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Categoría: Confesiones

Jugando con un tercero

Mi matrimonio es feliz, amo a mi esposo. Tengo una buena vida. Tengo 44 años y 14 de casada.

Hace unos meses, tuvimos un fin de semana que fue diferente a cualquier experiencia que hayamos tenido. Por primera vez salimos solos de viaje y tuvimos una nueva experiencia por la noche de nuestro primer día fuera.

Salimos bailar y de repente mi esposo me dio un regalo por debajo de la mesa. Era una tanga con unos placenteros adornos, con la entrepierna abierta y justo en medio una tira de perlas. Fui al baño, me quité mi pantaleta y me puse la tanguita. Transcurrió un rato, y cada vez que yo me movía sentía placer, pues las perlas rozaban mi sexo.

Así continuamos hasta llegar al hotel.

Tomamos un poco de vino y de pronto mi esposo salió de la habitación a conseguir algo. En breve empezaron a llegar mensajes de un masajista que mi esposo contactó. Pensé que era mi esposo jugando con otra identidad, aunque había detalles que lo hacían distinto, como la forma de escribir. Mientras recibía sus mensajes poco a poco sentí calor en mi cuerpo y una emoción diferente. Cada vez me mojaba más entre leer, esperar y rozarme con mis perlas. Los mensajes decían cómo era quién me escribía. No tardó mucho en enviarme una foto. Era un hombre de color, con cuerpo obviamente formado tras varias horas de gimnasio. Se veía un torso musculoso.

Nunca he estado con otro hombre que no haya sido mi esposo.  Pero en ese momento ya me sentía muy caliente. Después me siguió escribiendo dándome indicaciones. Una de ellas fue que le enviara una foto de lo que tenía puesto. Me acosté, tomé la foto de mi tanga mostrando la zona de las perlas y se la envié.

A continuación recibí una llamada. La voz sonaba gruesa, viril, con un acento raro y lo que más me excitó es que ese extraño se escuchaba agitado diciéndome lo mucho que le gustaba mi cuerpo. Me pidió que me parara desnuda, portando sólo mi tanga frente a la ventana y lo hice, deseosa de que esa persona me estuviera viendo en algún rincón del área trasera del hotel, que estaba muy oscura.

Me regresé a la cama, pues tampoco quería que otra persona que no participara del juego pudiera verme.

Después, ya que estaba muy caliente me pidió que me acostara boca abajo, atravesada en la cama, viendo hacia la ventana y con solo la tanga puesta. Me acosté con mis pies apuntando a la puerta de la habitación y viendo hacia la ventana, llena de ansiedad, pues no sabía creer si era real o sólo un juego. Ante esta incertidumbre y con un pudor ya mínimo, me puse una toalla sólo por encima, cubriendo mis nalgas.

No pasó mucho, cuando escuché que alguien deslizaba la tarjeta de acceso a la habitación. Estaba perdida. Oí cómo entró lentamente, sentí sus pasos acercarse a la cama, olí un perfume distinto al de mi esposo y en ese momento sin haber sido tocada tuve un orgasmo, pues era ya mucha la expectación.

Empezó a masajearme, y al saber que unas manos distintas me tocaban, sentía como descargas eléctricas y ya otra vez estaba excitada. Jaló lentamente la toalla, dejando mi cuerpo casi desnudo en su totalidad, mostrando la tanga abierta por el lado de mi sexo, que ya no era una barrera sino algo que me permitía mayor placer y que un dedo o un pene en erección podrían franquear con facilidad. Mis mejillas se encendieron y mi cuerpo ardía lleno de deseos. Deslizó sus grandes manos suavemente en mi espalda (soy de talla pequeña, mido 1.54 y peso menos de 50 kg), pasó por mi piernas, caderas, muslos, pies, y así jugó con mis ansiedades hasta que llegó a mis nalgas, con lo que me tenía ya a su merced, pues aunque muy en mi interior yo quería detenerlo, mi deseo fue superior al recato y en lugar de impedirle con mis manos que las tocara, lo que mi cuerpo hizo fue moverlas hacia arriba para facilitárselo y él no desaprovechó la ayuda y me estrujó las nalgas con firmeza, logrando en ocasiones rozar mi vagina completamente mojada.

Ahora me vendó los ojos. No pude verlo en ningún momento, ni me importaba ya nada.

Me siguió acariciando tal vez un par de minutos. Tenía perdida la noción del tiempo.

Después me acomodó en la cama, recostada en algunas almohadas e innecesariamente retiró la tanga. Digo innecesariamente porque la tanga como ya expliqué, estaba abierta y exponía mi sexo a su merced. Acarició suavemente mis senos, mi vientre y otra vez tocó mi sexo, pero él ya estaba perdiendo la paciencia, lo sentía desesperado. Pronto se hizo hacia atrás, tomó mis tobillos y los empujó hacia delante, obligándome con ese movimiento a separar bastante las piernas.

Tardó unos segundos en prepararse, supongo desnudándose.

Y pronto ya estaba ahí, acercando su pene erecto hacia mi sexo. Aún al último momento pensé que todo era un juego y que podría ser mi esposo, pero cuando empezó a penetrarme toda duda se disipó. Supe que no era mi esposo porque sentí un miembro de un calibre distinto al que estoy acostumbrada. Este era bastante más grueso, al grado de que no podía entrar con facilidad. Se movió hacia atrás lentamente. Otra vez hacia delante. Apreté los dientes y me aferré de sus bíceps. Lo fue metiendo poco a poco, lentamente, pero ya sin perder terreno. Todo el tiempo fue hacia delante esta vez y el recorrido no era corto.

De pronto ya sentí su pelvis unida a la mía, y se mantuvo así por unos momentos, como para permitir que mi vagina lo reconociera completo y se acostumbrara a su tamaño.

Y empezó el movimiento de entrar y salir, una y otra vez. Pensé en algunos momentos en mi esposo, pero aun así seguí.

Él me embestía rápido, fuerte, como desesperado. Y también sentí cómo se excitaba cada vez más por su respiración agitada. Pensé entonces que mi esposo estaba viendo, pero ya no me importó. Aun así seguí entregándole mi cuerpo desnudo a ese extraño porque varias veces mientras hacemos el amor, mi esposo me ha dicho cosas al oído como que sería muy excitante verme con otro y eso me ha calentado mucho. Así que supuse que también estaba muy excitado si estaba viendo cómo me cogía ese extraño.

Me vine una vez más, pero de pronto algo pasó y entonces este masajista que probó mi cuerpo y me dio tanto placer se detuvo muy a su pesar y se retiró en silencio.

Unos segundos después sentí el pene de mi esposo, muy conocido para mí y sentí que otra vez me mojaba. Estaba muy excitado, fuera de sí y lo hicimos de un modo muy apasionado. Tuvo un orgasmo muy abundante dentro de mí.

Esta fue una experiencia muy diferente en mi vida, cuyo recuerdo de repente me parece irreal pero cuando cierro los ojos y me pongo a recordar siento que me empiezo a calentar. La presencia del tercero hizo todo completamente distinto. Gocé a morir.
Datos del Relato
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