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"Retirarse de la vida laboral no significa que haya que olvidarse del sexo "
Estoy jubilado desde hace dos años, desde los cincuenta. A los veinte entré de botones en una empresa de las que trabajan en la Bolsa. Estudié Económicas, trabajé duro, y en relativamente pocos años fui escalando puestos hasta lograr ser un mando intermedio, relativamente bien retribuido y con alguna que otra oportunidad de sacar un extra en operaciones bursátiles de pequeño calado. Soltero, sin familia, al cumplir cincuenta años la empresa me hizo una buena propuesta de prejubilación y acepté. Resueltos los problemas económicos, vendí mi piso y un local heredado de mis padres, dejé la gran ciudad en la que siempre he vivido y tras buscar asesorado por una inmobiliaria solvente, me marché a vivir a la costa levantina, a un pueblo del litoral no demasiado grande pero bien dotado de servicios. Aquí llevo poco más de un año.
La urbanización privada en la que está la casa —36 chalets independientes de tamaño medio, distintos diseños, todos con piscina y jardín, a menos de cien metros de la playa— que compré está poblada por rentistas y jubilados europeos de poder adquisitivo alto y algún que otro español que ha tenido la suerte que, como a mí, las cosas le hayan salido bien desde el punto de vista del dinero. Probablemente soy el más joven de las aproximadamente ciento veinte personas que aquí habitamos todo el año, y sólo bajan la edad media acompañantes, enfermeras, personal de servicio y algunos familiares que vienen de vez en cuando —casi siempre en vacaciones de verano y navidades— a pasar unos días con padres y abuelos.
Me llamo Martín —Marty, para la mayoría con los que aquí trato— soy un tipo alto, delgado, grandote, atractivo según me dicen, calvo completamente rapado y, lo que por aquí es importante, tengo una buena polla que funciona sin problemas. Porque la urbanización será propia de jubilados, pero el sexo no falta, al contrario, es uno de los mayores entretenimientos de los que aquí vivimos.
Tuve un par de novias en su día, pero la relación no cuajó, así que toda mi vida me he hecho pajas, he ligado cuando he podido y también he sido cliente de un burdel del barrio en el que vivía. El sexo nunca fue una obsesión para mí, aunque nunca me ha faltado. Al llegar aquí me resultó impactante ver que mujeres y hombres practican asiduamente el nudismo —casi es una religión tomar el sol y estar desnudo en la playa, en la piscina, en casa— y, de manera habitual y natural, son exhibicionistas que se complacen en tener sexo allí en donde los puedan ver y a su vez puedan mirar. También me llamó la atención la cantidad de tríos que viven como si fueran matrimonios —son mayoría las mujeres con dos hombres y apenas media docena de hombres con dos mujeres— y dobles parejas que conviven en todo y para todo. Tenemos hombres y mujeres homosexuales, y lo que siempre entendí como bisexualidad —swingers dicen aquí— es moneda corriente. Estoy contento de haber venido, el lugar merece la pena, vivo tranquilo, sin problemas y follo más que nunca, no me puedo quejar en ese aspecto.
En cuanto te das una vuelta por la playa o la urbanización notas que la inmensa mayoría de la gente que aquí vive se cuida mucho —vida relajada, ejercicio, alimentación sana— y no les falta dinero, sino al contrario. Hay personas muy mayores que no están bien de salud, pero aquí son los menos.
Sé bastante inglés —me fue necesario en mi trabajo— aunque todos nos entendemos en un pastiche de francés, italiano, inglés, algo de castellano, alguna palabra suelta en valenciano, con el que nos apañamos sin mayores problemas, y si no, por señas.
El mayor pero que tiene la urbanización es la dificultad que hay para encontrar personal de mantenimiento competente y que no te claven con precios astronómicos —fontaneros, electricistas, carpinteros, albañiles, pintores, jardineros— y como yo siempre he sido un manitas muy hábil en todo lo relacionado con trabajos manuales, he entrado a formar parte de un grupo de cuatro hombres y tres mujeres que arreglamos lo que haya que arreglar, por entretenimiento y distracción —me gustan el sol, el mar, la playa, pero no puedo pasar horas y horas y horas tumbado como una lagartija sobre una toalla— además que esa ha sido la manera de empezar a relacionarme con todo el mundo de por aquí. Sólo cobramos los materiales y poco más, con lo que sacamos nos pagamos los siete una cena cada cuatro o cinco semanas en un bareto del pueblo en el que cocinan estupendamente —se puede decir que somos adictos a los caracoles picantes y la sangre encebollada— y mantenemos el pequeño local en donde se nos pueden dejar los avisos y guardamos herramientas. La verdad es que la gente aprecia nuestro trabajo y el sexo, a veces, puede ser una manera como otra cualquiera de agradecerlo.
Nicole es una viuda belga —profesora de instituto, su marido fue piloto de aerolíneas— un año mayor que yo que vive dos casas a la derecha de la mía. Siempre estaba con problemas de presión del agua caliente, así que limpié el calentador a fondo y le he instalado una bomba capaz de mantener un flujo normal de agua. Fue la primera con la que follé cuando me mudé, vive junto con su hermana mayor Anne —se llevan dos o tres años, no se parecen en nada, ni físicamente ni en el carácter— y somos buenos amigos, además que su perrita Susi —una teckel maravillosa— me ha adoptado y siempre está paseando conmigo.
Alta, delgada, de cara simpática, con bonitos ojos color caramelo y boca grande, lleva una bonita corta melena de color castaño claro —se tiñe de pelirroja a menudo— tiene un par de tetas grandes que se mantienen duras, ya algo caídas pero estupendas, con pezones largos y gruesos que me encanta mamar. Espalda sinuosa, muslos y piernas de deportista —temprano en la mañana sale a correr por la playa un par de horas todos los días con un grupo de mujeres— y un culo grande, en forma de pera, todavía fuerte y muy deseable. Como muchas otras belgas —eso me cuenta Nicole— el sexo anal es su favorito.
