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Esta es una historia verídica que me pasó hace apenas unos cuantos meses. Soy un chico de 22 años habitante de la Ciudad de México. Me considero una persona común a excepción de que desde hace unos años comencé a vestirme de mujer en la intimidad. Mi nombre femenino es Mónica. Soy delgada, no obvia y muy ardiente. Me gusta la ropa sexy, verme en el espejo y sentirme deseada. Nadie me había visto vestida hasta aquella tarde donde me sorprendieron.
Mi casa estaba totalmente sola. Era la oportunidad perfecta para transformarme en la mujer que tanto me excita. Comencé por darme un baño para relajarme y prepararme para lo que vendría después. Al salir, me cubrí sólo con una toalla comportándome como toda una mujercita y me dirigí a mi habitación donde ya había seleccionado lo que vestiría. Comencé por colocarme unas suaves medias sujetadas por el liguero que portaba en mi pequeña cintura, un coordinado de brassiere y tanga negros, una minifalda del mismo color, sexy y a la vez elegante, acompañada por una blusa semitransparente. Me puse mis zapatillas de tacón alto y demás accesorios. Cuando me di vuelta y me miré al espejo, ya estaba convertida en una mujer, la cual a su vez, se convertiría en toda una puta.
Planeaba disfrutar la noche viendo videos de travestís y leyendo historias del mismo tema. Cabe mencionar que me encanta excitarme poco a poco y terminar con una bárbara masturbación anal con algún plug o cualquier juguetito, aunque aquella noche el destino me prepararía algo más.
Estando ya vestidita y relajada por completo, súbitamente escuché que alguien entraba a la casa. Me asusté pensando en que me sorprenderían y el escándalo que se iba a producir a causa de esto. Paralizada por unos instantes divisé una silueta familiar; se trataba de uno de mis hermanos que había cancelado su reunión. Ya anteriormente habíamos jugueteado Paul y yo; masturbaciones y duchas juntos, caricias, pero nunca habíamos llegado a más, ni siquiera un leve beso. Él no sabía nada acerca de mi travestismo, así que cuando me vio se sorprendió totalmente. A pesar de ser menor (sólo 18 años) yo sabía que tan caliente era, aunque me había contado que aún era virgen. Entendió mi situación y ambos sentimos el deseo en ese instante de hacer una locura. Después de hablar y jurar que no se lo diríamos a nadie, nos fuimos a la habitación.
Después de unos cortos tragos perdimos la vergüenza. Comenzamos a acariciarnos lo que nos llevó a nuestro primer beso. Me sentí dichosa y decidida a entregarle mi inocencia anal. Comencé a desnudarlo, contemplando aquel esbelto cuerpo. En ese momento ya estaba deseando ser penetrada, sin embargo alargué mi espera un poco más. Le quité los bóxeres lo cual dejó al descubierto un exquisito y semi flácido pene. Le besé sus testículos con mucha dulzura; no tardó ni un minuto en comenzar a reaccionar. Su hermoso pito se levantó de inmediato. Me quité la blusa y le dije que me besara y acariciara los pezones. Deslizó mi bra hacia el abdomen y comenzó a excitarme lo cual me hacía perder la cordura. Me bajé la falda, mostrándole mis nalgas y lo que se iba a comer. Hice a un lado mi tanga, mojé mi índice y comencé a abrirme muy lentamente. Primero un dedo, luego dos, entraban fácilmente. Al fin me sentí lista. Unos cuantos besos y chupaditas a su pene y quedó listo, nunca lo había visto tan duro. Llegó el momento tan ansiado. Le dije que se recostara de espaldas en la cama. Me senté poco a poco en esa delicia, sentí riquísimo. Empecé a moverme despacito; cuando ya me entraba todo, mi amante me tomó por la cintura y ahí empecé a cabalgar como una loca, moviendo el culo lo más que podía disfrutando el placer anal, subiendo y bajando como una vil callejera.
Cambiamos de posición, quedé de lado y él atrás de mí. Ya estaba súper caliente, deseaba una cogida para no olvidarla nunca y vaya que estábamos gozando. Junté mis piernas vestidas de seda, le ofrecí mi cola y en un instante sentí su verga entre mis nalgas. Me abrazó y comenzó a moverse rápidamente hasta que me llevó al cielo, me hizo mover el culo como una experta hasta que exploté en un inolvidable orgasmo, eyaculando sin tocarme siquiera una vez y sintiendo las contracciones de mi esfínter en varias ocasiones. Después me retiró su mástil y devoró el semen que aún goteaba de mi glande. Quise hacer lo mismo para que Paul acabara en mi boca. Sentí el sabor de mi culo y de su verga mezclados en mi boca. Bastó una mamada intensa para que mi macho se viniera a chorros; bebí su leche como lo haría una niña hambrienta y la gocé como nunca. Perdimos nuestra virginidad juntos y nos hicimos amantes desde esa bellísima vez.
invitado-leoamorechao 05-08-2020 00:08:27
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muy exitante