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El teléfono sonaba con insistencia. Desde la ventana de mi estudio observaba como el sol caía en el horizonte acompañado por un pasaje de las Variaciones Goldberg de J.S. Bach interpretado en piano por Rosalyn Tureck. Era un atardecer apacible y me costaba abandonar mi agradable estado contemplativo. Finalmente atendí. Era Paula Simm, una participante del último seminario sobre liderazgo estratégico que había dictado unos quince días atrás para un grupo de jóvenes empresarias. Durante el cóctel con el cual quedó clausurado el evento estuvimos conversando un rato. Era una atractiva mujer de unos treinta años. Alta y curvilínea, sus ojos claros contrastaban con sus cabellos oscuros y su tez bronceada por el sol. Su sonrisa, que acudía con facilidad a su rostro, acentuaba su belleza. Además era inteligente. Sus comentarios en el seminario habían sido agudos y precisos. En esa breve charla me dijo que mi planteo del tema le había parecido muy original e interesante y que le gustaría contar conmigo para realizar una actividad similar en la empresa en la cual trabajaba. Como siempre ocurre en estos casos, le di mi tarjeta y le dije que no dudara en llamarme. Luego, otras participantes acapararon mi atención y no volví a verla. Ahora estaba del otro lado de la línea.
Ramiro?. Habla Paula Simm. Participé de tu seminario hace un par de semanas ¿Me recuerdas?.
Desde luego que te recuerdo Paula. ¿Cómo estás?.
Muy bien. Gracias. Pensarás que te llamo por lo que conversamos sobre la realización de tu interesante seminario en mi empresa. Pero no...¿Estás muy ocupado en este momento?.
En realidad no. Estaba terminando la jornada de trabajo y relajándome un poco.
Estoy cerca de tu estudio y pensé pasar a verte. Siguiendo un impulso, sin otro motivo...
Me agradará verte nuevamente. Te espero.
En cinco minutos estoy allí. Hasta luego.
La verdad es que me sentí halagado y sorprendido por la llamada. A mis 44 años, después de dos matrimonios que terminaron en sendos divorcios, con algunas relaciones intrascendentes en el medio, había decidido tomar mi vida sexual con parsimonia. Aunque me sé atractivo, decidí dejar que las cosas ocurrieran por sí mismas, sin estar en un estado de tensión y búsqueda permanente. Los viejos rituales de seducción y conquista ya no me entusiasmaban como antes. Y, desde hacía algunos meses, mi vida transcurría célibe y tranquila.
Unos momentos después estábamos sentados uno frente al otro en los sillones de mi estar.
¿Sorprendido?- me preguntó después de servirle un café acompañado por un escocés con hielo e intercambiar algunas trivialidades.
Gratamente – le dije apreciándola sin disimulo alguno.
He venido en plan de seducción. ¿Te incomoda?.
No. Me halaga. Además es un cambio interesante que la mujer lleve la iniciativa.
Sabía que esto te caería bien. Eres una persona original y abierta. Y eso me atrae muchísimo. Además estás muy bien físicamente.
La visión de su belleza y el cariz que tomaba la conversación había comenzado a excitarme. Me sentía estimulado. Pero no me moví de mi lugar. Sólo sonreí y clavé mi mirada en sus ojos azules. Ella se levantó del sillón. Yo hice lo mismo. Cubrió la pequeña distancia que había entre nosotros, tomo mi rostro entre sus manos y me besó suavemente en los labios. Su perfume era exquisito. Inmediatamente se distanció. Observé su ropa. Llevaba una elegante chaqueta y una ceñida falda azul oscuro. Debajo de la chaqueta tenía una blusa blanca, sugerentemente desabotonada. Alrededor de su cuello tenía un par de cadenas de oro y en sus delicadas manos varios anillos. Mientras la miraba me preguntaba como sería su ropa interior: ¿ negra o blanca?. No tardaría en averiguarlo. Sin dejar de mirarme fijamente se quitó la chaqueta y la colocó descuidadamente en el sofá. Ayudándose con un pié primero y luego con el otro se sacó los zapatos. Nuevamente se acercó a mi y comenzó a desabotonar mi camisa. Cuando concluyó esa tarea puso sus dos manos sobre mi pecho y lo acaricio suavemente. Mi boca buscó la suya y nos besamos largamente, saboreándonos. Mis manos recorrieron su espalda y bajaron por sus nalgas. Disfrutaba la suavidad de la tela de su ropa y el cuerpo firme que cubría. Desde su cintura mis manos subieron y acariciaron sus delicados pechos. Por debajo de