La viuda y yo nos besamos en la boca durante mucho rato, suavemente, sin prisas, hasta que comienza a meterme la lengua hasta la garganta y los besos pasan a ser muerdos guarros, babosos, comiéndonos la boca como si el mundo se fuera a acabar. Desde hace ya unos cuantos muerdos mis manos se complacen en amasar, acariciar y apretar las tetas de la hembra, hasta que bajo la cabeza para ponerme a mamar los gruesos pezones, duros, tiesos, rugosos. Para mí son un manjar y para Nicole una fuente de excitación que demuestra dando unos leves grititos.
Lleva el coño completamente depilado, por lo que se ve como se moja —en ocasiones tenemos que utilizar un suave aceite para ayudar a lubricar— y empapa también los muslos. Me encanta notar la humedad oleosa de la mujer, los cambios en la respiración cuando introduzco uno o dos de mis dedos en su coño y los muevo lentamente, la aceptación de suaves caricias en el clítoris, de tamaño grande, la urgencia con la que empieza a pedir que me ocupe de su culo… Esas dos grandes medias lunas separadas por una raja ancha, amarronada, protegiendo un ano redondo, grande, de color algo más oscuro, mantienen su dureza al mismo tiempo que parecen tener imán para mis manos y lengua. Los gruñidos y grititos de satisfacción y excitación que le provocan mis lengüetazos a lo largo de la raja y en la entrada del ano me ponen la polla más tiesa y dura. En tres o cuatro minutos está lista para que la penetre, por lo que meto mi lengua varias veces lo más profundamente que puedo, escucho los nuevos grititos incontrolados que le provoco a Nicole y me pide lo que necesita con una vocecita melosa —me habla en flamenco, su idioma materno— que no se corresponde con su tamaño de mujer grande.
A los dos nos gusta que se ponga en cuatro —de perra, le digo, porque le excita oírlo— con la cabeza sobre la cama, al igual que las grandes tetas, un par de almohadas sobre las que apoya el estómago, las rodillas juntas y el culazo en pompa, magnífico en toda su extensión. Acerca las manos a los glúteos y hace fuerza para separarlos, para que yo vea mejor el ano, para hacerlo más accesible a mi polla.
Me doy aceite en todo lo largo del rabo —dieciocho centímetros por cuatro y medio, levemente curvada hacia arriba, de color claro y un capullo bastante grueso— meto mis dedos pringados en el ojete, uno a uno comenzando por el meñique, entrando y saliendo varias veces, hasta que tras sacar por última vez el pulgar ya estamos listos. Penetrar su culo no es difícil. Empujo de manera constante y mi gordo capullo —Nicole comenta a menudo que le encanta notar cómo entra, abriendo los esfínteres, calibrando en su mente el tamaño con los ojos cerrados, sintiendo una leve molestia durante apenas unos momentos— penetra sin apenas oposición, provocando un gritito de excitación, de alegría y aceptación que me lleva a empujar hasta meterla entera. Me detengo unos segundos para que la mujer sienta que está toda dentro —casi siempre empieza a mover muy lentamente las caderas a derecha e izquierda, como preparando el movimiento posterior de la follada— y comienzo un metisaca lento durante varios minutos, sin llegar a sacar la polla del todo en ningún momento.
Ella misma me urge el cambio de ritmo, el aumento de la velocidad, lo que hago de repente sin aviso alguno, como con rabia, empujando bien agarrado a la cintura y las caderas de la mujer, quien acompaña mi movimiento adelante-atrás y levanta aún más el culo. Le estoy pegando una enculada cojonuda, rápida, profunda, constante, mi polla parece estar envuelta por todos lados en una fuerte suave mano que me masturba de la manera más gratificante posible. Es una sensación fabulosa. Mi respiración se empieza a parecer al sonido de una olla exprés y Nicole ha empezado el ayayay que le caracteriza, primero en voz baja, subiendo el nivel hasta límites insospechados, aunque no logra ocultar el sonido fuerte y seco del choque del pubis y mis muslos con las nalgas. Ya voy muy lanzado y ella se toca con la mano derecha el clítoris, con dos dedos que mueve rápidamente.
El grito de Nicole es largo, tanto como dura su orgasmo, con algunos altibajos según cambia el movimiento de las caricias a su clítoris. Yo no paro de follar porque me falta poco y aunque la hembra se desploma sobre la cama y me urge a que le saque la polla, sigo tumbado sobre ella hasta que me corro. Qué gusto, qué bueno. Guau.
Me da placer añadido sacar la polla ya blandurria, sucia del lubricante, del sudor, de mi semen, que sale poquito a poco del todavía dilatado ano de la mujer. Un beso en los labios, suave y cariñoso, es el final del polvo. Cojonudo.
Anne, la hermana de Nicole, suele mirarnos mientras follamos. Le gusta, se excita y muy discretamente nos observa tocándose sus pequeñas tetas picudas —son de forma curiosa, como dos tulipanes con pezones largos— durante todo el tiempo, hasta que cuando su hermana y yo ya vamos muy lanzados, acaricia su clítoris con dos o tres dedos y con la otra mano se introduce otros tantos dedos en el coño. Casi siempre se corre después que nosotros, da un quejido largo, en voz baja, y tras reposar sentada se acerca a darnos un beso en la boca a cada uno y se marcha a la playa a dar un paseo con la perrita Susi. Anne tiene sexo con mujeres habitualmente, pero realmente lo suyo es mirar, una voyeur convicta y confesa.
Tengo un aviso por un problema en una antena de televisión. Es la casa del matrimonio alemán formado por Ingrid, Klaus y el novio de ambos, Sven, quienes son de los menos sociables de la urbanización y no hablan nada de castellano. Los tres rondan los sesenta años y se mantienen físicamente en forma, delgados, levemente musculados. Habituales de una zona algo reservada de la vista en la playa, toman el sol hasta el final de la mañana y después, casi con hora fija, Ingrid empieza a tocar la polla a los dos hombres, situados uno a cada lado. En ese momento ya hay al menos tres o cuatro parejas mirándolos. Después de varios minutos en los que ambos tíos se besan en la boca con ella y entre sí, empiezan a comerle las tetas, pequeñas, altas, duras, como si se tratara de dos limones puestos de punta con pequeños pezones. No se quedan con las manos quietas porque le dan un buen repaso al coño depilado y al culo redondo, pequeño, fino, bonito, un poco masculino, de Ingrid. Casi siempre se incorporan de las toallas y uno de los hombres se sienta en alguna de las rocas de alrededor, de manera que la hembra introduce la polla en el coño sentándose sobre él, dándole la espalda. Es ella quien dirige la situación y mientras se mueve sobre el falo sigue tocando la polla y testículos del otro hombre. Cambia varias veces de polla, siempre en la misma postura, es ella la que se toca el clítoris y quien primero se corre.
