tuyo para toda la vida, Alberto.



 



 



Fue leerla y derrumbarme. No pude si no enloquecer de ira y de rabia, y llorar con todas mis fuerzas, rogando al cielo para que no fuese verdad que Alberto se hubiera ido. Tuvieron que cogerme entre varios camilleros y sedarme para calmarme. Desperté a las pocas horas en una camilla, con Luis delante de mí, con mirada preocupada. Intentó saber lo que me había pasado, pero solo le dije tres palabras: "Quiero el divorcio". Se quedó patidifuso, y más aun cuando le conté, con pelos y señales, todo lo que Alberto y yo hicimos en nuestra relación, pero al final le hice saber el verdadero motivo: Luis y yo ya no nos amábamos. Rápidamente me lo concedió, sin escándalos ni problemas. Y mi vida no fue la misma después de aquello.



 



El principal cambio llegó exactamente dos meses después de la muerte de Alberto. Unos mareos me hicieron ir al médico y me dijeron algo que ni siquiera imaginé: estaba embarazada, de tres meses. Aquello fue soberbio e inesperado, pero no fue el único cambio. Me aficioné a todos los deportes de riesgo y me apunté a todas las acampadas de montaña. Aprendí a vivir la vida tan intensamente que a veces lloraba por lo que había tenido que pasar para que aquello ocurriera, y en una de esas acampadas, conocí al que se convirtió en mi apoyo moral y espiritual, Michael, un guapo californiano que supo amarme de verdad, y al que amo con todas mis fuerzas.



 



Desarrollé también unas profundas creencias espirituales, pero no religiosas. Creencias que comparto con Michael, y al que no guardo ningún secreto. Sabe mi pasado con Alberto y se enorgullece de que le amase tanto y le hiciera tan feliz antes de su muerte. Es más, desarrollé la convicción de que Alberto me espera en el Más Allá, aguardando a reunirnos(y a Michael no le importa, es más, lo acepta sin reservas, aludiendo que no estaremos juntos los dos, si no los tres, como una unidad imposible de separar). No pasa un día sin que lo recuerde, y su hijo Alberto, que Michael ha aceptado y criado como si fuera suyo, es el vivo retrato de su padre.



 



Muchas tardes las paso sola paseando, o a veces con Michael, que me abraza y consuela como solo él sabe hacerlo, pero de cualquier forma, me es imposible no llorar al ver una puesta de sol, recordando aquel amor que viví, que me dio la vida de nuevo. En ese momento siento que Alberto está a mi lado, y sé que algún día lo volveré a ver, y que de nuevo, volveremos a estar juntos…


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 10
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2926
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.116.49.143

1 comentarios. Página 1 de 1
ru
invitado-ru 01-07-2016 17:18:45

muy bueno....!! No te olvides, que la vida continúa, con o sin nuestros tesoros al lado nuestro..

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.525
»Autores Activos: 2.283
»Total Comentarios: 11.907
»Total Votos: 512.106
»Total Envios 21.927
»Total Lecturas 106.079.833