la camisa y de su sostén notaba sus pezones erguidos. Mi boca jugaba con su cuello y con el lóbulo de sus orejas, de los que pendían delicados aretes. Ella desató mi cinturón y desprendiendo mis pantalones deslizó sus manos por mis nalgas. Mientras tanto, yo le desprendí los botones de su camisa. Era blanca. Su ropa interior era blanca, con detalles de encaje. Le ayudé a quitarse su camisa. Mis manos se deleitaban con sus hombros y sus hermosas tetas. Mis pantalones estaban arrollados abajo. Los quité ayudándome con los pies. Ella besaba mi pecho y jugando con su lengua bajaba hacia mi vientre mientras sus manos acariciaban mi pene ya erecto. Me empujó suavemente para que me sentara en el sillón. Mirándome con deseo se quitó la falda y las medias. Yo me despojé de mi slip y de mis medias quedando completamente desnudo. Con su ropa interior aún puesta se arrodillo entre mis piernas, las acarició y comenzó a jugar golosamente con mi miembro en su boca. Me llevaba al borde del éxtasis y luego, de alguna manera, me daba una tregua y me permitía seguir disfrutando el placer que me proporcionaba con su lengua y su saliva. Se levantó y se sentó a horcajadas de mis piernas. Le quité el sostén y besé y mordí sus pechos y sus pezones. El deleite que le provocaba aumentaba mi excitación. Mis manos fueron a sus nalgas y mis dedos comenzaron a jugar introduciéndose por debajo de su tanga hasta alcanzar sus oquedades. Se puso de pié. Se quitó su tanga mientras yo, aún sentado en el sillón, la atraje hacia mí y besando su vientre fui bajando hasta su concha. Estaba mojada, chorreante. Aún recuerdo su sabor. Y mi lengua en su clítoris y sus labios le arrancaba gozosos gemidos. Estábamos listos para la penetración. Se arrodilló en el sillón abriendo sus piernas y colocó mi verga en la puerta de su vagina. Se detuvo allí un instante que pareció una eternidad y luego se la fue introduciendo lentamente. Yo sentía el calor y la suavidad de su interior. Cuando todo el pene estuvo adentro me abrazó, apoyó su cabeza en mi hombro y comenzó a moverse de una manera imperceptible. Nos besábamos con suavidad y nos acariciábamos. En un momento se retiró, se puso de pié, me tomó las manos y me hizo parar. Dándome la espalda se apretó contra mí, jugando con sus nalgas contra mi miembro. Yo no paraba de acariciarle sus pezones y de besarle el cuello y sus lóbulos.
Lo quiero por atrás- me dijo mientras se arrodillaba en el sillón ofreciéndome su culo.
Mojé mis dedos en su vagina, lubriqué su ano y aproxime mi verga hasta su entrada. Me detuve un instante y comencé a deslizarla hacia su interior. Luego de que entró toda me quedé quieto adentro. Nuevamente ella se movía imperceptiblemente, en una maniobra minimalista que maximizaba nuestro placer. Así tuvo su segundo orgasmo. El primero lo había tenido con mi felatio. Yo sentía su esfínter contraerse mientras gemía a más no poder. Cuando se relajó me retiré de su ano e introduje nuevamente mi pene en su vagina. Fui aumentando el ritmo y la violencia de las penetraciones. Estábamos enloqueciendo de placer. Hice un esfuerzo y me contuve cuando ella tuvo su tercer orgasmo. Hice que se sentara y ella, comprendiendo mi deseo, volvió a tomar mi verga con la boca y a jugar con su lengua en mi sensitiva punta. Una avalancha de placer me embargaba y pronto se transformó en una catarata de semen que ella trató, sin éxito, de beber a medida que salía. Aún cuando había terminado de eyacular ella siguió chupando mi pene, desesperándome de placer. Cuando esa primera batalla acabó me dijo:
Ahora sé que no me equivoqué contigo. Para ser el primer encuentro no estuvo nada mal. Un poco clásico tal vez. Pero no es nada comparado con lo que vendrá. Me enloquece imaginar el placer que nos daremos y el que juntos podremos procurarnos.
Veinte minutos después se había ido con la promesa de llamar pronto. Me senté mirando por la ventana. Desde el equipo de música, un koto y un shakuhachi desgranaban una melodía japonesa cuyas notas parecían brincar alegres y solemnes hacia la oscuridad de la noche. El ritual de iniciación se había consumado. Yo había sido probado y admitido en el juego. Pero, ¿qué juego era ese?. Pronto lo sabría y como buen novicio aprendería a jugarlo con la destreza necesaria.
José Locba
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