Mientras la mujer descansa, los hombres se besan y tocan el uno al otro, lentamente, para mantener la polla tiesa a la espera que Ingrid se arrodille ante los dos puestos en pie y se la chupe, pasando de uno a otro tras unos cuentos lametones. De las lamidas pasa a mamar ambos capullos muy deprisa, con mucha saliva, muy guarramente, ayudándose de las manos en un sube-baja rápido y constante. Los dos tíos se besan todo el tiempo y es Sven quien se corre primero, dejando la cara y el pelo de Ingrid llenos de churretones de semen. Klaus tarda más y le resulta más fácil cuando su mujer le mama el capullo y el novio juega con su ano. No los he visto darse por el culo en la playa, aunque en fiestas sexuales que se organizan algunos fines de semana fuera de la temporada de verano, Klaus es verdaderamente feliz cuando tiene gente a su alrededor mirando cómo le encula Sven —tiene un pollón tremendo— e Ingrid le come la polla. Será el ruido del mar o la distancia desde donde los suelo ver o, lo más probable, que yo esté a lo mío con la mujer con quien haya estado mirándoles, pero parece como si se corrieran los tres en silencio. No sé, son callados para todo.
Lo de la antena es fácil y lo dejo solucionado rápidamente al simbólico precio de diez euros. Yo voy vestido casi siempre, con bañador o pantalón corto y camiseta, excepto en la playa y a veces en casa, pero es habitual encontrarse con los vecinos desnudos por la calle. Si me encuentro con Gina me llevo una gran alegría y además me empalmo en un santiamén. Esta simpática italiana —desde niña ha vivido en Suiza trabajando como enfermera— es un bombón de cincuenta y cinco años que ostenta el título oficioso de miss tía buena de la urbanización. Guapa y maciza como las mujeres de las revistas para hombres, vive con su madre, muy mayor, delicada de salud, y una prima que la atiende. Fuera de su casa se pasea desnuda, gracias a los dioses, y es el tipo de mujer que satisface mis ideales estéticos, hablando en plata, ese cuerpazo me pone la polla como el mango de una pala.
Morena de piel y de pelo, muy negro, largo, brillante, con mucho volumen, suele peinarlo en una gruesa trenza. Sus grandes ojos negros parecen carbones encendidos cuando te miran, son verdaderamente turbadores. De nariz recta y boca grande con labios rojizos, gruesos, chupones —en lo primero que piensas es en una mamada— la expresión de su cara es siempre alegre. De cutis perfecto siempre moreno, es muy guapa, de estilo latino dirían hoy en día, pero su cuerpo es verdaderamente impresionante.
Es más bien alta y delgada, pero sus curvas parecen desmentirlo. Su cabeza se sustenta en un cuello fino, elegante, llamativo. Los bonitos hombros redondeados parecen proteger dos tetas que se mantienen altas, gruesas, duras, muy juntas, con un canalillo muy estrecho y pezones de color tostado, gruesos, situados en areolas del mismo color de las del tipo galleta maría. Las veces que la he visto vestida es un verdadero escándalo a pesar de llevar sujetador. No tiene estómago y su tripa es levemente abombada, con un ombligo achinado, grande y bonito. La inmensa mayoría de las mujeres de por aquí se depilan el pubis por completo, pero Gina se complace en llevar algún cordoncillo de vello del grosor de un dedo o lo deja crecer —tiene una mata poblada, rizada, del color del cabello— una temporada para después arreglarlo y dejarse un atractivo pequeño triángulo, como luce ahora mismo. Su sexo es bonito: labios gruesos, abultados, tostados, brillantes, culminados en todo lo alto por el clítoris, moreno, muy visible. Largas piernas estilizadas y muslos musculados, finos, que parece querer alargar porque siempre calza un poco de tacón, incluso en casa.
La parte trasera del cuerpo de Gina es para gritar de alegría. Su espalda está dibujada como el cuello de un cisne, de manera curvada al comienzo y un metido pronunciado a la altura de la cintura justo al llegar a las rotundas anchas caderas, que engloban un culo un poco grande —maravillosamente grande me parece a mí— redondo, con la piel perfecta, alto, prieto, con una raja muy estrecha y un ano rugoso que apenas se entrevé en la apretada raja. Todos los hombres a los que nos gusta decimos lo mismo: es imposible que tenga cincuenta y cinco años y haya tenido dos hijas. Es perfecta.
—Me alegra verte Martín, no funciona bien la ducha de la piscina, ¿puedes mirarlo?, mis dos hijas vendrán a pasar unos días la próxima semana y siempre están utilizándola, ni pisan la playa
—Yo sí que me alegro de verte. Vamos a verlo ahora mismo
Gina está divorciada de un famoso médico suizo y sus dos hijas también son médicos. Por cierto, ambas han tenido la suerte de parecerse a su madre, son mujeres guapísimas. Decidió jubilarse anticipadamente tras su divorcio —por aquí comentan que le supuso obtener muchos millones porque la clínica ginecológica del marido también era suya al cincuenta por ciento y es una de las más reconocidas en todo el mundo— y venirse a España, idioma que habla muy bien, con un bonito acento, porque pasó cuatro años trabajando en comunidades indígenas de México. Y yo que me alegro, porque Gina es una de las razones que dan ganas de vivir todas las mañanas, verle en la playa, hablar e intentar follar con ella, lo que hasta ahora sólo he conseguido media docena de veces a pesar de mi insistencia y que ella dice que somos buenos amigos y yo le gusto. No es mujer promiscua y tampoco parece tener grandes necesidades sexuales. Es una pena.
La ducha de la piscina está atorada porque la cañería de goma de la parte final está rota. Tiene fácil solución y lo dejo listo en pocos minutos.
—Gracias Martín, ¿me invitas a tomar café esta tarde en tu casa?
