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Categoría: Confesiones

JAPÓN 2

Me había levantado bastante cansado después de la noche de lujuria que había tenido con mi japonesita angelical del parque. El desayuno me había hecho poner los pies sobre la tierra nuevamente y me había recargado las ganas de seguir experimentando nuevas cosas en el país del Sol naciente. La llegada al templo de Ken in-ji había estado precedida por un paseo por un parque cercano al hotel y nuevamente había sentido la necesidad de tomar del brazo a alguna de las chicas que pasaban por allí, besarlas, tocarlas y comerles todo su ser.

Durante el recorrido por el templo me había cruzado un par de veces con una chica bastante mona, de pelo suelto negro y ojos almendrados de color miel. Nuevas miradas se habían producido, primero de forma esquiva, para luego ser con una pequeña sonrisa y miradas cargadas de cierta complicidad. Mi sexo había despertado sin remedio y un bulto notable podía verse sin ser muy imaginativo. Antes de salir del templo la busqué una última vez y la vi entrar en el baño de las chicas. No sé si se hizo la encontradiza o fue casualidad, pero nada más verme y mirar que no venía nadie por la galería me hizo señas para que la acompañara al baño. Me sorprendió, porque las japonesas no tienen mucha decisión en estos casos, pero también sabía del morbo que los occidentales les despertamos. Vi que no venía nadie y decidí no perder esta nueva oportunidad. Tenía que aprovechar la ocasión que se me presentaba de nuevo.

Entré con ella al baño. Cogerme de la mano y arrastrarme hasta uno de los servicios fue todo uno. Al instante supe que aquella chica me iba a devorar con todo su ser. Me apoyó contra una de las paredes y comenzó una serie de caricias en mi cabeza, cuello y pecho que con su tersa piel parecía que la seda estaba en contacto conmigo. Me dejé llevar y pensé que sería interesante que ella llevara la voz cantante y me sorprendiera con sus buenas formas y gestos delicados. Al mismo tiempo que sus manos comenzaban su trabajo, me iba besando la boca, los ojos, me mordía ligeramente las orejas e iba sintiendo el calor que desprendían sus labios. Las manos suyas se iban enredando con las mías y también yo comencé mi exploración tocando su tersa piel y sintiendo como se le erizaba todo el cuerpo al paso de mis manos. Comencé a desabrocharle los botones de su blusa turquesa y también pude comprobar que no tenía bragas bajo sus pantalones y eso me encendió aún más. Comencé a apretar sus nalgas contra mi sexo que ya tenía un destacado bulto que comenzó a pedirme a gritos que lo sacara de su aprisionamiento. Lo hice sin darle tiempo a que ella llevara la iniciativa. Aproveché el momento para desabotonar su pantalón y bajarlo ligeramente. Su sexo estaba literalmente encharcado y mis dedos entraban y salían como si nadaran en una piscina. Ella pareció perder la razón cuando mis movimientos digitales comenzaron a ser más intensos y contundentes. La animé a agacharse y a hacerme una buena felación mientras yo seguía con mi trabajo manual. Aproveché la posición y la excitación para introducir el índice en su sexo y el pulgar en su trasero.

Aquello pareció gustarle porque comenzó a comérmela con mayor intensidad y tragando con más insistencia. Si seguía en esa posición me correría en breves momentos y no lo deseaba. Consideraba una obligación sexual el que mis mujeres quedaran igual de satisfechas que yo y no deseaba correrme sin que ella tuviera su ración de carne. La cogí por los hombros y la levanté delicadamente. La apoyé en la pared y acercando mi sexo al suyo pude comprobar que a medida que lo iba introduciendo me daba cuenta de que la humedad vaginal era inmensa y que la follada iba a ser descomunal. No hizo falta más que un que ligero movimiento por su parte para que la penetración fuera directa, profunda y entera. Comenzamos un ligero baile de movimientos que poco a poco se fue intensificando y produciendo un inicio de grandioso clímax entre los dos. Nos besábamos como locos, nos agarrábamos de las nalgas para no perder la oportunidad de sentir al otro lo más cercano posible e impedir que se nos escapara aquella situación. Las penetraciones eran cada vez más salvajes hasta que ella con unas ligeras convulsiones me demostró que había llegado su momento, también el mío. Los movimientos se intensificaron hasta terminar en unos sonoros orgasmos. Las corridas de ambos fueron tremendas y los flujos de los dos se unieron formando un reguero por los cuerpos sudorosos y pegajosos. Nos miramos, nos dimos unos últimos besos y cada uno comenzó su recomposición textil. Todo volvía a su sitio. Cogió sus cosas y sin despedirse salió del baño sin mirar atrás. Yo esperé unos minutos hasta que comprobé que no venía nadie y podía salir sin peligros.

Este segundo polvo había estado muy bien y me estaba acostumbrando a que mis experiencias sexuales en Japón se fuesen a convertir en una acción cotidiana cargada de lujuria, sexos húmedos y situaciones límites en cualquier lugar público. Los riesgos eran altos, dada la sociedad puritana del extremo oriente, pero el tener sexo con jovencitas de buen ver a diario pesaba más que cualquier otra cosa.
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