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Categoría: Infidelidad

Intrusa en la noche de bodas

Es una tarde de verano calurosa y estoy invitada a una ceremonia, la típica boda de amigos, en la que tienes que asistir si o si por compromiso. Todo transcurre como cualquiera de esos eventos, si no fuera, por las prisas por intentar no llegar tarde.



Me he comprado un precioso vestido azul de seda que marca mi silueta, adornado con unos Manolo Blahnik del mismo color, tienen unos tacones imponentes, que junto con mi ropa interior me hace sentirme sexy y deseada.



Llego al juzgado cuál Cenicienta, algo tarde, por culpa del taxista que me ha dado una bonita pero engañosa vuelta por la ciudad.



Al subir las escaleras, me doy cuenta de que todo el mundo me mira, no sé, sí por el retraso evidente o por mi ropa.



Los caballeros de la sala, se delatan con sus miradas perversas. Por culpa del cambio de temperatura entre la calle y el interior del juzgado, frío, por el aire acondicionado, mis pezones se han erizado, marcándose bien erectos bajo la seda azul.



A su vez, las invitadas, comentan entre murmullos sobre mí, con la típica risa falsa entre dientes para acercarse a decirme:



- Estás guapísima Samantha!



- Que vestido más acertado!



Yo sonrío hipócritamente y avanzo el pasillo hacia mi asiento.



Allí está el novio esperando a su futura esposa, los conozco, pero sólo por formalismo, por otra amistad que también allí se encuentra.



Saludo a todo el mundo, pero, no puedo dejar de mirar al novio, allí subido en el atrio.



Es tremendamente atractivo y se da cuenta de que no dejo de observarle, así que intercambiamos miradas, nos repasamos de arriba a abajo, y se paraliza un instante el tiempo.



Mi mente imagina cosas extrañas, así que desconecto de sus ojos verdes.



La ceremonia se inicia con la entrada de la novia, todo el mundo atento a sus pasos, y ella emocionada acercándose al novio.



Lo siguiente es un " bla, bla bla" del juez hacía ellos.



Yo me absorto en mis pensamientos y mi manicura.



Y llega el momento en el que mis oídos vuelven a sintonizar con lo que allí ocurre.



El típico instante de las películas que todos conocemos, en la que el juez muy solemne dice así:



—Si hay alguien que quiera o deba oponerse a esta boda, que hable ahora o calle para siempre.



 



Se hace un silencio en la sala, pero aun así, al fondo se escuchan las risas y murmullos de algunos amigos del novio y familiares.



El novio gira su cuello hacía atrás, me mira de nuevo, pero intentando disimular, yo esquivo sus ojos.



Y se dan el "Si quiero" mutuamente, entre aplausos, silbidos y alboroto de todos los invitados.



Más tarde, el comedor de un restaurante de lujo alojado en un hotel de 5 estrellas, se llena por todos nosotros, cada uno busca su lugar en las mesas, buscando su nombre en las tarjetas indicadoras.



—¡Ays! Me ha tocado la mesa de los "solteros de oro".



Los pocos Singles que quedamos en ese evento.



Curiosamente la gran mayoría son hombres, así que parezco una gacela entre tanto depredador, buscando la manera de ligar conmigo.



Quiero escaparme ya de aquel lugar, pero, no tengo opción más que continuar allí.



Entre plato y plato, los novios hacen brindis y se propagan besos.



Los camareros, no dejan de servir exquisiteces: y la música no deja de amenizar el momento.



Aun así, me causa un tedio esquivar a los solterones ya ebrios, que se dedican a juguetear entre todos conmigo para ver quién consigue llevarme a la cama esa noche, como si fuera el premio especial.



El alcohol ya ha hecho mella entre los presentes y los novios pasean por las mesas de sus invitados para charlar con ellos.



De nuevo está ahí él... ahora ya casado.



Lo tengo muy cerca, huele muy bien, me excita su olor, es atrayente y me siento como una pobre polilla que va directa hacía la luz para acabar quemada.



—Estás guapísima! Gracias por venir!



—Gracias a vosotros por invitarme. (Contesto amigablemente).



Intento ser cordial y cortés, pero me cuesta mucho no sentirme sonrojada ante aquel imponente hombre de traje oscuro y con corbata azul, que casualmente hace juego con mi vestido.



—¿te lo estás pasando bien? (Me pregunta ella)



Y yo bajo la cabeza sintiéndome ridícula, ante la situación.



Mis pensamientos son contradictorios, quiero marcharme ya, pero por otra parte, no sé qué me ocurre, siento una atracción irresistible hacía ese hombre que tan solo me ha mirado un par de veces y apenas me ha dirigido la palabra. Su voz varonil, su olor y su manera de mirarme tan picara. Pero no está bien... no debo… insinuarme.



 



Llega la noche, con la fiesta y el baile. La música ameniza el ambiente, los invitados más mayores de edad ya se han retirado a las habitaciones del hotel, que está en el mismo edificio.



Solo quedamos los juerguistas, la gente joven, y los que se han sobrepasado tanto con el alcohol, que son hasta incapaces de encontrar el ascensor, que les lleve a su dormitorio.



Entre baile y baile, tengo los pies destrozados, por culpa de mis Manolo Blahnik, aun así aguanto que todos mis pretendientes solteros, con esperanza de algo más me saquen a bailar.



Miro a mi alrededor y percibo la recién estrenada esposa no está en la sala ya.