Ahora Gina está vestida —es un decir, porque lleva un diminuto bikini azul que parece desnudar sus curvas— porque a su madre le incomoda que esté desnuda en casa. ¿Qué puedo contestar? Quedamos a eso de las seis de la tarde.
Gina llega a casa desnuda. Qué espectáculo, menos mal que estoy bien del corazón, porque el bamboleo de las tetas y el culo de esta morena es capaz de provocar un infarto al más pintado. Nada más entrar me abraza y nos damos un beso guarro, de deseo. El café se va a enfriar porque nos vamos al dormitorio besándonos sin descansar un momento.
Gina se excita de verdad cuando le como el coño durante un buen rato. Me deja que me caliente con sus tetas, son pura golosina, pero lo que me pide es que use mi lengua arriba y abajo, sin prisa, con mucha saliva, desde lo más alto de la vulva hasta el ano, en un recorrido constante, deteniéndome allí en donde yo quiera, metiendo la puntita de la lengua en la vagina y en el culo, volviendo una y otra vez, repitiendo, cambiando de nuevo de ritmo. Es lo que le gusta, tumbada boca arriba en la cama, con las piernas muy abiertas y los pies bien plantados sobre la sábana, relajada al principio y poniéndose en tensión según pasan los minutos, la boca abierta, los ojos cerrados, predisponiéndose al orgasmo.
No quiero que se corra todavía, así que me subo sobre ella y penetro su coño rápidamente, antes que se dé cuenta y se queje. Suave, caliente, empapado, notando las paredes vaginales en toda la polla, es una follada de calidad de la que disfruto durante muchos minutos al ritmo que más me apetece, hasta que la hembra me requiere de nuevo, con urgencia, para que use mi lengua, mi boca entera.
Lo necesita para correrse y está ansiosa, muy cachonda. Mamarle el clítoris con ganas y dedicación es el pasaporte para el orgasmo de Gina. No tarda demasiado, sujeta mi cabeza con ambas manos, con fuerza, y gime en voz muy baja, largamente, durante los varios minutos que está corriéndose, con altibajos, en un sube y baja de placer, sucediéndose los orgasmos, con mayor y menor intensidad. Se derrumba, como si se desmayara, tras las últimas sensaciones de gusto. A mí no me queda más remedio que terminarme con la mano, eyaculo sobre el cuerpo de la mujer intentando apuntar a sus tetas y quedo a su lado esperando que dé señales de vida tras reposar largamente. Un beso en la boca, unas caricias suaves en mi pecho, todo sin decir una palabra, casi a cámara lenta, es el final de la sesión de sexo con la guapa italiana.
Ante mi insistencia de vernos más a menudo para follar, Gina me deja bien claro su parecer:
—Para mí el sexo no es especialmente importante, me gusta, necesito desahogarme de vez en cuando, pero puedo pasar sin ello mucho tiempo. Es una de las razones por las que no tengo pareja estable y lo que me lleva a no ir nunca a las fiestas sexuales que se organizan por aquí. Sé que te gusto, tú a mí también, creo que tú y yo somos amigos, no necesito más. Me entran muchos hombres, siempre he sido consciente que resulto llamativa y apetecible, pero ten la seguridad que cuando quiera sexo lo haré contigo, sabes excitarme, tienes paciencia para hacer lo que me gusta y obtengo un gran placer
Un beso en los labios cierra esta especie de acuerdo entre amigos. No creo que pueda quejarme.
Si algún día estoy especialmente salido y no hay expectativas de meter con ninguna mujer, me voy a hablar con Andrea, compañera alemana del grupo de trabajadores manuales —no se le resiste ningún tipo de motor, sea de lo que sea— siempre dispuesta a darle gusto a un hombre. Como broma dice a menudo que los motores y los hombres se parecen mucho, sólo necesitan que se les dé marcha.
Trabajó muchos años en las fábricas de los automóviles Mercedes y después puso un exitoso taller que vendió para venirse a vivir aquí. Nunca se ha casado —dice que de joven arrastró fama de ser muy puta— pero jamás le ha faltado una polla, eligiendo siempre ella la que ha querido.
De estatura mediana, pelo castaño que lleva corto, tiene un rostro no especialmente agraciado, aunque con unos ojos azules preciosos. Sus sesenta y dos años le van pasando factura porque tiene las grandes tetas caídas hacia abajo y hacia los lados, la cerveza se nota en un estómago evidente y el culazo ya no es tan duro como fue en su día, pero es una mujer amable, agradable, buena amiga, y una comepollas fabulosa.
Tras charlar un rato mientras tomamos una cerveza, acaricio suavemente el culo de Andrea y queda claro que quiero sexo. Nos besamos en la boca unas cuantas veces, acaricio sus tetas, me las como mamando los pezones con dureza, tal y como me pide, y es el momento en el que exige que debo extenderle una buena capa de aceite lubricante por el rasurado coño. Hay que hablarle en todo momento, y le gusta cuando uso con ella distintos sinónimos de puta dichos en castellano, se pone cachonda. A partir de ese momento ella es la que manda, se apodera de mi polla, de los huevos, y les da una marcha increíble, primero con las manos, después con la lengua y los labios y al rato con toda la boca. Yo acaricio su sexo suavemente durante todo el tiempo.
La mamada que me hace es cojonuda. Durante muchos minutos mi capullo recibe el mejor trato, suave pero duro, mientras una de sus manos mantiene un sube y baja constante en el tronco y la otra va pasando de los testículos al culo y viceversa. Qué bueno es. Cuando me corro Andrea recibe los lechazos de semen bien dentro de la boca, lo traga y continúa durante un rato una suave mamadita, limpiando los restos de la leche de hombre y acariciando levemente los huevos.
Casi nunca pide que le meta la polla en el coño o el culo, suele decir que no se excita, que ha perdido sensibilidad en el interior de su cuerpo. Le gusta satisfacer al hombre con el que está, masturbándose después mientras se le sigue hablando al oído. En realidad, da igual lo que yo le diga, sabe poco español, pero el tono fuerte, como si la insultara, es el que más le gusta. Tras su callado largo orgasmo compartimos otra cerveza, nos recuperamos tranquilamente, charlamos, reímos y un rato después me marcho.
