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JULIA

~~JULIA

     Era un sábado por la mañana. Me encontraba en la terraza de mi casa, frente a mi pequeño jardín, leyendo y escuchando a Albinoni. Era mi momento, mi rincón favorito, mi música y mi afición por la historia.
     -Hola-.
     Me sorprendió escuchar el saludo de una voz femenina a mis espaldas. No esperaba a nadie. Me volví y quedé sorprendido. Julia, la amiga de mi hija Carla, estaba allí detrás de mí.
     -La puerta estaba abierta- dijo.
     -Sí, siempre la dejo abierta- respondí. - ¿Qué haces aquí? Carla hoy no está en casa.
     -Ya lo sé. Me contó que iba a pasar el fin de semana en el pueblo, con sus primos.
     Se puso a mi lado.
     -¿Qué lees?
     -Historia- le contesté.
     -Es muy bonita esa música-.
     -Es el “Adagio” de Albinoni. ¿Te gusta la música clásica?
     -No suelo escuchar música clásica, pero esa es muy bonita. ¿Puedo sentarme aquí un rato?
     -Claro- le contesté-. Coge una silla.
     Cogió una silla, y se sentó frente a mí. Observé que llevaba una camiseta blanca, sin sujetador debajo. Una faldita de tela vaquera tan ajustadita, que, al sentarse, pude ver su braguitas blancas. Me di cuenta en ese momento de que tenía un cuerpo muy atractivo, y una cara muy bonita. Observé su rostro, su cabello negro azabache, sus ojos. Ella me miraba, a su vez, con una sonrisa seductora, que me desconcertó. Bajé la mirada al libro, que estaba leyendo.
     -¿Qué haces cuando te quedas todo un fin de semana aquí solo?
     La pregunta me sorprendió.
     -Los sábados por la mañana, hago esto que estás viendo, leer y escuchar música. Me gusta, me relaja, y siento mucha paz. Por las tardes, voy a las caletas, me gusta pasear junto al mar, escuchar el rumor de las olas, y mirar al horizonte. Y por la noche, veo películas.
     -¿Qué tipo de películas ves?
     -Te lo puedes imaginar. Películas ambientadas en la historia.
     -Y, ¿no te aburres estando solo? Todo eso que haces, con compañía es más bonito.
     -Estoy acostumbrado.
     -¿Cuánto tiempo hace que estás solo?
     - Hace ya doce años que murió Ángela, mi mujer.
     -¿Llevas doce años sin una mujer? ¿Por qué?
     -¿Por qué me preguntas eso?
     -¿Te he molestado?
     -No quiero responder a esa pregunta.
     -Al sentarme frente a ti, he visto cómo me mirabas. He visto en tu mirada el deseo. Debe de haber una razón poderosa para que estés haciendo ese sacrificio.
     Guardé silencio. Me sentía incómodo.
     -No quieres darle una madrastra a tu hija: Es eso, ¿ verdad?
     La miré fijamente a los ojos.
     -¿Por qué me sometes a este interrogatorio?
     -No hace falta casarse para estar con una mujer.
     -Eso ya lo sé- le contesté.- Tengo más años que tú. Sé cómo son las cosas.
     - Aunque sea joven, yo también lo sé. Todos tenemos las mismas necesidades.
     -Tú eres joven y bonita. Seguro que tendrás muchos admiradores.
     -Tú eres maduro y atractivo, y a las jóvenes eso nos pone mucho.
     La miré sorprendido. ¿A qué estaba jugando?
     -¿A ti te gustan los hombres maduros?- le pregunté.
     -Sí- me contestó, con una seguridad y determinación, que me dejó descolocado. En cambio, ella sonrió al ver mi turbación.
     -Ten cuidado. Puedes acabar siendo un juguete, que los hombres usen para sus fantasías, y después te dejen tirada- le advertí.
     -Eso no pasará, si encuentro al hombre apropiado.
     -Es mejor que salgas con chicos de tu edad- le aconsejé.
     -No me gusta ningún chico de mi edad. Me gusta un hombre maduro.
     -Harías bien en hablar esto con tu madre. Ella sabrá aconsejarte.
     -No quiero hablarlo con mi madre. Para ella soy una niña. Esto quiero hablarlo con un hombre maduro.
     -Ya ves, que estás hablando conmigo, y te estoy diciendo lo mismo que te diría tu madre.
     -Sé lo que estás diciendo, pero quiero saber lo que sientes.
     La miré a los ojos fijamente. No me gustaba nada aquella situación.
     -Y, ¿qué tengo que sentir yo? Sigo pensando que deberías salir con chicos de tu edad.
