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Intenso calor

RELATO 8…

Intenso calor

Ernesto Castro Sagardez

Despertó sobresaltada, sintió un intenso calor que circulaba sobre su cuerpo. No entendía que le pasaba. Siempre había sido una mujer muy tranquila.

Por inercia se levantó de la cama y se asomó por la ventana de la recámara que daba al jardín de la casa vecina. Lo que vio la dejó atónita. Jamás había visto algo tan descomunal, como lo que estaba apreciando en la entrepierna de su vecino.

El reloj marcaba las 11 de la noche, tenía dos horas que se había acostado y no pensó que tendría que levantarse en forma sorpresiva y observar lo que su vecino tenía entre las piernas y que la llenaba de asombro.

De pronto ese calor volvió a ser inmenso. Vivía en un vecindario alejado del centro de la ciudad, por lo que era común sentirse en algunos momentos acalorada. Pero esa ocasión, se rebasaba el límite…

Salió del dormitorio y se dirigió a la cocina, tomó un vaso y abrió el refrigerador para servirse algo de jugo de naranja que había quedado de la comida. Dio uno, dos sorbos y sintió agradable. Aunque el calor que ella sentía rebasaba los límites de lo soportado.

Sólo traía puesto un camisón de dormir, no traía pantaletas ni brassier, cuando estaba sola en casa y en la intimidad de su recámara le gustaba dormir desnuda y sólo se cubría con una sabana, por aquello de las miradas furtivas.

Volvió a subir a la recámara y la curiosidad la volvió a inducir a acercarse a la ventana. Ahí seguía su vecino, en cuclillas y sin que nada le preocupara, con ese instrumento entre las piernas que era tan descomunal. Por la forma que se ubicaba, según su óptica, parecía que le colgaba.

Sintió que era un sueño o una ilusión óptica, por lo que se talló los ojos con el dorso de la mano para tener una visión más clara de lo que observaba. Pero, no podía apartar de su mente lo que veía, era en ella una fijación.

Incluso, pensó, con razón su esposa cela al vecino. Y es que seguido eran las disputas que se alcanzaban a escuchar y eran el pan de cada día en el vecindario. Aunque debía reconocer que todo eran celos infundados. Porque su vecino había dado muestras de ser una persona educada y correcta que saludaba con mucho respeto a las vecinas del lugar.

Lo que ella veía, la estaba poniendo a cien por hora. El calor en su cuerpo era tan intenso que no dejaba de mirar lo que veía en la entrepierna de su vecino, quien, por cierto, se encontraba de espaldas, pero en cuclillas.

Sus ojos trataban de abrirse más, porque desde esa ventana y hasta donde estaba su vecino la distancia oscilaba entre 25 y 30 metros. Por lo que su puesto de observación parecía que le estaba haciendo una mala jugada.

Y es que al ver eso tan enorme, su mano se fue a posar en sus senos y comenzó a juguetear con sus pezones hasta lograr que una aureola negra los recorriera y éstos se pusieran como un pedruzco.

De vez en cuando, lanzaba una mirada furtiva hacia el sitio, donde su vecino se mantenía encuclillado, pero siempre viéndolo de espaldas y sólo con una larga playera puesta, porque también adivinaba que no traía truza. Pero eso era su pensamiento.

Con su mano derecha seguía agarrando sus pezones y con la izquierda, en forma inercial fue bajando lentamente hasta tocar su monte de venús. Jugó por un instante con sus pelos púbicos y logró introducir uno de sus largos y refinados dedos, dejando exclamar un leve gemido…

Su puesto de observación le estaba dando la oportunidad de apreciar algo que a esa hora de la noche, jamás en su vida se le volvería a presentar, ver a su vecino, quien le parecía agradable, simpático y con un cuerpo esbelto en esa posición en la que se encontraba y que mostraba tener algo tan voluminoso y que le colgaba como badajo entre las piernas.

Jamás se había distinguido por espiar a sus vecinos, a pesar de que ellos tenían alberca y los fines de semana les gustaba nadar cerca del mediodía. Ella trabajaba hasta los sábados y no tenía ni tiempo para andar en esos menesteres.

Pero el calor que había sentido esa noche y que llegó de improviso a su cuerpo se convirtió en algo que debía mitigar de alguna manera y que mejor que autoacariciarse para desfogar esa calentura.

Sus manos estaban en un vaivén. Su cuerpo comenzó a laxarse, porque la caricia estaba cumpliendo el objetivo. Su mirada, de vez en cuando, se lanzaba a continuar observando en forma furtiva a su vecino. Hasta que ya no pudo más y lanzó un leve suspiro, pero su caricia se fue haciendo más y más fuerte, para llegar a un orgasmo de pronóstico reservado…

A pesar de haberse corrido como nunca lo había hecho. El calor seguía intenso y llegaba hasta su lugar de vigilancia. En eso su vecino se levanta y voltea en dirección hacia donde ella lo observaba y se percata de que trae en sus manos un atizador de fuego, cuyo mango era de un color y grosor que a la distancia lo hacía ver como un instrumento descomunal…

Y entonces recordó que sus vecinos al dia siguiente estarían de fiesta y que quizá se encontraban en los preparativos de algún guisado en especial, por lo que aprovechaban su enorme jardín para preparar el lugar donde pondrían la olla o la cazuela. Su vecina era afecta a hacer mole. Por lo que ese era el motivo del calor tan intenso que ella sintió, cuando su vecino encendió la lumbre y en cuclillas sólo le atizaba al fuego.

Se dio la media vuelta y se recostó en su cama. Para limitarse a sonreir y murmurar: Vaya morbosidad…

Datos del Relato
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