El conseguidor por excelencia de por aquí es el italiano Fredo. Hachís, coca, viagra, juguetes sexuales, quedar con algún boy musculitos o una stripper, organizar alguna fiesta especial… a él hay que dirigirse y rápidamente está solucionado el asunto. Conoce a todo el mundo en todos sitios.
Es homosexual, bastante afeminado —tiene una polla larga y gruesa llamativa que luce en cuanto tiene oportunidad— casado con Vera —la boda fue una exigencia del padre de Fredo, millonario exportador de aceite, para no desheredarle— una albanesa de mí misma edad, guapetona, agradable, que lleva su vida sexual de manera discreta, pero sin cortarse ni un pelo. Yo creo que es la mujer de la urbanización que más folla, y tengo la suerte de ser uno de los elegidos por ella. De vez en cuando me telefonea o se para a hablar conmigo mientras paseo por la playa, como disimulando, y esa tarde, siempre a las cuatro y media, viene por mi casa.
Se entiende en cualquier idioma, tiene gran facilidad para aprenderlos y es simpática, siempre sonriendo, muy educada. Viene a lo que viene, se quita el bikini y deja a la vista su pequeño cuerpo, completamente depilado, lo exhibe para mí moviéndose lentamente, doblándose por la cintura, poniéndose de perfil, elevando los brazos para marcar pecho, haciendo posturas con las piernas, luciendo todo lo bueno que tiene.
Es baja de estatura, fina, delgada, elegante de movimientos, muy morena de piel, con el pelo castaño muy corto, casi de estilo militar, con flequillo, un rostro agradable, con ojos marrones y boca pequeña de labios gruesos. Es una mujer musculada, siempre está haciendo ejercicio, y de hecho en su casa se reúne un grupo de mujeres y hombres a los que dirige en tablas gimnásticas. En su Albania natal fue profesora de educación física. Sus pequeñas tetas son duras y aplastadas, con pezones gruesos, oscuros, situados en el mismo centro, sin apenas areola. No tiene grasa en el cuerpo, estómago y vientre son planos. El sexo tiene labios gruesos ligeramente más oscuros que el resto de su piel y la zona del clítoris es muy llamativa porque su glande es muy grande y abultado, oculto por un capuchón de buen tamaño. Muslos y piernas propios de una deportista. Llama la atención su recta espalda, sin mancha alguna, salvo una estrella de cinco puntas tatuada a la altura del omóplato izquierdo —es en recuerdo y homenaje a sus padres, partisanos albaneses en la Segunda guerra mundial— una cintura estrecha y un culo fuerte, duro, redondo, de pequeño tamaño. Es una cincuentona que está muy buena y no representa los años que tiene.
Después de exhibirse durante un ratito —le encanta— Vera entra en materia. Sin mayores preámbulos, con sus dos manos coge mí ya crecido rabo y lo acaricia suavemente, sin olvidarse de los testículos. No quiere besos en la boca y exige que mame sus pezones, primero suavemente, y apretando un poco después. Le gusta el sexo oral, así que nos tumbamos en la cama, de manera que ella se pone encima —pesa poco y como es más bien de tamaño pequeño se maneja fácilmente, además de ser tremendamente ágil— para montarnos un largo, guarro, baboso y excitante sesentaynueve. Se pone a la faena de mamarla con verdaderas ganas, de manera metódica, sin dejar de lamer, chupar y mamar ni un milímetro. Yo le correspondo comiéndole el coño lo mejor que sé, tranquilamente, sin olvidarme de meter la lengua un poco, llegando a la raja del culo y centrándome en su espectacular gran clítoris: en erección es como un dedo gordo, ancho, de dos centímetros de largo, de aspecto brillante, mojado, protegido por un capuchón también grueso. Da un gustazo comérselo, sentirlo claramente en la boca, poder cogerlo con los labios y dientes, notar cómo se excita, cómo gime cuando lo mamo, de prisa, con mucha saliva. Cuido que no se corra porque entonces pierde interés en darme gusto, deshago la mutua mamada, da unos resoplidos como de desilusión, y le pido que se ponga encima, que se suba a mi polla.
Yo me conservo bien físicamente, pero que alegría da ver a Vera, tan fabulosamente ágil, tan musculada, tan joven de aspecto. En cuanto tiene la polla en el coño se mueve a derecha e izquierda, adelante y atrás, y tras unos segundos como de reconocimiento de lo que tiene dentro de sí, comienza a subir y bajar recorriendo toda la tranca, sin llegar a sacar el capullo en ningún momento. Guau, qué buena es follando, qué ritmo lleva, cómo noto las paredes vaginales apretándome, como siento el suave, caliente y mojado coño… Uf, cómo me gusta follar con esta tía.
Vera lleva varios minutos masajeando su erecto clítoris —cli-cli, dice ella— con un ritmo constante, los ojos cerrados, apretados, la boca abierta respirando con fuerza, las ventanas de la nariz aleteando, recibiendo mi follada desde atrás, a cuchara, tumbados ambos sobre el lado derecho del cuerpo. Le estoy dando con ganas, rápido, fuerte, profundamente, con una mano apretando sus tetas y la otra paseando por sus muslos. Su orgasmo es sonoro, da un grito fuerte, alto, muy largo, tanto como duran las contracciones de su vagina, que me provocan no poder aguantar más. Me corro soltando media docena de lechazos grandes y densos que parece salgan de lo más profundo de mis adentros. ¡Qué bueno!
A pesar de su habitual aspecto serio, educado, esta maciza albanesa es muy simpática, alegre y vacilona cuando tiene confianza. Pasamos un rato agradable charlando y tomando un refresco —sólo bebe alcohol en fiestas y actos sociales, en los que se muestra como toda una dama, hasta que se pasa de copas y se desparrama— como siempre que viene a casa. Qué mujer más atractiva en todos los sentidos.
María Reinalda —Maldi, para todos—es una enfermera colombiana que está en los cuarenta años, cuida a varias de las personas de más edad y salud complicada que habitan la urbanización. Vive con su hermana en el cercano pueblo en donde han abierto una clínica podológica, y todos los días hace su recorrido —casi siempre en bicicleta— controlando la situación de sus pacientes. Es amante de Anne, la hermana de Nicole, pero hace a pelo y a pluma, y de vez en cuando se para en mi casa un ratito.