    -¿Por qué finges de esa manera? Sé que darías cualquier cosa por quitarme la ropa y follarme.
     -Eso lo haría con una mujer de mi edad. A ti, si fueras mi hija, te daría un par de azotes.
    -Y, ¿por qué no lo haces?- me respondió, con todo dolido.- Yo no tengo un padre que lo haga.
    -Te estoy aconsejando como te aconsejaría tu padre- le dije.
    -Pero no quieres azotarme, como azotarías a tu hija.
    -Esto no es un juego, Julia. Estas cosas, se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Y suelen acabar mal.
    -Si no empiezo, nunca lo sabré.
    -Por eso es bueno escuchar a los que sí lo sabemos.
    -Tú tampoco lo sabes. Mientras no tengas el valor de comenzar, nunca lo sabrás.
     -Julia, ¿de verdad quiere tener una aventura conmigo?
     -Lo deseo desde el primer día que te vi. Y hoy he visto, cuando me he sentado aquí, frente a ti, que tú también me deseas.
     -También te he dicho que, si fueras mi hija, te daría un par de azotes por hablar así.
     -Y yo te he pedido que me los des.
     Me quedé mirándola, sin saber que decir ni que pensar. Ella, mirándome fijamente a los ojos, se quitó la camiseta. Tenía una tetas pequeñitas, pero firmes. Se me puso la polla dura. Las tetas han sido siempre mi debilidad. Se quitó la faldita y las braguitas. Tenía un cuerpo bellísimo. Era imposible resistirse. Sabía que era una locura. Que, al final, me arrepentiría. Pero la pasión y el deseo, dominaban mi mente y todo mi cuerpo.
     -Vamos dentro. A mi habitación- le propuse. Y comencé a andar. Ella me seguía. La música de Albinoni fue apagándose, mientras nos alejábamos de la terraza. Una vez en la habitación, me quedé un momento, quieto, de pie, mirándola. No acababa de creérmelo. La amiga de mi hija estaba allí, en mi habitación, desnuda, e iba a follármela, sabiendo que era una locura. Había perdido el juicio.
     Ella tomó la iniciativa. Me desabrochó la camisa. Acarició mi torso y lo saboreó con sus labios. Me besó en los labios. Eran sus labios suaves, y el deseo recorrió todo mi cuerpo. Desabrochó mi pantalón, me lo quitó, agachándose, y quedando arrodillada a mis pies. Agarró mi pene erecto y lo acarició.
     -¿Dónde vas a azotarme?- me preguntó. Me quedé un momento sin respuesta. No esperaba esa pregunta. Pero vi en sus ojos que me lo estaba suplicando. La levanté. La agarré de la mano, y la conduje a una silla que había en un rincón de la habitación. Me senté. La coloqué sobre mis muslos boca abajo. Miré sus nalgas.
     -A pesar de lo que te he dicho, a mi hija nunca la he azotado- le dije.
     - Ya lo sé- me contestó.
     -Vas a ser la primera mujer que azoto.
     -Lo sé. Y te estaré siempre agradecida.
     Acaricié una de sus nalgas. La piel era suave. Aumentó mi excitación. Mi pene, erecto, estaba a punto de estallar. Le di la primera palmada. Su nalga tembló. Ella no dijo nada. Le di la segunda. Igual. Me detuve un instante.
     -Sigue, por favor- me pidió ella.
     Entonces comencé a azotarla rítmicamente. Vi como la nalga comenzaba a enrojecer. Cambié de nalga, y seguí hasta que también se puso roja, y entonces paré.
     -¿Por qué paras?- me preguntó.
     No respondí. Metí uno de mis dedos en su coño, y noté que estaba chorreando. La levanté, la llevé a la cama, saqué un preservativo de un cajón de la mesita de noche, la penetré y la follé con una pasión desbocada. Me corrí dos veces, mientras ella no paraba de correrse.
     A final, quedamos tendidos sobre la cama, abrazados, con una sensación placentera, recorriendo nuestros cuerpos. En su rostro se veía una expresión de extrema felicidad.

Datos del Relato
  • Autor: Virgilio
  • Código: 35553
  • Fecha: 30-09-2015
  • Categoría: Dominación
  • Media: 6.5
  • Votos: 4
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4080
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Tierra
invitado-Tierra 17-01-2016 17:17:28

Es muy bueno tu relato, solo que debiste describir la forma en que la penetraste y todos esos detalles que son los más calientes.

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