No se ha despedido, solo ha desaparecido, y en una esquina solitario está él.



Todo son copas y brindis, parece que nadie más que yo, se ha dado cuenta, de que el novio está allí solo, con cara de póker ante la situación.



Supongo intenta pasarlo bien con los que aún quedamos en pie, después de un largo e intenso día.



Yo aprovecho para acercarme a él, y por cortesía le pregunto por su nueva esposa.



—ya se ha retirado a dormir.



-estaba agotada de todo el día. (Disculpando su marcha, aunque su cara seria y de decepción lo delataba).



 (Sorprendida le pregunto):



-¿Y tú? ¿Porque continuas aquí?



Es vuestra noche de bodas.



Él con su mirada cautivadora, devora con sus ojos verdes mi cuerpo, se acerca a mi oído para susurrarme:



—no pienso subir a mi suite, ella no quiere la moleste.



—A mí, lo que me encantaría es quitarte ahora mismo es bonito vestido, que me tiene hipnotizado desde que entraste al juzgado.



Me excitan tanto esas palabras junto a mi oído, que se me eriza todo el vello y me recorre un escalofrío por la espalda.



Sé que no debo, aquello no está bien, pero llevo todo el día imaginando y pensando en cómo sería la situación erótica, entre aquel hombre y yo. Quizás el alcohol que me tomado está engañando a mi cabeza, pero, deseo tanto a ese hombre que no puedo disimular mi cara de satisfacción.



—La gente no va a notar tu ausencia, van demasiado borrachos.



—Te espero afuera en el jardín, ven a buscarme. (Le digo).



Y camino sobre el césped exterior, dejando un rastro de mi perfume, con mis zapatos en la mano.



Minutos más tarde, sentada en un banco, alejada de la muchedumbre de la fiesta, entre flores, admiro la noche estrellada de verano.



Aparece él, tan guapo con su corbata azul que ahora sujetan sus manos, para sentarse junto a mi, silencioso.



Desliza la seda de la corbata por mis muñecas, sin pronunciar palabra.



Las anuda al banco, y yo me dejo hacer.



De sobras, sé bien lo que me espera y lo deseo con toda mi ansía y mi cuerpo.



Me encanta la situación y en ese preciso momento no me paro a pensar en que nos puedan sorprender.



 



Atada sin poder moverme, sobran las palabras, el silencio impera en ese instante, solo nos interrumpe un grillo nocturno, testigo de lo que va a suceder.



Se arrodilla ante mi, (me siento cual diosa que hay que venerar) para subir suave y despacio mi vestido por mis piernas, la seda escurridiza y sus manos me ponen más caliente.



Besa mis pantorrillas, las lame, sigue subiendo y arranca sin compasión el tanga minúsculo que llevo debajo, en un movimiento seco y rápido.



Me despoja de él y con un guiño en su mirada, lo guarda en su bolsillo, como, si de un trofeo fetichista se tratará, apreciando el aroma impregnado de mi vagina.



Sus dedos se introducen en ella, para entrar y salir a su antojo, haciendo círculos en mis labios y clítoris.



Me muero del morbo y del placer.



No quiero gritar por no alertar a nadie, pero se me escapan los gemidos.



Me masturba de tal manera y dedicación que no conocía hasta ahora y me corro en apenas 2 minutos.



(No puedo evitar pensar en ese momento):



—Yo aquí muerta de gusto, y la mujer de este señor está durmiendo plácidamente.



(¡Podéis llamarme mala!)



Pero eso es lo que me excita de la situación, lo prohibido de ella.



Así que ahora satisfecha, llega mi turno de acción.



Pienso recompensar toda esa generosidad por parte de él hacia mi cuerpo.



Lo siento en el banco, para subirme a horcajadas sobre él, como si fuera una amazona experta a lomos de un caballo desbocado.



Introduzco su miembro erecto dentro de mi coño remojado por la masturbación que él me ha propinado, ardiendo del deseo.



Su cara de felicidad y placer, no es comparable con nada.



Gime como un niño con cada embestida de mis caderas.



Sonrío satisfecha y me agarra por las nalgas, con sus fuertes manos, apretando, para llevar el ritmo y notarlo muy adentro.



Sin parar no dejamos de movernos mutuamente, besando nuestras bocas y mordiendo nuestros cuellos.



Termina por quitarme del todo el vestido para dejarme desnuda a la luz de la luna.



Mi coño chorrea mares de puro placer, y noto que le encanta toda esa humedad.



Nos follamos con la mirada y con nuestros cuerpos sincronizados, hasta que estallamos juntos.



Durante unos minutos nos miramos jadeando el poco aliento que nos queda, mientras nos ayudamos a vestirnos.



Volvemos cada uno por su lado a la fiesta, en la que nadie ha notado nuestra ausencia.



Es casi de madrugada y el sol comienza a despuntar al alba.



Todos se retiran maltrechos por el alcohol y la juerga a sus habitaciones.



Antes de ello, una última mirada furtiva y clandestina entre los dos vuelve a cruzarse.



Cómplices de la fechoría, el misterio, nos atrapa en el pasillo del hotel.



Mientras él se aleja, me enseña mi tanga que guarda en su mano con picardía y vuelve a esconder de nuevo en el bolsillo.



Desde luego, a esto... se le puede llamar una gran noche de bodas.



Aunque, no para los recién casados en cuestión.


Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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