Maldi es muy seria, responsable, profesional, incluso estricta, en el trato con los pacientes, pero es amable, muy simpática y caliente. Me cuenta que ahora tiene una amante joven en el pueblo y que sigue siendo amiga de Anne, por la que siente gran aprecio, que quiere rabo de vez en cuando y no le vale sólo con los consoladores de silicona. Para mí, perfecto.
No es demasiado alta, pero es una mujer grandona, con rasgos propios de mulata clara, atractiva piel café con leche, bonito pelo muy negro rizado, crespo, que en ocasiones tiñe de un rubio rabioso o de rojo caoba, ojos oscuros muy grandes, boca redonda de labios gruesos rojizos, lo que en conjunto le da un rostro atractivo, agradable. Su cuerpo es ancho y fuerte, le sobran algunos quilos, pero a mí me parece que está muy buena, con tetas grandes, caidonas hacia los lados, duras, que parecen dos balas de cañón terminadas en unas areolas marrones muy oscuras, igual que los pezones, redondos y gruesos. Tiene algo de estómago y tripa, pero no le queda mal, y tras unas anchas altas caderas, si se le fijan los quilos de más en algún sitio es en el culo, grande, carnoso, redondo, con una profunda raja que cierra el oscuro ano, grande, arrugado. Un culazo de una vez que se continúa en muslos fuertes y duros y en recias piernas. Su sexo es grande, con los labios anchos, oscuros como los pezones, siempre brillantes, dando sensación de humedad. Se rasura el vello del pubis para que sus amantes se lo coman mejor y más a gusto, pero cuando lo deja crecer es una mata rizada muy poblada, encrespada, de pelo negro y fuerte, como la selva del Amazonas, dice ella.
Se excita simplemente ante la perspectiva de follar. Algunos besos nos hacen entrar en materia antes de desnudarse, siempre vestida con su uniforme blanco de enfermera —utiliza una ropa interior muy sexy, de colores alegres, pequeño tamaño, trasparencias, muchos encajes— y lucirse ante mí. Le gusta mi mirada de deseo, la evidencia de las ganas que tengo de follármela.
—Sabes Marty, voy a seguir tu consejo y vamos a abrir mi hermana y yo una tienda de lencería femenina traída desde Colombia, Venezuela, Ecuador. La inauguramos en un mes, estás invitado a la fiesta
Fiesta la que me doy con sus tetas. Joder, qué buenas son, qué importante es que una mujer disfrute cuando tú te pones ciego tocando, amasando, acariciando, pellizcando, lamiendo, chupando, mordisqueando unas tetas duras y grandes, mamando los pezones con suavidad y con dureza, sin quejas, pidiendo más, sonriendo, poniéndose cachonda, con alegría, hablando, diciéndote lo que quieres oír, lo que a los dos nos gusta y excita.
A mí me pone mogollón hablar y que me hablen mientras estoy follando, con Maldi no hay problema, no se calla ni debajo del agua. Desde el primer beso que nos damos nos hablamos, primero suavemente, le digo lo mucho que me gusta, lo buena que está, lo excitado que estoy, y poco a poco subo el nivel, le digo de todo, lo que le voy a hacer, algún que otro insulto, cosas así. La hembra tampoco se corta ni un pelo, aunque algunas cosas no las entiendo porque usa palabras propias de su tierra. Me llama maricón muchas veces, eso le encanta.
Le gusta tumbarse boca arriba y que yo me ponga sobre ella. Me arrodillo con una pierna a cada lado de las suyas, dirijo la polla al empapado volcán de su sexo y a la primera se la meto con un fuerte golpe de riñones que le hace lanzar una exclamación de excitación y gusto. Estiro las piernas hacia atrás, dejo descansar mi pecho sobre sus tetas —me encanta sentirlas— las manos las pongo en los hombros abrazando su espalda e inmediatamente le doy una follada larga, dura, profunda, constante, casi sin sacarla, besándonos muy guarramente de vez en cuando y hablándonos entre muerdo y muerdo.
Según subo el ritmo, me levanto para arrodillarme, para darle más caña, y poniendo las manos por debajo me agarro con fuerza al culazo. Desde hace ya un par de minutos Maldi jadea de manera seguida, sin hablar, respirando roncamente, con una de sus manos en mi culo, apretando hacia abajo como si me ayudara a llegar más dentro, y la otra acariciando lentamente la zona de su clítoris. Me queda poco, noto que algo se mueve al final de la columna vertebral, que parece continuar por la próstata, llega a los huevos y ahí se pone en ebullición. La mujer detiene el vaivén con el que acompaña mi movimiento de meter y sacar, aprieta los ojos, abre más la boca y grita, aunque no muy fuerte, de manera seguida durante bastantes segundos, durante los cuales siento en la polla los espasmos de su vagina, como si fueran pellizcos de distinta intensidad que me hacen correrme y eyacular como un semental. ¡Joder, qué gusto!
La enfermera Maldi es discreta, pero me cuenta muchas cosas, todo el día de un sitio a otro de la urbanización visitando a sus enfermos le hace conocer a todo el mundo y se entera de todo lo que pasa. Como tiene confianza conmigo todo me lo comenta, nos reímos bastante mientras solemos compartir un porro —siempre lleva— y unos chupitos de vodka o ginebra porque la conclusión a la que llegamos es siempre la misma: la jodienda no tiene enmienda, da igual jubilados que más o menos jóvenes, a follar que el mundo se va a acabar. Quedamos hasta la próxima vez que ella quiera.
Como ya se acerca el verano y empezarán a llegar los familiares de los que aquí residen para pasar vacaciones, a modo de despedida de la vida habitual, no sé si decir más o menos rutinaria, el sábado próximo se ha organizado una fiesta en casa de Nela y Roger, catalanes, los vecinos más antiguos de la urbanización —eran dueños de la constructora que la levantó— quienes viven en la casa más grande de todas y, también, cuyo jardín es el más discreto, nada se ve desde el exterior. Todos los residentes están invitados a condición de ir en pareja o tríos conocidos y estables y llevar algún presente para la fiesta: botellas, canapés, pasteles, porros, coca, preservativos, juguetes sexuales… Yo llevo siempre una botella de ginebra inglesa y otra de litro de tónica, y si he tenido ganas, preparo una gran tortilla de patatas para los anfitriones. Les vuelve locos a los guiris. Algún condón, aceite lubricante y una pastillita azul —no me suele hacer falta, pero por si acaso— tampoco me faltan en el bolsillo de la camisa.
Me gustaría ir a la fiesta con Gina, pero es un imposible, nunca va, Maldi me ha dicho que irá con Anne, Vera va siempre con su marido, Andrea con un compañero del grupo de los arreglatodo, así que me dirijo a casa de Nicole para ver si quiere ir conmigo.
—Si no llegas a pedírmelo me hubiese enfadado contigo
—Como no siempre quieres ir a estas fiestas, no sabía qué hacer
—Pues acepto a condición de que en la fiesta folles conmigo la primera vez que quieras hacerlo
Un beso deja nuestra cita sellada para el sábado a las diez de la noche, hora en la que siempre comienzan las fiestas.
Curiosamente, en estas fiestas todo el mundo va vestido, o cosa así. Muchas de las mujeres llevan camisolas de colores más o menos largas, trasparentes a media luz, que ahora están muy de moda, otras llevan lencería erótica al estilo de las películas porno, camisones muy cortos, sujetadores de todo tipo, corsés, medias, ligueros, y alguna que otra se adorna con pezoneras, tangas casi imperceptibles e, incluso, sujetadores de cuerda al mejor estilo BDSM, collares de perro, alguna cadena y penes de silicona sujetos a un arnés. Los hombres también suelen dejar los pantalones en casa y se ponen camisolas similares a las de las mujeres, transparentándolo todo. Yo llevo una camisa larga que me llega a las rodillas, de color negro. Los homosexuales hombres suelen ir muy maquillados y arreglados, pero luciendo el cuerpo con pantalones muy cortos rotos, el torso desnudo, testículos y pene al aire. Por contra, algunas lesbianas aprovechan para llevar trajes que recuerdan atuendos masculinos de fiesta, sin olvidar las pajaritas y corbatas. Todo un circo, alegre, bullicioso y excitante, entre otras razones porque sabes que se trata de sexo, que todos vamos con intención de follar y pasarlo bien, por ese orden.
He ido a buscar a Nicole a su casa —por el camino me he encontrado con Anne y Maldi, ambas teñidas de pelirrojas, vestidas con excitante lencería de color rojo y pajarita al cuello del mismo color— y casi no salimos con destino a la fiesta. Está muy guapa, teñida de negro —por primera vez desde que la conozco— con algunas hebras en blanco brillante, perfectamente maquillada en tono negro, con un sujetador de finas tiras simulando cuero negro que levanta sus tetas, las centra, pero las deja completamente desnudas, con un piercing plateado postizo sujeto en el pezón derecho —enhiesto, tieso, duro— y una braguita tipo tanga, figurando cuero negro, que tapa lo mínimo. Medias negras que parecen de tela de araña, liguero fino a la cintura y unos bonitos zapatos negros de alto tacón. Lo complementa con un collar estrecho de cuero rodeando el cuello y pendientes colgantes que son dos finísimas tiras de cuero, todo ello negro, claro está. Guau, me la ha puesto dura en cuanto la he visto he intentado besar sus labios y acariciarle las tetas. No me ha dejado, hay que esperar a ir y estar en la fiesta. Está verdaderamente excitante, deslumbrante, y así se lo dicen todos aquellos con los que nos cruzamos a la entrada del evento, hasta dos tíos se han acercado rápidamente a pedirle que folle con ellos más tarde, a lo largo de la noche.
Debe haber más de cincuenta personas en la fiesta. Se percibe en el ambiente olor a los perfumes densos de las hembras, a champán —casi todos lo beben menos los que somos fieles al gintonic— a hachís, a personas despreocupadas que viven bien, con dinero, pendientes sólo de sí mismas, sin problemas importantes, intentando alargar la juventud perdida, con ganas de sexo. Es un buen perfume que acompaña adecuadamente un constante suave hilo musical, tranquilo, relajante, y el run-run todavía no muy escandaloso de la actividad sexual. A mí me parece distinguir también el olor característico de los preservativos, el de esa especie de suaves e imperceptibles polvos de talco que, sean de la marca que sean, todos parecen llevar. Lo he comentado alguna vez y nadie parece notarlo, no sé.
Tras los primeros momentos de control y trato respetuoso propio de cualquier acto social, ya hace un rato que la fiesta se desarrolla en clave de sexo. Tres parejas se lo están montando estilo Kamasutra, con variedad de posturas difíciles, recibiendo el aplauso de los que les observan, quienes tampoco se están quietos, besándose, metiéndose mano con intensidad, excitándose cada vez más. El trío de alemanes está montando su perfomance particular habitual, con Sven dándole por el culo a Klaus e Ingrid pasando constantemente de uno a otro para chuparles las pollas, mientras no suelta de la mano el grueso pollón de otro de los asistentes. Un grupo de ocho gais ha organizado un trenecito e intentan cerrar el círculo para que todos y cada uno enculen y sean enculados, les falta al menos otro hombre más para lograrlo con comodidad. Fredo es el director de orquesta y no tardará en conseguirlo. Maldi y Anne están en un grupo de una decena de mujeres que charlan, fuman y beben un poco separadas del resto, todas desnudas y en distintos grados de excitación y acción sexual. Circulan varios consoladores y vibradores entre ellas. Andrea me saluda con un gesto de la mano mientras les está comiendo la polla a dos de los arreglatodo, es una fiera mamando, cómo le gusta.
En el jardín, Vera ha hecho un discreto apartado con dos hombres, que en este momento le están haciendo una dura doble penetración de culo y coño. Otro tío se la está meneando a la espera de poder meterla en la boca de la gimnasta. Los anfitriones han dejado de pasear saludando a todo el mundo —y poniéndose las botas mirando, son reconocidos voyeurs— se han detenido cerca del grupo de Vera y, tras arrodillarse, marido y mujer les están pegando unas mamadas de premio gordo a dos boys musculitos que han debido contratar para la ocasión, hay otros dos más por ahí que están medio secuestrados por varias mujeres. Donde mires encuentras hombres y mujeres follando de una u otra manera, cada uno a su rollo, pero muchos exhibiéndose para los demás.
En la parte trasera de la casa —es la zona más reservada y menos iluminada del jardín— se han reunido varias personas alrededor de una mujer atada a un pesado caballete de madera de gran tamaño. Es Ula, una holandesa rubia, alta, grandona, que está doblada por la cintura, con las piernas muy abiertas atadas a la altura de los tobillos y los brazos estirados, separados del cuerpo, atados por las muñecas. Nanko, su marido, está situado a un par de metros de ella, con una correa de suave cuero en la mano, azotando la espalda, el culo y los muslos de la hembra. Lo hace con calma, separando un golpe de otro —suenan restallando— para que los sienta todos y cada uno de ellos, dirigiéndose a los mirones a los que pide que insulten a la mujer castigada porque es una esposa infiel y puta —usa los insultos en castellano— e invitando a quien quiera a darle unos azotes. A cada rato alguien acepta y golpea a Ula —algunos con verdadera saña, con fuerza, también en las grandes tetas colgantes de la rubia holandesa y en el expuesto coño— que se queja, se retuerce, a veces de dolor y otras de salvaje excitación. Mientras, el marido le mete la polla, muy larga y estrecha, en la boca y la esposa mama con fruición, con muchas ganas. El tipo no se quiere correr todavía, por lo que la saca. Este jueguecito puede durar un par de horas o más, con alguna que otra variación, como que algún hombre o dos del público penetren a Ula por donde le apetezca o que obliguen a la hembra a comerle el coño a alguna mujer o que Nanko utilice una fusta o una vara para el castigo o pinzas de acero para los pezones… Durante los días siguientes Ula lucirá en la playa las marcas de los azotes, orgullosa, alegre, feliz, siempre dispuesta a comentar lo mucho que su esposo y ella se quieren y el placer que él sabe darle.
Gary, culturista inglés, alto, guapo, muy rubio, ligón mimado por todas las mujeres de por aquí, verdadera estrella de la playa, está arrodillado rodeado por tres hembras que llevan puesto un arnés sujetando una polla de silicona, todas de buen tamaño. La del consolador más grande le empuja para que quede a cuatro patas y penetra el culo de Gary tras untarle una buena cantidad de lubricante a la polla falsa de color negro. Entra con cierta facilidad, aunque el guapo inglés se queja y da unos grititos que me parecen muy maricones, quizás de excitación. Otra de las mujeres le mete en la boca una polla roja algo menor que la que está enculándole, mientras la tercera en discordia acaricia suavemente la gruesa polla del inglés con manos y boca, aunque de momento el éxito no le acompaña, no está demasiado tiesa. Este grupo continuará hasta que las tres hayan penetrado el culo de Gary.
—¿Te gustaría que yo te penetrara con un consolador?, seguro que me pondría cachonda
No he contestado aún a Nicole cuando dice:
—Creo que deberías quitarme ya las bragas, Marty, las tengo muy mojadas
Dicho y hecho. Es verdad, Nicole está excitada y húmeda, perfecto. Nos besamos durante un buen rato al mismo tiempo que no dejamos de tocarnos, de meternos mano por todo el cuerpo. Nos hemos alejado un poco de los numeritos que se montan los holandeses y el inglés, y estamos tumbados sobre una colchoneta de gomaespuma. Me excita sobremanera comerle los pezones a estas tetas tremendas —me ha pedido que no le quite el sujetador para que estén bien enhiestas— y oír los gemidos, los grititos que da, dejando claro que está muy cachonda. Como siempre, al poco rato me urge a ocuparme de su culo, por lo que se pone en postura de perra —no había visto hasta este momento que se ha puesto un pequeño tatuaje no permanente justo encima del comienzo de la raja de su culazo, dos flores rojas entrelazadas— para que pueda lamer, arriba y abajo, la ancha raja marrón, deteniéndome en la entrada del ano, punteándolo con la puntita de la lengua, haciendo intención de entrar, hasta que sus ruegos y lloriqueos me llevan a empujar y meter mi lengua lo más dentro que puedo, moviéndola a derecha e izquierda, arriba y abajo, dentro y fuera, durante varios minutos. Cómo le gusta.
He sido previsor y en un bolsillo de la camisola he traído un frasquito de suave lubricante que extiendo por toda la polla. Es fácil penetrar el culo de esta hembra, simplemente empujo de manera constante hasta que mi grueso capullo supera la resistencia de los esfínteres, y tras escuchar el débil quejido que siempre da, aprovecho el suave movimiento adelante-atrás que comienza Nicole para terminar de meterla entera. Enseguida empiezo un metisaca profundo, lento, durante un buen rato, sin llegar a sacar la polla del todo, y ambos acompasamos nuestros movimientos.
Una vez la mujer empieza con su soniquete de ayayay, señal que quiere más marcha, me sujeto con fuerza a la cintura y las caderas, ella levanta aún más el culo y me pongo a darle una enculada rápida, dura, sin pausa alguna, intentando subir el ritmo a cada pocos empujones.
El fuerte sonido del golpeo de mis muslos con sus nalgas se entremezcla con los gritos constantes de la excitada hembra. Ya estamos los dos cerca del orgasmo e intento aguantar las ganas de eyacular mientras noto como se acaricia rápidamente el clítoris. Cuando Nicole grita de manera alta y fuerte se la saco del culo de golpe y quedo mirando cómo sigue durante un buen rato masajeándose el clítoris. Queda adormilada sobre la colchoneta y espero, aunque me cuesta contenerme, porque quiero que sea ella quien tras recuperar el resuello se meta la polla en la boca, me dé gusto con una mamada y quizás unos masajes con las tetas. La verdad es que desde que nos conocemos no creo que se la haya metido más de cinco o seis veces en el coño, a lo mejor dentro de un rato lo intento.
Bueno, hay más situaciones y anécdotas, claro, pero he intentado contar la parte buena de mi vida cotidiana desde que dejé de trabajar. Retirarse de la vida laboral no significa que haya que olvidarse del sexo, sino muy al contrario. ¿La parte mala?, de momento no la he conocido, supongo que aparecerá con el paso inexorable del tiempo.
Un consejo fácil y gratuito: si te lo puedes permitir, retírate, jubílate y vive a gusto. ¿El trabajo realiza al hombre?... ¡anda ya!
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